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PATOLOGÍA DE LA INFANCIA

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Existe un cierto número de enfermedades que, por ser de las que invaden al hombre durante los primeros dias de su existencia, constituyen un grupo patológico especial de la infancia. Acerca de esta parte de la patología general expondremos algunas breves consideraciones que juzgamos pertinentes al asunto que nos ocupa.

El acto fisiológico más importante de cuantos verifica el organismo de la mujer, aquel en que la vida misma está comprometida, es, sin duda, la maternidad. Entre algunos pueblos salvajes, el solemne momento de dar vida á un nuevo sér no parece que tenga mucha mayor importancia para la mujer que para las hembras de los animales irracionales; no solamente carece de sérios peligros y no exije precauciones, sino que el tempus puerperii en nada se diferencia de las épocas comunes; pero tratándose de la mujer civilizada las circunstancias varían radicalmente. La civilización que ha hecho de la mujer algo más que la hembra del hombre, la ha rodeado de un medio, artificial si se quiere, y criticable bajo otros aspectos, al cual se ha amoldado su organismo, y por ello, la que va á ser madre, debe ser objeto de ciertas atenciones, sinó queremos comprometer su vida y la de su hijo.

Ahora bien, la campesina puertorriqueña dá á luz sus hijos rodeada de pésimas condiciones. Ninguna persona idónea la asiste; á lo sumo recibe los cuidados de alguna curiosa, con pretensiones de comadrona, cuya ignorancia suele correr parejas con su atrevimiento para propinar brebajes inconvenientes, y que es incapaz de servir debidamente á la madre en el doloroso trance, ni al niño en los primeros momentos, momentos difíciles y delicados á veces, en que la criatura que viene al mundo necesita solícito y racional tratamiento sin el cual aquella nueva vida quizá se extinguiría en sus albores.

Prescindamos, por ahora, de los inconvenientes que acarrea esto á las madres; en cuanto á los niños atañe, se comprende fácilmente la perniciosa influencia de semejantes circunstancias; pero si á ellas añadimos la ignorancia de las madres campesinas, mucho mayor ha de ser el riesgo que corran las criaturas que vienen al mundo en nuestros distritos rurales.

La asfixia de los recién nacidos, por ejemplo, esa muerte aparente en que la respiración está detenida, ó se verifica de un modo incompleto ó irregular, debe ocasionar bastantes víctimas; sobre todo la asfixia que depende de las enfermedades debilitantes de la madre, ó es la consecuencia de la debilidad orgánica de los padres, que por cierto son los casos en que el proceso morboso es más grave.

Otra dolencia que exije científica solicitud, es la hemorrágia umbilical, accidente que no debe ser raro entre los hijos de los campesinos, que por lo general heredan de sus progenitores una organización pobre.

Entre ellos hemos tenido oportunidad de observar, si no con más frecuencia que en otras clases sociales con la misma al ménos, casos de supuración y ulceración del ombligo. Lo mismo decimos de la hernia umbilical; si bien es preciso anotar que esta enfermedad es mucho más común en la raza de color; casi es general entre los negritos. Sábese que las criaturas flatosas, á causa del dolor que experimentan durante los cólicos ventosos de que sufren, lloran con violencia y á menudo; á esta causa obedecen algunos casos de hernias; pero otros son debidos á la lentitud con que se desarrollan las paredes abdominales, y tal vez á esto se deba la predisposición mayor con que las padece la raza negra.

Pero de todas las enfermedades que el niño puede adquirir en los primeros dias de su nacimiento, el tétanos, mocesuelo, es la que mayor mortalidad ocasiona en la población infantil: puede decirse que el padecimiento es endémico en Puerto Rico.

