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1 RECUERDO
DE UNA
CONVOCATORIA

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–Jorge, soy del Departamento de Selecciones de la AFA. Lo estoy llamando porque nos interesa convocar a su hijo Leonardo.

–Mi hijo se llama Lionel. Y al fin lo llaman. Él sólo quiere jugar para Argentina.

El inicio de una historia siempre es impreciso y subjetivo. Incluso puede haber un conjunto de inicios, un punto de partida fragmentado. Puede establecerse en distintos momentos, desde aquel llamado con respuesta positiva, hasta esta propuesta rechazada:

–Oye, Leo. Va a venir a hablarte el entrenador del seleccionado juvenil. Tú sabes que aquí en España tenemos la división sub 16. Te lo cuento solo para que lo sepas y estés preparado. Obviamente haz lo que quieras.

También el inicio puede ser un trámite burocrático:

–Mañana hay un amistoso, juega el sub 20 de Argentina contra Paraguay. Lo dirigís vos, en la cancha de Argentinos. Llevá las planillas FIFA. Hay que homologar el partido. Y prestale atención a un chiquito que va a entrar en el segundo tiempo, fijate que esté anotado. Al día siguiente traé la planilla como siempre al Colegio de Árbitros. Nosotros la mandamos por fax a Zúrich.

O una indicación que el protagonista escucharía varias veces, aunque no como sugerencia, sino en forma de reclamo:

–Jugá como en el Barcelona.

Contra lo que se pudo haber sentenciado en decenas de charlas de café, Lionel Messi representa un producto típicamente argentino. De época. Es uno más de los tantos que, a principios de siglo, tuvieron que cambiar lugar, hábitos y compañías para desarrollarse profesionalmente. Messi dejó la Argentina en septiembre de 2000, cuando tenía 13 años, antes de que el grueso de miles de compatriotas tomara el camino de Ezeiza como la salida a la crisis económica. Tenía otra meta, claro, pero el desarraigo le cabe a cualquiera.

En esa distancia, sucedieron hechos más conocidos. La sorpresa que causó en la prueba que le realizaron en el Barcelona. La firma de algo parecido a su primer contrato en una servilleta. El regreso a Rosario para esperar el llamado con la aprobación definitiva. El llamado. El viaje definitivo, con sus padres, sus dos hermanos y su hermana, el 1º de febrero de 2001. Su llanto durante todo el itinerario. La falta de adaptación de su hermana y, en consecuencia, la separación de parte de la familia. Y, permanentemente, sus ganas de que en su país lo tuvieran en cuenta.

Mientras Messi atravesaba las categorías juveniles del Barcelona, en la Argentina era un absoluto desconocido. No había llegado a participar en torneos nacionales mientras jugaba para Newell’s, por lo que el de boca en boca sobre sus condiciones se limitaba a su Rosario natal. En España, obviamente, llamaba la atención. El representante Fabián Soldini, que fue parte de su primer viaje a España, cuenta que “Leo prometió no tomar Coca Cola, su perdición, hasta que lo convocaran de las juveniles de Argentina”. Pero la relación no fluía de manera natural, casi como un anuncio de la dificultad que marcaría su trayectoria en la selección. Alguien debía forzar el contacto.

Soldini le acercó una edición de jugadas a Claudio Vivas, en ese momento ayudante de Marcelo Bielsa en la selección mayor. Por entonces, el conocimiento no podía generarse por otra vía más que por un video que ratificara las referencias. Seguramente esos habrán sido “los videos que mandaba desde España para que me conocieran”, según dijo Messi en junio de 2019 en TyC Sports. Soldini recuerda: “Cité a Vivas en el bar Paso Sport, en avenida Pellegrini y Paraguay, en Rosario. Como el Barça participaba en las categorías menores a nivel regional, la desconfianza que siempre surgía era si hacía todo lo que hacía por la falta de calidad de los rivales”.

Luego, Vivas recibió otro VHS, aunque en circunstancias especiales. Mientras descansaba en su habitación del hotel Princesa Sofía, en Barcelona, durante una recorrida de visitas a los jugadores de la selección previa a un 4-1 a Japón, en un amistoso de junio de 2003, se le presentó en la recepción un hombre con material de Lionel Messi. La memoria y su inconstancia construyen cualquier relato. Aquel hombre, quedó instalado en el tiempo, supuestamente se había presentado apenas con el nombre de Jorge, lo que durante años generó la especulación de que probablemente hubiese sido Jorge Messi, el padre de Lionel. Pero la memoria y su versión más fina, tantos años después, emprolijan la historia.

