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¿Se casó el rey David con su propia suegra?
ОглавлениеLa mujer encubierta
Según la Biblia, el rey David tuvo numerosas esposas. En una época en la que el prestigio de un gobernante se medía por la cantidad de mujeres de su harén, eso no es extraño. Lo que sí resulta novedoso para muchos lectores de la Biblia es descubrir que entre esas mujeres figuraba... ¡su propia suegra! Se llamaba Ajinoán, y fue su segunda mujer.
En la Biblia, ella aparece repentinamente y casi de pasada. Después de que el narrador cuenta con todo lujo de detalles cómo, cuándo, dónde y por qué se había casado con su tercera mujer, llamada Abigail (1 Sam 25), de pronto, y como si se hubiera olvidado de decirlo antes, recuerda: «Ah, David también se había casado con Ajinoán, de Yizreel» (1 Sam 25,43).
El autor no dice quién era esta Ajinoán. Sin embargo, los exegetas han descubierto las huellas de una antigua tradición que la identifica como la madre de su primera mujer y, por tanto, como su propia suegra. ¿Cuáles son esos datos? ¿Y por qué David concretó ese matrimonio contrario a la Ley judía, que prohibía a un hombre casarse al mismo tiempo con la madre y con la hija (Lv 18,17)?
Un canto que desencanta
Según el texto bíblico, todo comenzó cuando el joven e inexperto David llegó a la corte del rey Saúl. David era un modesto pastor, nacido en Belén, que cuidaba las ovejas en el campo de su padre. Por su afición a la música y porque tocaba muy bien la cítara, el rey Saúl lo llevó a su palacio y lo contrató para que con sus melodías ahuyentara los «malos espíritus» que solían atacarle y le liberara de los estados depresivos en los que caía con frecuencia.
Pero David no solo era músico, sino que con el tiempo se convirtió en un excelente guerrero, y en épocas de campaña militar salía a luchar valerosamente. Sus hazañas poco a poco fueron sacándolo del anonimato y lanzándolo a la fama ante los ojos de todo Israel. También el rey Saúl era admirado por sus proezas militares, pero los logros de David fueron eclipsando paulatinamente la actuación del rey. Así, un día en que ambos volvían victoriosos de la guerra contra los filisteos, dice la Biblia que las mujeres de la ciudad salieron a recibirlos cantando: «Saúl ha matado a miles, pero David, a decenas de miles» (1 Sam 18,5-7).
Al rey Saúl no le sentó bien la copla de las cantoras, y comenzó a sentir envidia por su joven militar. Veía que hasta su hijo mayor, Jonatán, le admiraba y se había convertido en el mejor amigo de David (1 Sam 18,1-4). A medida que su fama aumentaba, crecían los celos y la antipatía del rey hacia el músico de la corte.
El odio del rey llegó a tal punto que dos veces, mientras David tocaba el arpa en su presencia para relajarlo, intentó matarlo arrojándole una lanza. Pero en ambas ocasiones David pudo zafarse a tiempo (1 Sam 18,10-11; 19,9).
Escape por la ventana
Entonces Saúl resolvió tenderle una trampa. Ofreció darle como esposa a su hija mayor, la princesa Merab, con una condición: «Que seas valeroso y luches las batallas de Yahvé». Lo que quería Saúl era que David saliera a pelear en todas las batallas, pensando que en alguna podría sucumbir. David cumplió con lo que le pedía. Pero, cuando llegó el momento de entregarle su hija, el rey se la dio a otro, a un tal Adriel de Mejolá (1 Sam 18,17-19). No sabemos con qué argumento Saúl faltó a su promesa. Lo cierto es que las esperanzas de David de convertirse en su yerno quedaron frustradas.
Pronto Saúl encontró una nueva oportunidad de atentar contra David. Se enteró de que su hija menor, Mical, estaba enamorada de él, y decidió usarla como señuelo. Pero esta vez puso una condición más arriesgada para concretar la boda: que le trajera cien prepucios de filisteos, ya que estos eran famosos por no estar circuncidados.
