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PRÓLOGO
POR MARTÍN
CAPARRÓS


Completar
al genio

Son días extraños: el genio acaba de perder el partido más humillante de su vida y parece como si algo se acabara. Como si el tiempo, por fin, lo hubiera alcanzado: como si ese tiempo que parecía no pasar para él se diera vuelta, traidor barato, y lo atrapara.

Son días extraños: por momentos, parece como si el genio ya se estuviera completando. No en el sentido Ariel: no en el de conseguir lo que le faltaba, sino en el de reconocer que ya casi llegó, dar lo hecho por hecho y terminarlo. Quizás ahora, cuando su carrera se va volviendo caminata, podamos empezar a mirar el cuadro en su conjunto: dejar de ver cada gambeta, cada pelota al ángulo, y empezar a entender la historia de un chico que hizo historia.

Messi lleva quince años bajo las luces más potentes: desde que cumplió sus 18, millones de personas lo miran y lo miran. Y, sin embargo, no sabemos quién es. Es raro el fútbol: algo que solo existe para que lo miremos es, fuera de las canchas, empecinadamente opaco. Nos pasamos tantas horas de la vida escrutando a señores sobre los que no sabemos nada en realidad: nada más que lo que hacen con los pies y, escasamente, la cabeza. Y sobre Messi, menos. Messi siempre fue un misterio: el misterio más conocido del planeta.

Messi son hechos, no palabras; como decía algún político, no miren lo que digo, miren lo que hago. Lo que hace –lo que hizo– es absolutamente extraordinario: yo creo que nadie jugó al fútbol como él, con esa facilidad, con esa altura. Hizo, durante años, posible lo imposible; es más: lo hizo demasiado fácil. Siempre pensé –y lo escribí hace tanto– que le hacía falta, si acaso, más incertidumbre. Estaba claro en la famosa competencia con Diego Armando Maradona: dos juegos tan distintos.

Maradona era un concierto precario de tacos, caños y rabonas. La gambeta agónica, la victoria tembleque: lo increíble de ver a Maradona era que siempre inventaba algo que parecía a punto de fracasar por imposible o impensable y estaba por perder y tropezaba pero, a último momento, se rehacía y lo lograba. Maradona parecía jugar como vivía –como vive–: al borde del abismo.

Todo en él era desmesurado y frágil; Messi fue lo contrario. Messi hacía las cosas –las cosas más inverosímiles– como si fueran lo más fácil del mundo: como diciendo que cualquiera podría hacerlo. Era su fuerza increíble –se diría que hacía literalmente lo que quería– y era, al mismo tiempo, su debilidad: no terminaba de convencernos de que eran genialidades; parecían bobadas. Bastaba ver a Maradona para saber que lo que hacía era heroico, extraordinario; bastaba ver a Messi para creer que lo que hacía era sensato, cotidiano.

Era obvio que no lo era: que nadie podía hacerlo como él. Pero yo solía creer que quizá lo habría beneficiado mostrarlo más: jugar más dramático, simular que no tenía el control que tenía, darse una intravenosa del espíritu Diego. No lo hacía: su espacio de incertidumbre no estaba en los pies, sino en la camiseta. Lionel Messi, el más grande, el que lideró el mejor equipo de la historia, el que ganó todos los títulos y los récords posibles, fracasó –por usar la palabra aceptada– con el equipo de Argentina.

Ese fracaso –sus formas, sus momentos, sus misterios, sus razones– es el centro de este libro de Ariel Senosiain: de cómo el mejor jugador de la historia perdió su pelea con la historia. De cómo ganó casi todo, salvo ese partido que podría haberlo confirmado sin lugar a dudas como el mejor de siempre.

Messi, el genio incompleto usa –con gusto, elegancia, picardía– el atractivo de lo extraordinario. Y nos recuerda, sobre todo, lo ordinarias que son las historias extraordinarias –y viceversa–. El genio incompleto rebosa de cositas: es el trabajo de alguien que quería conocer la pequeña historia de esa pequeña gran historia que es la vida del mejor jugador de la historia, y averiguó y averiguó, y lo cuenta encantado. El genio… es de esos libros que te dan ganas de citarlo todo: lleno de datos y relatos y momentos alrededor del fútbol.

Por eso leerlo es un placer y es, también, un ejercicio de melancolía, el tiempo que se va. Ya nunca vamos a descubrir a un pibe medio argentino, medio catalán, de pelo largo y cara de opa, que nos va a convencer de que el fútbol era él. Ya nunca aquello empezará de nuevo: estamos viendo su final.

Por eso, Ariel lo cuenta. Con una búsqueda intensa, que supone docenas de charlas y entrevistas; con una prosa ágil, que la circula a un toque; con pasajes que te relatan lo que no sabías, que te explican lo que no entendías, Messi, el genio incompleto es un recorrido por las razones de esa incompletud: por qué un genio no consiguió lo que muchos otros, tanto menos geniales, consiguieron.

Y es, a fin de cuentas, el retrato de un muchacho que sufrió más de lo necesario. Que quizá porque sufría como sufría consiguió ser quien fue: porque no soportaba el sufrimiento de perder y, entonces, para sufrir un poco menos, debió ser mucho más que todos. Pero que, al final, no lo consiguió. O, si acaso: todavía no lo consiguió. O, quizá: sí que lo consiguió, y todavía no lo entendimos.

Torrelodones, agosto 2020

Messi. El genio incompleto

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