Una foto le permite a Vivas reconocer al hombre en cuestión. La suposición se corta: no se llamaba Jorge, sino Horacio. Y se trataba de Horacio Gaggioli, un rosarino que trabajaba junto a Josep Minguella, agente de futbolistas vinculado al Barcelona. Tanto Gaggioli como Minguella habían firmado aquel vínculo en una servilleta.

Vivas le mostró el video a Bielsa. Y Bielsa le pidió que se lo pasara a velocidad normal:

–Marcelo, es la normal. No está acelerado. Juega así.

Por entonces, Messi había cumplido 16 años. Incluso con uno de ventaja, calzaba justo para el Mundial sub 17 de Finlandia, que sería la única cuenta pendiente de la gestión de José Pekerman y Hugo Tocalli. De vuelta en la Argentina, Vivas le pasó el material a Tocalli, entrenador de las selecciones menores, a quien le llamó la atención lo mismo que a Bielsa: “Vi el video: cuatro, cinco jugadas simplemente. Suficiente. Me sorprendió la velocidad a la que hacía todo. No lo cité simplemente porque no había tiempo. En diez días nos íbamos a Finlandia”.

Omar Souto, histórico empleado de la AFA, agrega: “Nos dieron un video que parecía de una publicidad, hacía maravillas. Hugo les preguntó a varios que estaban en España si habían oído hablar de él: a Pekerman y Eduardo Urtasún, que dirigían al Leganés, y a Juan Pablo Sorin, que jugaba en el Villarreal. Y no lo registraban”. Tocalli detalla: “José no sabía quién era. Y le comenté a Javier Saviola, que estaba en el Barcelona, y me dijo que le habían comentado sobre un argentino, pero que no lo había visto nunca”.

El único integrante de aquella selección sub 17 que lo conocía era el lateral izquierdo, Lautaro Formica: “Yo soy de la camada 86, Leo es de la 87. Los dos habíamos salido de Newell’s. Cuando jugaba en el baby, para nosotros era un disfrute verlo. Había dos pibes que la rompían: el Billy Rodas, en nuestra categoría, y él, en una más chica. Rodas era parte de aquella selección y se lesionó; en ese momento pensé que lo llevarían a Leo. Pero convocaron a Fernando Gago”.

El destino cruzaría a España y Argentina en semifinales en ese Mundial, con victoria de los europeos y destacada actuación de Cesc Fàbregas, compañero de Messi en el Barcelona. Ambas delegaciones compartían hotel en Helsinki. La noche posterior al partido, Tocalli tuvo un informante inesperado:

“¡Fue el cocinero! ‘Oye, Tocalli. Si tú tenías a ese chaval del Barça, eras campeón’, me dijo. Yo giré hacia donde estaban todos los españoles sentados, incluido José María Villar, el presidente de la Federación. ‘No será Messi, ¿no?’, les pregunté. Me respondieron que sí todos juntos. Juro que esa noche no dormí. Me moría si nos robaban a una figura”.

El “chaval”, igualmente, ya le había dicho que no a la posibilidad de usar la camiseta española. Vicente del Bosque, que lo hubiese dirigido en la mayor, puede describir a Leo sin haberlo conocido: “Lo saludé un par de veces, no llegué a tener relación. Pero tengo claro que sigue siendo uno de esos chavales que se desviven por jugar, en la plaza, en la calle o donde sea. No perdió su esencia, es feliz jugando. Ojalá hubiera muchos Messis en un fútbol tan profesional. Mantiene la forma del barrio”.

Desde Madrid, Del Bosque acepta el diálogo. Aunque rápidamente anuncia que no le cabe responsabilidad. Que los especialistas en las selecciones menores fueron quienes trataron de sumar al promisorio argentino. Sí conoció las gestiones para hacerlo propio. Y siempre entendió, también, que Messi rechazara la convocatoria: “Lo vi lógico desde un primer momento. Es cierto que llegó de muy crío a España, pero su sentimiento era esperar para representar a su país. En la Federación, con Ginés Meléndez a la cabeza, hicieron lo posible por tenerlo”.

