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1 La cultura del desprecio

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Corría el año 2006. Yo era profesor en la Universidad de Syracuse y acababa de publicar mi primer libro comercial, Who Really Cares (‘A quién le importa de veras’), que trataba el tema de los donativos, de las personas que más dan a obras de caridad en Estados Unidos, desglosadas por categorías, como la política y la religión.

Parece un libro de esos que te mantienen en vilo, ¿no? Francamente, no esperaba que llamara mucho la atención. Me habría conformado con vender dos mil ejemplares. ¿Por qué? Mis publicaciones anteriores habían sido sobre todo artículos densos en revistas académicas con títulos tan apasionantes como «Genetic Algorithms and Public Economics» (‘Algoritmos genéticos y economía pública) y «Contingent Valuation and the Winner’s Curse in Internet Art Auctions» (‘La valoración contingente y la maldición del ganador en las subastas de arte en Internet’). Who Really Cares era algo más interesante, pero no mucho. Publiqué el libro y esperé a que no sonara el teléfono.

Pero sonó. Y volvió a sonar. Como sucede a veces con los libros académicos, sintonizó de manera perfecta con el ambiente del momento. Por la razón que sea, que algunas personas donaran mucho dinero para obras benéficas y otras no era una bomba informativa, y mi libro parecía explicar el porqué. Unas cuantas personas famosas hablaron de él, y antes de que me diera cuenta, salí en la televisión y empezaron a venderse cientos de ejemplares de mi libro al día.

Lo que me resultó más extraño fue que empezaran a abordarme perfectos desconocidos. Pronto me acostumbré a los correos electrónicos de personas que no conocía de nada, que me contaban detalles íntimos de sus vidas, porque, como pude comprobar, cuando la gente lee un libro que has escrito, cree que te conoce. Más aún: si no les gusta el libro, no les gustas tú.

Una tarde, al cabo de un par de semanas de la publicación del libro, recibí un correo electrónico de un señor de Texas que decía: «Querido profesor Brooks: Es usted un farsante». Empezaba fuerte, pero mi corresponsal texano no se detenía ahí. Su correo electrónico, de unas cinco mil palabras de extensión, criticaba en detalle todos los capítulos del libro y me informaba de mis numerosos fallos como investigador y como persona. Tardé veinte minutos en leer de cabo a rabo su diatriba.

Vale, ahora ponte en mi lugar. Llegado a este punto, ¿tú qué harías? Tienes tres opciones:

Opción 1. Ignorarlo. Es un tipo de tantos, ¿no? ¿Por qué voy a perder mi precioso tiempo con él, aunque él haya desperdiciado el suyo despotricando contra mi libro, del derecho y del revés?

Opción 2. Insultarlo. Decirle: «Anda y piérdete, tío. ¿No tienes nada mejor que hacer que meterte con un desconocido?».

Opción 3. Machacarlo. Elegir tres o cuatro de sus errores más evidentes y estúpidos y echárselos en cara, añadiendo: «Oye, atontado, si no sabes de economía, mejor no hagas el ridículo delante de un economista profesional».

Cada vez más, estas tres alternativas (o una combinación de ellas) son las únicas que creemos tener a nuestra disposición en los conflictos ideológicos actuales. Pocas opciones adicionales nos vienen a la mente cuando nos enfrentamos a un desacuerdo. Y fíjate que todas parten de un denominador común: el desprecio. Todas ellas expresan la idea de que mi interlocutor no merece consideración.

Cada una de estas opciones provocará una respuesta distinta, pero lo que todas tienen en común es que excluyen la posibilidad de una discusión productiva. En el fondo, lo que garantizan es una enemistad permanente. Puede que digas: «Ha empezado él». Cierto, aunque también podrías decir que empecé yo cuando escribí el libro. Sea como sea, al igual que la respuesta «ha empezado él» siempre me fue indiferente cuando mis hijos eran pequeños y se peleaban en el asiento trasero del coche, tampoco tiene fuerza moral en este caso, cuando nuestro objetivo es destruir la cultura del desprecio.

Más tarde, te diré cuál de las tres opciones –ignorarlo, insultarlo o machacarlo– elegí al responder a mi corresponsal texano. Pero antes, tenemos que hacer un viaje a través de la ciencia y la filosofía del desprecio.

En 2014, investigadores de la Universidad Northwestern, Boston College y la Universidad de Melbourne publicaron un artículo en Proceedings of the National Academy of Sciences, una prestigiosa revista académica.12 El tema era el conflicto humano debido a la «asimetría en la atribución de motivos»: el hecho de asumir que tu ideología se basa en el amor, mientras que la ideología de tu oponente se basa en el odio.

Los investigadores descubrieron que la mayoría de los republicanos y demócratas sufren hoy en día de un nivel de asimetría en la atribución de motivos comparable al de palestinos e israelíes. En ambos casos, las dos partes piensan que las impulsa la benevolencia, mientras que la parte contraria es malvada y actúa motivada por el odio. Por eso ninguna de las partes está dispuesta a negociar o transigir. Los autores del estudio concluyeron que «el conflicto político entre los demócratas y republicanos estadounidenses y el conflicto etnorreligioso entre israelíes y palestinos parecen insolubles, pese a la existencia de soluciones de compromiso razonables en ambos casos».

Piensa en lo que esto significa: hemos llegado al punto de que lograr un acuerdo bipartito, en temas que van desde la inmigración hasta las armas, pasando por la confirmación del nombramiento de un juez del Tribunal Supremo, es tan difícil como alcanzar la paz en Oriente Medio. Puede que no ejerzamos la violencia a diario entre nosotros, pero no podemos progresar como sociedad cuando ambas partes creen que actúan motivadas por el amor, mientras que la parte contraria actúa motivada por el odio.

La gente suele decir que el término más adecuado para describir el momento actual es «ira». Ojalá fuera cierto, porque la ira tiende a autolimitarse. Es una emoción que surge cuando queremos cambiar el comportamiento de alguien y creemos que podemos lograrlo. Aunque la ira se perciba a menudo como una emoción negativa, los estudios demuestran que su verdadero objetivo social no es ahuyentar a los demás, sino eliminar los elementos problemáticos de una relación y unir a las personas.13 Lo creas o no, no hay datos que corroboren la relación de la ira en el matrimonio con las separaciones o los divorcios.14

Piensa en una discusión que hayas tenido con un amigo íntimo, un hermano o tu pareja. Si estabas molesto y te enojaste, ¿fue porque pretendías expulsar a esa persona de tu vida? ¿Creíste que esa persona actuaba motivada por el odio hacia ti? Por supuesto que no. Dejando a un lado que la ira sea la estrategia más adecuada, nos enojamos porque reconocemos que las cosas no son como deberían ser, queremos corregirlas y creemos que podemos lograrlo.

La asimetría en la atribución de motivos no conduce a la ira, porque no hace que desees arreglar la relación. Creer que tu enemigo actúa motivado por el odio provoca algo mucho peor: el desprecio. Mientras que la ira pretende atraer a alguien al redil, el desprecio pretende expulsarlo. Procura burlarse del otro, avergonzarlo y excluirlo permanentemente de toda relación mediante el menosprecio, la humillación y el ninguneo. Así que mientras la ira dice: «Esto me importa», el desprecio dice: «Me das asco. No mereces que me preocupe por ti».

