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INTRODUCCIÓN EN BUSCA DE LA VIDA DIGNA

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Los procesos y las experiencias que estamos viviendo durante los confinamientos debido a la pandemia del Covid19 interpelan de manera global a todos los humanos sobre el sentido de la vida que emana de nuestra civilización actual. La epidemia del Coronavirus no es el único motivo que nos inquieta. El planeta tiene más de mil millones de personas en condiciones de pobreza y esta suma se incrementó bruscamente hacia el final del primer semestre de 2020. Por otro lado, en los últimos años estamos tomando conciencia de la gravedad del calentamiento global y de sus consecuencias. Estamos en peligro y sabemos que necesitamos revalorizar las fuentes de la vida natural: el agua, los árboles, el aire, los animales, los ríos, los mares. Asimismo, los índices de homicidios, de suicidios, de muertes por sobredosis de droga, de violencias de género, de violencia escolar, de víctimas de guerras, son alarmantes.

Todo esto motivó las reflexiones, escritos y conferencias que aquí presento en este libro esperando que junto conmigo se interesen por el destino de nuestras vidas, de nuestro planeta, de nuestras comunidades, de nuestros países. El horizonte de las crisis que vivimos debería llevarnos aparentemente más allá de las diferencias ideológicas. Esto creían los ecologistas que con mucho entusiasmo movilizaron millones de personas para influir en las distintas cumbres mundiales sobre el cambio climático. Pero en los últimos años descubrimos que aún ante las catástrofes algunos líderes y sectores sociales adoptan la “negación” como respuesta. Y la misma actitud se repitió ante las consecuencias de la pandemia Coronavirus. Cuando uno correlaciona estas actitudes con el nihilismo que emanan las cifras de suicidios, de homicidios o de violencias domésticas, se podría creer que la pulsión de muerte, como la llamaba Freud, constituye una base antropológica muy fuerte. Algunos, como Edgar Morin, piensan que esos comportamientos provienen de las raíces antropológicas del “homo sapiens demens”, la dimensión oscura de nuestra herencia genética. Sin adoptar una visión dualista o maniquea, que ya tuvo secuelas dramáticas en la historia humana, deberíamos preguntarnos porqué se reproducen las violencias y las negaciones en la sociedad actual. Es lo que intentamos hacer aunque no de manera exhaustiva porque como saben los especialistas las explicaciones sobre las violencias, dominaciones, negaciones, son múltiples.

Muchos se quedaron sorprendidos por el alcance de la huelga mundial contra el calentamiento global que convocó Greta Thunberg, la adolescente sueca de 16 años el 19 de septiembre de 2019. Millones de jóvenes y adultos se movilizaron en más de 150 países y Greta fue invitada a disertar sobre el problema en la Asamblea de Naciones Unidas. ¿Es la señal de que despertamos hacia una nueva perspectiva de las relaciones económicas, política y sociales? ¿O es simplemente un grito desesperado?

Entre 2019 y 2020 hemos visto que varias catástrofes pasaron a primer plano: los incendios forestarles en la Amazonia, en Bolivia, en Australia, en California; las inundaciones en diversos lugares del mundo, los efectos del cambio climático en Siberia, en la Antártida, en el norte de África, la epidemia del Coronavirus. Junto con esto nos sentimos conmocionados por las oleadas de inmigrantes desesperados en Europa, escapando de África y Asia, en Estados Unidos, escapando de América Central, en Turquía, escapando de Siria, en Libia, escapando de Asia y todos en vías hacia Europa.

También nos conmocionan las cifras de las violencias en el mundo. De acuerdo con el Estudio Mundial sobre el Homicidio 2019 de la ONU en 2017 hubo 464.000 homicidios, un mayor número que el de las víctimas de guerras y conflictos armados. América aparece con el 17,2 aparece con la tasa más alta de homicidios en todo el mundo. Brasil, México, Venezuela, El Salvador, aparecen entre los países con la mayor tasa de homicidios por habitantes. (ONU. Viena).