Hasta ahora se ha venido atribuyendo su producción á cambios atmosféricos, á irritaciones nerviosas, etc.; hoy comienza á señalarse otra causa, parasitaria, que se ha creido encontrar en el suelo de las cuadras y lugares análogos en donde habita el caballo. No hemos de discurrir en este momento acerca de la procedencia equina del tétanos en general, limitándonos á señalar la nueva hipótesis; pues sea de esto lo que quiera, el hecho es que tanto al influjo de los cambios atmosféricos, cuanto á la infección del suelo por la vecindad de sitios frecuentados por caballos, está más expuesto el recién nacido en el pobre bohío del jíbaro, que el que viene al mundo rodeado de otras comodidades.

Citaremos la ictericia por ser enfermedad frecuente entre los niños, y la oftalmia purulenta, de desastrosas consecuencias cuando no se cuida; afección esta última propia de los hijos de madres linfáticas y de constitución débil, y que es, por lo tanto, muy común en la familia rural puertorriqueña.

Las enfermedades de que hemos hablado hasta ahora no son todas las que puede padecer el niño; por desgracia éste no sólamente tiene su morbosidad propia, sino que dicha morbosidad es considerable. El niño es un tipo fisiológico especialísimo, que tiene una salud muy quebradiza; las estadísticas lo demuestran, enseñándonos que el obituario de la infancia suma cifras mucho más altas que el de los adultos. Si esto es cierto en general, ¿cuánto más no lo será tratándose de personas que por su modo de vivir y por su posición social están más expuestas que otras á enfermarse?

Hemos visto en la enumeración anterior, la aptitud morbosa del hijo del campesino en los primeros dias de su vida; continuando este breve análisis, indicaremos los desórdenes patológicos de que es más susceptible durante todo el período infantil.

Empezando por las enfermedades de la piel, se ofrece desde luego á nuestra consideración el grupo de los exantemas agudos y contagiosos, que son:

La Escarlatina, no tan frecuente ni tan grave como en otros climas. Suele, sin embargo, traer por secuela, en muchos casos, la enfermedad de Bright; si bien creemos que se deba más á descuidos en el régimen, que á la malignidad de la afección principal.

El Sarampión, tampoco se presenta, de ordinario, en sus formas graves; pero á consecuencia de las preocupaciones y erróneas creencias del vulgo, ocasiona bastantes víctimas. Créese en el campo, que el sarampión no debe tratarse guardando cama el enfermo, y que si el exantema brota estando al aire el niño, es más peligroso recogerle que dejarle pasar la enfermedad á todo viento; así, como cuando empieza el catarro que precede al sarampión, si el niño no está muy abatido no quiere estar en la cama, y por lo general pasa al aire su enfermedad; de aquí las retropulsiones del exantema, y las pulmonías; con este sistema coincide una alimentación pésima y el uso de remedios que descomponen el vientre, los desórdenes intestinales sobrevienen, el enfermito se demacra, la fiebre persiste y el niño sucumbe de consunción.

La Viruela suele presentarse en sus formas graves; pero también mueren más niños víctimas de las preocupaciones paternas, que por la enfermedad en sí. Tiene el vulgo la creencia, lo mismo en los campos que en las ciudades, de que los médicos no saben curar la viruela. De aquí el frecuente uso de remedios caseros internos y externos; algunos, por cierto, de procedencia no muy compatible con la limpieza que fuera de desear.

Aunque la generalidad crée en el contagio, no es con una fé muy firme; nadie, v. g., concibe que los vestidos se carguen de los miasmas productores del exantema y que por este medio se pueda transportar á distancia el gérmen de la dolencia; por eso las personas que se ponen en contacto con los enfermos para asistirlos ó visitarlos, luego van á sus casas y á la de los vecinos, y sin mudarse de ropas toman en brazos los niños y les trasmiten la enfermedad, poniéndoles en comunicación con los gérmenes de que son portadoras.

Por esto, y por la prevención con que aún se mira la vacuna, es que se propaga con tanta intensidad la viruela en nuestros campos. Son pocos los que creen en la vacunación como medio profiláctico y siempre encuentran un pretexto para huir de una práctica que sólo aceptan forzados y á regaña-dientes. Una vez vacunados, ya no se cuidan más de la revacunación, entendiendo que la inmunidad que se les ha prometido no tiene límite.