Una vez le pregunté a un amigo psicólogo sobre la raíz de los conflictos violentos. Me dijo que era «el desprecio mal disimulado». Lo que te hace violento es la percepción de que te desprecian, algo que desgarra familias, comunidades y naciones enteras. Si quieres ganarte un enemigo de por vida, demuéstrale desprecio.

El poder destructivo del desprecio está bien documentado en las obras del famoso psicólogo social y experto en relaciones John Gottman. Es profesor desde hace mucho tiempo de la Universidad de Washington en Seattle y cofundador junto con su esposa, Julie Schwartz Gottman, del Instituto Gottman, que se dedica a mejorar las relaciones. A lo largo de su carrera, Gottman ha estudiado a miles de parejas casadas. Suele pedir a cada pareja que cuente su historia –cómo se conocieron y cortejaron, sus altibajos como pareja y cómo ha cambiado su matrimonio con los años– antes de que discutan asuntos polémicos.

Después de ver a una pareja interactuar durante sólo una hora, puede predecir con una precisión del 94 por ciento si esa pareja se divorciará antes de tres años.15 ¿Cómo puede saberlo? No es por la ira que expresan las parejas. Gottman confirma que la ira no predice la separación o el divorcio.16 Las señales de alerta, explica, son los indicadores de desprecio, incluidos el sarcasmo, las burlas, el humor hostil y, lo peor de todo, poner los ojos en blanco. Estas acciones puntuales, en la práctica, dicen «No vales nada» a la persona a la que debes amar más que a cualquier otra. ¿Quieres saber si una pareja terminará en el juzgado? Obsérvalos discutir un tema polémico y fíjate en si alguno de los cónyuges pone los ojos en blanco.

«¿Qué tiene que ver todo esto con la política estadounidense?», le pregunté, a lo que Gottman –una persona alegre y feliz– respondió en tono pesimista:

En este país se ha denigrado el respeto en el diálogo. Siempre es «nosotros contra ellos». […] Vemos que los republicanos piensan que son mejores que los demócratas, los demócratas piensan que son mejores que los republicanos, la gente de la costa piensa que es mejor que la gente del interior. Suma y sigue, y creo que eso nos está haciendo mucho daño. Este «nosotros contra ellos» hace que nuestra corteza prefrontal medial –la parte del cerebro situada entre los ojos– no reaccione con comprensión y compasión. Y eso no es algo propio de nuestro país.

La pandemia del desprecio en asuntos políticos impide a las personas con opiniones opuestas trabajar juntas. Ve a YouTube y mira los debates presidenciales de 2016: son obras maestras del desdén, el sarcasmo y el escarnio. O, ya puestos, fíjate en cómo hablan los políticos de todos los niveles acerca de sus rivales en las elecciones, o de los miembros del otro partido. Describen cada vez más a menudo a personas indignas de cualquier tipo de consideración, sin ideas u opiniones legítimas. ¿Y las redes sociales? En cualquier tema polémico, estas plataformas son generadores de desprecio.

Desde luego, todo esto es contraproducente en una nación en la que los rivales políticos también deben ser colaboradores. ¿Acaso es probable que quieras cooperar con alguien que te ha calificado en público de tonto o de delincuente? ¿Llegarías a acuerdos con alguien que dijera públicamente que eres un corrupto? ¿Y te harías amigo de alguien que dijese que tus opiniones son estúpidas? ¿Por qué deberías estar dispuesto a pactar con una persona así? Puedes solucionar tus problemas con alguien con quien no estés de acuerdo, aunque dicho desacuerdo se manifieste de forma airada, pero no puedes llegar a una solución con alguien que te desprecie o por quien tú sientas desprecio.

El desprecio no es práctico y es malo para un país que depende de que la gente colabore en la política, las comunidades y la economía. A menos que esperemos convertirnos en un Estado de partido único, no podemos permitirnos despreciar a nuestros compatriotas estadounidenses que sencillamente no estén de acuerdo con nosotros.

El desprecio tampoco está moralmente justificado. La gran mayoría de los estadounidenses situados al otro lado de la frontera ideológica no son terroristas o criminales. Son personas como nosotros que da la casualidad de que ven de manera distinta ciertos temas polémicos. Cuando tratamos a nuestros compatriotas como enemigos, perdemos amistades y, por lo tanto, amor y felicidad. Eso es exactamente lo que está pasando. Ya he citado una encuesta que muestra que una sexta parte de los estadounidenses ha dejado de hablarse con un pariente o amigo íntimo por culpa de las elecciones de 2016. La gente ha cortado relaciones estrechas, que son nuestra fuente más importante de felicidad, por culpa de la política.

Un caso particularmente triste se produjo durante la campaña de las elecciones de mitad de mandato de 2018, cuando seis hermanos de un congresista que se presentaba a la reelección participaron en un anuncio televisivo a favor de su contrincante.17 Una hermana lo calificó de racista, mientras que un hermano declaró: «No parece estar bien». Otro cuestionó los motivos de su actuación política, diciendo que sus opiniones en materia de normativa legal se basaban en el dinero que le pagara la industria. ¿Cuál fue la reacción pública del congresista? Decir de sus hermanos: «Son consanguíneos míos, pero al igual que los izquierdistas de todo el mundo, anteponen la ideología política a la familia. Stalin estaría orgulloso de ellos».18

En 1960, solo el 5 por ciento de los estadounidenses afirmaba que les disgustaría que su hijo o hija se casara con alguien de otro partido político. En 2010, la cifra ya era del 40 por ciento, y sin duda ha aumentado desde entonces.19 Nos hemos alejado mucho de la admonición de Thomas Jefferson de que nunca se debe permitir que las «diferencias políticas se entrometan en las relaciones sociales o perturben las amistades, las organizaciones benéficas o la justicia».20

Gottman define el desprecio como «ácido sulfúrico para el amor». Pero no se limita a desestabilizar nuestras relaciones y nuestra política, sino que, según Gottman, también causa una degradación completa de nuestro sistema inmunológico. Menoscaba la autoestima, altera el comportamiento e incluso perjudica el procesamiento cognitivo.21 Según la Asociación Estadounidense de Psicología, el sentimiento de rechazo, que experimentamos tan a menudo cuando nos han tratado con desprecio, aumenta «la ansiedad, la depresión, los celos y la tristeza» y «reduce el rendimiento en tareas intelectuales difíciles».22 Ser tratado con desprecio provoca un desgaste físico objetivo. Quienes se sienten excluidos habitualmente «tienen peor calidad de sueño y su sistema inmunológico no funciona tan bien» como las personas a las que no tratan con desdén.23

Igual de importante: el desprecio no sólo es perjudicial para la persona maltratada, sino que también lo es para quien desprecia, porque tratar a los demás con desprecio nos hace segregar dos hormonas del estrés, el cortisol y la adrenalina. Las consecuencias de segregar constantemente estas hormonas –el equivalente a vivir bajo un estrés significativo y constante– son tremendas. Gottman señala que las personas que viven en pareja que se pelean constantemente mueren veinte años antes, por término medio, que las que buscan constantemente la comprensión mutua. Nuestro desprecio es indiscutiblemente desastroso para nosotros, por no hablar de las personas a las que tratamos con desprecio.

En realidad, el desprecio no es verdaderamente lo que queremos. ¿Que cómo lo sé? Para empezar, eso es lo que oigo a todas horas y todos los días. Viajo constantemente, y por mi trabajo hablo de política. No pasa un solo día en el que alguien no se queje de que nos estamos desmoronando como país porque somos incapaces de expresar de forma respetuosa nuestras opiniones políticas como adultos civilizados. La gente está agotada.