Las nuevas generaciones están interpretando los problemas sociales en términos vitales poniendo delante de las creencias ideológicas, culturales o religiosas. Aparece como tema central el cuidado de la vida del Planeta, de los seres humanos en general, de las mujeres, de las poblaciones marginadas, de los pobres, de los excluídos. En todas partes, de Norte a Sur, de Este a Oeste del Planeta, aparecen movimientos sociales que reclaman derechos, justicia, seguridad, ayuda. La vida está cobrando una centralidad que durante décadas fue ocupado por las guerras entre los Estados, por las disputas ideológicas, por los conflictos religiosos, por las luchas sindicales. Aunque muchas de estos conflictos persisten, ahora parece que en la consciencia mundial lo importante es cuidar la vida. Esto constituye un cambio en la consciencia colectiva.

Deberíamos considerar lógico este “giro vital”. La vida está en peligro en todas partes. Sin embargo, aún en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el más grande consenso ético internacional, el “derecho a la vida” no parece constituir el fundamento de los sistemas políticos y sociales. Su “centralidad” se encuentra encubierta por los derechos individuales y sociales, casi siempre entendidos como “derechos políticos”. Ahora bien, aún dentro del paradigma de los derechos humanos observamos un deslizamiento o una extensión en las últimas décadas hacia los derechos de las mujeres, de las minorías, de los diferentes grupos discriminados. Vemos que ha crecido enormemente el movimiento ecologista que lucha contra el calentamiento global, por el respeto al medio ambiente. Aún no encontramos una convergencia entre todas estas luchas pero lo que parece claro es que todas significan una demanda por la vida y por la calidad de vida.

Entre los antecedentes del concepto de los derechos humanos figura la Declaración de la Independencia de los EE.UU. de 1776 donde se afirma que “Dios ha creado a todos los hombres iguales”. Más tarde, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa (1789) en su artículo 1° dice: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho”. En un caso el fundamento del valor universal de la dignidad humana parece provenir de la religión y en el otro caso de la naturaleza.

En la tradición del iusnaturalismo los atributos básicos que surgen de la dignidad humana trascienden las normas del derecho positivo y consuetudinario. En Platón, Aristóteles, Cicerón y muchos otros pensadores la “evidencia” de este principio está al alcance de la razón humana. O sea, no necesita de la Revelación Divina. En el pensamiento de Emanuel Kant el fundamento de la moral exige una deducción trascendental, o sea, surgida del análisis racional de la naturaleza humana.

Todo esto parece lógico, pero entonces ¿por qué se ha tardado miles de años para llegar a un consenso universal respecto a la dignidad humana? ¿por qué las violencias de todo tipo llegan hasta nuestros días? ¿por qué se reconoce en algunos países como sujeto de los derechos al Estado o la comunidad, mientras que en otros países se reconoce que el individuo es el primer sujeto de los derechos humanos?

También se presentan otros problemas teóricos. Se apela en los principios de los derechos humanos a una idea de la “naturaleza humana común” que implica el reconocimiento de una serie de atributos que compartimos los humanos. Pero ya en la Antigüedad muchas culturas aceptaban la esclavitud, la subordinación de la mujer o la dominación sobre otros pueblos como “hechos naturales”. La idea de “naturaleza humana” ha servido también para justificar las tendencias agresivas o la dominación de los más fuertes, que algunos vinculan con las teorías evolucionistas. El “humanismo”, como señalan algunos ecologistas, ha servido también como cobertura para negar la importancia del respeto a la Naturaleza.

Fueron los Iluministas liberales los que primero intentaron colocar el concepto de igualdad en la dignidad humana en una perspectiva racionalista, universal. En el pensamiento político el principio de la “igualdad ante la ley” inspiró revoluciones en muchos países. Todos reconocen ahora que cada individuo es también un ciudadano con derecho a elegir su gobierno Aunque en la práctica se siga eludiendo el cumplimiento cabal de este principio.

En el pensamiento socialista del siglo XIX se sostiene que son las condiciones sociales (el modo de producción, la estructura de clases, las ideologías dominantes) las que determinan las relaciones sociales. Desde este punto de vista la “naturaleza social” de los humanos sería lo que define sus atributos básicos.

