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¿Quién es el único personaje bíblico concebido por un ángel?

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Noticias prenatales

En la Biblia, varios niños vinieron al mundo anunciados por un ángel: Ismael (Gn 16,7-12), Isaac (Gn 18,9-15), Sansón (Jue 13,2-7), Juan el Bautista (Lc 1,11-20) y Jesús (Lc 1,26-38). En todos estos casos, el ángel se limitó a comunicar la noticia a sus padres. Pero hubo un niño que, además, fue concebido por el mismo ángel que anunció su nacimiento: ese fue Sansón, el último juez de Israel (Jue 13-16). Por eso es el único personaje bíblico que mostró una fuerza sobrehumana y que realizó hazañas colosales, como despedazar leones con las manos (Jue 14,5-6), cortar gruesas cuerdas (Jue 16,9; 16,12), arrancar pórticos de hierro (Jue 16,3), derribar enormes edificios (Jue 16,30) y matar a mil hombres con una quijada de asno (Jue 15,14-16).

Su asombroso nacimiento figura en el libro de los Jueces (cap. 13), y, aunque se trata de una leyenda, es una narración magníficamente contada, con tonos dramáticos, de humor, ironía y detalles contraculturales.

Sin vino y sin licor

La historia comienza así: «Había un hombre en Sorá, de la tribu de Dan, llamado Manoaj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos» (Jue 13,2). El autor presenta a los padres de Sansón viviendo en la pequeña ciudad de Sorá, en la llanura costera al oeste de Jerusalén. Su padre Manoaj es mencionado 18 veces por su nombre, lo cual le otorga una fuerte identidad. Su madre, en cambio, no solo carece de estatus por ser mujer, sino que además carece de nombre en el relato, y para colmo es estéril. De entrada, el autor marca un fuerte contraste entre ambos esposos.

«El ángel de Yahvé se le apareció a la mujer y le dijo: “He aquí que eres estéril, y no has tenido hijos. Pero concebirás y darás a luz un hijo”» (Jue 13,3). Un mensajero divino se presenta en escena, le recuerda a la mujer su esterilidad y le anuncia que, en el futuro, concebirá un hijo varón («concebirás»).

El ángel continúa: «De ahora en adelante no bebas vino, ni bebidas fermentadas, ni comas nada impuro» (Jue 13,4). Como medida de precaución, le pide que se cuide durante el embarazo de esas tres cosas, porque el niño será un consagrado a Dios y debe evitar toda impureza.

Entonces viene lo sorprendente. El ángel repite su anuncio, pero esta vez con el primer verbo en pasado: «Porque he aquí que has concebido, y darás a luz un hijo. No pasará la navaja por su cabeza, porque el niño será nazir [es decir, consagrado] de Dios desde el seno de su madre. Él comenzará a salvar a Israel de los filisteos» (Jue 13,5).

La nueva confidencia

Notemos cómo el redactor, al decir la segunda vez «has concebido», da a entender que la concepción ya ha tenido lugar. Por tanto, la mujer se encuentra ya embarazada. ¿Cómo es posible? La única explicación es que el niño ha sido engendrado por el ángel en el mismo momento en que le trajo el mensaje.

Como en la lengua hebrea los tiempos verbales son fluctuantes, algunos autores sostienen que el verbo del v. 5 (harah), aunque está en pasado («has concebido»), debe traducirse como futuro («concebirás»). Sin embargo, vemos que en otras partes de la Biblia esa misma forma verbal (harah) hay que traducirla en pasado (Gn 16,11; Is 7,14). También aquí, pues, debe traducirse en pasado. Por tanto, debemos aceptar que entre el v. 3 y el v. 5 se ha producido el embarazo de la mujer, precisamente durante el encuentro con el ángel.

Un elemento que refuerza esta interpretación es la forma en que está redactado el texto. Tanto en el v. 3 como en el v. 5, las palabras del ángel comienzan con la expresión «he aquí» (hinné), que en hebreo se emplea para presentar una nueva información respecto de lo dicho anteriormente. Por tanto, si en el v. 3 se le informa a la mujer que concebirá un hijo, en el v. 5 la nueva información es que ella ya ha concebido.

