Читать книгу Un novio prestado - Barbara Hannay - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеMADDY SOLO tenía que empinarse un poco más. Si se ponía de puntillas podría colgar la cesta de plantas en el gancho que pendía del techo para así finalizar el escaparate de su tienda de flores. Sin embargo, la escalera sobre la que se había subido se balanceaba peligrosamente. En ese momento, vio que un hombre se asomaba, muy alarmado, por el escaparate. Maddy Delancy se vio cayéndose de la escalera e incluso atravesando el cristal. Pero, afortunadamente, consiguió colgar la cesta sin ningún percance.
Entonces, el hombre que había estado contemplándola a través del escaparate, entró en la tienda precipitadamente y se detuvo al lado de la escalera. A Maddy le pareció que aquel desconocido alto y moreno había acudido en su ayuda y sintió un poco no haberse caído de la escalera para haber acabado en los brazos de aquel hombre. Cosas peores podrían haberle pasado. Era alto, de hombros anchos, pelo castaño oscuro y un rostro tremendamente atractivo: una imagen que encajaba perfectamente con la de un héroe. Entonces, Maddy se dio cuenta de que aquel hombre era el mismo que había estado mudándose aquella mañana al piso que había encima del suyo.
Llegó a la conclusión de que ya iba siendo hora de levantarse la prohibición que se había impuesto en cuanto al sexo opuesto. Habían pasado ya seis semanas desde que su prometido, Byron, rompiera inesperadamente su compromiso. Y lo había hecho con la delicadeza de un volcán en erupción.
Maddy había hecho todo lo posible por apartar a Byron de su mente, incluso cambiar de cuenta bancaria para no tener que verlo en su lugar de trabajo. Sin embargo, cada vez que veía un hombre rubio y guapo en la calle no podía evitar que le diera un vuelco el corazón, igual que le ocurría cada vez que pensaba en él.
Por eso, aquella mañana decidió cambiar de actitud.
–¡Hola! –exclamó, con la mejor de sus sonrisas–. ¿En qué puedo ayudarlo?
–¿Ayudarme? –preguntó el hombre, con expresión sorprendida. Sin duda, había entrado en la tienda solo para evitar que ella cayera al suelo.
–¿Es que no quería unas flores?
–Sí, claro –respondió él, recorriendo los cubos de flores que llenaban la tienda–. Tengo que visitar a alguien en el hospital.
–¿Prefiere flores frescas? –preguntó Maddy–. Estas rosas están de oferta.
–No le gustan las rosas.
–Entonces, ¿qué le parecen estos lirios? –preguntó ella.
–Sí, creo que le gustarán. Gracias –replicó él, sonriendo de un modo que hizo que ella se sonrojara.
Mientras recogía las flores del cubo, el hombre miró a su alrededor y concentró su mirada en el eslogan de la tienda Fantasías florales… van directas al corazón.
–Me gusta ese lema –dijo él.
–Gracias. Por cierto –dijo ella, armándose de valor–, acaba de mudarse al piso de arriba, ¿verdad? Lo vi esta mañana. Me llamo Madeline Delancy. Somos vecinos –añadió, extendiendo la mano–. Yo vivo en el piso de abajo, el que hay detrás de la tienda.
–Rick Lawson –respondió él, dándole la mano. Parecía algo aturdido por aquella repentina simpatía.
–Mis amigos, mejor dicho, casi todo el mundo, me llama Maddy.
–¿Maddy? –preguntó él, con un tono que ella no pudo identificar si era de irritación o de interés.
–Tienes suerte –dijo ella, sacudiéndole el agua a las flores–. Este es mi último ramo –añadió ella, dirigiéndose al mostrador para envolverlas en papel celofán. Rick no respondió–. Bueno, creo que esto alegrará a la paciente.
Justo cuando ella le entregaba las flores, una figura cubierta con un impermeable rojo entró en la tienda.
–¡Maddy! Eres la persona que necesitaba.