Desde otra perspectiva, el pensamiento católico defiende la idea de la “´persona” y de la “naturaleza humana” como conceptos centrales para definir los derechos. Pero en el existencialismo de Jean-Paul Sartre y otros se rechaza el concepto de “naturaleza humana” porque considera que los hombres y las mujeres no “nacen” sino que se “hacen”. Esto significa, entre otras cosas, que las mujeres no están destinadas “por naturaleza” a las funciones domésticas. Asimismo, la libertad aparece ontológicamente como una posibilidad cuyo ejercicio depende de la voluntad de los individuos. Si el ser humano quiere realizarse como tal necesita ejercer la posibilidad de ser libre, que resulta de la trascendencia del sujeto. Esto resulta también del hecho de la “indeterminación” original del humano que no dispone de las respuestas preconcebidas que poseen los animales. Estamos condenados a elegir posibilidades de vida.

En la actualidad coexisten ideologías y creencias materialistas, religiosas, individualistas, ecologistas, ateas y otras que motivan los comportamientos profundos de los seres humanos. Esto quiere decir que existen múltiples interpretaciones sobre la naturaleza social del ser humano y sobre los factores determinantes de sus posibilidades: Dios, la Naturaleza, la Razón, la Historia, la Sociedad, el Estado. Lo más destacable de la consciencia histórica actual tal vez sea la creencia de que el proyecto de vida depende de la acción social. Pero ahora también se reconoce que el Planeta, la naturaleza, tiene sus exigencias para seguir sirviendo como el hogar de nuestras vidas. Al mismo tiempo que se han personalizado nuestros derechos también comprendemos que debemos respetar y proteger nuestro entorno natural.

Frente a la diversidad de concepciones sobre la vida y la sociedad resulta sorprendente que se haya llegado a un consenso universal respecto a la Declaración de los Derechos Humanos en Naciones Unidas (1948). Antes de llegar a este acuerdo parecía que las distintas fundamentaciones teóricas impedirían converger en una declaración universal.

Ante este problema se pidió a la Unesco en 1947 que formara una comisión de filósofos de distintas orientaciones para discutir el tema. Entre otros se encontraban Mahatma Gandhi, Benedetto Croce, Jacques Maritain, Rabindranath Tagore y el historiador canadiense Edward Carr que presidió la comisión. Aquí la intervención de Jacques Maritain, filósofo católico tomista, fue muy importante pues argumentó sobre la posibilidad de acordar “principios prácticos”, como los derechos humanos, sin invocar justificaciones teóricas ya que podían surgir de allí concepciones incompatibles. Apeló a la idea de que todos los humanos comparten una ”naturaleza común” y defendió el concepto de la persona como sujeto de los derechos, contra las posiciones individualistas y colectivistas.1

Corresponde tomar en cuenta esta situación cuando hablamos del “respeto de la vida” o de los “derechos humanos” en distintos contextos culturales, religiosos o políticos. Subsiste una tensión entre el consenso pragmático y los fundamentos de los distintos actores.

Sin embargo, hay que destacar que el solo hecho de compartir enunciados básicos sobre la dignidad humana implica que la Declaración Universal de 1948 conlleva un fundamento humanista. Esto quiere decir que defendemos el bienestar humano frente a cualquier forma de dominación, que reconocemos como igual a todas las personas independientemente de su raza, religión, cultura o identidad política, que afirmamos la trascendencia de la libertad y del derecho a la vida frente a cualquier coacción militar, religiosa, económica, política o cultural.

Pero, esta perspectiva puede ser considerada como “antropocéntrica” por los ecologistas y naturalistas de distinto signo. El “humanismo” según estos sectores siempre ha servido para encubrir o legitimar los maltratos hacia los animales y hacia la naturaleza en general.

Analizando la Declaración Universal de los Derechos Humanos en lo que respecta a la importancia que tiene el “fundamento vital” encontramos lo siguiente:

En el Preámbulo se habla del “reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Lo que parece indicar que todos reconocen el carácter innato o natural de la dignidad humana.

