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Capítulo

Dios y las Tragedias

Hay un tema importante que da lugar a mucha controversia acerca del carácter de Dios y es que si Dios está al mando y control de todas las cosas, como lo afirma la Biblia, entonces, la pregunta relevante es: ¿Dios es responsable de las maldades y los males que suceden en el mundo?

Vamos a abarcar poco a poco este tema y este cuestionamiento y a sorprendernos y maravillarnos de las respuestas que encontraremos en la Biblia, pues cuando tenemos preguntas como éstas, creemos que nadie las puede responder dada nuestra finita intelectualidad e inteligencia

La Biblia nos dice que “Dios se esconde”, porque anhela que le busquemos. “Me buscaréis y me hallaréis,… buscadme y viviréis“ (Jeremías 29:13; Amós 5:4). Dios está esperando desarrollar nuestra capacidad mental a un límite inimaginable; nadie puede entender hasta dónde puede llegar el pensamiento humano con la ayuda del Espíritu Santo. Los sabios, de acuerdo al mundo, son los que tienen tres o cuatro doctorados, pero toda esa supuesta sabiduría y conocimiento tienen un límite. La ciencia y toda la sabiduría del mundo podrán jamás responder a estas tres preguntas:

1. ¿De dónde venimos? (Origen).

2. ¿Quiénes somos? (Identidad).

3. ¿A dónde nos dirigimos? (Futuro).

La Soberanía de Dios

La sabiduría del mundo fue enloquecida y Dios desechó el entendimiento de los entendidos. El origen del universo, el origen de la vida, la razón de nuestra existencia, el futuro del mundo, hacia dónde se dirige la humanidad, etc., sólo Dios lo puede revelar y esta revelación se encuentra en las páginas de la Biblia. Para poder entender todos estos misterios, analizaremos en primer lugar, la soberanía de Dios.

La Biblia nos enseña que Dios es soberano. Pero, ¿qué significa eso? Una persona soberana es la que no le da cuentas a nadie, ni pide consejo de lo que va a hacer. Un rey es soberano porque puede hacer su voluntad sin tomar en cuenta a sus consejeros. No gobierna una república, sino una monarquía y podrá hacer cosas sin que nadie le pida cuentas o le dé consejos. Por lo tanto, una persona soberana puede hacer lo que quiera. Si usted tiene un automóvil, usted es soberano sobre su vehículo. Si usted lo quiere rayar, lo raya; y si lo quiere mantener, lo mantiene. ¿Por qué? Porque es su auto, es su propiedad. Cuando Dios dice que Él es soberano de todas las cosas, quiere decir que no hay ninguna criatura del universo que pueda tener la capacidad de juzgar o evaluar sus acciones.

“¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?” Isaías 40:13-14

Desgraciadamente, la tendencia humana es colocar a Dios en el banquillo de los acusados y decirle: “Siéntate allí Dios, si yo fuera tú, no habría hecho esto ni aquello. Si tú eres un Dios de amor, ¿por qué hiciste esto?” Cuando el hombre cree que tiene más sabiduría y que puede comprender las acciones y los pensamientos de Dios, es cuando se ensoberbece. Es lo que la Biblia conoce y revela como “la soberbia humana”.

La soberbia humana es creer que nosotros tenemos las respuestas de todo y pensar que si fuéramos Dios… ¡no habríamos permitido el mal! Muchos ateos preguntan: “¿Por qué si Dios es todopoderoso no mata al diablo?” La falta de respuestas a estos cuestionamientos amargó a muchas personas y a otras las enloqueció. ¿Por qué? Porque en su limitada inteligencia quieren tener respuestas que sólo pueden venir del cielo. ¡Nosotros no las tenemos!

Usted tiene un foco 60 watts y el de Dios es infinito; usted nunca podrá tener 61 watts, porque el filamento de su foco fue diseñado para soportar sólo una carga de 60 watts. Si usted quiere soportar y entender más cosas que sobrepasan su capacidad intelectual… ¡Acabará loco!