–¡Cynthia! –replicó Maddy, reconociendo a la mujer–. Cuánto tiempo sin verte…
Sin embargo, Maddy no la había echado de menos. Cynthia Graham no era una persona a la que ella apreciara.
–¡Oh, no! –exclamó Cynthia, recorriendo los cubos con una mirada desesperada–. ¡No tienes! ¿No tienes lirios? –preguntó. Entonces, se dio cuenta de que Rick tenía el último ramo que había en la tienda–. ¿No habrá comprado usted el último ramo?
–Lo siento, Cynthia –interrumpió Maddy–. En cuanto haya terminado de atender a este caballero, te ayudaré a encontrar otra cosa que te pueda ir bien.
–Pero los quería para Byron –explicó Cynthia, haciendo un gesto impaciente con los ojos, maquillados en exceso.
–¿Para Byron? –preguntó Maddy, sin entender que era lo que tenía que ver su antiguo prometido con aquella mujer. Entonces, se temió lo peor y decidió terminar de atender a Rick antes de proseguir aquella conversación.
–Maddy, ¿es que no sabías lo mío con Byron? –preguntó Cynthia, en un tono poco sincero–. No me gusta que te enteres por mí, cielo, especialmente cuando estabas tan segura de que te ibas a casar con él, pero, desde que rompió contigo… bueno, me temo que se ha enamorado perdidamente de mí.
–¿Cómo dices?
–Byron y yo estamos prometidos.
Maddy se sintió muy avergonzada de enterarse de aquellas noticias en presencia de un extraño. Como si se hubiera dado cuenta, Rick se dio la vuelta y se puso a mirar los arreglos florales.
–Me alegro mucho de que los dos seáis felices –respondió Maddy, haciendo de tripas corazón–. Pero no te preocupes por mí. Yo también soy feliz. Tengo un novio nuevo y se va a mudar hoy conmigo –mintió Maddy, señalando la espalda de Rick. Cynthia la miraba incrédula.
La reacción que tuvo Rick fue bien distinta. Pareció que su paciencia se terminó en aquel momento y de un golpe, dejó el ramo de lirios encima del mostrador.
–Aquí tiene, puede llevárselas. Ya compraré más otro día –le dijo a Maddy–. El paciente va a estar en el hospital mucho tiempo.
–¿Estás seguro? No tienes por qué…
–No. Hablo en serio. No era importante –añadió, antes de salir a grandes zancadas de la tienda.
–Es muy amable de tu parte –le dijo Maddy, antes de que cerrara la puerta
–No creo que tengas ningún problema para conseguirle otros lirios si se va a mudar contigo –le espetó Cynthia.
–Claro –mintió de nuevo Maddy–. No será problema. Dale recuerdos a Byron.
Tuvo que contenerse hasta que Cynthia salió de la tienda con las flores. Pero entonces, tomó el cubo vació y lo estampó contra el suelo. ¡Maldito Byron y maldita Cynthia! ¿Cómo habían podido hacer aquello? Sin embargo, Maddy conocía la respuesta. Cynthia Graham había sido rival suya desde el colegio. Todo lo que hacía Maddy, lo tenía que hacer ella. Y lo había vuelto a hacer. Cynthia Graham siempre había querido lo que Maddy tenía y había salido con todos los chicos con los que Maddy había salido. Tendría que haberse imaginado que con Byron no iba a ser diferente.
Se había sentido tan desesperada que le había dicho a Cynthia que Rick Lawson era su novio. Menos mal que él no se había dado cuenta. Él ya tenía una mujer en su vida, que probablemente se merecía mucho más aquellos lirios que Byron. Con algo de tristeza, Maddy se imaginó la tierna escena del hospital, con Rick dándole un beso a la paciente. Por eso había entrado tan rápidamente en la floristería. Y había elegido las flores que sabía que a ella le gustarían.
