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Capítulo 2

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DENISE agarró el bolígrafo para escribir su nombre en la línea apropiada y a mitad del apellido se olvidó de lo que estaba haciendo. Su mente voló al instante en que él se había arrodillado delante de ella con los ojos tan cálidos y cargados de comprensión que parecieron fundir algo profundamente helado en su interior. No podía creer que, con las lágrimas rodándole por las mejillas, hubiera empezado a contarle el accidente, lo que se resentía, incluso ahora, de que los otros chicos hubieran sobrevivido y su hijo hubiera muerto en el acto. No se lo había contado a ningún ser humano hasta ese momento porque había sentido mucha vergüenza de su primera reacción. Ahora se preguntaba si cualquiera que no hubiera sido Morgan hubiera aceptado una confesión así sin juzgarla y la idea de que pudiera ser tan único le aterrorizó tanto que las manos le temblaron.

–¿Le pasa algo, señorita Jenkins?

La voz de preocupación de su secretaria le devolvió al presente.

–¿Se encuentra bien?

El color empezó a subirle a las mejillas, pero agarró el bolígrafo y disimuló.

–Nada. Sólo un calambre en el dedo. ¿Algo más, Betty?

–Recordarle su reunión con el señor Dayton.

Denise miró su reloj y se levantó, pero sin reprimir del todo su temor.

–Supongo que la reunión seguirá durante el almuerzo –dijo distraída–, así que puede adelantarse y tomar su descanso ahora. Me imagino que querrá ver cómo se encuentra su nieta.

Betty había estado recogiendo documentos de su mesa y el repentino cese de los movimientos de la eficaz secretaria alertó a Denise. Alzó la vista para encontrar la expresión de sorpresa de Betty antes de que la ocultara.

–Bueno, le iban a operar de anginas, ¿no?

–Sí, señora. Es sólo que… Gracias. Muchas gracias.

Denise la despidió con el ceño fruncido sin saber qué le irritaba más, que su secretaria pensara que no se enteraba de nada de lo que se comentaba en la oficina o su sorpresa de que ella demostrara un ápice de compasión.

Sin embargo, tenía que reconocer que no era muy propio de ella hacer comentarios personales. Sabiendo que Betty debía estar pensando lo mismo que ella, salió de su despacho encogiéndose de hombros.

Para cuando llegó al impresionante despacho de Chuck, el temor se había transformado en potente desagrado. Nunca le había gustado Chuck, pero las preferencias personales nunca habían jugado un papel en su carrera. ¿Qué diferencia había si el jefe o el subordinado era un gañán o un aburrido? ¿O que fuera un príncipe azul? Lo único que importaba al final en el mundo empresarial era el rendimiento. Punto. Pero aún así, no se podía quitar la aprensión.

Sabía que Chuck estaba a punto de dar un paso hacia ella. No sería el primero que había tenido que sortear ni el último. Denise consideraba aquellas situaciones desagradables como mera parte del trabajo. Venía con el territorio, por decirlo así, al ser una mujer en un mundo masculino. Era sólo un obstáculo más que no dejaría que se interpusiera entre ella y el éxito.

Pensarlo le sirvió de cierta ayuda, así que se cuadró mentalmente de hombros, saludó con la cabeza a la joven secretaria de Chuck y entró en la madriguera del león.

El «león» alzó la vista y esbozó una sonrisa radiante.

–¡Eh, Dennis, entra!

Denise trató de hacer sus movimientos fluidos al acercarse a la mesa. No había ninguna silla frente al escritorio. Para Chuck, ningún subordinado se sentaba delante de él mientras que a los superiores los acomodaba en la agradable zona de estar de la suite frente al ventanal.

Denise se cruzó de brazos.

–¿Quería verme?

Él le dirigió una mirada de superioridad y siguió leyendo sus papeles sólo para demostrar quién era el jefe. Cuando le pareció que ya la había tenido esperando suficiente tiempo, alzó la vista y sonrió.

–Tienes muy buen aspecto hoy.

Ella dejó pasar el cumplido sin comentarios y él se reclinó contra el respaldo disfrutando a sus expensas.