Eso es exactamente lo que Tim Dixon, cofundador de la organización More in Common (‘Más en Común’), llama la «mayoría agotada»: estadounidenses que están hartos del conflicto constante e inquietos por el futuro del país. En un estudio pionero sobre las actitudes políticas en los Estados Unidos, Dixon descubrió que el 93 por ciento de los estadounidenses se declaraban cansados de lo divididos que estamos como país; el 71 por ciento estaba «muy de acuerdo» con esta afirmación. La gran mayoría dice en privado que cree en la importancia del compromiso, rechaza el radicalismo de los sectores extremistas de ambos partidos y no les mueve la lealtad a un partido.24

Existen muchas más pruebas que corroboran la afirmación de Dixon de que a la mayoría de los estadounidenses no les gusta la cultura del desprecio. Una encuesta de 2017 realizada por el Washington Post y la Universidad de Maryland preguntaba: «¿Cree que los problemas en la política de los Estados Unidos en este momento son similares a la mayoría de los períodos de desacuerdo partidista o cree que los problemas han llegado a un extremo peligroso?». El 71 por ciento de los encuestados eligió esta última opción.25 Casi dos tercios de los estadounidenses dicen que el futuro del país es una fuente de estrés muy o bastante importante, una cifra mayor que el porcentaje que dice sentirse estresado por motivos económicos o por el trabajo.26 Aún más desconcertante es que el 60 por ciento de los estadounidenses considerase que nuestro momento político actual es el punto más bajo de la historia de los Estados Unidos que ellos recuerden; una cifra, señala la Asociación Estadounidense de Psicólogos, que se da «en todas las generaciones, incluidas las que vivieron la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles cubanos y los ataques terroristas del 11 de septiembre».27 Más del 70 por ciento de los estadounidenses cree que el país sufrirá graves daños si los partidos rivales no colaboran.28

Esto desafía la creencia de que los Estados Unidos están divididos entre dos grandes grupos hiperpartidistas que pretenden derrotar a los del otro bando. Al contrario, la mayoría de los encuestados presentan opiniones bastante matizadas que no encajan claramente en un campo ideológico concreto. Por no citar más que un ejemplo, la «mayoría agotada» de Dixon se muestra significativamente más propensa que la minoría altamente partidista a creer que el discurso del odio en los Estados Unidos es un problema, pero que el lenguaje políticamente correcto también lo es. En otras palabras, esta mayoría quiere que nuestro país se ocupe de lo primero, pero no recurriendo a lo segundo.

Quizás creas que, llegados a este punto, sea pertinente que te dé algunas explicaciones. Por un lado, afirmo que nuestra cultura, sobre todo nuestra cultura política, rezuma desprecio. Por el otro, sostengo que eso no es lo que deseamos una gran mayoría. Pero, en una democracia y un mercado libre, ¿acaso no obtenemos lo que deseamos?

Sí y no. En muchos casos, la gente demanda algo que detesta. ¿Conoces a alguien que tenga problemas con la bebida? Cada mañana se reprende por su falta de autocontrol y decide que esa noche no beberá. Pero llegado el momento, ansioso y sediento, dice: «Mañana lo dejo». De forma parecida, la mayoría de los fumadores dicen que no desean fumar, pero continúan voluntariamente, malgastando dinero y destrozándose la salud.

¿Qué ocurre? La respuesta, claro, es la adicción, que nubla nuestra capacidad de tomar decisiones en beneficio propio a largo plazo. Personalmente, soy muy goloso. Sé perfectamente que debería eliminar el azúcar refinado de mi dieta. Quiero dejar los dulces, pero también sé que esta noche, alrededor de las ocho, me rendiré y me zamparé unas Oreo. (La culpa es de mi mujer, por comprarlas.) Es probable que tengas alguna debilidad, algo que te proporciona satisfacción inmediata aunque luego no lo desees a largo plazo. Puede que sea una relación que eres incapaz de cortar, o que seas aficionado al juego que te compres ropa demasiado cara.

Los economistas han situado la demanda de cosas adictivas en una categoría especial. Constatan que tomamos decisiones que distan mucho de ser óptimas a largo plazo porque romper el hábito nos resulta demasiado doloroso a corto plazo. Por lo tanto, aunque en realidad no queramos beber, aplazamos la incomodidad de dejarlo un día tras otro.

Los Estados Unidos son adictos al desprecio político. Mientras que la mayoría de nosotros odiamos lo que el desprecio le está haciendo a nuestro país y nos preocupa cómo erosiona nuestra cultura a largo plazo, muchos seguimos consumiendo compulsivamente el equivalente ideológico de las metanfetaminas que nos proporcionan cargos electos, académicos, artistas y algunos medios de comunicación. Millones de personas se entregan activamente a su adicción participando en el ciclo de desprecio con su forma de tratar a los demás, sobre todo en las redes sociales. Nos gustaría que nuestros debates nacionales fueran vigorizantes y sustanciosos, pero tenemos un afán insaciable de insultar a los del otro bando. Por mucho que sepamos que debemos ignorar al desagradable columnista, apagar la tele cuando sale un bocazas y dejar de revisar nuestros feeds de Twitter, cedemos a nuestro impulso culpable de escuchar a los que confirman nuestros prejuicios de que los otros no sólo se equivocan, sino que son estúpidos y malvados.

Somos responsables de nuestra adicción al desprecio, por supuesto, al igual que los adictos a las metanfetaminas son responsables en última instancia de su adicción, pero también están nuestros camellos, los traficantes de metanfetamina política. Conocedores de nuestra debilidad, los líderes de izquierda y derecha buscan el poder y la fama enfrentando a estadounidenses contra estadounidenses, hermano contra hermano, compatriota contra compatriota. Estos líderes afirman que debemos elegir un bando, y luego argumentan que el otro bando es malvado –indigno de consideración–, en lugar de retarnos a que escuchemos a los demás con amabilidad y respeto. Fomentan una cultura de desprecio.

Hay un «complejo industrial de la indignación» en los medios estadounidenses de hoy que se beneficia generosamente de nuestra adicción al desprecio. Todo empieza por atender a un solo sector del espectro ideológico. Líderes y medios de comunicación de izquierda y derecha mantienen a sus audiencias enganchadas al desprecio diciéndoles lo que quieren oír, vendiendo un relato de enfrentamiento y pintando burdas caricaturas del bando opuesto. Nos reafirman en nuestras creencias y a la vez confirman nuestros peores prejuicios acerca de quienes discrepan de nosotros, a saber, que son estúpidos, malvados y que no se merecen que les demos ni los buenos días.

En la batalla por la atención pública, las élites de la derecha y de la izquierda describen cada vez más nuestros desacuerdos políticos como una lucha apocalíptica entre el bien y el mal, comparando al otro bando con animales y utilizando metáforas propias del terrorismo. Abre tu periódico favorito o zapea por la televisión por cable en horario de máxima audiencia y encontrarás un ejemplo tras otro de esta tendencia. ¿Cuál es el resultado de que la retórica exagerada se convierta en algo habitual? Una cultura del desprecio cada vez más arraigada, una amenaza creciente de violencia real y, por supuesto, beneficios de récord. Veías Breaking Bad, ¿no? También la metanfetamina es de lo más rentable.