La enfermedad que nos ocupa no sólo diezma á ésta, como á las demás clases pobres de nuestra sociedad, sino que deja á su paso multitud de ciegos y lisiados.

El cuadro de las enfermedades nerviosas nos ofrece gran número de padecimientos, entre los cuales, la fiebre cerebral, las meningitis, el hidrocefalóides y el hidrocéfalo crónico se observan con frecuencia.

Casos de espina bífida también los hemos encontrado á menudo.

La eclampsia, convulsiones de los niños, llamada alferecía, es, á no dudarlo, un padecimiento muy común; y se explica con sólo recordar que en su etiología figura con frecuencia la irritabilidad intestinal, y que esta se produce á causa de una alimentación mal dirigida ó viciosa, que es casi siempre el caso en que se encuentran los hijos de gentes pobres y aun de no pocas familias acomodadas. "El hijo del pobre, dicen, debe acostumbrarse á comer de todo," y siguiendo esta máxima le echan al estómago de las criaturas sustancias alimenticias que no puede aquel órgano digerir.

La imbecilidad, el idiotismo y las anomalías congénitas del cerebro dan también en los campos su contingente á la patología infantil.

De los afectos propios de los órganos de los sentidos, el más frecuente es el catarro del oido en sus distintos grados.

Los órganos de la respiración se afectan de muy varios modos: el catarro nasal simple, el catarro bronquial, la neumonia, se observan á menudo; el asma misma se halla con extraordinaria frecuencia; la tos ferina, tos brava, reviste caractéres de rebeldía muy acentuados, y el crup no deja de castigar á las pobres familias campesinas.

Las endocarditis y pericarditis, enfermedades del aparato circulatorio, siendo como es cosa común el reumatismo, ocasionado por la falta de abrigo conveniente, también encajan en esta enumeración á título de padecimientos no raros.

Las enfermedades del aparato digestivo son las más numerosas: el muguet, sapos, lo padecen casi todos los niños, principalmente durante la dentición, que es difícil, en tésis general, á causa de múltiples circunstancias que se refieren á la pobreza de calidad de la leche de las madres, á la debilidad orgánica congénita, á la mala alimentación, etc.

Esta última causa, contribuye á que los padecimientos gastro-intestinales, agudos y crónicos, sean tan comunes en los niños de nuestra población rural; la lienteria y la misma tabes, se las encuentra en casi todas las familias haciendo víctimas.

La perversión del apetito, el vicio como le llaman en el campo, que consiste en alimentarse de tierra, ceniza, cal, es un estado morboso que los médicos tienen ocasión de comprobar á cada paso.

Lo propio sucede con los entozoarios, lombrices. Este padecimiento es tan general, que las madres atribuyen á las lombrices casi todos los desórdenes morbosos que observan en sus hijos.

Los infartos del hígado y del bazo son de una notable frecuencia; lo propio que las fiebres intermitentes, que no respetan edades. Hemos tenido ocasión de observar el paludismo hasta en niños recién nacidos.

Las parótidas —paperas – son bastante comunes; la angina tonsilar y sobre todo la hipertrofia de las amigdalas son padecimientos ordinarios.

El raquitismo, las discrasias tuberculosas y escrofulosas, y las manifestaciones de esta última ya en los ganglios, huesos, ó articulaciones, son casos que hallamos todos los dias en las criaturas de la clase de que venimos ocupándonos.

La nefritis es una enfermedad á causa de la cual sucumben bastantes niños.

Recordando que es frecuente la fimosis congénita, y el hidrocele en los varoncitos, y el catarro de la mucosa genital, flores blancas, en las niñas, cerramos este compendio de las enfermedades á que está más expuesto durante la infancia el habitante de nuestros campos.

El Campesino Puertorriqueño

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