Meléndez era el entrenador del seleccionado español sub 16. Imaginaba el futuro: “Nuestros ojeadores en Barcelona nos contaron de él cuando tenía 14 años. Era parte de una gran generación del club, de la que teníamos a varios: Piqué, Cesc Fàbregas, Toni Calvo, Riera, Valiente. Solo me faltaba él, que era un diablo. Estábamos seguros de que iba a ser el jugador que fue y es. Solo había que tener paciencia y esperar que no se lesionase. Su entrenador, Álex García, le insistía para que jugara conmigo”.

García había dirigido a Messi en la división Cadetes, a los 14 y 15 años. “Hacía lo que sigue haciendo hoy –cuenta–. Le dije a Ginés: ‘Tenemos un chiquito en el Barça... Nunca vi algo igual’. Igualmente le advertí que creía que le iba a decir que no. ‘Sabe de dónde viene’”, intuyó.

Meléndez fue a la carga. García asegura que ni siquiera pudieron insistirle: “No pasó de una charla con Ginés. Quedó zanjado ahí mismo. Leo no cambia de opinión”. Y descarta una de las primeras leyendas: “Nooo, hombre... ¡De ninguna manera le ofrecimos dinero! Las decisiones de corazón no se compran”.

El Mundial sub 17 en Finlandia se jugó en agosto de 2003; entre noviembre y diciembre, se desarrolló el Mundial sub 20 en Emiratos Árabes Unidos. Los españoles parecían tener más ganas que los argentinos de que Messi jugara para Argentina. Sigue Souto: “Siempre estábamos con los españoles. Cuando estábamos en Emiratos, salimos a caminar con el delegado del Valencia, que le preguntó a Tocalli por qué no habíamos llevado a ese chaval que era mejor que todos los que teníamos. De vuelta al hotel Hugo no paraba de insultarse: ‘¡Soy un boludo! Y nadie me ayuda, ¿cómo puede ser que tengan que avivarme de afuera?’”. Ya eran demasiados indicios. Suficientes como para activar el plan.

El 30 de marzo de 2004, en el Monumental, antes del 1-0 de la selección mayor a Ecuador por las Eliminatorias, se dio el siguiente diálogo entre Tocalli y Julio Humberto Grondona:

–Hay un fenómeno en España. Tenemos que pagarle el pasaje y traerlo a jugar.

–Me contó algo Villar. ¿Qué querés hacer?

–Dos amistosos. Lo hacemos jugar y lo blindamos.

–Organizalos. Yo después me encargo del trámite en la FIFA.

En esa época, bastaba un partido oficial en una selección juvenil para que ese futbolista luego no pudiera actuar en la mayor de otra asociación. Pero rastrear a este jugador en particular no parecía sencillo: nadie en la AFA había tenido contacto con él. Nadie lo había visto.

Tocalli le dio una directiva a Omar Souto: “Ubicá a Leo Messi”. Tiempos artesanales, el camino fue de esos que se valoran a la distancia. Tuvo el sabor de la dificultad. Souto recuerda la cronología: “Me fui del predio de Ezeiza a un locutorio de Monte Grande. Pedí una guía telefónica de Rosario, solo sabíamos que era rosarino. Arranqué la página donde estaban los números de los Messi, hice una llamada cualquiera a mi casa para justificar que había entrado y volví al predio a rastrearlo. A la primera cercana que ubiqué fue a la abuela. La abuela de Lionel me pasó el contacto del tío. El tío, el del padre. Llamé al padre, me presenté y le dije que queríamos contar con su hijo, con el detalle de que le erré al nombre: siempre había escuchado que Leo es el apodo de los Leonardo”.