–¿Sabes? Realmente tienes que relajarte. Esa pose de reina del hielo es buena para los inferiores. Los mantiene en su sitio. Pero los de arriba estamos acostumbrados a vivir al sol. Nos gusta un poco de calor de vez en cuando y estoy seguro de que entiendes lo que quiero decir.

–¿Para qué quería verme?

Chuck frunció el ceño, se inclinó hacia adelante de nuevo y empezó con los detalles.

–Es acerca del nuevo minorista. He invitado a su representante a cenar el viernes en la posada de Ozark Springs. ¿Has estado allí ya?

–No.

–Bueno, pues es tu oportunidad de disfrutar de algunos lujos a expensas de la compañía. Creo que podré reservar alojamiento para una noche para ambos.

A Denise se le revolvió el estómago.

–Su esposa debería disfrutarlo.

–Mi mujer está acostumbrada a que el trabajo me retenga más de un día.

Chuck sonrió con gesto de picardía.

Denise hizo lo que pudo para no abrir la boca. En vez de eso, se obligó a sonreír y se pasó una mano por la frente.

–¡Vaya! Me gustaría que me hubiera avisado con más tiempo –dijo pensando con frenesí–. El viernes es… pasado mañana y yo… bueno, ya había hecho planes.

La sonrisa de su jefe desapareció.

–¿Qué tipo de planes?

–Planes personales.

Él contrajo el gesto.

–¿Una cita? ¿Me estás diciendo que tienes novio?

Lanzó un sonido como si tener novio fuera una enfermedad. Un novio estropearía sus cuidadosos planes diseñados para seducirla. Y además, Chuck no se tomaría la molestia de asegurarse que ella deseaba estar con él. Era más probable que se lo exigiera. Sí, definitivamente, un novio era necesario.

–Sí, lo cierto es que tengo novio.

–Bueno, pues el trabajo tendrá que tener prioridad. Si no lo sabe ya, tendrá que aprender.

–Lo sabe.

–Entonces, cancela tus planes.

–Ah, no.

–¡Jenkins! Esto es tu trabajo. ¡Quiero que vayas a esa cena el viernes por la noche.

Ella se agarró a un clavo ardiendo.

–¿Cenar? Bueno, a cenar sí, eso podré arreglarlo si…

Chuck entrecerró los ojos soltando el aire como un cerdo truculento, pero Denise sabía que no debía infravalorarle.

–¿Lo llevas contigo? –sugirió él.

A Denise se le erizó el vello del cuello.

No tenía la más remota idea de lo que estaba planeando su jefe, pero no dudaba que se guardaba algún as en la manga. El Chuck que ella conocía no se tomaba con deportividad las negativas.

Pero él parecía haberse animado por la idea.

–¡Sí, sin duda! Llévalo contigo. Insisto. De verdad.

Ella se sintió como una rata en una trampa, pero si tenía que elegir, prefería hundirse con el barco a caer en las manos de Chuck para poder escapar. Con frialdad inclinó la cabeza aceptando su invitación.

Sólo cuando salió, comprendió que su pequeño plan tenía una fisura.

No tenía ninguna cita para el viernes, cuanto menos un novio.

Era, por supuesto, la solución obvia, no sólo porque fueran amigos, sino porque era el único hombre que conocía en todo el pueblo. Y además, tenía la sensación de que él no le fallaría. Lo que no tenía tan claro era que él no quisiera aprovecharse de la situación, pero tenía que arriesgarse. No le quedaba otro remedio. Temblando para sus adentros, se aclaró la garganta, inspiró profundamente y alzó la mano para llamar a la puerta.

Una voz masculina avisó desde la distancia que ya salía. Denise se cruzó de brazos y se separó un poco de la puerta para admirar el enorme porche con sus molduras blancas contrastando con el color azul cielo de las paredes. Era realmente una casa antigua encantadora, aunque no la que ella hubiera escogido para sí misma, pero le pegaba mucho a Morgan Holt. Se imaginaba el amor y orgullo que había ido en cada pincelada y cada martillazo. Debía haber trabajado años para restaurar la casa. La elegante puerta de caoba con su larga cristalera oval se abrió hacia dentro y Denise se dio la vuelta y esbozó una sonrisa.