Para no enloquecer y tener la posibilidad de expandir su capacidad intelectual, usted necesita invitar a Cristo a entrar a su vida como su Dios y Salvador. Jesús dijo: “Te alabo Padre porque estas cosas las escondiste de los sabios y entendidos y se las revelaste a los niños” (Mateo 11:25); y el apóstol Pablo escribió: “Más nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16).

Permita al Espíritu Santo entrar a su vida y tenga la paciencia de educar y disciplinar su mente estudiando la Palabra de Dios en oración y con un espíritu quebrantado. De esta manera, Dios le guiará a las fuentes de la verdadera sabiduría y del conocimiento espiritual.

Uno de los pasajes más profundos de la Biblia en el que Dios revela que todas las cosas que suceden en el Universo, tanto las buenas como las malas, suceden dentro del marco de su voluntad, es Efesios 1:11: “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Todas las cosas que Dios ha creado y permitido que sucedan, han sido por su voluntad y cuando nosotros estamos dentro de Su voluntad, comenzamos a descubrir que “todas las cosas nos ayudan a bien”.

Hace dos mil años, el Hijo de Dios, Jesucristo, colgaba de una cruz. En ese momento, cuando los discípulos, los filósofos griegos, los religiosos y los mismos hombres que estuvieron con Él le vieron crucificado, ninguno de ellos entendió por qué pasaba esa tragedia. Ellos pensarían: “¿Cómo es posible que Dios diga que ama a su Hijo cuando ha permitido que lo hagan pedazos en una cruz?”

La gente le decía: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz” (Mateo 27:40). Nadie tenía la capacidad intelectual ni la suficiente sabiduría o inteligencia para poder entender cuál era, detrás de toda esa tragedia, el plan de Dios. Han pasado dos mil años y usted y yo lo comenzamos a entender, pues Dios nos muestra después de mucho tiempo que detrás de esa crucifixión… ¡Se encontraba su más grande sabiduría!

En esa tragedia, Dios enloqueció la sabiduría del mundo al permitir que mataran a su Hijo y lo crucificaran con un propósito infinitamente más sabio que el que nuestra inteligencia pueda entender. A través de esa muerte, Él nos dio su justicia y el perdón de nuestros pecados.

“Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres… sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte.” 1 Corintios 1:25-27

Las cosas que aparentemente son tragedias y que no entendemos, con el tiempo y con la luz del Espíritu Santo llegamos a entenderlas a través de su revelación. Si usted tiene al Espíritu Santo, Él le va a revelar las verdades y a maravillar con lo que va a entender. Conforme pase el tiempo, usted se dará cuenta de que en su infinita sabiduría, Dios permitió esto y aquello en su vida, para después bendecirle de una forma mucho más grande.

Hace algún tiempo conocí a un matrimonio que tuvo un hijo con Síndrome de Down, y al principio le dijeron a Dios: “Dios mío, no nos quieres, somos una familia que está maldecida”. Pero pasaron los años y ese niño con Síndrome de Down se convirtió en el ángel más grande que tiene este matrimonio ahora. Ellos estaban a punto de divorciarse, pero no llegaron a eso precisamente por la forma como esa criatura hermosa los unió.

Las cosas que juzgamos precipitadamente, porque somos impulsivos e impacientes y no las podemos entender, con el tiempo tienen una explicación sabia de parte de Aquél “que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11).

Nosotros necesitamos, más que cualquier otra cosa, paciencia. El Señor Jesús dijo: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre” (Mateo 10:29).

Veamos hasta dónde llega el poder de Dios. Los pajaritos, por los que daríamos muy poco, están todos bajo el control del Dios que conoce los nombres de todas las estrellas, que sabe cuántos granos de arena hay en el mar, que sabe cuántos cabellos tenemos cada uno de nosotros, y no se cae ni uno de ellos sin la voluntad de Dios.