No era común que la AFA pagara un viaje de un juvenil desde el exterior. La excusa serían dos partidos, uno contra Paraguay en Buenos Aires, el martes 29 de junio, y otro contra Uruguay en Colonia, cuatro días después. Messi se sumó a los compañeros el viernes 25, un día después de su cumpleaños número 17; viajó a Rosario para pasar el fin de semana y se reintegró el lunes 28. “Tocalli nos dijo que íbamos a jugar un par de partidos por Leo. En realidad, hoy es Leo para todos, pero en ese momento sabíamos muy poco de él. La primera impresión de las prácticas es que la tenía atada”, recuerda Pablo Zabaleta, uno de los que armarían relación con Leo con el paso de los años. “Tenía cara de asustado en los primeros entrenamientos”, asegura Souto. “Sabíamos que se iba a sumar uno del Barcelona, pero no más que eso”, agrega Pablo Alvarado, integrante del plantel. “Me acuerdo que en una práctica me tiró un caño de taco que nunca había visto”, suma Federico Almerares, que como centrodelantero lo disfrutaría de cerca.

Luis Segura, entonces presidente de Argentinos y cercano al núcleo de la AFA, reconoce que “no lo podíamos decir en ese momento, pero la única razón del amistoso era asegurarnos a Messi. Ojo, nadie imaginaba lo que iba a ser ese pibe”. Los rivales ya habían sido invitados y si la certificación del rótulo de partidos oficiales en la FIFA sería un hecho, el escenario no podía ser un problema: “Apenas Julio (Grondona) sacó el tema, yo propuse jugarlo en nuestra cancha. La habíamos reinaugurado hacía poco. Para el club resultó una jornada especial: fue el primer partido de la historia que una selección argentina disputó en Juan Agustín García y Boyacá”.

El 26 de diciembre de 2003, se había jugado algo similar a un partido de un seleccionado juvenil en la cancha de Argentinos: el sub 20 había enfrentado a un combinado de figuras históricas del club en la reinauguración del estadio. No sería el último acto de esos tiempos. El 10 de agosto de 2004, año del centenario, un amistoso contra River sirvió para ponerle al estadio el nombre de Diego Armando Maradona, cuarenta y dos días antes de que debutara allí quien cargaría con el peso de ese apellido.

El Argentina-Paraguay se jugó con varios detalles. Las entradas populares costaron 5 pesos; las plateas, 10. Las estimaciones de público oscilan entre los 200 y 500 espectadores, no más. La tribuna de la calle Boyacá estaba vacía; simplemente se veían, aprovechando la ubicación frente a las cámaras, banderas que decían: “Fuerza Kirchner, fuera el FMI”. Corría junio de 2004: la historia sin fin.

“Nos cagamos de frío esa noche”, es el primer recuerdo de Souto. El compromiso no invitaba: jornada hábil, noche invernal, pronóstico de lluvia. Encima, podía verse en vivo por TyC Sports. Los periodistas de la transmisión sabían que el partido podría llegar a tener un atractivo. “Nos enteramos pocos días antes de que teníamos que hacer la transmisión. Y sabíamos que venía especialmente un pibe que decían que era un fenómeno. Pero si alguien recuerda hoy el partido es solo por lo que vino después”, cuenta el periodista Héctor Gallo, que aquella noche, un par de metros dentro del campo de juego, antes del encuentro daba un par de líneas sobre los titulares para luego decir: “Hay una presentación en el banco de suplentes. Va a jugar unos minutos en el segundo tiempo. Lionel Messi, un chico rosarino que a los 12 años ya fue presentado en el Barcelona, que va a hacer la pretemporada con el equipo catalán y que tiene una cláusula de rescisión de contrato a los 17 años, atención, de 15 millones de euros”.

Los jugadores paraguayos también supieron del partido con poca antelación. El arquero titular era Antony Silva, que una década y media después llegaría a Huracán: “Fue todo repentino. Armaron nuestro equipo de apuro; incluso algunos de nosotros ya no éramos de la categoría, habíamos jugado el Mundial sub 20 anterior. Sabíamos que había un chico que tenía la posibilidad de jugar para España y que supuestamente era un fenómeno. Y sí, ya ese día fue un fenómeno”. Igual sucedió con el árbitro del partido, Gabriel Brazenas: “Me llamaron el día anterior. Me explicaron por qué se jugaba. Menos mal que tenía las famosas planillas FIFA en mi casa... Si de algo me lamento es de no haberles sacado una foto”.