–¡Eh! Me alegro de verte. ¡Pasa! –Morgan se retiró de la puerta para dejarla entrar–. Dios, ¡Qué día tan precioso hace ahí fuera!, ¿verdad? Me encanta este tiempo del año. Las hojas empezarán a ponerse amarillas enseguida. Los días son perfectos y las noches lo bastante frescas como para encender un fuego. ¿Qué más se puede pedir?

–¡Nada!

Denise alzó las manos en un gesto tan frívolo que se avergonzó al instante. Morgan compuso su cara cuadrada e indicó la primera habitación que salía del recibidor.

–Vamos a sentarnos y me cuentas lo que va mal.

Denise miró a su alrededor. El recibidor era todo de madera pulida, latón y unas escaleras serpenteantes de mármol y barandilla de madera. Un enorme espejo, enmarcado en pesada madera ornamentada colgaba de una pared y enfrente un antiguo árbol perchero. Entre ellos, un pequeño candelabro de latón con cerámica colgaba del techo.

Denise siguió a Morgan al salón. Él le indicó un sofá y se sentó él mismo en la mecedora de enfrente apoyando los brazos sobre las rodillas. Denise cruzó los tobillos y las manos en el regazo con el corazón acelerado.

–De acuerdo. ¿Qué va mal?

Ella esbozó una sonrisa con voz falsamente brillante.

–No va nada mal. Sólo pensé que podías unirte a mí y a otra gente para cenar el viernes… por la noche. En la posada de Ozark Springs.

–¿El viernes por la noche?

–Ya sé que es un poco tarde, pero prometí llevar a un… amigo. Sinceramente, Morgan, te agradecería tanto que pudieras venir…

–De acuerdo. Ahora, ¿cuál es el resto de la historia?

Sin aliento por el alivio, Denise se reclinó contra el respaldo y cerró los ojos.

–No puedes imaginar lo mucho que te agradezco…

–Simplemente dime lo que ocurre.

Ella se incorporó de nuevo pensando que después de todo, saldría todo bien.

–Lo cierto es que no necesito tanto una cita como un novio. Oh, no es que quiera uno, es sólo que… bueno, mi jefe está en una edad problemática, por decirlo de forma educada. De hecho, si estuviera deseando acabar con mi carrera, podría denunciarlo por acoso sexual, pero he pensado que lo más justo será conseguir el ascenso a pesar de él, quizá sobre él y entonces le haré pagar… bueno, ya me entiendes.

Denise lanzó una carcajada esperando que él la imitara, pero Morgan estaba mortalmente serio.

–O sea que tu jefe estará en la cena.

–Sí. ¡Y gracias a Dios que eso es todo! Tuvo el valor de intentar que me quedar a pasar la noche en la posada, que es por lo que le dije que ya tenía planes.

–Ya. ¿Y de quién fue la idea del novio?

–De él, la verdad. Sacó esa conclusión y yo dejé que se lo creyera. Entonces insistió en que llevara a mi novio a cenar. Sólo que no conozco a nadie más para pedirle que aparente ser mi novio. ¿Lo entiendes?

Él sonrió entonces.

–Claro. Ningún problema.

Ella suspiró y se llevó la mano al pecho.

–No sé cómo agradecértelo.

–¡Eh, no es para tanto! Me gusta la posada de Ozark Springs.

–¡Qué bien! Yo nunca he estado allí, pero ahora lo estoy deseando. Ah, tengo que avisarte que es fundamentalmente una cena de negocios. Tenemos un nuevo minorista y el representante de la empresa cenará con nosotros.

–¿Entones seremos sólo los cuatro ?

Denise puso un gesto de desagrado.

–Parece ser que Chuck nunca lleva a su esposa a esas cenas. Chuck es mi jefe.

Morgan asintió.

–Tiene sentido. Sin duda, la pequeña esposa estropearía su estilo.

–Sin duda. Ah, una cosa más. Creo que Chuck planea algo. Cuando insistió en que llevara a mi novio, tenía cierto brillo en los ojos, que creo que se guarda un as en la manga. No te sorprendas si dice o hace algo extraño.

–¿Algo como para echar a un novio de verdad?

–Eso es lo que yo imagino.

–Sin problema.