Esta interpretación se refuerza en el artículo 1° donde afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad”. Lo que quiere decir que toda persona humana sin distinción de sexo, religión, edad, condición social o ideología es por naturaleza un sujeto libre e igual en derechos a los demás. Durante siglos, y hasta nuestros días, este principio resuena como una utopía, una provocación o una ilusión teniendo en cuenta todas las discriminaciones vigentes.

En el artículo 3 encontramos esta escueta afirmación: “Todo individuo tiene derecho a la vida …” Parece que se dice muy poco, pero hay que tener en cuenta que en el contexto de la Declaración de 1948 se conserva el espectro de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) con sus genocidios y masacres. Otro trasfondo era también, la preocupación de muchos pueblos que luchaban por la descolonización, por el fin de regímenes esclavocráticos, por la democratización en los regímenes totalitarios: el “respeto de la vida” constituía una aspiración básica. .

Aún ahora para millones de personas que corren riesgo de vida por sus creencias políticas, religiosas o por defender derechos básicos la invocación del artículo 3 no resulta banal. Pensemos en cómo pudiera haber cambiado el curso de la Historia si en la expansión colonialista de Europa se hubiera respetado este principio respecto a las comunidades originarias de África, América o Asia.

El núcleo del fundamento “natural” de los derechos humanos se concentra en el artículo 1°: todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad. Desde varios puntos de vista se ha podido sostener que no es verdad que todos los humanos nacen libres e iguales. Existen defensores del carácter natural y social de la desigualdad entre las personas. Asimismo, entre los biólogos contemporáneos varios sostienen que es una ilusión creer que los vivientes humanos tienen la capacidad especial de ser libres. Todos los vivientes estarían determinados por sus programas o algoritmos biológicos. .

Afirmamos que la vida es el fundamento de los derechos humanos por la sencilla razón de que es el supuesto que hace posible la existencia de individuos y sociedades humanas. Los distintos artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no serían más que una especificación de las condiciones para que los individuos puedan vivir dignamente. Sin embargo, aún no llegamos a especificar que “la vida” implica no solo a los humanos sino también al conjunto de la naturaleza de la que dependemos y con la que interactuamos. Sin el aire, sin el agua, sin los árboles, sin los animales, sin las infinitas manifestaciones de la naturaleza nuestra existencia no llegaría a existir. Es algo que hemos olvidado desde el momento en que la civilización se propuso dominar, explotar, transformar la naturaleza.

En este sentido podemos sostener que la Declaración de los Derechos Humanos debería incluir el respeto a la naturaleza constituyendo así una suerte de Biopolítica Universal.. De este modo podríamos considerarla como la definición de las condiciones ideales reguladoras conforme a la terminología de Kant para que la vida humana se pueda vivir dignamente.

Parece una obviedad notar que desde los orígenes de su historización la Humanidad fue estableciendo estrategias de supervivencia y de transformación. El instinto de supervivencia era inherente al ancestro homo sapiens, así como a las otras especies. ¿En qué momento nuestros antepasados comenzaron a organizarse para formar sociedades, con sus lenguajes, con sus herramientas, con sus códigos y símbolos? Podemos sostener, de acuerdo con los conocimientos actuales, que hace unos 20.000 años, luego de la última glaciación, los grupos humanos comenzaron a asentarse en regiones determinadas como el Medio Oriente y el norte de África donde crearon las primeras técnicas agrícolas. Este proceso culmina 10.000 años atrás cuando madura la revolución agrícola, el cultivo de cereales, la domesticación de animales, la estratificación social y la creación de estructuras de poder político. En esta etapa se amplifica la consciencia de los individuos y grupos, nacen las religiones monoteístas, el Estado, se complejiza el lenguaje, se organiza la conservación de los conocimientos.

Durante los milenios siguientes predominó la idea del ser humano como “animal social”, o sea, como producto al mismo tiempo de la naturaleza y de las relaciones sociales. Se puede decir que de este paradigma derivan al mismo tiempo el “derecho natural”, la “filosofía natural” y las concepciones “socialistas”, “comunistas” o “comunitaristas”. Dentro de este marco distintas civilizaciones crearon culturas y sistemas sociales donde la “solidaridad orgánica” (o sea, la política de preservación del grupo social) tomaba en cuenta las necesidades básicas de alimentación, salud o seguridad de acuerdo al lugar de cada grupo en la estructura social.