Mario Quinteros, fotógrafo de Clarín, le contó al periodista Andrés Eliceche para la revista Anfibia que llegó a la cancha con el encargo claro: “No importa el partido, importa Messi”. Los fotógrafos no suelen tener problemas en pasar por situaciones que a la mayoría le generaría incomodidad. “¿Quién es Messi?”, preguntó Quinteros cerca del banco de suplentes. “Soy yo”, le respondió la razón del partido.

La foto nunca salió: en el diario Clarín del 30 de junio, no había lugar para ninguna imagen en el recuadro menor destinado al partido. El día anterior, el anuncio del encuentro requería la ayuda de una lupa: ocupaba menos de cuatro líneas, junto a la fecha del partido que determinaría un ascenso a Primera C y a las incorporaciones de Los Andes.

El equipo juntaba promesas que serían realidad y otras que sufrirían la falta de certezas a futuro del fútbol. Nereo Champagne atajaría en San Lorenzo y en 2012 pasaría de Olimpo de Bahía Blanca al Leganés español. Pablo Zabaleta jugaría el Mundial 2014 y doce años en Inglaterra. Ezequiel Garay completaría apenas trece encuentros en la primera de Newell’s y quince temporadas en la élite del fútbol europeo. Ricardo Villalba, en ese momento en las inferiores de River, pasaría la mayor parte de su carrera en el ascenso. Lautaro Formica, que había conocido a Messi en las infantiles de Newell’s, pasaría por el fútbol griego y en 2019 ascendería a la B Nacional con Estudiantes de Río Cuarto. Juan Manuel Torres, que había debutado a los 17 en Racing, jugaría sus últimos años en ámbitos diversos: en Chaco For Ever en 2016 y en el Aktobe de Kazajistán en 2017. René Lima, elegante volante central zurdo, no encontraría lugar en River; en su derrotero internacional, en 2016 pasaría por Murciélagos de Sinaloa, México. Matías Abelairas superaría los 100 partidos en River y jugaría en ligas como la escocesa, la rumana y la chipriota. Pablo Barrientos ya había debutado en San Lorenzo, adonde volvería dos veces. A Ezequiel Lavezzi, que se convertiría en amigo de Messi, Estudiantes de Buenos Aires lo había transferido al Genoa italiano; sería titular en la final del Mundial 2014 de mayores. Pablo Vitti, después de prometer en Central, pasaría por doce clubes en diez años.

En el banco, junto a Messi, quedaban otros seis futbolistas también con diversa suerte posterior. José Luis García, zurdo creativo, no llegaría a demostrar lo que prometía en San Lorenzo; sí en el título de 2011 en Almirante Brown. Federico Almerares, potente atacante, no encontraría su lugar en River, pero haría carrera en el fútbol suizo. Franco Miranda, lateral por la izquierda, recalaría en Suecia antes de pasar por siete clubes del ascenso argentino. Pedro Joaquín Galván, volante por entonces de Gimnasia, jugaría más de una década en equipos israelíes. Pablo Alvarado saldría campeón dos veces con San Lorenzo. Y el arquero suplente, Emiliano Molina, sería protagonista del hecho más doloroso que recuerde esa generación: un año después, luego de ser figura para Independiente en un partido de reserva contra River, perdería la vida tras un accidente automovilístico.

Lucas Biglia, en ese momento transferido de Argentinos a Independiente, era una fija en esa camada. No jugó justamente por eso: “Vi el partido por televisión. Tocalli había aprovechado el amistoso para citar a nuevos jugadores y obviamente para conocer a este monstruo. Teníamos referencias de la época del sub 17. Y por Lautaro Formica, que nos decía ‘ya van a ver lo que hace’”.

Los juveniles argentinos sacaron clara diferencia frente a sus pares paraguayos durante aquella fría noche en La Paternal. Sin Messi, ya la diferencia futbolística fue notoria desde el primer tiempo. A los 5 minutos Barrientos convirtió el primero de lo que sería un 8-0 tan lapidario como lógico. La fragilidad defensiva paraguaya se veía en cada avance. Barrientos, gran figura antes de que Tocalli moviera el banco, le cedió el segundo a Lavezzi a los 15 y marcó el tercero a los 30. Garay aportó de penal a los 34. Messi lo veía desde el banco; junto a él, Pablo Alvarado: “No recuerdo que haya dicho nada. Incluso en los entrenamientos tampoco hablaba”.