Otro aspecto importante en este asunto, es la suerte. Cuando aventamos un par de dados, a veces cae un siete, ocho o diez, y a eso que llamamos suerte, es Dios permitiendo las cosas. Muchas veces, la persona que gana la lotería o saca el premio de una rifa, pueden caer en la trampa del amor al dinero. Dios permite muchas veces que una persona gane la lotería o que a través del robo o el fraude prospere, para que más tarde, eso que ganó, se convierta en una maldición para su vida. Hay muchos artistas, políticos o deportistas, que prosperan materialmente porque Dios quiere enseñarle a toda esa clase de personas y a todos los que creen que el vacío que tienen pueden llenarlo con popularidad, mujeres y dinero, que la felicidad no se encuentra en esas cosas.

Estos son ejemplos de artistas, de políticos, de deportistas, de músicos que creen que la felicidad se logra a través del poder, el dinero o la fama. Hay una gran lección detrás de estas acciones de Dios: el hecho de que Dios permita algo, no significa que haya sido su voluntad; hay cosas que Dios permite por el libre albedrio que nos ha otorgado.

El gran rey Salomón, que ha sido el más rico de todos los seres humanos que han existido, escribió al final de su vida:

“Hay un mal que he visto debajo del cielo, y muy común entre los hombres: el del hombre a quien Dios da riquezas y bienes y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero Dios no le da la facultad de disfrutar de ello, sino que lo disfrutan los extraños.” Eclesiastés 6:1-2

Si usted vive dentro de la voluntad de Dios y permite que Él le dirija, va a ser bendecido. Si a usted, por ejemplo, le atrae una persona que no es cristiana y se casa con ella, esa no es la voluntad directiva de Dios, pero lo permite para que usted asuma e incluso sufra las consecuencias de su propia desobediencia, pues Él no puede privarle a usted de la responsabilidad de sus acciones.

La voluntad de Dios es directiva y permisiva. No diga entonces, que si Dios hubiera querido habría impedido lo que le ha hecho sufrir. El día que Dios viole nuestra voluntad, dejaremos de ser agentes morales libres.

Cuando Moisés le dijo al faraón de Egipto, “Faraón, dice Dios que dejes ir a mi pueblo”, el faraón le respondió: “Dile a tu Dios que no lo haré”. Moisés regresó con Dios y le dijo que el faraón no había accedido, y Dios le dijo: “Sí, ya lo sé, es que yo lo endurecí a propósito”.

La Biblia nos enseña la sabiduría de Dios. Moisés le dijo entonces: “Señor no te entiendo”, y Dios, a través de los años, le dejó ver a Moisés sus razones. Dios había permitido que se endureciera el corazón del faraón porque cada vez que él le dijo no a Moisés, Dios tuvo la oportunidad de manifestar su poder con las diez plagas que envió a Egipto (Romanos 9:17).

Poco a poco vamos descubriendo que Dios tiene razones poderosísimas para hacer las cosas aun cuando aparentemente no las entendamos, como por qué seis millones de judíos fueron masacrados por Adolfo Hitler; debido a esa masacre, los judíos pudieron regresar e Israel pudo constituirse en un Estado libre, soberano e independiente, en 1948. Si el mundo no hubiera sido testigo de los sufrimientos y horrores que experimentaron los judíos, nunca se habría compadecido de ellos. Esto no significa que Dios obligó a Hitler a asesinarlos, sino que convirtió la maldad de los nazis en el medio para cumplir sus propósitos eternos conforme a las profecías sobre el regreso de Israel a su tierra, y al mismo tiempo, castigó a Hitler y al nazismo borrándolos del mapa.

Otra verdad de la Biblia la encontramos en Daniel 1:1-2: “En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilona a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim”.

¿Significa esto que Nabucodonosor no era responsable de sus actos porque Dios le entregó a Jerusalén en sus manos? De ninguna manera. Lo que esto significa es que Dios usó la maldad de Nabucodonosor, que era un rey cruel, para castigar a su pueblo, pero Dios lo castigó por su maldad. De igual manera, Dios castigó a Hitler, pero lo usó para que los judíos, después de más de 2 mil años sin territorio ni gobierno, regresaran a su tierra. Tal como cuando se aplastan las uvas y se extrae el jugo con el que se hace el vino, el quebrantamiento, la tribulación y el sufrimiento purifican el corazón del hombre.