Podemos afirmar entonces que desde la Antigüedad existen “biopolíticas”, o sea, reglas o estrategias destinadas a conservar o mejorar las condiciones de vida de las poblaciones. Pero, sabemos que todas las vidas no tenían el mismo valor dentro del mismo sistema social y que los extranjeros o enemigos podían ser sometidos o eliminados. La idea de la “igualdad de derechos” era extraña en general, aunque existieron culturas donde se practicaba. También era extraña la idea de un “Estado de Derecho” que garantizara la vida de todas las personas. Estos principios se instituyen como principios políticos en los últimos 200 años.

Los griegos y romanos antiguos establecieron políticas para asegurar el bienestar de sus poblaciones, pero no llegaban a regular el uso de los cuerpos, las creencias o las opiniones de los individuos. En Oriente el poder del Estado llegaba hasta la elección de las parejas, las creencias o las prácticas sexuales. En Occidente esto comenzó a ocurrir con la entronización de la Iglesia Católica como religión de Estado que introduce el “control de conciencia”, de los cuerpos y almas, de los individuos.

En la Europa de los siglos XVIII y XIX se expande el capitalismo industrial y financiero, se lucha por una parte por la separación de la religión y el Estado y se inician políticas sanitarias destinadas a mejorar la salud, el estado psicológico o el estado físico de los individuos. Lo que Foucault indica como inicio de las “biopolíticas” y del “bio-poder”:

El hombre occidental aprende poco a poco en qué consiste ser una especie viviente en un mundo viviente, tener un cuerpo, condiciones de existencia, probabilidades de vida, salud individual o colectiva, fuerzas que es posible modificar y un espacio donde repartirlos de manera óptima. Por primera vez en la historia, sin duda, lo biológico se refleja en lo político … 2

En su perspectiva Foucault vio la función de la “biopolítica” como un mecanismo de control de las poblaciones a través de las reglas sanitarias, de la psiquiatrización de los enfermos mentales, de las políticas demográficas. O sea, como había visto Marx en “El trabajo enajenado” (1844): la vida se convirtió, sobre todo para los trabajadores, en un medio de vida en función del desarrollo capitalista.

Pero, así como en la Antigüedad o en la Edad Media todo parecía entrar en el “orden natural”, en la época moderna los europeos descubren poco a poco que la vida, y el orden natural, pueden adecuarse a sus propósitos. Y así como los poderes dominantes quieren modelar las poblaciones para lograr mayores beneficios, los actores sociales en general también aprenden a pensar la defensa de la vida a través de las luchas sociales y por los derechos humanos.

Esta sintética genealogía de las “biopolíticas” nos lleva a reconocer que las mismas se inician a escala de toda la especie “homo sapiens” y se prolongan a través de distintas culturas y épocas. Serían las políticas de supervivencia y de bienestar partiendo de la concepción naturalista del ser social en sociedades segmentadas en distintas funciones y jerarquías. Desde este punto de vista podríamos establecer una interpretación evolucionista de las biopolíticas a través de la Historia.

Proponemos definir a las biopolíticas como parte de la evolución social y técnica de la Humanidad y como parte de la evolución de la consciencia moral de las sociedades. Augusto Comte, Saint-Simon y Karl Marx tuvieron hipótesis semejantes en los inicios de las ciencias sociales en el siglo XIX. Ahora podemos observar que las biopolíticas actuales están asociadas al desarrollo económico-social, a las sucesivas declaraciones sobre derechos humanos desde 1948 y al progreso de las ciencias y tecnologías biológicas.

Para especificar este enfoque podemos destacar algunos hitos históricos que van a permitir la configuración del concepto actual de “biopolíticas”:

 La revolución agrícola del Neolítico, cerca de 10.000 años atrás. Domesticación de animales, control de las cosechas, creación de técnicas curativas, creación de herramientas. El ser humano se propone controlar la naturaleza.