Encuentros según la Ley

Un tercer argumento parece confirmar esta interpretación. Cuando el ángel se va, la mujer corre a hablar con su marido y le dice: «Un hombre de Dios se ha llegado a mí. Parecía un ángel de Dios. No le pregunté de dónde venía ni me dijo su nombre. Pero me dijo: “He aquí que has concebido y darás a luz un hijo”» (Jue 13,6-7). Aquí la mujer no solo habla de su embarazo en pasado («has concebido»), sino que le dice a su marido que el ángel «se ha llegado a mí». Esta expresión suele utilizarse en hebreo para las relaciones sexuales, como se ve en muchos pasajes bíblicos (Gn 29,21; 30,3-4; Dt 21,13; Jue 16,1; Rut 4,13). O sea, que el ángel no se le «apareció» a ella, sino que «se llegó» a ella, expresión que probablemente implicaba, en el primitivo relato, un acto sexual entre el ángel y la mujer.

Un cuarto indicio de la paternidad del ángel es el lugar donde, según el texto, se produjo el encuentro: a solas en el campo (Jue 13,9). Es un detalle extraño. Lo normal era que la mujer trabajara en el hogar mientras el hombre estaba en el campo. Pero aquí la mujer está en el campo, y sola. Como si a propósito el autor quisiera evocar, en la mente del lector, la ley del Deuteronomio que decía que, si una mujer tenía relaciones sexuales con otro hombre que no fuera su esposo, estando en el campo, no debía ser castigada, porque se suponía que no había podido evitarlo ni pedir ayuda (Dt 22,25). Con esto el autor intenta, de manera genial, justificar la actitud de la mujer y librarla de cualquier sospecha.

En quinto lugar, resulta llamativo que a lo largo del relato Manoaj nunca llame a Sansón «mi hijo». Siempre le llama «el niño» (Jue 13,8.12).

Los ángeles revoltosos

Esta idea de un ángel teniendo relaciones sexuales con un ser humano no es ajena a la Biblia. Ya el libro del Génesis cuenta que, al comienzo de la humanidad, algunos ángeles se enamoraron de las mujeres de la tierra, «se llegaron a ellas» –la misma expresión empleada con la madre de Sansón–, y de esa unión nacieron hijos que fueron gigantes famosos (Gn 6,1-4).

La leyenda del nacimiento de Sansón, pues, parece estar inspirada en ese antiguo mito del Génesis. Y su existencia, como héroe poderoso e invencible, posiblemente sea el recuerdo de uno de aquellos hijos de los ángeles, convertido más tarde en juez de Israel, y añadido al final del libro de los Jueces (caps. 13-16).

Tres fuentes de potencia

Con el paso del tiempo, en torno a su figura se fue creando una serie de anécdotas independientes que luego se unieron en una sola historia. Así se entiende que, en el relato de Sansón, haya tres explicaciones diferentes sobre su extraordinaria fuerza.

Según la primera, esta se debía a sus cabellos, que nunca habían sido cortados. Se alude a esta explicación al comienzo de su vida (Jue 13,5), y se la menciona expresamente al final, cuando Dalila le corta el pelo y le hace perder su vigor (Jue 16,18-22).

La segunda explicación es que el Espíritu de Dios descendía de vez en cuando sobre él y lo invadía, llenándolo de ese poder. Esta se menciona cuatro veces en el relato, precisamente en los momentos cruciales de sus hazañas (Jue 13,25; 14,6.19; 15,14-15).

Según la tercera explicación, Sansón no sacaba su fuerza de ningún elemento exterior, sino de su propia naturaleza. Suponía que el héroe tenía una fuerza sobrehumana innata, porque había sido engendrado por un ángel. Esta es probablemente la explicación más antigua y original, y es la que se deduce de varios pasajes de su vida (Jue 15,9-20; 16,1-3).

Siempre un paso por detrás

Un último elemento del relato del nacimiento de Sansón parece corroborar la interpretación de su concepción angelical, y es la forma tan negativa con que el autor describe a Manoaj en las diferentes escenas en que aparece, como queriendo indicar que un hombre tan torpe no podía ser el padre del valeroso héroe israelita.

En efecto, cuando la mujer de Manoaj le contó a su esposo que un ángel se le había aparecido y le había dado un mensaje, Manoaj no la creyó del todo. La palabra de una mujer no valía mucho en aquella época. Prefirió oírlo directamente del ángel. Entonces oró a Dios, diciendo: «Señor, te ruego que el hombre de Dios que has enviado venga otra vez a nosotros y nos enseñe qué debemos hacer cuando nazca el niño» (Jue 13,8). Manoaj pide que el ángel se aparezca «a nosotros». Y dice el texto: «Yahvé escuchó a Manoaj». Pero, curiosamente, agrega: «Y el ángel vino otra vez donde la mujer, cuando estaba sentada en el campo. Su marido Manoaj no estaba con ella» (Jue 13,9). Un posible toque de humor en el relato y a la vez una insinuación de que Manoaj no era digno de semejante visita. Solo su mujer, que está sola en el campo y disponible para escuchar la voz de Dios, puede recibir los mensajes angélicos.

