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Capítulo 2

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ERES RICK Lawson! –exclamó Maddy.

–¡Qué lista! –se burló él–. Pero creí que ya me había presentado el lunes pasado.

–No. Me refiero a que tú eres Rick Lawson, el corresponsal internacional.

¿Cómo no había podido reconocerlo? Su padre le había recomendado que viera los programas de Rick desde todos los lugares del mundo y ella lo había hecho, viendo como su fascinación por el trabajo de aquel hombre aumentaba. Se había sentido impresionada por la habilidad que él tenía para transmitir la penosa situación de muchos lugares del mundo a los telespectadores. Sin embargo, al verlo fuera de contexto no le había reconocido.

–¡Vaya! El año pasado hiciste un reportaje estupendo sobre la ayuda a la hambruna.

–Y este año me he encargado de que mi cámara acabe en el hospital.

–Pero has dicho que se va a poner mejor.

–Sam volverá a andar pero probablemente le quedará una cojera. Ya no podremos seguir haciendo juntos el peligroso trabajo que solíamos hacer. La gente como tú –añadió, llenando de nuevo las copas–, los que os encargáis de las bodas, como los restauradores, floristas y fotógrafos, ¿pertenecéis a algún tipo de asociación? ¿Os recomendáis los unos a los otros?

–¿Es que estás planeando una boda? –preguntó Maddy, todavía sorprendida de ver con quién estaba cenando.

–No, no es eso. Pero pensé que tal vez Sam debería pensar en este tipo de trabajos. Tal vez incluso sesiones de vídeo.

–Entiendo.

De repente, entendió mucho más, como el por qué Rick Lawson había aparecido en el umbral de su puerta después de lo que le había dicho el lunes pasado. Seguía sin tener interés en las relaciones vecinales. Estaba utilizando aquella sonrisa para conseguirle trabajo a su amiga. Sin embargo, Maddy se sentía algo decepcionada, pero no sabía por qué.

–¿Por qué no te acabas ese vino mientras yo friego los platos? –sugirió Rick, poniéndose de pie.

Asombrada, Maddy se puso de pie. Jamás hubiera pensado que Rick pertenecía a aquella clase de hombres. Ella nunca había conocido a ninguno. Ni su padre ni sus hermanos habían colaborado nunca en las tareas de la casa. Y a Byron le habría dado un ataque si ella le hubiera sugerido la idea.

–No tienes por qué fregar –le dijo ella–. Solo hay un par de platos y una cacerola.

–Insisto –afirmó él, desapareciendo en la cocina con los platos.

Maddy le siguió, con su copa de vino en la mano. Se apoyó en un armario y le observó con interés. Rick abrió el grifo del agua caliente y puso un poco de lavavajillas en el fregadero. Maddy tuvo que admitir que su curiosidad se veía acrecentada por el hecho de ver a un hombre haciendo aquella tarea doméstica. Los músculos se le flexionaban mientras el vello de los brazos se le cubría de espuma. Además, aquellos vaqueros se le ceñían en todos los puntos que merecía la pena mirar.

Maddy dejó la copa y se puso a secar un plato. No había motivo alguno para contemplar a Rick Lawson cuando el único interés que él sentía por ella era para encontrar trabajo para su novia.

–¿Tienes un estropajo para la cacerola?

–Claro –respondió ella, sintiéndose muy ridícula por estar tan nerviosa al compartir aquella tarea diaria con un extraño–. Debajo del fregadero. Yo te lo daré.

Rick se hizo a un lado para que ella pudiera agacharse. ¿Dónde estaba el maldito estropajo? Estaba siempre en una pequeña cubeta. Maddy rebuscó afanosamente.

Justo cuando encontró el estropajo y estaba a punto de tomarlo, sonó el teléfono. Maddy se irguió automáticamente y se dio un golpe con la tubería.

–¡Ay! –exclamó, dejándose caer sobre las piernas de Rick.

–¿Te encuentras bien?

–Voy a contestar el teléfono –dijo Maddy, después de asentir débilmente.

Justo cuando estaba a punto de responder la llamada, saltó el contestador automático, dejando paso a una voz muy familiar.

–Hola Madeline. Sorpresa, sorpresa. Soy Byron.

Maddy se detuvo en seco. El corazón le latía a toda velocidad. Quería correr hacia el teléfono y contestarlo pero los pies no respondían. No sabía lo que Byron podía querer de ella. Pero el contestador siguió funcionando.