Las redes sociales intensifican nuestra adicción al permitirnos filtrar las noticias y opiniones con las que no estamos de acuerdo, destilando así la droga del desprecio. Según la Institución Brookings, el usuario medio de Facebook tiene cinco amigos políticamente afines por cada amigo del otro lado del espectro político.29 Investigadores de la Universidad de Georgia han demostrado que es poco probable que los usuarios de Twitter estén expuestos a contenidos ideológicos cruzados porque los usuarios a los que siguen son políticamente homogéneos.30 Incluso en el mundo de las app de contactos, los académicos han descubierto que la gente se autoclasifica en función de su ideología política.31 Estas empresas nos ofrecen plataformas para crear circuitos de retroalimentación en los que sólo estamos expuestos a quienes piensan de forma parecida, y en los que la gente puede esconderse bajo la capa del anonimato para verter comentarios odiosos y vitriólicos.

El confinamiento en un «silo ideológico» significa que dejamos de interactuar por completo con quienes sostienen puntos de vista opuestos. Las encuestas indican que la mayoría de los republicanos y demócratas tienen «sólo unos pocos» o ningún amigo que sea militante del otro partido.32 Por el contrario, sólo el 14 por ciento de los republicanos y el 9 por ciento de los demócratas tienen «muchos» amigos íntimos del partido rival.33 Los resultados de no conocer a personas con puntos de vista opuestos y verlas sólo a través del prisma de los medios de comunicación hostiles son predecibles. Hoy en día, el 55 por ciento de los demócratas tiene una opinión «muy desfavorable» de los republicanos, y el 58 por ciento de los republicanos tiene idéntica opinión de los demócratas, unas cifras que triplican las de 1994.34

Tenemos indicios de que, cuanto menos expuestos estamos a puntos de vista opuestos, menos competentes como personas racionales nos volvemos. El ensayista David Blankenhorn ha notado un aumento de varias formas de pensamiento político débil en la última década,35 entre las que destacan las siguientes: las opiniones binarias extremas («Yo tengo toda la razón, o sea que tú estás del todo equivocado»); considerar que toda duda es un signo de debilidad; los razonamientos motivados (buscar sólo argumentos o datos que apoyen nuestras opiniones; algo que resulta más fácil cuando te dedicas a filtrar previamente las noticias que recibes y tu presencia en las redes sociales); los argumentos ad hominem («Tus ideas responden a motivos egoístas e inmorales»); y la negativa a estar de acuerdo en la realidad de los hechos («Tus noticias son falsas»).

La estructura de la política de partidos fomenta asimismo la cultura del desprecio. Cada dos años, hay que elegir quién ocupa 435 escaños de la Cámara de Representantes. En las últimas tres elecciones nacionales, un número cada vez mayor de esos escaños ya estaban adjudicados porque sus ocupantes, cuando se presentaron a la reelección, los consiguieron en el 90, el 95 y el 97 por ciento de los casos.36 Ambos partidos políticos han manipulado los límites y los censos de las circunscripciones electorales para asegurarse de que estuvieran llenas de fieles devotos, a los que han repartido entre un buen número de circunscripciones, mientras agrupaban a los militantes del bando contrario en unas pocas para así disminuir su representación. El resultado es que a los políticos les basta cada vez más con recurrir sólo a los militantes de su partido para obtener los votos que necesitan. Las primarias a menudo se convierten en un concurso de adopción de posturas extremas con el fin de probar la lealtad al partido y movilizar al núcleo duro. El resultado inevitable es la demonización del otro bando.

Los congresistas suelen decir que uno de los grandes cambios de los últimos diez años es que ya no pasan mucho tiempo socializando con los representantes del partido rival. No sólo discrepan en política, sino que apenas se conocen como personas. Es probable que hayas oído muchas veces que, en décadas anteriores, los demócratas y los republicanos discutían apasionadamente en la tribuna de oradores durante el día, y luego salían a cenar juntos por la noche. Esto era parte de la forma en que finalmente lograban llegar a acuerdos. Al compartir la vida juntos fuera del trabajo, desarrollaban la confianza y la buena voluntad necesarias para adoptar decisiones difíciles por el bien de todos, incluidos los que se situaban más allá de sus esferas políticas.

Los políticos me dicen a menudo que se han visto obligados a evitar estas amistades por motivos de autodefensa: les preocupa que los consideren demasiado amistosos con el bando contrario. En un clima de pureza ideológica, debida a la manipulación de censos y circunscripciones, y de extremo desprecio político, el sueño de un aspirante en las primarias es enfrentarse a un titular que confraternice con el «enemigo».

Esto no es malo únicamente para la política, sino para los políticos como personas. Por supuesto, a algunos políticos de ambos bandos les gusta la actual polarización, que ha hecho posibles sus carreras. Quizás hubiera creído que ésta era la norma antes de mudarme a Washington hace diez años, pero hoy sé que no es así en absoluto. He llegado a entablar amistad con muchos congresistas y, por sorprendente que parezca a algunos lectores, mi admiración por los políticos ha crecido enormemente. Son algunas de las personas más patrióticas y trabajadoras que he conocido. Aman a los Estados Unidos y odian nuestra cultura del desprecio tanto como tú y yo. Me dicen que lamentan el grado de polarización y desean saber cómo combatir esta tendencia. Al igual que nosotros, son víctimas de la adicción de los estadounidenses al desprecio político.

Entre lo que más lamentan figura que los asuntos importantes que exigen consenso se conviertan en partidos de tenis políticos. Una de las partes se hace con el poder e impone sus ideas siguiendo a rajatabla la línea del partido, y luego la otra parte, al llegar al poder, intenta imponer sus ideas de la misma forma. Las personas atrapadas entre ambas partes son las que tienen menos poder.

Pensemos, por ejemplo, en la atención sanitaria en los Estados Unidos. Para millones de estadounidenses de rentas bajas, la Ley de Cuidado de Salud Asequible de 2010 –alias Obamacare– cambió la forma de adquirir y recibir atención médica. Dicha ley se aprobó con el voto de los demócratas en la Cámara de Representantes y en el Senado, sin ningún tipo de apoyo de los republicanos, lo cual, por supuesto, la convertía en clara candidata a la derogación en cuanto los republicanos se hicieran con ambas cámaras y la Casa Blanca, lo que consiguieron en 2016. Aunque deshacerse del Obamacare resultó más difícil de lo que preveían los republicanos, lograron desmantelarlo en gran parte, con lo que volvieron a cambiar la forma en que los estadounidenses más pobres recibían la atención médica, y todo por motivos estrictamente partidistas. Nadie duda de que cuando los demócratas vuelvan a hacerse con el control total, continuará el partido de tenis político con los cuidados sanitarios de los estadounidenses de ingresos bajos como pelota.

Como reza el viejo proverbio africano: «Cuando los elefantes se pelean, la que sufre es la hierba». Los débiles salen perjudicados de los conflictos entre los poderosos. Los estadounidenses con las rentas más bajas siempre son los que pierden cuando el desprecio desplaza a la cooperación entre los que mandan. La política del desprecio nunca perjudica mucho a los ricos, pero sí a los pobres. Todos deberíamos estar de acuerdo en que eso es malo.

El desprecio nos aleja y nos deprime. Nos tiene en sus garras. ¿Qué alternativa queremos?

Para responder a esta pregunta, empezaré retomando la anécdota que he contado al principio de este capítulo sobre el texano que me escribió para decirme que había encontrado detestable mi libro y hacérmelo saber con todas las letras. Mis opciones de respuesta parecían ser (1) ignorarlo, (2) insultarlo o (3) machacarlo.