Ante esta segunda aparición del ángel, ella corre a informar a su marido. Entonces «Manoaj se levantó y, siguiendo a su mujer, llegó donde el hombre» (Jue 13,10-11). Que la mujer estuviera trabajando en el campo mientras su marido estaba en la casa ya era una inversión de roles. Pero que ahora Manoaj siga a su mujer y camine detrás de ella, para una sociedad machista, resultaba por demás agraviante. Mostraba, además, la ineptitud de Manoaj y sugería que este nunca habría visto al ángel de no haber sido porque ella le condujo hasta él.

¡La comida, ni probarla!

Cuando Manoaj llega donde estaba el ángel, le somete a un largo interrogatorio. Lo primero que quiere saber es: «¿Eres tú el que habló con esta mujer?». Llama la atención que no diga «mi esposa». Además, con su pregunta pone en duda la historia que ella le ha contado. Pero el ángel confirma: «Yo soy» (Jue 13,11). Manoaj sigue desconfiando del mensaje que su mujer le ha transmitido sobre el niño, e insiste: «¿Qué forma de vida y qué conducta tendrá que llevar el niño?». El ángel le contesta: «Deberá abstenerse de todo lo que indiqué a esta mujer» (Jue 13,12-14).

La respuesta del ángel es dura. Parece decirle: «Vete y pregúntale a tu esposa, que ya hablé con ella y le conté todo». Un reproche a Manoaj por no haber confiado en su mujer y una indicación de que la palabra de ella vale tanto como la de un hombre, afirmación sin duda revolucionaria del autor.

A estas alturas, Manoaj ya debería darse cuenta de que está hablando con un ángel de Dios. Pero en la Biblia los ángeles tienen la apariencia de una persona (Gn 19,1-2); no llevan vestiduras blancas, ni tienen alas, ni vuelan, como a menudo se los representa en el arte; y Manoaj no parece muy lúcido como para captar su presencia. Por eso, a continuación le ofrece algo de comer: «Permítenos prepararte un cabrito» (Jue 13,15). Pero los ángeles no comen alimentos humanos. Una nueva ironía del autor para mostrar el desconcierto de Manoaj, que no tiene ni idea de lo que está sucediendo. Y el ángel le responde: «Aunque me obligaras a quedarme, no probaría tu comida» (Jue 13,16).

Ver a Dios y seguir con vida

Perplejo, Manoaj quiere saber más sobre el visitante y le pregunta: «¿Cuál es tu nombre, para que, cuando se cumpla lo que has dicho, podamos honrarte?». Pero los ángeles, en esta época antigua, no tenían nombre. Solo son llamados «mensajeros». Querer averiguar su identidad es como invadir un misterio. Manoaj sigue siendo objeto de las chanzas del redactor, que pone de nuevo en evidencia su confusión. Y el ángel, que a estas alturas del relato ya tiene poca paciencia con Manoaj, le responde: «¿Por qué me preguntas el nombre? Es misterioso» (Jue 13,17-18).

Manoaj ya está totalmente perdido, y prefiere ofrecer a Dios una ofrenda vegetal junto con un cabrito, que sacrifica sobre un altar. Y en el momento en que la llama del altar sube al cielo, el hombre con el que hablaba también sube al cielo, en medio del fuego, sin quemarse. Solo entonces «Manoaj se dio cuenta de que era el ángel de Yahvé» (Jue 13,19-22). Lo que la mujer había comprendido en un instante, al comienzo del relato (Jue 13,6), su marido lo entiende ahora. No es de extrañar que el ángel haya querido, desde el principio, hablar con ella.