–¿Estás seguro?

–Conozco a los tiburones como Chuck. No te preocupes. Confía en mí.

Curiosamente ella lo hizo.

–Te estaré eternamente agradecida.

–¡Eh! ¿Para qué son los amigos? –se frotó las manos con aquel gesto exuberante suyo–. Ahora, ¿puedo invitarte a una copa?

–Oh, no, gracias. No suelo beber más de un vaso de vino con la cena. Se me sube directamente a la cabeza.

–Entonces haces bien en evitarlo.

–Sí. Bueno, será mejor que me vaya. Smithson querrá su cena.

–Hablando de cena –Morgan se levantó al mismo tiempo que ella–. ¿A qué hora será la del viernes?

–No lo sé seguro. Las reservas son para las siete y media, pero no sé lo que se tarda en llegar hasta allí.

–Es un paseíto. Como cuarenta y cinco minutos. ¿Qué te parece si te recojo a las siete menos cuarto?

–¡Oh, no hace falta que me recojas!

–Bobadas. ¿Cómo iba a parecer que soy tu novio si nos reunimos allí?

–Sí, supongo que tienes razón. Podemos llevar mi coche, si quieres.

–No. Sacaré el viejo Mercedes del garaje. Le sentará bien que lo use algo.

–Si estás seguro, de acuerdo.

–Será un placer.

Denise se dio la vuelta y salió al recibidor.

–Tú ya has estado en la posada antes. ¿Qué debo ponerme? ¿Será demasiado un vestido de cóctel?

–No, estará bien. Supongo que la intención de la cena es impresionar al cliente, por decirlo de alguna manera.

–Sí. Bueno, entonces hasta el viernes por la tarde.

Morgan abrió la puerta y al salir, el olor al humo invadió el aire fresco.

–Tu casa es encantadora.

–Gracias

Morgan apoyó un hombro contra el marco de la puerta y se metió las manos en los bolsillos mientras la observaba bajar las escaleras.

Ella esbozó la última sonrisa y se apresuró hasta su apartamento preguntándose por qué el corazón le latía tan rápido. Pero aquello no era temor. Era… ¿Se atrevería a llamarlo anticipación? ¿Y por qué no? Algo le decía que había vencido al viejo Chuck y para el viernes, lo sabría con seguridad. Estaba tarareando cuando entró en su apartamento y siguió tarareando todo el tiempo hasta el viernes.

Abrió la puerta para encontrarse con la elegancia casual que raramente encontraba en un hombre y por un momento se quedó hechizada. Quizá fuera la sencillez del jersey de color gris perla bajo una americana de seda gris y pantalones de pinzas. O quizá lo que la tuviera hechizada fuera cómo los grises resaltaban la plata de sus sienes y el azul eléctrico de sus ojos. Parecía relajado y al mismo tiempo firme y totalmente masculino.

Denise no supo cuánto tiempo podría haber estado allí mirándolo si él no hubiera dado un paso atrás y hubiera exclamado:

–¡Uau!

Al devolverle el intenso escrutinio que ella había usado, Denise se sintió sonrojar. Realmente no quería que él supiera el tiempo que había dedicado a arreglarse y sin embargo, se alegraba de haberlo hecho. El pequeño vestido de crepé rojo ajustado con la falda ligeramente ondulante justo por encima de las rodillas era simple, pero clásico. Con tirantes era un poco ligero para una fresca tarde otoñal, pero lo había completado con un chal de organza largo que caía en ese momento desde el hombro hasta las tiras de las sandalias rojas de terciopelo y destacaba las finas medias negras. No había sabido muy bien qué hacer con su pelo, si llevarlo en un moño clásico o suelto y al final se había decidido por algo intermedio: un recogido suelto con montones de mechones flotando por encima del cuello. La única joyería consistía en unas perlas en las orejas, una fina cadena de oro y un prendedor de perlas en el pelo.

Parecía que lo había hecho bien. Quizá hasta se hubiera pasado, pero Morgan pareció encontrar su aspecto más que aceptable, lo cual le produjo un escalofrío en la espalda. Al menos él se había puesto a su altura y lo agradeció.

–¡Estás maravilloso! –dijo en el mismo instante en que él se lo dijo a ella–. Gracias.