Los Caminos de Dios

Cuando Moisés rehusó a presentarse ante el faraón de Egipto por no poder hablar muy bien, Dios le dijo: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?” (Éxodo 4:11).

Parece ser que los discípulos de Cristo no habían leído este pasaje, pues le preguntaron a Cristo cuando vieron a un ciego en el templo: “¿Quién pecó? ¿Éste o sus padres para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2). Mucha gente expresa lo mismo: “¿Quién pecó en esa familia que tiene un hijo con Síndrome de Down? Esta es sin duda, una maldición que cayó sobre esa familia.” Todo se atribuye, en una forma extrema y exagerada a las maldiciones. Al leer el libro de Job, nos damos cuenta que esto es totalmente falso. ¿Para qué Dios muchas veces permite que una persona nazca ciega o sorda? Cristo contestó a los discípulos: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él“ (Juan 9:3). Si Dios no hubiera permitido que esta persona naciera ciega, ¡Jesús no habría podido manifestar su poder al devolverle la vista!

Dios castigó a David y Betsabé por su adulterio, con la muerte de su hijo: “Y Jehová hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y enfermó gravemente“ (2 Samuel 12:15).

¿Quién le puede decir a Dios que está mal que se lleve a sus criaturas a través de una enfermedad, una calamidad o una tragedia? Dios nos tiene que llevar a todos algún día, pues todos moriremos de alguna forma y en algún momento. Si quienes murieron cuando el ataque a las torres de Nueva York no hubieran estado allí, habrían muerto después, pero a todas esas almas les tocó morir de esta forma. “Porque está establecido para los hombres mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

¿Quién le va a decir a Dios que la forma en la que nos lleva está equivocada? Alguien podría decir, “yo quiero morir sin ningún sufrimiento, dulcemente, sin pena alguna y… ¡Rodeado de guapas enfermeras!” Pero Dios es soberano y nadie le puede aconsejar cómo debe llevarnos a la otra vida.

Si en una inundación se mueren 25.000 niños, ¿alguien podría acusar a Dios de crueldad, cuando por medio de la muerte ya están en el cielo y dejaron de sufrir en esta tierra? ¿O querríamos mejor que se quedaran a sufrir con nosotros en este mundo? Cuando cambiamos nuestra perspectiva y comenzamos a ver con un lente diferente, el de Dios, empezamos a entender que no podemos atrevemos a acusar a Dios de crueldad o de maldad. Él es infinitamente justo, invariable en su carácter e inmutable en sus atributos. “Jehová empobrece y Él enriquece” (1 Samuel 2:7).

Las personas que tienen dinero, es porque Dios lo ha permitido y les dio la capacidad para hacer buenos negocios. Quienes nacen pobres, también es porque Dios lo permitió así. Dice en el libro de Proverbios: “el rico y el pobre se encuentran; a ambos los hizo Jehová” (Proverbios 22:2). Y los políticos siguen creyendo que la causa de los males de la sociedad es la pobreza y hacen campañas para acabar con ella, cosa que es una utopía y una falacia, porque siempre va a haber pobres entre nosotros. La pobreza no es la causa de los problemas humanos. El pecado sí lo es.

Una de las grandes equivocaciones de Carlos Marx con su dialéctica materialista, fue creer que si el proletariado subía y la burguesía era derrocada, habría entonces una distribución equitativa de las riquezas, desconociendo la naturaleza humana. Cuando alguien de un estrato económicamente bajo, sube por medio de una revolución o golpe de estado, cuando estén en el poder, sus acciones tarde o temprano serán las mismas que las de aquellos contra quienes lucharon. Un ejemplo de esto es la revolución cubana. Fidel Castro, fue al principio un hombre sincero, como el doctor “Che” Guevara. Ellos quisieron derrocar al dictador Fulgencio Batista y encabezaron una revolución, prometiéndole al pueblo que habría voto, democracia y libertad. Finalmente, no fue así. Castro tiene más de 40 años en el poder y no ha habido libertad alguna. La razón por la que derrocaron a Batista, fue liberar al pueblo de una dictadura, pero el nuevo régimen no sólo cometió la misma equivocación sino que la hizo mucho más grande!