En vez de eso, escogí por casualidad una cuarta alternativa, que para mí fue una gran revelación. Esto fue lo que pasó: mientras leía su correo electrónico, me sentía insultado y ofendido, pero al mismo tiempo, pensaba: «¡Se ha leído mi libro!». Y eso me llenó de gratitud. Como académico, estaba acostumbrado a escribir cosas que casi nadie leería. Había puesto todo mi empeño en ese proyecto durante dos años, y ese tipo se había tomado la molestia de leérselo de pe a pa. Me sorprendió. Me di cuenta de lo que sentía, y por la razón que fuera, decidí comunicárselo. Le respondí diciéndole que ya había visto que mi libro le había parecido deleznable, pero que me había costado mucho trabajo escribirlo, y le agradecía profundamente el tiempo y atención que había prestado a cada detalle de la obra.

Al cabo de quince minutos, apareció en mi bandeja de correo entrante un segundo mensaje de aquel tipo. Abrí el correo electrónico y me preparé para lo peor. Pero en lugar de otra andanada, me decía que le había sorprendido que leyera su nota y que la próxima vez que estuviera en Dallas teníamos que salir a cenar juntos. Este mensaje era completamente amigable. ¡De enemigo a amigo en cuestión de minutos! ¿De pronto le gustaba mi libro? Por supuesto que no. Simplemente vio que le gustaba yo porque me había tomado la molestia de leer su correo electrónico y responderle educadamente.

No te hagas una idea equivocada. No soy un santo que siempre reacciona así cuando lo atacan personalmente. Tal vez nuestro inesperado acercamiento de ese día fue pura chiripa. Pero lo que aprendí gracias a esa afortunada interacción es que el desprecio no puede competir con el amor. El círculo vicioso del desprecio dependía de mí, y lo rompí con unas palabras de agradecimiento. Actuar así me hizo sentir muy bien, e hizo cambiar de opinión a otra persona.

Vi con mis propios ojos cómo el desprecio se transmutaba en amistad cuando se topaba con una expresión abierta de bondad y respeto. Además, vi que la bondad, la reconciliación y el contacto –en lugar del desprecio, la división y el aislamiento– son lo que desean en verdad nuestros corazones. Desde entonces he tratado de entender los fundamentos científicos de esta realidad, leyendo todos los estudios que he podido encontrar y contactando con todos los expertos en la materia.

Uno de los principales es Matthew Lieberman, psicólogo social de la Universidad de California-Los Ángeles. Lieberman ha pasado décadas explorando las bases neurocientíficas de las relaciones humanas. Según él, sentimos un deseo innato de establecer relaciones sociales positivas y nuestros cerebros experimentan un profundo placer cuando las logramos.

Analicémoslo en términos monetarios. En su libro Social: Why Our Brains Are Wired to Connect (‘Sociales: por qué nuestros cerebros están organizados para conectar’), Lieberman observa que el simple hecho de tener un amigo al que ves la mayoría de los días te da una inyección de felicidad equivalente a ganar cien mil dólares adicionales cada año.37 Ver a tus vecinos de forma regular te aporta tanta felicidad como sesenta mil dólares más de ingresos. En cambio, la experiencia de romper un vínculo social crítico, como con un miembro de la familia, equivale a experimentar una gran disminución de ingresos.38 Supongo que, en el caso del congresista que he mencionado antes (al que denunciaron sus seis hermanos), fue como sufrir una bancarrota.

En un estudio similar, psicólogos de la Universidad Brigham Young examinaron los hábitos y las relaciones sociales de más de trescientos mil participantes, y descubrieron que la falta de relaciones estrechas aumenta el riesgo de muerte prematura por cualquier causa en un 50 por ciento.39 Una publicación de la Universidad de Harvard señala que esta falta de comunión a través de las relaciones sociales es más o menos equivalente, en cuanto a efectos sobre la salud, a fumar quince cigarrillos al día.40

Lo que todos estos hechos y cifras significan para ti y para mí es que todos queremos ganar mucho más, y nadie quiere perder ingresos. Eso es algo que no siempre podemos controlar, pero podemos incidir en algo igual de valioso para nuestro bienestar: nuestras relaciones con los demás. ¿Renunciarías a cien mil dólares de tu sueldo, o a años de vida saludable, por desavenencias políticas? Probablemente no. Así que no sacrifiques una amistad o relación familiar por eso, y no dejes pasar una posible nueva amistad sólo por la política.

Varios estudios recientes que se preguntaban por qué anhelamos el contacto con los demás han encontrado respuestas fisiológicas. Como han descubierto los neurocientíficos de la Universidad de Emory, la cooperación social activa las partes de nuestro cerebro que están vinculadas al procesamiento de recompensas.41 Las imágenes de escáneres cerebrales demuestran que, cuando experimentamos el placer de relacionarnos con los demás, se activan estos circuitos de recompensa, lo que demuestra que «la cooperación social es intrínsecamente gratificante para el cerebro humano».42 En cambio, cuando experimentamos exclusión o rechazo, se activan los centros del dolor del cerebro. De hecho, el cerebro procesa el rechazo relacional de la misma manera en que procesa el dolor físico. Como Lieberman ha descubierto en sus investigaciones, en muchos aspectos, un corazón roto causa la misma sensación que una pierna rota.43

Una vez más, pregúntate si estarías dispuesto a romperte un hueso a cambio de tener «razón» en política.

Seguramente no necesitamos escáneres cerebrales que nos digan que establecer relaciones es mucho mejor que las consecuencias del desprecio y la división. Al fin y al cabo, los grandes pensadores y religiones del mundo llevan predicando el sabio consejo de la unidad desde hace miles de años.

En la República de Platón, el gran filósofo escribe: «¿Tenemos, pues, mal mayor para una ciudad que aquello que la disgregue y haga de ella muchas en vez de una sola? ¿O bien mayor que aquello que la agrupe y aúne?».44 Aristóteles opinaba igual. Si rompiera los lazos unificadores de la amistad, escribió en su Ética a Nicómaco, «nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes».45

Es un tema común a todos los textos sagrados de todas las religiones del mundo. El salmo 133 proclama: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos».46 En el Evangelio de Mateo, Jesús advierte: «Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie».47 Y el Bhagavad Gita, uno de los antiguos libros sagrados del hinduismo, enseña que el conocimiento «mediante el cual se puede ver que todas las cosas están mantenidas por la misma Esencia Única» es sáttvico, es decir, puro, bueno y virtuoso.48

Los padres de la patria estadounidenses sabían que la armonía social tenía que ser el eje vertebrador de los Estados Unidos. En su célebre opúsculo Common Sense (‘Sentido común’), Thomas Paine sostenía: «No es en los números, sino en la unidad donde reside nuestra gran fuerza».49 James Madison, en su decimocuarto Federalist Paper, advirtió: «La más alarmante de todas las novedades, el más loco de todos los proyectos, el más imprudente de todos los intentos, es el de despedazarnos con el fin de preservar nuestras libertades y promover nuestra felicidad».50 John Adams creía que el cáncer del faccionalismo en los Estados Unidos debía ser «temido como el mayor de los males políticos, según nuestra Constitución».51 En su discurso de despedida, George Washington advirtió sobre los «efectos nefastos» de la enemistad política.52

Tratamos de conjugar ambas cosas, por supuesto: amor por nuestros amigos y desprecio por nuestros enemigos. De hecho, a veces incluso intentamos construir unidad en torno a los lazos comunes de desprecio por «el otro». Pero no funciona, igual que un alcohólico no puede tomar «sólo un traguito» para relajarse. La embriaguez desplaza a la sobriedad. El desprecio desplaza al amor porque se convierte en el centro de todo. Si los desprecias a «ellos», más y más gente se convertirá en «ellos». Los Monty Python lo expusieron de manera hilarante en la película La vida de Brian, donde los enemigos más acérrimos son dos grupos disidentes judíos rivales: el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea.