Los dos soltaron una carcajada y entonces Morgan dijo:

–Francamente, tenía miedo de que aparecieras abotonada de la cabeza a los pies como cuando te vas a trabajar por las mañanas y no es que no estés bien así, pero, bueno, no daría la impresión, por decirlo de alguna manera.

–¿La impresión?

–De una mujer enamorada. Tienes novio, ¿recuerdas? No sólo un compañero de cancha. Hablando de lo cual, creo que me merezco una revancha. Te di un buen juego, si mal no recuerdo.

Ella sonrió agradecida de un tema de conversación banal.

–Sí, lo hiciste. Haz otro bueno esta noche y te la daré.

–Trato hecho –aseguró él mientras Denise recogía su diminuto bolso rojo de terciopelo.

Apartándose a un lado, Morgan la dejó pasar por delante de él al fresco aire de la noche. Mientras ella se pasaba el chal por la cabeza y deslizaba las puntas hacia la espalda, Smithson salió a la ventana maullando y Reiver se puso a ladrar desde su puesto en el porche.

–Ese es su puesto de vigilancia –le informó Morgan–. Siempre se instala ahí cada vez que estoy fuera.

–Ya lo había notado.

–Es parte de su naturaleza. Se queda ahí hasta que vuelvo a casa y le dejo entrar para pasar la noche.

–¿Duerme en la casa?

–Justo enfrente de la habitación de mi hijo. Es como si supiera por instinto lo que es más importante para mí y quisiera protegerlo.

–Nunca he visto a tu hijo. ¿Viene a verte a menudo?

–Radley viene cada poco. Probablemente lo hayas visto, pero no te hayas dado cuenta de que era él.

–¿Vive cerca de aquí?

–Sí, Todavía sigue en la universidad de Fayetteville.

–¿Todavía?

Morgan lanzó una carcajada.

–Rad no se toma muy en serio los estudios. Tiene ya veinte años y su madre cree que está holgazaneando porque todavía no sabe lo que quiere hacer. ¡Cielos! Si yo no supe lo que quería hasta los treinta y cinco años.

Habían llegado hasta el brillante automóvil negro aparcado frente a la antigua casa de carruajes al final de la propiedad.

–¿Y qué es exactamente lo que estás haciendo ahora? –preguntó ella cuando Morgan le abrió la puerta del pasajero.

Él se rió de nuevo.

–Lo que me apetece. Que en la actualidad significa restaurar una antigua casa de Hanson Creek para revender.

–¡Ah!

Morgan le dio la mano para ayudarla a entrar y se inclinó con la otra mano en el marco de la puerta.

–No encaja para ti, ¿verdad? Supongo que tú te habrás hecho un plan de cinco años y te ajustas a cada paso del camino.

Denise no sabía qué decir, porque era la verdad, por supuesto.

–¿Y es eso malo?

Él sacudió la cabeza.

–No. A menos que creas que es la única manera de vivir y esperes que todo el mundo se ajuste a ella.

Ella asimiló sus palabras mientras Morgan se sentaba al volante. De acuerdo, ella había estado muy segura de que era la única forma de conseguir lo que quería y hasta el momento, le había funcionado. O sea que quizá no entendiera por qué todo el mundo no hacía lo mismo y quizá hubiera supuesto que todos los demás deseaban lo mismo que ella. ¿Y qué había de malo en ello? ¿Habría cerrado su mente a todo lo demás? Su hermana seguramente lo creía así. Y quizá sus padres, ahora que lo pensaba. Pero ella estaba en su segundo año y todo iba acorde con sus planes, así que, ¿por qué abandonar sus metas ahora? Por supuesto que no debería.

Por otra parte, ¿cuándo era la última vez que se había divertido? ¿Cuándo había sido feliz por última vez? La respuesta yacía enterrada en Kansas City, lo que significaba que la felicidad estaba para siempre fuera de su alcance. Así que, después de todo, ¿qué le quedaba salvo su carrera? La respuesta era obvia y sin embargo no tenía la misma fuerza de siempre.