La solución no está en que los pobres accedan las mismas riquezas de los ricos. Démosle a un pobre mucho dinero y tendremos un borracho, un drogadicto o un asesino rico. Repartamos todas las riquezas y ¿quién boleará los zapatos, serán los choferes, jardineros, plomeros, electricistas y albañiles? Si no hubiera en el mundo una distribución perfecta de unos que sirven y otros que son servidos, no podríamos ni siquiera tener el mundo que tenemos.

De todos modos, si usted cree que el rico es más feliz, se equivoca totalmente. La Biblia nos dice lo contrario: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero;… Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen… Dulce es el sueño del trabajador,… pero al rico no le deja dormir la abundancia” (Eclesiastés 5:10-12).

La Tragedia de la Inmadurez

Tal vez usted haya perdido a su padre o a su madre, o su esposo o esposa le dejó, o perdió una vez más su trabajo. Usted puede considerar que la culpa de estas y otras situaciones sea de alguien más. Cuando esto sucede, la gente suele expresarlo de muchas maneras: “mi padre me violó”, “nunca tuve una oportunidad”, “estuve en tres orfanatorios de chiquito”, “me crié con una madre prostituta”, “mis padres eran alcohólicos”, etc. Al transferir la responsabilidad de sus acciones, de su vida y de su conducta a terceras personas, son calificados por Dios como personas inmaduras.

¿Quién es una persona madura, según la Biblia?

Una persona madura es la que acepta su responsabilidad y no culpa a nadie por ellas ni por cómo es.

Probablemente su madre no haya sido un ejemplo a seguir o su padre sea un delincuente o sus hermanos sean peores que los hermanos de José. Eso no significa que usted tenga que ser igual a ellos, ni mucho menos pasar todo eso a sus hijos, pues Dios dice: “Puedes cambiar con mi gracia y con mi Espíritu”. Dios nos ofrece algo mucho más grande que todas las cosas que nos hicieron sufrir: su gracia. Está a disposición de todos los seres humanos que crean en el sacrificio que hizo el Hijo de Dios en la cruz para pagar por nuestros pecados.

Lo peor que le puede suceder a un ser humano es amargarse. Alguien amargado bloquea la gracia de Dios en su vida, y esto le impide progresar (Hebreos 12:15). La amargura nubla el entendimiento, quita la razón y contamina a los demás. Alguien así se encarcela a sí misma y no quiere salir de su prisión, pues tiene la llave y no la quiere usar; su amargura hacia el mundo genera en ella el deseo de venganza y cada día se envenena más.

Esta broma nos sirve de ejemplo: Pepito traía una tarántula y un amiguito le pregunta: “Oye, ¿para qué traes esa tarántula?” Pepito le dice: “Es que hay un amigo que me sacó la lengua y ¡se la voy a echar para que le pique!” Su amiguito le contesta: “Pero, antes de que se la avientes a él, ¡te va a picar a ti primero!”

Así es la amargura, es algo que guardamos dentro de nosotros y no sabemos que nos está enfermando. Antes de poder dañar o vengarnos de quienes nos lastimaron en el pasado, nos dañaremos a nosotros mismos primero.

El secreto contra la amargura es perdonar… ¡70 veces siete!

Los cristianos que han aprendido a recibir insultos y traiciones y no guardan rencor ni se amargan, ¡son los que han entrado a la Tierra de Canaán! La prueba más grande para el cristiano, es vencer la amargura. Si usted lo logra, no se imagina lo que le espera al llegar a la tierra de Canaán y todas las bendiciones que Dios le dará. Ya usted no será vulnerable a la crítica, al chisme, a la persecución, ni a la traición. Cristo puso su rostro como pedernal, sabiendo el gozo que tenía delante de Él.

