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EL CÓDIGO SAMURÁI

Siete son las virtudes que componen el código básico de un samurái:

Rectitud

Ser recto es igual a ser directo, es decir, «de una sola pieza». Representa la fortaleza para tomar decisiones correctas y seguir viviendo. La rectitud es fidelidad con los convenios personales que hay entre uno y la realidad.

El samurái con rectitud adopta justicia y honradez para sí, dando siempre el beneficio de la duda a los demás, pero jamás es confiado ni ingenuo. Para él no hay claroscuros: sólo existe lo correcto y lo incorrecto.

Coraje

El samurái comprende que no puede estar en la medianía de las personas temerosas, que no actúan con determinación. Sabe que vivir no es un asunto de ocultamiento y por eso afronta el mundo con coraje. Su coraje no es ciego o visceral, sino premeditadamente inteligente.

Un samurái sustituye el temor por la planificación audaz, la precaución y la fuerza en todos los actos que realiza, reemplazando el miedo por respeto y prevención.

Benevolencia

La benevolencia no es sinónimo de bondad, pues el samurái actúa tomando decisiones al vuelo. Vive en combate permanente sin detenerse a pensar si lo que lleva a cabo es bueno o malo. Al desarrollar rapidez en sus actos y aceptar los ritmos de su entorno, tiene la certeza de que su poder se usa para alcanzar sus propósitos.

Ser benevolente no es igual que convertirse en «alma de la caridad», sino que es ser recíproco con el ambiente que lo rodea, porque sólo así logra sus fines sin perturbaciones inesperadas.

Respeto

El samurái es consciente de su poder y por eso no lo despliega innecesariamente. Esto hace que no tenga motivo para ser cruel, ya que al no requerir demostración de su condición, trata con respeto a los demás.

El samurái no busca aprobación ni tampoco emplea tácticas inadecuadas para conseguir sus fines. Su desenvolvimiento es cortés con aliados y adversarios. Esta virtud le asegura ser visto y tratado con respeto, no solamente por la impecabilidad al realizar sus actos, sino por la forma en que trata a las personas.

Sinceridad

El samurái demuestra entereza con la palabra dada, pues cuando asegura que va a realizar un acto es como si ya estuviera hecho. Nada lo detendrá para realizar su propósito y por eso no promete: cumple.

El simple acto de hablar pone en movimiento su ser, porque la sinceridad se mide bajo el fundamento pensar-actuar.

Honor

El samurái no actúa pensando que hay jueces dictaminando a favor o en contra de sus actos. Sabe que el tribunal más implacable —al que no puede engañar— es él mismo. Las decisiones que toma y cómo las ejecuta son un reflejo de lo que es.

El honor entendido así es coherencia entre pensar y hacer. El honor es suyo, no una mercancía intercambiable que busca aceptación.

Lealtad

El samurái es leal con su actuación y respeta a sus pares. Reconoce que decir, pensar y hacer es algo de su pertenencia y por ende es fiel a sus decisiones.

Es responsable de cómo vive y deja vivir, así como de todas las consecuencias que le prosiguen. La lealtad no es medible por subjetividades tales como amor, compasión o capricho, sino por la magnitud y consistencia de los actos que realiza.

Samurái moderno

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