No sabía si sentirse animada o alarmada por ello. No podría olvidar nunca a su hijo, así que, ¿por qué su pérdida iba a ser menos traumática o aguda que lo que había sido ayer? Con aquel enigma en su cabeza, casi se perdió la vista de Fayetteville, que se extendía por las colinas de Ozark como una nube de estrellas. Por suerte, Morgan la avisó.

–Esta es una de mis vistas favoritas –dijo sacándola de su ensoñación–. Cuando era niño, solía echarme de espaldas y mirar por la ventana de la habitación de mi buhardilla al valle de abajo e imaginaba que todo el mundo en la ciudad estaba despierto también. Me parecía estar en otro mundo, aunque por la mañana nos mandaban a la escuela todos los días.

–¿Nos?

–A mi hermana y a mí.

–Yo también tengo una hermana.

–¿Mayor o menor?

–Menor.

–Igual que yo.

Ya tenían algo más en común.

–Y también tengo un hermano.

–Yo no, pero siempre quise tener uno.

Denise suspiró mientras giraban hacia las colinas que dejaban Fayetteville atrás.

–Así que vivías aquí, ¿eh?

Él asintió.

–Mi padre sigue viviendo ahí arriba. Delia, mi hermana, cree que debería irse a Little Rock con ella, pero él dice que nunca dejará a mi madre. Está enterrada cerca de la casa.

–¿Y está a salvo tan lejos de todo?

Morgan se encogió de hombros.

–Eso dice él. Personalmente, he vivido sin fontanería ni electricidad hasta que terminé la escuela y me fui a la universidad y no encontraba nada particularmente noble en ello. Pero papá dice que la vida es mejor cuanto más simple y francamente, no veo razón para cambiarle la vida ahora que tiene setenta y cinco años. No sería feliz en ninguna otra parte.

–Sin embargo, debes estar preocupado por él.

–No me preocupo demasiado, la verdad. Si veo un problema que puedo solucionar, lo hago, pero preocuparse nunca soluciona nada, por lo que yo sé. Y con respecto a mi padre, lo admiro y siempre lo he admirado incluso cuando estaba perdido, era inmensamente desgraciado y no sabía qué camino tomar.

–¿Y cuándo fue eso?

–Hace unos diez años. Al menos lo peor fue entonces, aunque llevaba tiempo forjándose.

–¿Y ahora?

–Ahora me encanta mi vida –sonrió con amplitud–. Tengo todo lo que quiero excepto…

–¿Excepto?

–Alguien con quien compartirlo –dijo con suavidad.

Denise se arrepintió de haber preguntado porque algo aleteó en su pecho cuando la miró de aquella manera, algo para lo que ella estaba demasiado madura y baqueteada para sentir, algo que no entraba en su esquema de los dos años y que le hacía preguntarse si no se habría perdido algún elemento importante. Apartó la idea y se concentró en los negocios recordando las instrucciones que había querido darle acerca de Chuck

Se pasó pues el resto el viaje haciéndolo y Morgan le dijo que conocía muy bien a los tipos como Chuck y que se preocupara ella de los negocios y le dejara a él enfrentarse a las actividades extra-curriculares de su jefe.

Denise no estaba segura de que le gustara el sonido de aquello, pero él le recordó lo que quería olvidar, que se suponía que estaban enamorados o muy cerca. Morgan tenía razón, por supuesto, aunque existía la posibilidad de que Chuck fuera lo bastante egoísta como para no tener en cuenta su situación personal.

Y ahora que Morgan se había comportado con un buen amigo, ¿por qué se sentía como si tuviera de verdad una cita? Aquello era un asunto de negocios. ¿O sea que qué importaba que el hombre que tuviera al lado fuera tan atractivo?¿ O que la noche fuera suave y cálida y ella se sintiera arropada en el lujo y terriblemente femenina por primera vez en tanto tiempo que ni podía recordarlo? ¿O que la sonrisa de su cara y el aprecio de sus ojos le produjera un secreto estremecimiento? ¿Y qué?

Que estaba metida en problemas. Eso era todo.

Y por Dios, que alguien iba a tener que pagar. Entrecerró los ojos sonriendo al imaginarse al viejo Chuck compararse con Morgan Holt y quedar tan en desventaja. Oh, sí, era él el que iba a pagar.

De la noche al día

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