 La vigencia de las concepciones organicistas o naturalistas de reproducción de las sociedades desde la Antigüedad hasta la Revolución Francesa (1789) en que surge la idea de producción de la sociedad a través de la acción política, las ciencias y las tecnologías.

 La creación moderna de un nuevo mundo tecnológico, la Revolución industrial, el capitalismo moderno, las políticas sanitarias y demográficas de las poblaciones en la Europa siglos XVIII y XIX.

 Las revoluciones liberales y socialistas del siglo XIX y XX que impulsaron el reconocimiento de derechos políticos universales y el Estado de Bienestar

 La genética de Mendel siglo XIX

 Surgimiento de los movimientos feministas a comienzos del siglo XX

 El nacimiento a principios del siglo XX de los comités de Bioética

 Las Declaraciones Universales sobre Derechos Humanos desde 1948

 Expansión de los movimientos anti-coloniales en todo el mundo

 La Biología molecular de Crick – Watson, la teoría de la doble hélice ADN/ARN (1953), el comienzo de la revolución genética.

 El surgimiento del movimiento ecologista en los años de 1970

 La creación de los términos “biopolítica” y “biopoder” por Michel Foucault (1976)

 La clonación de la Ovejita Dolly en el Instituto Roslin (1996), surgimiento de las biotecnologías y de la Bioeconomía

 La creación de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo. Naciones Unidas, 1984

 La Cumbre Mundial de la Tierra. Río de Janeiro, 1992

 La Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, 2005

A estos eventos podemos agregar todos los foros mundiales por los derechos humanos, por la ecología, por las luchas contra la pobreza. Con estos y otros elementos podemos pensar las “biopolíticas” como parte de la construcción de la Humanidad hasta nuestros días. Es decir, como un proceso histórico que trasciende las culturas y sistemas políticos en la evolución del colectivo que llamamos Humanidad.

Esto significa también que las particularidades culturales y las diferentes teorías sociales no representan más que “aspectos” o “momentos” o “singularidades” de un proceso histórico más amplio donde se definen los comportamientos humanos relativos a la preservación de la vida, a la creación de condiciones de vida digna para todos los habitantes del Planeta.

La Bioética se propone abordar cuestiones éticas relacionadas con profesiones y ciencias vinculadas con la salud, con los productos farmacéuticos, con la biología, la bioquímica,, la educación, las biotecnologías, con los cambios en las identidades de género de las personas, con las relaciones interpersonales mediadas por las computadoras. Existe una amplia jurisprudencia sobre cuestiones bioéticas en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que muestra la preocupación creciente por los problemas de la calidad de vida.

Las Biopolíticas constituyen las estrategias que los actores sociales (Estados, partidos, organizaciones sociales) adoptan en cuanto al respeto de la vida, a la creación de condiciones de bienestar humano y al respeto de la dignidad humana conforme al sistema de declaraciones internacionales sobre derechos humanos, bioética y ecología. Esta concepción amplia de las “políticas de vida” trasciende las segmentaciones ideológicas tradicionales e incluso las visiones antropocéntricas de los derechos humanos.

Como derivación de estas dos dimensiones de las prácticas sociales vemos surgir un espacio conceptual que podríamos denominar biotecnólopolis, o sea, un modelo global civilizatorio que procura la evolución sustentable de la especie humana junto con el resto de los sistemas vivientes. Esta nueva dimensión de las relaciones internacionales aparece en las manifestaciones ecologistas y en los foros donde se discuten los problemas del calentamiento global y otros. De esta concepción debería surgir un modelo de ecodesarrollo con políticas económicas y sociales que armonicen el crecimiento económico, la equidad social y el respeto del medio ambiente. Esta es la utopía que vale la pena sostener para el siglo XXI.

1 En 1985 la Unesco, junto con el Instituto Internacional de Filosofía, convocó nuevamente a un grupo de filósofos de distintas culturas y orientaciones para revisar los fundamentos filosóficos de los derechos. Ver: VARIOS AUTORES (1985) Los fundamentos de los derechos humanos. Barcelona: SERBAL – UNESCO

2 Michel Foucault (2002) Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, p.134-135

Biopolíticas, Mutaciones Bio Históricas y Religación Social

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