Entonces se dio cuenta de que el rostro de Rick le resultaba muy familiar. Incluso el nombre le era conocido. Aquella mañana, mientras llevaba sus pertenencias al piso, lo único que ella había visto eran enormes mochilas y material fotográfico muy sofisticado. Entonces tomó el teléfono e intentó dejar a un lado aquellos pensamientos mientras repasaba un listado de floristerías.
Maddy miró por la ventana. Fuera, seguía lloviendo. No le apetecía salir en absoluto pero lo mínimo que podía hacer por Rick Lawson era encontrarle otro ramo de lirios.
A las seis y media, Maddy llamó a la puerta del apartamento de Rick. Cuando él abrió, puso la mejor de sus sonrisas. Sin embargo, esta se le heló en los labios al ver el gesto adusto que se había reflejado en los ojos grises de Rick.
–Buenas tardes –dijo Maddy, extendiéndole las flores–. He podido conseguirte otros lirios y pensé que sería mejor traerlos cuanto antes por si volvías a ir al hospital esta noche.
–Gracias –musitó él.
–De nada. Una floristería cercana tenía un montón de estas flores y, como somos vecinos… –dijo Maddy, mientras Rick fruncía el ceño–. Siento mucho lo que pasó esta tarde con los lirios. Espero que la… paciente no se desilusionara mucho.
–¿Sam? No. No le importó en absoluto.
Maddy se mordió los labios. ¿Por qué podía aquel hombre hacerla sentirse como una tonta? Siempre había creído que se le daba muy bien tratar con la gente. Ella se apartó los rizos oscuros de la cara y esperó a que él se mostrara más sociable. Sin embargo, él no mostró ningún deseo de hablar.
–Mira –insistió ella con una dulce sonrisa–. Sé que te acabas de mudar y no tengo ninguna intención de husmear. Solo quería disculparme por lo de las flores. Tal vez podría… no sé… tal vez podría invitarte a cenar para compensarte. Si te pasas mucho tiempo en el hospital tal vez estés un poco liado… y yo siempre hago comida de más para mi hermano. Está en la universidad y dice que se muere de hambre.
–Eso no será necesario –replicó él con brusquedad.
–Entonces, ¿no aceptas? –lo desafió ella.
–¡Dios mío, mujer! –exclamó Rick–. Te estoy ahorrando tener que prepararme una cena. ¡Claro que no acepto!
–Esta tarde, parecías muy ansioso por querer comprar esos lirios para tu amiga. Luego entra Cynthia Graham y, literalmente, te quita esas flores de las manos… Me sentí muy mal, especialmente porque tú no eres uno de mis clientes habituales. Pero eres mi vecino y me gusta llevarme bien con mis vecinos. Además, me gustaría compensarte.
–Señorita Delancy –dijo él, exageradamente–. ¿Qué le parece si pongo una reclamación cada vez que piense que usted, o su negocio, me han causado algún inconveniente? ¿Parece eso aceptable?
–A mí no me parece que eso sea un ejemplo de buenas relaciones vecinales.
–¡Por amor de Dios! No estamos en las Naciones Unidas. Somos simplemente un hombre y una mujer que viven en el mismo edificio. No tenemos por qué tener ningún tipo de relación. Lo que tienes que hacer es concentrarte en ese tipo que se va a mudar contigo –concluyó él. Maddy no supo lo que contestar–. Mira, sé que has tenido algún problema con tu prometido, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Yo no soy un consejero. Lo de solucionar tu vida amorosa es cosa de tu nuevo novio.
Maddy sintió que se sonrojaba, pero estaba demasiado enojada como para admitir su vergüenza.
–Mi vida amorosa va perfectamente. Y tú debes de tener una visión muy distorsionada del mundo si interpretas cada gesto de amistad como una invitación al sexo.
Con eso, Maddy se dio la vuelta y se marchó.
Durante la semana siguiente, Maddy se sintió furiosa cada vez que sentía u oía al monstruo que vivía en el piso de arriba. ¿Cómo había podido pensar que él era un héroe? Prácticamente se ignoraron toda la semana, saludándose secamente cada vez que se veían.