Tanto los filósofos de la antigua Grecia como las grandes religiones del mundo, pasando por los padres de la patria y los psicólogos de la era moderna, nos exhortan a optar por lo que nuestro corazón desea en el fondo: el amor y la bondad. Todos advierten sin medias tintas que la división, si se permite que arraigue permanentemente, provocará nuestra desgracia y caída.

Hay que hacer dos advertencias. En primer lugar, unidad no es necesariamente sinónimo de acuerdo. Dedicaré un capítulo entero más adelante en este libro a la importancia de la discrepancia respetuosa. Segundo, la unidad es siempre una aspiración; nunca estaremos unidos por completo. Ni siquiera en tiempos de guerra, nuestra nación ha remado de forma unánime en la misma dirección. Sin embargo, aunque no sea del todo alcanzable, el objetivo de estar más unidos sigue siendo ideal para conseguir más de lo que queremos como personas.

Queremos amor. Pero ¿cómo lo conseguimos? Tenemos que empezar diciendo que es, en efecto, lo que queremos de veras. Esto es más fácil de decir que de hacer. Un famoso episodio bíblico lo ilustra:

Y al salir él [Jesús] con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». […] Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».53

A primera vista, parece una tontería. Un ciego, Bartimeo, quiere un milagro de Jesús. Éste le pregunta: «¿Qué quieres?». Como dirían mis hijos: «Tío, quiere ver». Y, de hecho, eso es más o menos lo que el ciego responde.

La historia es profunda porque, aunque la gente sabe lo que realmente quiere, a menudo no lo pide. Piensa en la última vez que tuviste un conflicto real con alguien a quien amas. Deseabas desesperadamente que el conflicto terminara y que volviera el afecto, pero seguiste luchando de todas formas. Tengo un amigo que no se habló con su hija durante veinte años y ni siquiera sabía cómo se llamaban sus nietos. Tenía unas ganas tremendas de reconciliarse, pero no se atrevía a hacerlo. Tal vez nunca has hecho algo tan radical, pero en un momento u otro, todos hemos experimentado el dolor de una fractura en nuestras relaciones que el orgullo nos impide arreglar.

Una vez más, se trata de la adicción. Todos los adictos quieren liberarse de la adicción, y disponen de numerosas ayudas para ello. Todo lo que tienen que hacer es desprenderse de lo que odian y pedir lo que realmente quieren. Pero no lo hacen, a veces incluso hasta la sepultura. ¿Por qué no? La mayoría dice que el sufrimiento que causa a corto plazo dejar de fumar es demasiado grande, o que el alcohol u otras drogas, por muy terribles que sean, son lo único que les proporciona verdadera satisfacción en una existencia vacía.

Padecemos una adicción cultural al desprecio –una adicción instigada por el complejo industrial de la indignación para obtener ganancias y poder– y nos está destrozando. Pero la mayoría de nosotros no queremos eso. Queremos amor, bondad y respeto. Sin embargo, tenemos que pedirlos, elegirlos. Es difícil; somos orgullosos, y el desprecio puede crear una sensación de propósito y satisfacción a corto plazo, como una bebida más. Nadie dijo nunca que acabar con una adicción fuera fácil. Pero no te confundas: al igual que Bartimeo, podemos elegir lo que realmente queremos, como individuos y como nación.

¿Cómo? No basta con dejarlo al azar, con la esperanza de que reaccionemos accidentalmente como yo con mi corresponsal tejano, o como Hawk Newsome y Tommy Hodges en la Explanada Nacional de Washington. ¿Qué podemos hacer a partir de hoy para rechazar el desprecio y abrazar el amor?

En busca de una respuesta, consulté a dos expertos.

El primero es John Gottman, a quien ya he presentado en este capítulo. Le pregunté cómo pensaba que podríamos usar sus ideas sobre la armonía en la pareja para mejorar nuestro discurso nacional. Si quieres una América más unida por los lazos del amor, ¿cómo deberías tratar a las personas con las que no estás de acuerdo políticamente?

Gottman tardó un poco en contestar, porque nunca antes había respondido a esta pregunta. Los profesores siempre se muestran reacios a ir más allá de su información y su experiencia concreta. Pese a todo, me dijo que amaba a los Estados Unidos, que le partía el corazón el desprecio que se extendía por todo el país y que quería que volviéramos a estar juntos. Así que me dio cuatro reglas:

1. Concéntrate en el malestar de los demás, y hazlo con empatía. Cuando los demás se muestren disgustados por motivos políticos, escúchalos con respeto. Trata de entender su punto de vista antes de ofrecer el tuyo. Nunca escuches sólo para rebatir.

2. En tus interacciones con los demás, sobre todo en áreas de desacuerdo, adopta la «regla de cinco a uno», que Gottman propone a las parejas: asegúrate de formular cinco comentarios positivos por cada crítica negativa. En las redes sociales, son cinco mensajes positivos por cada uno que pueda considerarse negativo.

3. Ningún desprecio está justificado, jamás, aunque, en un arrebato momentáneo, creas que alguien se lo merece. Suele ser injustificable más a menudo de lo que crees, es siempre malo para ti y nunca convencerá a nadie de que se equivoca.

4. Ve donde haya gente que discrepe de ti y aprende de ellos. Eso significa que hagas nuevas amistades y busques opiniones con las que sabes que no estarás de acuerdo. ¿Cómo actuar en un lugar así? ¡Sigue las reglas de la 1 a la 3!

Estas reglas son tan importantes que me extenderé sobre ellas (y otras) a lo largo de todo este libro. Si te parecen difíciles de seguir, ¡no te preocupes! Te enseñaré a hacerlo.

La segunda persona a la que consulté sobre cómo luchar contra el desprecio es el hombre más sabio que conozco, y también uno de los expertos mundiales en unir a las personas mediante los lazos de la compasión y el amor: Su Santidad el dalái lama.

El dalái lama es el líder espiritual de los budistas tibetanos y uno de los líderes más respetados del mundo actual. Hemos colaborado durante años, y aunque soy católico y no budista, yo lo considero un mentor y guía. Lo visité en su monasterio en Dharamshala (India), en las estribaciones del Himalaya, cuando empezaba a trabajar en este libro. «Santidad –le pregunté–, ¿qué debo hacer cuando sienta desprecio?» Como ya te he contado en la introducción, me respondió: «Practica el afecto».

Para ser sincero, al principio pensé: «¿Sólo eso?». Parecía más un aforismo que un consejo útil. Pero cuando reflexioné sobre ello, vi que era realmente certero y práctico. No abogaba por ceder ante las ideas de las personas con las que no estuviéramos de acuerdo. Si creo que tengo razón, tengo el deber de atenerme a mis opiniones, pero también el de ser amable, justo y amigable con todos, incluso con aquellos de los que me separan grandes diferencias.