–Creo que Cynthia ya te ha contado las noticias, Maddy –decía la voz de Byron–. Me refiero a lo de nuestro compromiso. Nos encantaría que tú te encargaras de las flores para nuestra boda. Por favor, llámanos. Es el mismo número de antes. Adiós.

Maddy no supo cuánto tiempo estuvo allí, mirando el contestador. Pero, de repente, se dio cuenta de que Rick estaba a su lado.

–¿Has terminado? –susurró ella.

–Yo te podría preguntar lo mismo. Parece que estás completamente acabada, como si te hubieras rendido. ¿Es que no has recibido buenas noticias?

–No, no eso. Solo ha sido… otro trabajo.

–Eso no es cierto. Estás pálida como una muerta. Parece que te acabas de encontrar con un vampiro.

–En cierto modo, así ha sido.

–Creo que es mejor que te sientes. No tienes que contarme lo del vampiro si no quieres. Tal vez deberías contárselo a tu novio. ¿A qué hora vuelve?

–Muy tarde –mintió ella de nuevo–. No te preocupes por mí, Rick. Sé que no quieres verte mezclado con mis problemas personales.

–No existe, ¿verdad?

–¿Cómo dices?

–Tu novio. No soy Sherlock Holmes pero no hay rastro alguno de que un hombre viva en este piso. Y si existe, debe de ser uno de los tipos más ordenados del mundo. Y también muy listo, porque consigue entrar y salir sin que nadie lo vea. Al menos, yo no lo he visto en una semana.

–No, no existe –admitió ella–. Por el momento.

–Tú solo querías hacer que esa mujer de los lirios se callara. La verdad es que era de lo más desagradable.

Maddy hubiera podido besar a Rick. La ayudaba tanto que él la entendiera.

–Fue lo único que se me ocurrió en aquel momento –confesó Maddy.

–Y este Byron que ha llamado esta noche es tu antiguo prometido, ¿verdad?

–Sí. Rompió nuestro compromiso hace seis semanas y ahora ya está prometido otra vez. ¡Y encima tiene la cara de llamarme para que me encargue de las flores de su boda! ¡Es el colmo! Pero lo peor es que se va a casar con Cynthia Graham.

–¿Con la mujer que había en la tienda? –preguntó Rick. Ella asintió–. Entonces, ¿conoces bien a la novia?

Aquellas palabras le trajeron a Maddy lágrimas a los ojos. Seis semanas atrás, había sido ella la que soñara con casarse con Byron. Nunca habían puesto fecha porque Byron no había querido fechas. Le había dicho que había muchas cosas que considerar. Sin embargo, ella no había podido dejar de soñar con un elegante traje blanco y una boda íntima en la granja de sus padres.

–Sí. Desde el internado. En realidad, no sé por qué no me había imaginado que esto ocurriría. Cynthia siempre ha querido lo que yo tenía.

–Debe de ser un verdadero ángel –musitó Rick, con ironía.

–Efectivamente. En lo único en lo que no podía competir conmigo era en la música. No soy ninguna estrella de la canción, pero Cynthia no sabía ni cómo entonar dos notas. En la universidad, se presentó a las pruebas del coro de la facultad, después de que yo había sido aceptada, por supuesto. Pero el director le dijo que era mejor que confinara su talento musical a la ducha, tras aíslarla primero acústicamente.

–Eso está mejor –dijo Rick, al ver que ella sonreía–. Si sigues pensando en ese tipo de cosas, conseguirás sacarte a esos dos de la cabeza y entonces podrás hacerlo.

–¿El qué?

–El encargarte de las flores para su boda, por supuesto.

–¿Estás bromeando? No pienso ni acercarme a esa boda. Ni siquiera pienso ocuparme de buscarles alguien que lo haga.

–Es una pena.

–¿Una pena? –le espetó Maddy–. ¿Qué sabes tú de todo este asunto? ¿Tienes idea de lo trabajoso que es preparar las flores para una boda?

–Cuéntamelo.

–Primero tendré que recibirles a los dos, e incluso a un par de damas de honor y a la madre de Cynthia, aquí en mi piso para que elijan. Normalmente, los clientes van a la tienda, pero Byron sabe que siempre invito a mis amigos aquí y eso es lo que él espera. ¡Y mientras yo les enseño las flores para los adornos, ellos se estarán haciendo arrumacos! Además, hay que hablar muchas veces por teléfono e ir a decorar la iglesia y el lugar del banquete el día de la boda. Nadie puede esperar que yo haga eso por ellos. ¡Nadie!

