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RAMÓN DE CAMPOAMOR[1]

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Navia (Asturias), 1817;1901.

LOS HIJOS Y LOS PADRES

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Ni arrastrada un pastor llevar podía

a una cabra infeliz que oía amante

balar detrás al hijo, que, inconstante,

marchar junto a la madre no quería.

—¡Necio! —al pastor un sabio le decía—;

al que llevas detrás, ponle delante;

échate el hijo al hombro, y al instante

la madre verás ir tras de la cría.

Tal consejo el pastor creyó sencillo;

cogió la cría y se marchó corriendo

llevando al animal sobre el hatillo.

La cabra sin ramal les fué siguiendo,

mas siguiendo tan cerca al cabritillo,

que los pies por detrás le iba lamiendo.

LOS PADRES Y LOS HIJOS

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Un enjambre de pájaros metidos

en jaula de metal guardó un cabrero,

y a cuidarlos voló desde el otero

la pareja de padres afligidos.

—Si aquí —dijo el pastor— vienen unidos

sus hijos a cuidar con tanto esmero,

ver cómo cuidan a los padres quiero

los hijos por amor y agradecidos.

Deja entre redes la pareja envuelta,

la puerta abre el pastor del duro alambre,

cierra a los padres y a los hijos suelta.

Huyó de los hijuelos el enjambre,

y como en vano se esperó su vuelta,

mató a los padres el dolor y el hambre.

LA CARAMBOLA

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Pasando por un pueblo un maragato

llevaba sobre un mulo atado un gato,

al que un chico, mostrando disimulo,

le asió la cola por detrás del mulo.

Herido el gato, al parecer sensible,

pególe al macho un arañazo horrible;

y herido entonces el sensible macho,

pegó una coz y derribó al muchacho.

Es el mundo, a mi ver, una cadena,

do rodando la bola,

el mal que hacemos en cabeza ajena

refluye en nuestro mal, por CARAMBOLA.


EL CONCIERTO DE LOS ANIMALES

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Supuesto que respira,

se hace oír, bien o mal, cualquier garganta;

y en esto no hay mentira,

pues mal o bien, el que respira, canta.

Hablen, si no, mil animales duchos

que dieron un concierto como muchos.

Y es fama que el sentido

no acompaña a los órganos vocales,

por lo que ha sucedido

que en la patria de dichos animales,

cada cual, presumiéndose asaz diestro,

gritó: —¡Caiga el león! ¡Fuera el maestro!

Cayó la monarquía,

y en república el reino convirtieron.

—Vaya una sinfonía

de nuestros triunfos en honor —dijeron—;

cada uno cante cual le venga a mano;

ya no más director; ¡muera el tirano!

Comenzóse el concierto,

“cá-cá-rá-cá”, gritando el polli-gallo;

y al primer desacierto

con un relincho contestó el caballo;

“a-y-o, a-y-o”, siguió el pollino;

“pí-pí-pí”, el colorín; “ufff”, el cochino.

El “mís” y el “marramau”

cantó el gato montés, cual tigre bravo;

y con cierto “pau-pau”

le acompañaba el indolente pavo;

formando tan horrenda algarabía,

que ni el mismo Luzbel la aguantaría.

El león destronado,

viendo el reino en desórdenes tan grandes,

—Silencio —dijo airado,

mostrando un arcabuz ganado en Flandes—;

el rey va a dirigir: atrás, canalla.

Y al verle cada cual, amorra y calla.

—Vuelva a sonar la orquesta

—siguió el tirano, de Nerón trasunto—,

y ¡ay de la pobre testa

de aquel que por gruñir me coma un punto!

¿Qué es replicar? No hay réplica ninguna.

Palo o canción; vamos a ver: ¡a una!

Y la orquesta empezando,

“pí-pí”, “cá-cá-rá-cá”, “mís-mís”, “miau-miau”

siguió después sonando

“a-y-o, a-y-o”, “ufff-ufff”, “pau-pau”.

Y tal sonó la música que alabo,

que el mundo gritó absorto: —¡Bravo! ¡Bravo!

Fué el concierto, antes loco,

la maravilla, vive Dios, del arte;

y aunque gruñendo un poco,

cada animal desempeñó su parte;

aprendiendo, en perjuicio de su testa,

que sin buen director no hay buena orquesta.

Fábulas y cuentos en verso

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