Saúl estaba seguro de que David no iba a poder cumplir con la petición. Los filisteos eran los enemigos más feroces que tenían los israelitas, y nunca habían podido ser sometidos del todo. Pero David, que seguía soñando con la idea de convertirse en miembro de la familia real, cumplió también con esta condición, y en vez de cien le trajo doscientos prepucios de filisteos. Esta vez la boda ya no pudo evitarse (1 Sam 18,20-27). Ahora sí, Saúl estaba más preocupado que nunca. David se había convertido en una verdadera amenaza, ya que, como miembro de la familia real, podía aspirar a suceder al monarca en el trono.
Saúl pensó que, si no acababa pronto con David, David acabaría pronto con él. Su popularidad crecía cada día más, y su nombre se había vuelto famoso incluso entre los filisteos (1 Sam 18,28-30). Entonces, una noche envió soldados a su casa para capturarlo por sorpresa y matarlo. Pero David, advertido por su esposa Mical, logró escapar por una ventana y huir lejos, al desierto de Judá (1 Sam 19,11-18).
Nunca más ese nombre
Al ver disipada la última oportunidad de matar a David, Saúl dispuso que Mical fuera entregada como mujer a otro hombre, así David quedaría sin vínculo alguno con la casa real. De este modo, el poderoso yerno del rey se convirtió de la noche a la mañana en un fugitivo errante en las montañas de Judá. Tuvo que empezar a organizarse de nuevo. Con esfuerzo reunió un pequeño ejército de pordioseros y vagabundos, y emprendió con ellos algunas campañas militares por los alrededores. Así se fue transformando en una especie de reyezuelo sin reino, y gradualmente fue afianzando su poder. Llegó incluso a aliarse con el monarca de los filisteos (1 Sam 27,1-7)
Quizá en este momento fue cuando empezó a querer concretar sus aspiraciones al trono de Saúl. Pero para poder aceptado por las tribus de Israel necesitaba emparentarse con el rey; y Mical, su exesposa, ya había sido dada en matrimonio a otro hombre. Fue entonces cuando ideó su más hábil maniobra política y su apuesta más alta: en vez de intentar recuperar a la hija del rey se apoderaría de la propia esposa del monarca, la reina Ajinoán. En efecto, en este momento del relato es cuando la Biblia cuenta: «David se casó con Ajinoán, de Yizreel» (1 Sam 25,43).
La Biblia guarda un respetuoso silencio y no dice que esta Ajinoán sea la esposa de Saúl. Sin embargo, en todo el Antiguo Testamento solo hay una persona que se llama así: la mujer de Saúl (1 Sam 14,50). Y como afirman hoy los estudiosos, dos personajes que tienen el mismo nombre, en el mismo lugar, en la misma época, en la misma familia, en la misma narración, y que no vuelve a aparecer nunca más, son con toda probabilidad la misma persona.
Además, el escritor sagrado no intentó distinguirlas en el relato, como se suele hacer cuando dos personas llevan el mismo nombre y son diferentes personajes. Al contrario, a la Ajinoán de Saúl se la identifica como «hija de Ajimaas» (1 Sam 14,50), por el nombre de su padre, y la de David como «[oriunda] de Yizreel» (1 Sam 25,43), por el nombre de su ciudad. Lo cual parece ser una prueba a favor de la identificación de las dos.
Con la moneda del rey
Pero hay otras escenas que parecen avalar esta misma conclusión.
Por ejemplo, después de que la Biblia cuenta que David se había casado con Ajinoán, añade: «Porque Saúl había dado a su hija Mical, mujer de David, a Paltí» (1 Sam 25,44).
El hecho de que el autor bíblico diga que David se había casado con Ajinoán «porque» Saúl había entregado a Mical a otro hombre significa que había alguna relación entre ambos sucesos, es decir, entre el nuevo matrimonio de David y la ruptura de su matrimonio anterior. Ahora bien, ¿qué vinculación podía haber entre las dos bodas? La única respuesta es que, al verse David privado por Saúl de la princesa que le servía para sus aspiraciones al trono, se apoderó de la esposa, la reina madre, con lo cual sus pretensiones monárquicas se veían reforzadas.
De este modo, David no solo volvía a estar en la carrera hacia el trono de Israel, sino que además se vengaba del rey pagándole con la misma moneda: Saúl le había quitado su mujer, y David le quitaba la suya.