La Necesaria Dependencia Diaria de Dios

“¡Ay de aquellos que dicen, mañana voy a hacer esto o aquello!” En lugar de lo cual deberían decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto y aquello.” Santiago 4:15

¿Quién es un cristiano?

No es el que tiene cierta religión o que de vez en cuando hace buenas obras, sino aquel en quien habita el Espíritu de Dios: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (Romanos 8:9). Es el que sabe que depende entera y totalmente de Dios. “El hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23).

Los seres humanos solemos hacer planes: “Voy a ir a Miami”, “voy a comprar esta casa”, “me voy a casar con esta persona”, etc. Pero de pronto sucede algo e inesperadamente, nos cambia la vida. Si usted se amarga, se enojará y se frustrará. Pero si usted acepta la voluntad de Dios para su vida, podrá decir: “Padre Santo, no entiendo qué está pasando, yo iba a... pero ¡acepto tu voluntad!“

Si usted no entiende cuando camina con Dios, que las cosas que le suceden son porque Él le quiere decir: “¡No es por ahí, te voy a mostrar otro camino!” Si usted no es sensible a su dirección espiritual, Él ya no se meterá en su vida. Para que Dios le pueda dirigir, es necesario ser dócil de carácter; de lo contrario, habrá más sufrimiento.

Acerca de la persecución que sufren los cristianos, la Biblia dice: “Dichosos son los que por mi causa sean perseguidos y calumniados” (Mateo 5:11). ¿Cómo es esto posible? Cuando oímos que alguien dice algo en contra nuestra y no es verdad, no tenemos de qué preocupamos. Claro que como seres humanos nos da enojo, pues es horrible y una gran injusticia que alguien hiera nuestra reputación.

Relájese, pues “ninguna arma forjada contra ti prosperará” (Isaías 54:17). Si han dicho algo que no es verdad y Dios lo sabe, no se preocupe que Dios le va a vindicar. En lugar de enojarse, amargarse y desilusionarse, ¡alégrese! Dios dice que usted es alguien dichoso. La forma de ver las cosas desde el punto de vista de Dios, cambia nuestra vida y nuestro carácter, pues aprendemos a vivir conforme a lo que Él dice y no conforme a lo que la gente habla de nosotros.

Debemos vivir por fe, y no por lo que vemos, que es lo contrario. ¡Cuidado con quienes son guiados sólo por sus sentimientos y emociones! “Siento que con esa mujer voy ser más feliz”, dicen algunos, pero la Biblia dice: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Otros piensan: “Siento que este trabajo va a ser mejor remunerado y ese dinero me va a sacar de apuros”. Pero si esa “plata” usted la obtiene a través del robo, del fraude o del engaño, la verdad es muy diferente a lo que usted siente. Usted debe ser guiado por la verdad y no por lo que siente. Ríjase por lo que está escrito en la Biblia y así nunca perderá el camino. Muchas mujeres dicen también: “Me quiero casar con ese hombre, pues siento que se va a convertir.” Este es el engaño más grande en el que una persona puede caer, pues la Biblia dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6:14). La vista y los sentimientos son engañosos y no son guía. Debemos ser guiados por la fe. Pero, ¿qué es la fe? Es creer lo que Dios dice en su Palabra.

La Soberanía de Dios y el Libre Albedrio

Finalmente, analicemos la crucifixión de Jesús. El apóstol Pedro dice: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad [de Jerusalén] contra tu Santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:27-28).

Pilato, Herodes y todos los que se juntaron para matar a Cristo hicieron lo que Dios les permitió hacer. Nadie le puso una mano encima a Cristo sin que Dios lo permitiera. Pero al mismo tiempo, sus verdugos fueron condenados en el infierno. Esta aparente incongruencia entre lo que Dios permite y la responsabilidad humana, es lo que va a ser el centro de nuestra reflexión.