–Evidentemente, Byron sí.

–¡Yo no le debo nada a Byron!

–Efectivamente. Evidentemente, ese Byron es un idiota de primera Y a mí me parece que tu tienes bastante arrojo. Estoy segura de que podrás hacerlo, Maddy.

–Yo no estoy tan segura.

–Ánimo. No debes dejar que unas palabras de ese hombre te destrocen. Más o menos entiendo cómo te sientes. En mi trabajo, he visto a muchas personas derrotadas. He visto a gente luchar por sus derechos básicos y verse rechazados una y otra vez. Es entonces cuando se rinden.

–¿Y los culpas?

–No, pero es lo mejor de mi trabajo. Muchas veces, mis compañeros y yo, al exponer esas injusticias, hemos cambiado la situación. Por eso, creo que te estarías poniendo en manos de Byron y de Cynthia si les dejaras saber el daño que te han hecho. Y por lo que me has dicho, a esa mujer le gustaría mucho verte sufrir.

–¡Le encantaría! –exclamó Maddy.

–Entonces, ponte por encima de ella. Muéstrale que no te importa lo que hagan. No les dejes ver a ninguno que te están haciendo daño. Y te prometo que te sabrá a victoria.

–No sé.

–Pues piénsalo –respondió él, acariciándole la mejilla con un dedo–. Depende de ti, pero mi consejo sería que les sigas la corriente. Muéstrales que te trae sin cuidado. Y no pierdas el sueño por ese hombre. Por lo que me dices, creo que están hechos el uno para el otro.

–Lo pensaré –dijo ella, acompañándole a la puerta–. Gracias, Rick.

–Gracias por la cena.

–Tal vez, en otra ocasión, te podría preparar algo más sabroso. Me encanta cocinar.

–¿Es parte del paquete de la perfecta ama de casa?

–Me imagino que sí. Mira lo que Byron se está perdiendo.

–Él se lo pierde. Pero no le dejes ver que te sientes una víctima –concluyó él, antes de salir del piso.

Maddy estuvo toda la noche pensando en el consejo de Rick. Él le había dicho que no pensara en ellos pero era imposible. Tampoco podía dejar de pensar en él. Rick le había mostrado retazos de un hombre moderno y sensible pero toda la semana se había portado con hostilidad hacia ella. Si ella dejaba a un lado su atractivo físico, le quedaba un hombre testarudo e imposible y, de vez en cuando, considerado y amable. Pero tenía razón. En cuando a Byron y a Cynthia se estaba comportando como una víctima.

Más o menos a las tres de la mañana empezó a verlo todo de un modo diferente. Se encargaría de las flores para la boda de Byron y Cynthia. Cuantas más ideas se le ocurrían, más ganas tenía de ponerse manos a la obra. Sin embargo, necesitaría algo de ayuda de su vecino de arriba.

–Van a venir el próximo miércoles a las cinco y media –le dijo Maddy a Rick a finales de la siguiente semana–. ¡Ah! Y te he traído un poco de pollo a la cazadora.

–¿Puedes explicarme de qué hablas? –preguntó Rick, al ver que era ella la que había llamado a su puerta, algo confuso.

–Lo siento –se disculpó Maddy–. Déjame que empiece por el principio–. En primer lugar, ¿cómo está Sam?

–Está evolucionando mejor de lo que se esperaba.

–¡Estupendo! Siempre me había imaginado que nadie mejora más allá de las expectativas del médico.

–Supongo que tienes razón –respondió Rick, más tranquilo, con una maravillosa sonrisa en los labios.

–En segundo lugar, he preparado un guisado de pollo para mi hermano Andy y te he traído un poco.

–Eres muy amable –dijo Rick, aceptando el plato.

–Pero lo mejor es que… Byron y Cynthia han concertado una cita conmigo para consultarme sobre las flores.

–Bien. Entonces eso significa que aceptas su encargo.

–Eso es. Y me siento muy preparada para recibirlos. O al menos, así será cuando haya terminado de organizarlo todo.

–Yo no me molestaría mucho si fuera tú. Por lo que me has dicho, no se merecen ningún extra.

–No, pero yo sí.

–¿Qué quieres decir?

–Todo lo que pienso preparar es para mí. Necesito levantarme la moral para poder enfrentarme a ellos con la cabeza bien alta.

–¿Qué es lo que has pensado?

–Necesito investigar un poco.

–Vuelvo a estar perdido.

–Necesito tu ayuda. En realidad, lo que necesito es echarle un vistazo a tu piso.