La cólera del monarca
Si aceptamos esta hipótesis, debemos reconocer que no sabemos cómo David se apoderó de su suegra. Quizá mediante una estratagema o un ataque por sorpresa. O incluso ella pudo haberse ido con él voluntariamente, pensando que con su depresivo marido tenía menos futuro que con el ascendente David. Lo cierto es que a partir de este momento vemos a Saúl emprender una feroz persecución contra David. A través del desierto, de las montañas, de las grutas, de los poblados de Judá, el rey envió varias expediciones, algunas incluso dirigidas por él mismo, en busca de su detestado enemigo, pero sin resultado. Era tal el odio hacia David y tal su obsesión por encontrarlo que llegó a asesinar a ochenta y cinco sacerdotes del santuario de Nob, las personas más sagradas del país, porque habían ayudado al fugitivo a escapar con provisiones (1 Sam 22,12-19).
Otra escena bíblica también parece confirmar que la Ajinoán de David era efectivamente la esposa de Saúl. Se cuenta que un día, sin que Saúl lo supiera, David se presentó de incógnito en la ciudad de Guibeá, donde el monarca tenía su palacio. Allí permaneció tres días en secreto y se entrevistó con Jonatán, el hijo mayor de Saúl, que seguía siendo su gran amigo. Cuando el rey se enteró, montó en cólera contra Jonatán por haberle permitido escapar y le dirigió unas palabras duras y groseras: «¡Hijo de...! [“una perdida”, suelen traducir delicadamente las Biblias], ¿acaso crees que yo no sé que prefieres al hijo de Jesé [o sea, a David], para vergüenza tuya y vergüenza de la desnudez de tu madre?» (1 Sam 20,30).
Ultrajes en la familia
Que Saúl diga a Jonatán que lo que ha hecho contribuye a la vergüenza del joven se entiende. Pero ¿qué tiene que ver aquí su madre? ¿Por qué alude a la vergüenza «de la desnudez» de Ajinoán?
En el Antiguo Testamento, cuando se menciona «la desnudez» de alguien, suele referirse al ámbito sexual de esa persona, como se ve por ejemplo en el libro del Levítico, donde se habla de «la desnudez de tu hermana», «la desnudez de tu tía», «la desnudez de tu nuera», para referirse a las relaciones sexuales de ellas (18,7-18). Por lo tanto, la frase de Saúl «la desnudez de tu madre» equivale a «la vida sexual de tu madre». Que Saúl, al hablar de David, evoque a Ajinoán y se refiera a ella con términos que aluden a su vergonzosa sexualidad tiene más sentido si el rey está haciendo alusión a la unión marital de esta con David.
Lo que quiso decir Saúl a Jonatán es que el hecho de haber ayudado a salvar la vida de David no solo lo deshonraba a él como hijo (por haber traicionado a su padre), sino que también ayudaba a prolongar la inmoralidad de su madre, convertida así en la concubina de David.
Tres veces reina
Saúl nunca pudo dar alcance a David ni recuperar a su esposa (2 Sam 2,2). Con el pequeño ejército de voluntarios que había formado, David logró siempre evadirse mientras afianzaba cada vez más su poder como jefe y caudillo en el país. Y si bien durante su vida errante se casó con varias mujeres más, supo mantener la prioridad de Ajinoán, como se ve en el hecho de que ella figura siempre en primer lugar cada vez que se menciona la lista de sus mujeres (1 Sam 27,3; 30,5; 2 Sam 2,2; 3,2).
Ajinoán llegó a darle a David su tan ansiado primogénito, llamado Amnón (2 Sam 3,2). Paradójicamente, este hijo de David, por ser también hijo de su suegra, fue a la vez... ¡hijo y cuñado de David!
Poco después, según la Biblia, David se convirtió en rey de un pequeño territorio al sur del país (2 Sam 2,1-4).
Por aquel tiempo tuvo lugar la batalla de Gelboé, en la que el rey Saúl tuvo que enfrentarse a sus tradicionales enemigos, los filisteos. En el transcurso del combate murieron Saúl y tres de sus hijos. La familia real quedó así debilitada y no pudo mantenerse por mucho tiempo más en el trono. Entonces a David se le abrieron las puertas para cumplir su sueño largamente acariciado: ser también rey del norte, en lugar de Saúl. El hecho de contar con la esposa del rey anterior influyó sin duda para que fuera bien visto por los jefes tribales, que aprobaron su designación (2 Sam 5,1-3).