Para el viernes, Maddy había empezado a olvidar lo ocurrido. Aquel hombre no merecía siquiera que ella pensara en él y tampoco se dejó preocupar por el hecho de que, para entonces, él ya sabría que no había venido un novio a su casa.
A las siete, Maddy echó las persianas de su casa para aislarse de las luces de Brisbane y se puso su disco de jazz favorito mientras se acurrucaba en el sofá. Tenía un buen plato de chile con carne y una taza de chocolate caliente en la mesita y se disponía a disfrutar del fin de semana.
Chrissie, su ayudante, se encargaba de la tienda los fines de semana, así que todo lo que ella tenía que hacer era encargarse de las flores para una boda por la tarde. Y el domingo, sería todo suyo. Sin embargo, seguía sin tener citas y por supuesto, seguía sin Byron.
Maddy intentó no pensar en él. Pensar en Byron y en Cynthia le hacía todavía más daño que pensar en Rick Lawson.
Cuando sonó el timbre, ella se quedó tranquila. Sabía que no sería Byron. Lentamente, se puso de pie y se sacudió las migas que tenía en la camiseta, pero se dio cuenta de que tenía también una mancha roja de judías. Intentó quitársela, pero lo único que hizo fue extenderla más. Entonces, abrió la puerta.
–Hola –le dijo Rick.
–¡Oh! –exclamó ella, completamente sorprendida–. ¿En qué puedo ayudarlo, señor Lawson? ¿Ha venido a disculparse?
–¿Cómo?
–Supongo que te has dado cuenta de que fuiste muy grosero conmigo la semana pasada.
–Yo no fui grosero, Madeline. Solo actué con cautela.
–Pues ahora soy yo la que actúa con cautela. ¿Qué quieres?
–Necesito consejo.
–¿De verdad?
–De verdad –respondió él, con una sonrisa–. Después de considerar tu charla sobre las relaciones vecinales, he decidido aceptar tu oferta.
–¿Mi oferta?
–La cena –replicó él, mostrándole una cara botella de vino tinto.
–Tú la rechazaste –protestó ella.
–Necesito un cambio. Sam se siente mucho mejor, pero necesita asesoramiento y creo que tú podrías ayudarme.
–No veo cómo puedo ayudarte, Rick. Y estoy segura de que no necesitas mi consejo para saber cómo tienes que hacer feliz a tu amiga mientras ella se recupera.
–Lo que quiero es que me des consejos laborales –dijo Rick, riendo, mientras le daba la botella a Maddy–. Tú pareces saber muy bien cómo llevar el tuyo y yo creo que podrías ayudarme.
Maddy solo había heredado la tienda de su abuelo dieciocho meses antes, por lo que no se consideraba tan experta. No se sentía muy halagada de que él solo hubiera ido a hablar con ella para ayudar a su amiga, pero por lo menos tendría compañía para no tener que pensar en Byron.
–¿Qué estás comiendo? –preguntó Rick, al entrar en el salón–. ¿Es chile?
–Sí. Con tostadas –respondió ella, lamentándose de que él hubiera venido en la noche que tenía una comida tan simple.
–¿Con queso?
–Sin queso –replicó ella, olvidándose de sus modales hospitalarios al recordar cómo la había tratado él.
–¿Y salsa?
–No.
–Y supongo que las patatas y la crema agria tampoco forman parte del menú, ¿verdad?
–Efectivamente. No esperaba a nadie.
–Claro que no –replicó Rick, con una sonrisa–. ¿Crees que le importará a tu novio?
–No… no está en casa esta noche –musitó ella, sin poder confesarle que solo lo había inventado para defenderse contra Cynthia–. Va a clases nocturnas y ha tenido que ir a una conferencia.
–¿Y no le importará que tú cenes con un extraño?
–¡Claro que no! No es celoso y… bueno… tú eres mi… nuestro vecino, así que no te consideraría un extraño –mintió ella, dirigiéndose inmediatamente a la cocina–. Voy a ver lo que queda.