“Cuando terminó el primer tiempo le pedí a Salorio (Gerardo, el preparador físico) que lo calentara en el campo de juego unos minutos y lo mandara al vestuario antes de que volviéramos a salir. Terminé de hablar con los jugadores y no sabía dónde estaba. Me di vuelta y lo vi sentado detrás mío, callado”, recuerda claramente la escena Tocalli. También tiene presente lo que llanamente le recomendó: “Jugá como en el Barcelona. Entrá donde te sientas cómodo”.

Pese a que en muchas crónicas figura que Leo ingresó en el minuto 67, ese fue el momento de la entrada de Almerares por Zabaleta. Messi había entrado para el inicio del complemento. Camiseta número 17, mangas largas que le quedaban más grandes que al resto. Y con la cabellera rebajada para la ocasión: Salorio le había dicho que “el que no se corta el pelo, no juega en la selección argentina”. (Un mes antes, el preparador físico había mandado a la casa a Fernando Cavenaghi y a Maximiliano López sin entrenarse, como reprimenda por haber llegado con el pelo teñido de verde tras los festejos de River campeón).

Messi se movió detrás de los delanteros: un enganche con más desequilibrio que conducción. Más participativo desde la salida de Barrientos, encarador siempre, con los quiebres típicos de sus primeros años. Cada vez que encaró, pasó. Aunque en los pases no resultó tan preciso: 7 de los 18 que dio desembocaron en jugadores rivales; pases que quisieron ser profundos, con su congénita mirada al arco rival. “Estaba un poco nervioso”, según Lautaro Formica, su amigo dentro del plantel. “Por físico no decía nada, pero a nosotros ya nos había sorprendido hasta en el ‘loco’ de las prácticas”, suma Alvarado.

Más allá de todo lo que el tiempo redimensionó, era uno de esos partidos a los que cuesta encontrarle matices para el análisis en la transmisión. Uno de esos encuentros en los que los relatores deben ingeniárselas para que no caiga la motivación propia y, en consecuencia, la atención ajena. Por razones así, alguna vez un empresario de televisión pidió lo siguiente: “Lo único que les pido es que nuestros partidos aburridos sean más vistos que los partidos aburridos de la competencia”.

Pablo Giralt, el relator del partido por TyC Sports, promovió entonces la apuesta entre sus compañeros acerca de quién convertiría el quinto gol de Argentina. Como para tener una idea de la disparidad entre ambos seleccionados, Rodrigo García Lussardi, encargado de la información del seleccionado rival, no dudó: “Lo va a hacer algún central de Paraguay en contra”. A los 25 minutos de ese complemento, Messi envió un tiro libre con el efecto del zurdo que patea desde la derecha, Vitti apenas llegó a rozarla de cabeza y Andrés Pérez, volante paraguayo, peinó hacia su arco: el quinto fue en contra, nomás.

Federico Almerares convirtió el sexto, tras recibir de Messi y enganchar ante un rival. Y el séptimo fue el capítulo que todos esperaban. El beso final de la película. La canción preferida del público. El motivo de la organización del partido, expresado en una jugada.

Llegó tras dos de las ¡diez gambetas! que Messi ensayó durante 45 minutos: primero pasó entre el zaguero César Martínez (también esquivó su hachazo) y Gabriel Ruiz, y luego, superó al arquero Marco Almeda, que quedó desparramado. Las gambetas que el Barcelona importó. “Messi no es ADN Barça; Messi se paseaba por La Masía sin pasarle el balón a nadie”, escribió el español Manuel Jabois. “Lo traía de cuna. Siempre quisimos que nuestros jugadores fueran naturales. Nunca les prohibimos regatear, solo les marcamos dónde. Y en el caso Messi, siempre dije que es más rápido con balón que sin balón”, describe Álex García.

El 17 de octubre de 2003, entrevistado por el recordado Jorge “Topo” López para Olé, en lo que fue su primera nota para un medio argentino, reconocía el aprendizaje: “Me muevo rápido, tengo habilidad. Soy zurdo pero a veces le pego bien con la derecha. En España aprendí a tocar más de primera. Los técnicos me dicen que juegue de una, así hago el fútbol más rápido”.