¿Difícil? Claro, el dalái lama sería el primero en notar que el afecto es propio de los fuertes, no de los débiles. Es un consejo que él ha seguido. Con apenas quince años, se erigió en el líder del pueblo budista tibetano tras la invasión china del Tíbet en 1950.54 A raíz de la brutal represión contra su pueblo, el dalái lama se exilió en 1959, y desde entonces ha dirigido una comunidad tibetana pobre y desposeída desde su hogar en Dharamshala. El dalái lama y su pueblo han sido tratados con un desprecio peor del que la mayoría de nosotros jamás experimentaremos en nuestras vidas, expulsados de sus hogares y tratados como si no fueran personas.

¿Cómo ha respondido? El dalái lama comienza cada día ofreciendo plegarias por China, sus dirigentes y su pueblo.55 Practica el afecto hacia el mismo régimen que los llevó a él y a sus seguidores al exilio y que continúa oprimiendo al pueblo del Tíbet. Eso es fortaleza, no debilidad. El afecto no es para los pusilánimes.

Mi siguiente pregunta fue: «¿Cómo puedo hacerlo? Deme algunos consejos prácticos, Santidad», a lo que él contestó: «Piensa en una época de tu vida en la que respondiste al desprecio con afecto. Recuerda cómo te hizo sentir, y vuelve a hacerlo». Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el afecto es exactamente lo que transformó mi intercambio de correos electrónicos al principio de este capítulo. Respondí por casualidad al desprecio con afecto y vi cómo el desprecio se desvanecía en un instante.

La bondad y el afecto son el antídoto contra el veneno del desprecio que corre por las venas de nuestro discurso político. Desprecio es lo que vimos cuando Tommy Hodges y Hawk Newsome –el organizador de la manifestación a favor de Trump y el activista de Black Lives que hemos visto al principio de este libro– llegaron a la Explanada Nacional. Al invitar a Hawk a subir al escenario, Tommy hizo algo más que darle a Hawk una plataforma para hablar: reconoció su dignidad como compatriota estadounidense. Fue como si hubiera dicho: «Puede que no esté de acuerdo con usted, pero lo que tiene que decir es importante». Esa simple demostración de respeto rompió el muro de desprecio mutuo que los separaba y transformó por completo su relación.

Hawk, a su vez, reaccionó de la misma manera, dirigiéndose al público de forma positiva y afectuosa. Expresó una causa moral que compartía con sus oyentes –al declarar que era un estadounidense que amaba a su país y que quería hacer grande a América– a la vez que los retaba a pensar de manera diferente sobre la difícil situación de los afroamericanos. Su planteamiento fue profundamente unificador. Hizo un alegato moral a favor de la compasión y la justicia, y apeló a algo que todos tenían grabado en el corazón.

Eso no significa que todos los asistentes al acto estuvieran de acuerdo con lo que dijo; no fue así. Sucedió algo más profundo que el mero acuerdo político: se estableció una conexión humana que permitió un debate de ideas respetuoso y productivo.

Esto es exactamente lo que los Estados Unidos necesitan. Es lo que nuestros corazones desean. Y no tiene que ser flor de un día. En realidad es algo que podemos proyectar y reproducir en todo el país si tenemos el coraje y la voluntad necesarios.

¿Cómo? Empecemos con nuestras interacciones. Si te tratan con desprecio, no lo consideres una amenaza, sino una oportunidad. En el Dhammapada, uno de los principales textos sagrados budistas, dice el maestro:

Conquista al hombre airado mediante el amor; conquista al hombre de mala voluntad mediante la bondad; conquista al avaro mediante la generosidad; conquista al mentiroso mediante la verdad.56

Cuando lo leí por primera vez, pensé que era extraño que el Buda nos exhortara a convertir la bondad amorosa en un instrumento para conquistar a los demás, pero ésa era una lectura errónea. Tras reflexionar, me di cuenta de que el hombre airado, de mala voluntad, avaro y mentiroso soy yo. Tengo que conquistarme a mí mismo, y el instrumento para lograrlo es mostrar afecto a los demás, sobre todo cuando no me lo muestran a mí.

Cuando te tratan con desprecio, tienes la oportunidad de cambiar por lo menos un corazón: el tuyo. Puede que no seas capaz de controlar los actos de los demás, pero sí tus reacciones. Puedes romper el círculo vicioso del desprecio. Tienes la fuerza necesaria.

Y la oportunidad te llegará antes de lo que crees, ya venga por la izquierda o por la derecha. ¿Crees que te han atacado injustamente en las redes sociales? Responde con afecto. ¿Has oído a alguien que hacía un comentario sarcástico sobre la gente que vota como tú? Responde con amabilidad. ¿Quieres decir algo insultante sobre las personas que no están de acuerdo contigo? Respira hondo y, en vez de eso, demuéstrales amor.

Ya te oigo decir que suena genial, pero ¿qué pasa si no lo siento? No tiene importancia. Como veremos en el siguiente capítulo, lo que hacemos es lo que suele determinar cómo nos sentimos, y no al revés. Si esperas a sentir afecto por tus adversarios ideológicos, ya puedes hacer que escriban como epitafio en tu tumba: AGUARDABA A SENTIR AFECTO. Los actos no son consecuencia de nuestras actitudes, salvo en contadas ocasiones. Más bien al contrario: la actitud es el fruto de nuestros actos. ¿No lo sientes? Pues finge, y pronto lo sentirás.

El resto de este libro da muchos consejos prácticos sobre cómo responder al desprecio con sinceridad, cómo optar por la bondad en vez del desprecio. Sin embargo, hace mucho más que guiarnos en nuestra batalla personal. Nos enseña a todos cómo podemos ser líderes que luchen contra el desprecio en la sociedad y traigan a más gente –prescindiendo de cómo voten o vean el mundo– la alegría de amarse los unos a los otros.

12. Adam Waytz, Liane L. Young y Jeremy Ginges, «Motive Attribution Asymmetry for Love vs. Hate Drives Intractable Conflict», Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 111, 44, noviembre de 2014, pp. 15687-15692, identificador de objeto digital (DOI por sus siglas en inglés): 10.1073/pnas.1414146111.

13. Agneta H. Fischer e Ira J. Roseman, «Beat Them or Ban Them: The Characteristics and Social Functions of Anger and Contempt», Journal of Personality and Social Psychology, 93, 1, julio de 2007, pp. 103-115, DOI: 10.1037/0022-3514.93.1.103.

14. John M. Gottman, «A Theory of Marital Dissolution and Stability», Journal of Family Psychology, 7, 2, junio de 1993, pp. 57-75, DOI: 10.1037/0893-3200.7.1.57.

15. Kim T. Buehlman, John M. Gottman y Lynn F. Katz, «How a Couple Views Their Past Predicts Their Future: Predicting Divorce from an Oral History Interview», Journal of Family Psychology, 5, 3-4, marzo-junio de 1992, pp. 295-318, DOI: 10.1037/0893-3200.5.3-4.295.

16. John M. Gottman, «A Theory of Marital Dissolution and Stability», Journal of Family Psychology, 7, 2, junio de 1993, pp. 57-75, DOI: 10.1037/0893-3200.7.1.57.

17. Joseph Flaherty, «Arizona Congressman Paul Gosar’s Siblings Endorse Rival in New Campaign Ads», Phoenix New Times, 21 de septiembre de 2018, https://www.phoenixnewtimes.com/news/arizona-congressman-paul-gosars-siblings-endorse-opponent-10849863.

18. Paul Gosar (@DrPaulGosar), «My siblings who chose to film ads against me are all liberal Democrats who hate President Trump. These disgruntled Hillary supporters are related by blood to me but like leftists everywhere, they put political ideology before family. Stalin would be proud. #Az04 #MAGA2018», Twitter, 22 de septiembre de 2018, 11:24 h.