Comencemos a despejar incógnitas para limpiar nuestro camino y verlo más claramente:

¿Significa esto que Dios es el creador del mal?

La Biblia nos dice: “La corrupción no es suya; de sus hijos es la mancha, generación torcida y perversa” (Deuteronomio 32:5). Y Salomón escribió: “He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7:29). Estas Escrituras nos revelan que Dios ha permitido el mal dentro de sus propósitos eternos, pues si Él no tuviera el control de todo lo que sucede, el universo sería un caos. Pero que Dios haya permitido la maldad que entró al universo, no significa que Él es el Creador y autor del mal.

Cuando Dios creó a Lucifer, creó a un ser que no tenía igual en el universo. No había serafín, querubín, ángel o ser viviente más perfecto, sabio, bello, hermoso y dotado de conocimiento e inteligencia que Lucifer (significa: “El que porta la luz”). Al mismo tiempo, Dios le dio a Lucifer la libertad de escoger entre el bien y el mal, y con esto, la posibilidad de rebelarse contra Él; de otra manera, ¡habría sido un robot!

De la misma manera, Dios creó a Adán y Eva como seres perfectos. Dios creó al hombre recto, pero le dio la posibilidad de escoger entre el bien y el mal y de elegir entre un camino u otro; de otra manera, ¡Dios habría creado una raza de robots!

Dios le dio al ser humano el libre albedrío. Este fue un riesgo que Él tomó porque sabía que al darle a sus criaturas la capacidad de escoger, posiblemente se rebelarían. Sin embargo, Dios anticipó que todo esto iba a suceder y si Él no lo hubiera permitido, habría sido un universo donde todos hubiéramos amado a Dios mecánicamente, diciéndole “Te amo, te amo”, como quien le da cuerda a un juguete, sin la posibilidad de amarlo libremente, y por lo tanto, sin la capacidad de amar. Nadie puede forzar a alguien a amar, pues no sería amor verdadero. Si no pudiéramos escoger y determinar entre el bien y el mal libremente, no seríamos agentes morales libres y responsables de nuestras acciones, y esto es algo muy importante que tenemos que entender.

¿Por qué sufren los justos?

No debemos asumir tampoco que siempre que ocurre una tragedia o un desastre significa que estamos bajo maldición o que nos cayó el juicio de Dios. Cuando nos adelantamos y comenzamos a decir que lo que le sucedió a tal o cual persona fue porque se lo merecía, en ese momento nos estamos erigiendo como jueces. Debemos tener mucho cuidado de no caer en la trampa en que cayeron los amigos filósofos de Job. La serie de tragedias que le sucedieron a Job reflejan la hostilidad, el odio y la animosidad de Satanás contra el pueblo de Dios. Este libro comienza diciendo que “era este [Job] hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Estas características no quieren decir que Job fuera como Jesús (sin pecado), o que él no fuera un ser humano, pues la palabra perfección, en el hebreo “tamim”, y en el griego “teletastai”, significa “maduro, completo humanamente”.

La madurez de Job era la de un hombre completo, cabal, pero no sin pecado, pues a través de todo el libro lo encontramos enfrentando calamidades: perdió a su familia, perdió a sus hijos, perdió sus propiedades y además de todo eso, también perdió la salud (estaba enfermo de la punta de los pies hasta la coronilla de su cabeza). Y en medio de toda esta desesperación, Job le dijo a Dios tres o cuatro veces: “¿Por qué vi la luz? ¿Para qué nací? ¿Por qué son todas estas desgracias que me han pasado? ¿Cuál es la razón de mi existencia?” (ver Job 3). Job expresó algo que es normal en un ser humano que ha atravesado por diversas tragedias y notemos que Dios no se enojó porque él le hizo todas

estas preguntas. Job no le reclamó a Dios de manera desafiante y grosera: “¡¿Por qué me pasó esto!? ¿Dime por qué?!”. Son las mismas palabras anteriores, pero con diferente actitud. Dios no se enoja porque usted caiga de rodillas y lo cuestione sobre su vida con una actitud de quebrantamiento, pues cuando Él ve ese espíritu quebrantado, manifiesta su misericordia y muestra las razones, muchas veces semanas o meses después, por las cuales nos sucede lo que nos sucedió.