Giralt y el comentarista Oscar Martínez le pusieron la voz para siempre:

–La tiene Messi. Va Messi, encara, se la juega él. Va Messi, defina que es un golazo, Messi, defina que es un golazo, Messi, golazo, gooolll.

–¿Me deja aplaudir, Giralt? Brillante lo de Messi. Es lo que estábamos esperando, ustedes en su casa también. Gana en velocidad, maneja la pelota cerquita del cuerpo, nunca pierde contacto con la misma. (...) Promesas para la selección argentina. Gol de Messi, el hombre del Barcelona.

“Estuve a punto de cortar la jugada antes de que la recibiera porque se iba a hacer un cambio”, se ríe Brazenas. Es cierto: apenas recibió Messi, el árbitro vio que un futbolista paraguayo había quedado en el suelo y se llevó el silbato a la boca; dejó seguir simplemente porque el zurdo ya había encarado. “En los entrenamientos no encaraba. Solo recibía y tocaba, siempre con buenos controles. En el gol me sorprendió. Le fui marcando el pase por el medio, pero dejó atrás a todos los que le salieron. Ahí dije ‘upa, este va a ser un fenómeno’”, recuerda Almerares.

“Me llevó a la época del baby de Newell’s, cuando agarraba la pelota y hacía lo que quería –dice Formica, que ya tenía vínculo en esa época–. Cuando llegó al primer entrenamiento, me dio un abrazo y se me pegó. Él era un recién llegado, todos los demás nos conocíamos. En el gol a Paraguay, cuando me acerqué a felicitarlo, a los dos nos salió una sonrisa cómplice. Y después, cada vez que la metía, yo me acercaba para decirle ‘gracias por volver’. Como una canción de Leo Mattioli que escuchábamos”.

Ezequiel Garay, el capitán de ese equipo, recibió el trofeo que premiaba la victoria; un trofeo sin ostentación alguna, más propio de un torneo entre compañías de seguros que de un partido de selecciones, comprado un par de días antes por un empleado de la AFA. Se lo entregó Miguel Marotti, otro histórico de las oficinas del fútbol argentino, secretario de Prensa y Relaciones Públicas de Argentinos Juniors: “El entorno previo al partido estaba enfocado en el chico. Lo que vimos los experimentados de Argentinos con Maradona no lo vio nadie. Pero ese día también terminamos todos sorprendidos”.

Cuatro días después, la selección viajaría a Colonia para jugar contra Uruguay el segundo amistoso programado por Grondona. Pablo Alvarado lo tiene presente: “Cuando íbamos al exterior, la AFA nos daba 50 dólares de viático a cada jugador. Esa vez no tenían cambio y a mí me dieron 100 para que le diera 50 a Leo. Le dije que apenas consiguiera, se los daría. Él ni se preocupó, ‘tranquilo, tranquilo’. Nunca conseguí cambio: le debo 50 dólares a Messi”.

El 3 de julio de 2004, en el estadio Alberto Suppici de Colonia, Leo también entró en el complemento. El partido estaba igualado 1-1. A los 3 minutos de su ingreso, hizo el gol que ya había hecho y volvería a hacer infinidad de veces, ingresando desde la derecha hacia el medio; luego aseguró de cabeza un toque de Lavezzi y le sirvió a este el cuarto definitivo. “Pekerman había visto el partido contra Paraguay por televisión. Me dijo que imaginaba que lo iba a poner de titular en Uruguay. ‘No puedo, José. Ya tengo un equipo armado al que tengo que respetar’, le contesté. Lo puse en el segundo tiempo. Y ganó el partido”, recuerda el entrenador.

Ese día alguien redactó en la web del diario Clarín:

“Todo cambió en el complemento. Tocalli mandó a la cancha a Lionel Messi. Y el juvenil del Barcelona no defraudó”.

Es obvio que el redactor no tomó conciencia de lo que implicaba su análisis. Más allá de eso, apenas en la segunda vez que Messi usaba la camiseta de la selección, quedaba una idea implícita: estar o no a la altura de las expectativas. “No defraudó”. Messi debería convivir con la naturalidad del éxito o la pesadez de la derrota. La vara alta como nunca, la aceptación solo de lo extraordinario. Convertir dos veces y generar otro gol en 45 minutos, o defraudar.

Messi. El genio incompleto

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