19. David A. Graham, «Really, Would You Let Your Daughter Marry a Democrat?» Atlantic, 27 de septiembre de 2012, https://www.theatlantic.com/politics/archive/2012/09/really-would-you-let-your-daughter-marry-a-democrat/262959.

20. Thomas Jefferson, «From Thomas Jefferson to Henry Lee, 10 August 1824», Rotunda, http://rotunda.upress.virginia.edu/founders/default.xqy?keys=FOEA-print-04-02-02-4451.

21. Agneta H. Fischer e Ira J. Roseman, «Beat Them or Ban Them: The Characteristics and Social Functions of Anger and Contempt».

22. Kirsten Weir, «The Pain of Social Rejection», American Psychological Association, Monitor on Psychology, 43, 4, abril de 2012, p. 50, http://www.apa.org/monitor/2012/04/rejection.aspx.

23. Weir, id.

24. Stephen Hawkins et al., «Hidden Tribes: A Study of America’s Polarized Landscape», More in Common, 2018, https://static1.squarespace.com/static/5a70a7c3010027736a22740f/t/5bbcea6b7817f-7bf7342b718/1539107467397/hidden_tribes_report-2.pdf.

25. John Wagner y Scott Clement, «‘It’s Just Messed Up’: Most Think Political Divisions as Bad as Vietnam Era, New Poll Shows», Washington Post, 28 de octubre de 2017, https://www.washingtonpost.com/graphics/2017/national/democracy-poll/?utm_term=.c6b95de49f42.

26. «APA Stress in America Survey: US at ‘Lowest Point We Can Remember’; Future of Nation Most Commonly Reported Source of Stress», American Psychological Association, 1 de noviembre de 2017, http://www.apa.org/news/press/releases/2017/11/lowest-point.aspx.

27. APA, Id.

28. «Many See Potential Harm from Future Gridlock, for the Nation and Personally», Pew Research Center, 11 de diciembre de 2014, http://www.people-press.org/2014/12/11/few-see-quick-cure-for-nations-political-divisions/12-11-2014_02.

29. Joshua Bleiberg y Darrell M. West, «Political Polarization on Facebook», 13 de mayo de 2015, https://www.brookings.edu/blog/techtank/2015/05/13/political-polarization-on-facebook.

30. Itai Himelboim, Stephen McCreery y Marc Smith, «Birds of a Feather Tweet Together: Integrating Network and Content Analysis to Examine Cross-Ideology Exposure on Twitter», Journal of Computer-Mediated Communication, 18, 2, enero de 2013, pp. 40-60, DOI: 10.1111/jcc4.12001.

31. Neil Malhotra y Gregory Huber, «Dimensions of Political Homophily: Isolating Choice Homophily along Political Characteristics», Stanford Graduate School of Business Working Paper n.° 3108, octubre de 2013, https://www.gsb.stanford.edu/faculty-research/working-papers/dimensions-political-homophily-isolating-choice-homophily-along.

32. «Partisan Animosity, Personal Politics, Views of Trump», Pew Research Center, 5 de octubre de 2017, http://www.people-press.org/2017/10/05/8-partisan-animosity-personal-politics-views-of-trump.

33. Id.

34. «Partisanship and Political Animosity in 2016», Pew Research Center, 22 de junio de 2016, http://www.people-press.org/2016/06/22/partisanship-and-political-animosity-in-2016.

35. David Blankenhorn, «The Top 14 Causes of Political Polarization», American Interest, 16 de mayo de 2018, https://www.the-american-interest.com/2018/05/16/the-top-14-causes-of-political-polarization.

36. «Reelection Rates over the Years», Open Secrets, Center for Responsive Politics, https://www.opensecrets.org/overview/reelect.php. Los resultados corresponden a las elecciones de 2012, 2014 y 2016; en el momento de escribir este libro, aún no estaban disponibles los resultados de las elecciones de mitad de mandato de 2018, pero es muy probable que la proporción de representantes y senadores reelegidos sea parecida a la de las elecciones previas: superior al 90 por ciento.

37. Matthew D. Lieberman, Social: Why Our Brains Are Wired to Connect, Nueva York, Crown, 2013, p. 247.

38. Id.

39. Julianne Holt-Lunstad, Timothy B. Smith y J. Bradley Layton, «Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review», PLOS Medicine, 7, 7, julio de 2010. DOI: 10.1371/journal. pmed.1000316.

40. «The Health Benefits of Strong Relationships», Harvard Women’s Health Watch, diciembre de 2010, https://www.health.harvard.edu/newsletter_article/the-health-benefits-of-strong-relationships.

41. «Emory Brain Imaging Studies Reveal Biological Basis for Human Co-operation», nota de prensa, Emory Health Sciences, 19 de julio de 2002, http://whsc.emory.edu/_releases/2002july/altruism.html

42. Id.

43. Lieberman, loc. cit.

44. Platón, The Republic, trad. de Benjamin Jowett, Los Ángeles, Madison Park, 2010, p. 75. [Traducción española: República, trad. de J. M. Pabón y M. Fernández-Galiano, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997, 462 a-b (N. del T.)].

45. Aristóteles, Nicomachean Ethics, trad. de W. D. Ross, Stilwell, Digireads.com, 2005, 8.1 [Traducción española: Ética a Nicomáquea, trad. Julio Pallí Bonet, Madrid, Gredos, 1993, libro 8, 1, p. 239 (N. del T.)].

46. Salmos 133, 1. [En la versión española, todas las citas de la Biblia proceden de la Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2011 (N. del T.)].

47. Mateo 12, 25.

48. Bhagavad Gita, trad. de Stephen Mitchell, Nueva York, Harmony Books, 2000, p. 186. [Traducción española: El Bhagavad Gita. Canto del Señor, trad. de Julio Pardilla, disponible en línea en http://www.sociedadbiosofica.org/libros/Gita/gita.pdf, p. 105 (N. del T.)].

49. Thomas Paine, Common Sense, Project Gutenberg, 9 de junio de 2008, https://www.gutenberg.org/files/147/147-h/147-h.htm.

50. James Madison, The Federalist Papers, 14, Avalon Project, Lillian Goldman Law Library, Yale University, 2008, http://avalon.law.yale.edu/18th_century/fed14.asp.

51. John Adams, «From John Adams to Jonathan Jackson, 2 October 1780», Founders Online, National Archives, última modificación, 13 de junio de 2018, https://founders.archives.gov/documents/Adams/06-10-02-0113.

52. George Washington, «Washington’s Farewell Address», Avalon Project, Lillian Goldman Law Library, Yale University, 2008, http://avalon.law.yale.edu/18th_century/washing.asp.

53. Marcos 10, 46-51.

54. «Brief Biography», Office of His Holiness the Dalai Lama, https://www.dalailama.com/the-dalai-lama/biography-and-daily-life/brief-biography.

55. Pico Iyer, The Open Road: The Global Journey of the Fourteenth Dalai Lama, Nueva York, Borzoi Books, 2008.

56. Eknath Easwaran, Essence of the Dhammapada: The Buddha’s Call to Nirvana, Tomales (California), Nilgiri Press, 2013, p. 263. [Traducción española: El Dhammapada. El camino de la rectitud, capítulo 17, disponible en línea en http://www.oshogulaab.com/BUDA/TEXTOS/budadamapada.htm (N. del T.)].

Amad a vuestros enemigos

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