–Aunque es más pequeño que mi piso –dijo él, siguiéndola a la cocina–, el tuyo es mucho más acogedor que él mío. Lo único que tengo es una alfombra comida por las polillas.
–Me gusta la decoración de interiores –respondió Maddy dándole la botella de vino y un sacacorchos mientras ella se ponía a calentar el chile–. Me gusta convertir mi casa en el lugar más cómodo posible, así que le pedí al casero que me dejara decorar las habitaciones. Él me dio todos los materiales y yo puse el trabajo.
–Has hecho un buen trabajo –admitió Rick, destapando la botella–. Entonces te gusta construir nidos para vivir.
–¿Y qué tiene de malo eso? Pongo mucho esfuerzo en mi trabajo y mi casa es para mí igual de importante.
–Entiendo –dijo él, levantando una mano–. Pero no tenías que sacudirme esa cuchara delante de la cara. Tu camiseta ya tiene un caso grave de sarampión.
Maddy se miró la camiseta y vio que él tenía razón. Estaba hecha un asco pero lo peor fue cuando notó que los pezones se le irguieron ante la mirada de Rick. Inmediatamente, dejó la cuchara en la cazuela y cruzó los brazos por delante del pecho.
Cuando la comida estuvo caliente, ella sirvió un buen plato y puso las tostadas a un lado.
–Los cuchillos y los tenedores están en ese cajón –le indicó ella–. Y las copas en el armario de arriba.
Entonces, ambos se dirigieron hasta el salón.
–Me imagino que haces un buen negocio con los pacientes del hospital –dijo Rick.
–Hay algunas floristerías justo al lado. Yo tengo una clientela más variada.
–¿Bodas y ese tipo de celebraciones? ¿Tienes mucho trabajo de ese tipo? –insistió él. Maddy no entendía adónde quería ir él a parar.
–Tengo un número moderado de clientes en ese aspecto –respondió, sin querer revelar demasiado.
–Esto está buenísimo –comentó él–. Este chile va muy bien con el vino, ¿no te parece?
–Este vino podría mejorar cualquier cosa, hasta un bocadillo de mantequilla de cacahuete –admitió ella–. Me alegro de que tu amiga esté mejor.
–Sí, va a ser un proceso largo pero debería volver a recuperar la movilidad.
–¿Es que ha tenido un accidente?
–Una bala en la cadera –respondió Rick, sin expresar ninguna emoción en el rostro.
–¡Dios mío!
¿Cómo era posible que alguien hubiera disparado a la novia de Rick Lawson? ¿Con quién estaba ella cenando? ¿Sería acaso un delicuente? Entonces recordó las pocas pertenencias que le había visto en el piso. ¿Estaría huyendo? Tal vez por eso el rostro y el nombre le resultaban tan familiares. Maddy sintió miedo.
–Yo tengo la culpa –dijo Rick, con un suspiro.
–Eres demasiado duro contigo mismo –comentó Maddy, dejando por el momento su intención de llamar a la policía al ver la expresión que él tenía en el rostro. Un asesino no podía estar tan arrepentido.
Rick sonrió. Cuando él la miró, Maddy sintió que se le ponía la piel de gallina. ¿Qué le pasaba? ¿Es que no podía controlarse cuando un hombre, que tenía novia, le sonreía de aquel modo?
–El accidente de Sam fue culpa mía. Fue idea mía que fuéramos a por esa historia en lugar realmente peligroso del mundo. Sam no quería hacerlo. Dijo que era muy peligroso. Pero es tan buen profesional que no pudo rechazar la oportunidad de hacer unas buenas fotos… Al llegar allí, supe que estaba en lo cierto, pero puse en peligro la vida de mi cámara solo por un buen reportaje.
Mientras la simpatía que sentía por él iba creciendo al escuchar aquellas palabras, una luz se encendió en el cerebro de Maddy.
–Me acabo de dar cuenta de quién eres –afirmó ella.