Cuando David fue coronado rey de todo Israel, Ajinoán, que un día había abandonado su palacio de Guibeá para emprender una vida errante junto a David, alcanzó un puesto al que ninguna otra mujer llegará nunca en la Biblia: ser tres veces reina de tres reinos distintos. Primero, del reino del norte como esposa de Saúl; luego, del reino del sur como esposa de David, y finalmente reina de todo Israel. Sin duda se sentiría satisfecha.
Un profeta lo recuerda
Años más tarde, siendo ya David rey de Jerusalén, tuvo lugar una última escena que parece avalar el hecho de que Ajinoán había sido efectivamente su propia suegra.
El escritor sagrado cuenta que, además de las numerosas esposas que tenía, se enamoró de una vecina suya llamada Betsabé. Como esta estaba casada, el rey hizo matar a su marido y se quedó con ella. El crimen se mantuvo en secreto (2 Sam 11). Pero Dios, que ve en lo secreto, mandó un día al profeta Natán para reprochar a David su pecado. Entonces Natán se presentó ante David y le dijo: «Así dice Yahvé, Dios de Israel: “Yo te he ungido rey de Israel y te libré de las manos de Saúl. Yo te he dado la casa de tu señor y he puesto en tus brazos las mujeres de tu señor. ¿Por qué has despreciado a Yahvé?» (2 Sam 12,7-9).
Natán le recuerda a David que todo lo que tiene se lo debe a Dios. Y en esa lista de cosas menciona también a «las mujeres de tu señor». Aquí, «señor» se refiere a Saúl. Ahora bien, ¿quiénes son «las mujeres» de Saúl que Dios le dio a David? Si se refiere a Mical, el profeta debería haber dicho «la hija de tu señor». Pero habla en plural de «las mujeres» de Saúl. Sin duda, habría que incluir aquí a Ajinoán, la mujer del antiguo monarca. Notemos que Natán alude a «las mujeres de Saúl» como un elemento importante en su ascensión al trono de Israel. Y, ciertamente, el hecho de haber contado con la reina Ajinoán fue uno de esos factores.
La jugarreta de David de apropiarse de la mujer de Saúl aparece así en la Biblia como una inspiración divina para que David pudiera llegar a ser rey y contribuyera a los planes de Dios. Pero David, con su posterior vida de pecado, no logró cumplirlos del todo.
El poder no es para delinquir
Según las Escrituras, David había sido elegido por Dios para gobernar en el trono de Israel. Pero la política nunca es sencilla, y a veces se convierte en un terreno fértil para cultivar las debilidades de quienes la ejercen. Es lo que pasó con David. Cuando era un perseguido y un fugitivo, acudió a Dios, y así tuvo la lucidez de apoderarse de Ajinoán como estrategia que le ayudara a llegar a rey. No fue un delito sexual, sino una maniobra política válida para conquistar un trono que le estaba reservado.
Pero, cuando llegó a ser rey, quiso continuar con la práctica de quedarse con las mujeres ajenas y se apoderó de Betsabé, la esposa de su general. No ya para obtener un éxito político, sino para satisfacer sus pasiones. Se sentía poderoso. Y ese poder le corrompió. Entonces Dios le hizo saber que ya no lo acompañaba. Su figura empezó a empañarse y a declinar. Su gobierno se vio saturado de guerras civiles, peleas internas, revueltas familiares y muertes dolorosas. Hasta tuvo que contemplar cómo su hijo Absalón, que se había sublevado contra él y había ocupado el trono de Jerusalén, subía al techo del palacio y se acostaba con sus esposas delante de todo el pueblo, mostrando que él era el nuevo monarca (2 Sam 16,20-23). ¡Triste ironía! La acción que David había cometido en privado ahora la sufría en público.
Es que quienes abusan de la autoridad, pervirtiendo el poder y envileciendo la política, nunca tendrán el apoyo de Aquel que ostenta la suprema autoridad en este mundo. Por eso, según la Biblia, en algún momento verán sus planes destruidos y su vida avergonzada. David, el rey más poderoso que tuvo Israel, lo experimentó en carne propia. Tenía razón María cuando, muchos siglos después, en casa de Isabel, compuso un canto diciendo que los poderosos, por más poderosos que sean, terminan siendo derribados, mientras que los que se mantienen humildes son encumbrados (Lc 1,52).
PARA CONTINUAR LA LECTURA
HALPERN, B., David’s Secret Demons. Messiah, Murderer, Traitor, King. Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2001.