Dele usted la oportunidad a Dios de hablarle y acérquese a Él como el soberano gobernante del universo. ¡Cuidado con el orgullo y la soberbia! Dios no le va a contestar con esa actitud desafiante. Él le contestó a Job por su humildad, pues nunca pretendió ser soberbio y por eso le permitió que expresara sus más profundos sentimientos de desánimo y angustia. Más adelante, Jehová exhibe a Job como un ejemplo delante de Satanás, diciendo: “¿No has considerado a mi siervo Job?” (Job 2:3).

Dios le dice esto al diablo porque anteriormente, Satanás le había dicho que Job vivía feliz y lo adoraba porque Él lo protegía y lo bendecía. Dios tuvo que responder a esa acusación de Satanás, para que los mismos ángeles fueran testigos y su carácter santo y justo se vindicara. De esta manera aprendemos a través de la vida de Job que sí hay personas que mantienen su integridad y siguen amando a Dios a pesar de perderlo todo. No aman a Dios por lo que reciben de Él, sino simplemente porque… ¡Él es Dios!

Tenemos también a los mártires del Coliseo Romano, durante los primeros siglos del cristianismo, que fueron devorados por los leones, quemados como antorchas humanas, despojados de todos sus bienes y jamás negaron su fe, sacrificando sus vidas a Dios. Lo amaron simplemente por lo que Dios es y no por lo que Dios les dio.

Dios le estaba diciendo a Satanás: “Quiero mostrarte a un hombre que me ama y me sirve no por lo que le doy”; y Satanás y le dice: “¡No es cierto, te ama por lo que le has dado, pero si le quitas todo, comenzará a renegar de ti!” Job pues, es el ejemplo del ser humano que ama sinceramente a Dios y que no busca al Dador de dones o beneficios, sino al Dios que merece ser adorado por lo que Él es y significa para nuestra vida.

Dios estaba al mismo tiempo, ejerciendo su control soberano poniendo límites a las acciones de Satanás: “Y dijo Jehová a Satanás: He aquí que todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano en él” (Job 1:12). Satanás no puede hacernos nada si Dios no se lo permite. Si algún demonio entra a su vida y le empieza a causar problemas físicos o mentales, es porque Dios se lo permitió. La pregunta es: ¿Por qué lo permite? Porque cuando Dios permite un ataque demoníaco en nuestra vida, generalmente se trata de una disciplina o por haberle cedido nosotros derechos al diablo por pecados no confesados.

Hay excepciones, como Job y Pablo. Éste último recibió a un mensajero de Satanás que le envió una enfermedad y Dios lo permitió para mantenerlo humilde (2 Corintios 12:7).

¿Cómo saber cuándo Satanás nos ataca por nuestros pecados o por un juicio de Dios? Cuando Dios permite que el diablo nos toque (como en el caso de Job), es porque quiere sacar lo mejor de nosotros y darnos su paz. En medio de la enfermedad, del accidente, de los problemas, nuestra alma estará tranquila, calmada y sin vergüenza; no tendremos culpa, porque nuestra relación con Dios es vertical. Cuando ante el ataque del enemigo por causa del pecado, nos amarguemos, perdamos la paz y la tranquilidad, blasfememos y critiquemos, sabremos que es obra del enemigo.

Nuestra vida estará en sus manos hasta que llegue al arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados. La obra del enemigo es fácilmente reconocida:

“Porque la sabiduría que desciende de lo alto es primeramente amable, tiene buenos frutos, es pacífica y llena de misericordia; pero donde hay celos y contención, ahí hay toda una obra terrenal, animal y diabólica.” Santiago 3:15-17

Dios y la existencia del mal

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