Pero las torpezas de Manoaj no terminan aquí. Cuando el ángel desapareció, dijo a su esposa: «Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios». En efecto, según una antigua creencia, nadie podía ver a Dios y seguir viviendo; quien lo veía tenía que morir (Ex 33,20). Manoaj, atemorizado, le recuerda esto a su mujer. Pero ella, con más sentido común, le dice: «Si Yahvé hubiera querido matarnos [...] no nos habría comunicado una cosa así» (Jue 13,22-23). ¡Elemental! Si ellos iban a morir, ¿cómo nacería Sansón y cómo se cumpliría el anuncio del ángel? De nuevo se han invertido los roles, y es la mujer la que tranquiliza a su marido.

Finalmente, nace el niño, y es su madre quien «lo llamó Sansón» (Jue 13,24), en contra de la costumbre israelita de que fuera el padre quien pusiera el nombre. De nuevo Manoaj es dejado de lado en favor de la madre.

Anónima con renombre

Un viejo mito contaba que, en la antigüedad, los ángeles se habían unido a algunas mujeres y habían engendrado gigantes en la tierra. Basándose en él, la tradición oral fue formando la leyenda de Sansón, un héroe cuya fuerza colosal le venía de ser descendiente de un ángel.

En el siglo VII a. C., un autor la puso por escrito y la incluyó en el libro de los Jueces. Y para dejar en claro la paternidad angelical, describió a Manoaj de manera peyorativa, como un hombre lerdo y torpe, incapaz de engendrar a semejante héroe. En cambio, presentó a su madre como una mujer superior. Tan bella que un ángel la deseó. Tan independiente que podía estar sola en campo abierto. Tan lúcida que pudo reconocer a un enviado divino. Incluso el hecho de no tener nombre, en vez de rebajarla la exalta, ya que el mensajero divino tampoco tiene nombre, de modo que ambos aparecen estrechamente relacionados en el mismo nivel.

Por si esto fuera poco, la mujer es descrita con la habilidad de predecir el futuro. Porque, cuando transmite a su marido el mensaje divino de que tendrá un niño y que será nazir (consagrado) «desde su nacimiento», añade por su cuenta que será nazir «hasta el día de su muerte» (Jue 13,7). Esto no se lo había dicho el ángel. Y resulta extraño, porque los nazires solían serlo solo por un tiempo. Pero la mujer profetizó que el niño lo sería durante toda la vida. Y su profecía se cumplió, porque Sansón morirá cuando rompa su voto de nazir.

Todo esto convierte a la madre de Sansón en una de las mujeres más extraordinarias de la Biblia.

Ver o no ver

Según la Biblia, Sansón pudo nacer gracias a una mujer extraordinaria. El marido de esta, en cambio, nunca supo distinguir al enviado de Dios. Lo descubrió después de que el ángel se apareciera por segunda vez, repitiera el mensaje, se negara a comer, rechazara revelar su nombre, se introdujera en las llamas y se esfumara en medio del fuego. Únicamente entonces comprendió lo que su esposa había entendido desde un principio. Hay gente que es capaz de ver lo que otros no ven. De entender por dónde pasa lo importante, lo trascendente, lo central de la existencia, mientras otros parecen turistas de la vida, que transitan de manera superficial por el mundo.

Cierta vez, un ladrón caminaba por un bazar y llegó a un puesto donde vendían joyas de gran valor. Sus ojos se centraron en un diamante, y quedó deslumbrado por su belleza. Aprovechando un descuido del vendedor, pegó un manotazo a la joya y huyó. Todos alcanzaron a verlo, de modo que entre varios le sujetaron, inmovilizaron y detuvieron hasta que llegó la policía. Ya en la comisaría, el oficial le preguntó: «¿Cómo se te ocurrió robar delante de tanta gente?». El ladrón respondió: «Es que cuando vi la joya ya no vi a la gente».

Muchos caminan como ciegos por la vida, encandilados por baratijas, por lo material, por tonterías, sin percibir a quienes les rodean. Viven en un mundo de fantasías sin distinguir lo que de verdad es valioso. No descubren lo importante, que es valorar su familia, cuidar a los amigos, atender la salud, cuidar el tiempo, no discutir por tonterías, buscar la felicidad. Y aunque la vida de vez en cuando nos coloca a alguien al frente para llamarnos la atención y señalarnos lo que es importante, nos cuesta verlo. Solo los que abren los ojos a lo trascendente, como la madre de Sansón, pueden engendrar héroes en sus vidas. Porque como dijo el sabio: «Quien mira con frecuencia al cielo acaba por tener alas».

PARA CONTINUAR LA LECTURA

SICRE, J. L., Jueces. Estella, Verbo Divino, 2018.

Nuevos enigmas de la Biblia 3

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