–Ni hablar.

–Lo siento, pero es importante. Necesito ver cómo vive un hombre –insistió ella. Rick se quedó tan sorprendido que Maddy pensó que iba a dejar caer el pollo al suelo–. Cuando Byron y Cynthia vengan a mi piso, tengo que pretender que tengo un nuevo novio y que vive conmigo ¿te acuerdas? El otro día en la tienda le dije a Cynthia que él se iba a mudar conmigo.

–¿Y vas a utilizar ese subterfugio para darte moral?

–Bueno, sí. No podría soportar que Cynthia descubriera que es mentira. Y Byron y Cynthia se creerán mucho más que no estoy celosa si tengo un hombre viviendo en casa, ¿no te parece?

–Supongo que sí. Pero, ¿qué tiene que ver mi piso con todo esto?

–Oh, Rick, por favor, déjame pasar y te lo explicaré. Después de todo, tú te presentaste el otro día en mi piso sin avisar. Además, todo vale en el amor y la guerra.

–No te puedo prometer que mi casa te impresione mucho –dijo él, encogiéndose de hombros para dejarla pasar.

–No espero sentirme impresionada –dijo Maddy, sonriendo triunfantemente al entrar en el salón–. Tengo dos hermanos y sus dormitorios siempre han estado como un campo de batalla. Pero no estaba segura si ese detalle era típico de todos los hombres.

–Entonces, ¿nunca has estado en el apartamento de otro hombre?

–No, y mucho menos en el de un hombre que vive solo –confesó ella.

–Pero seguro que habrás tenido novios…

–En la universidad, yo vivía en una residencia, como la mayoría de los chicos con los que salí. Alguna vez vi sus dormitorios pero no es lo mismo.

–¿Y Drácula? ¿Cómo dijiste que se llama?

–Byron. Él vive con su madre y ella se ocupa de todas sus cosas.

–Casi me da pena de Cynthia –respondió él, con una sonrisa.

–Sí, tal vez se lleve un par de sorpresas.

–Y tal vez tú te hayas librado de una buena.

–Tal vez…

Para cuando él terminó de enseñarle el piso, Maddy estaba de lo más sorprendida. El piso estaba muy ordenado, aunque esta no era la palabra exacta. Era de una austeridad espartana.

–¡Pero si tu piso está casi vacío!

–Te doy la bienvenida a la perfección masculina –exclamó él, riendo–. Bueno, en realidad, esto es solo temporal. Esta no es mi casa. En realidad, ya no tengo casa. Nunca he estado en un lugar durante mucho tiempo. Me fue imposible conseguir un apartamento amueblado cerca del hospital solo durante unas pocas semanas y no quería gastar dinero en comprar demasiados muebles que luego me resultarían innecesarios –añadió, dejando el pollo en la cocina–. Entonces, señorita Delancy, ¿qué quiere usted saber sobre las viviendas masculinas?

–Bueno, la otra noche dijiste que no había rastro de un hombre en mi piso así que quiero que me ayudes a hacer que parezca que vive uno en mi piso. Tal vez poniendo una sudadera en el sofá o cosas para el afeitado en el cuarto de baño…

–¿En el cuarto de baño? ¿Crees que te tienes que preocupar de tanto detalle?

–Claro. Estoy segura de que Cynthia es el tipo de mujer que mira en el armario del cuarto de baño cada vez que va de visita. Y si tuviera tiempo, estoy segura de que también miraría en el dormitorio.

–¿Y qué esperaría encontrar allí?

–Supongo que un par de pijamas –dijo Maddy, sonrojándose–. No tendrás un par de sobra, ¿verdad?

–¿Para que los metas debajo de la almohada y dejes asomar un poco de tela?

–Algo por el estilo.

–Lo siento. No uso. En eso sí que no te puedo ayudar.

–Oh… –comentó Maddy, sin poder evitar imaginarse a Rick desnudo entre las sábanas.

–Ya te voy entendiendo. ¿Te apetece un poco de café? ¿Una cerveza?

–Café, por favor.

–Me temo que solo tengo café soluble.

–No importa –respondió ella, mientras él lo preparaba todo rápidamente.

–Siéntate. Ya veremos si te puedo ayudar con algunos consejos útiles –dijo él, acompañándola al salón.

Allí solo había una silla de director, algo raída, por lo que Rick se sentó en la alfombra.

–Yo también me sentaré en la alfombra –dijo Maddy–. Si no, estaré demasiado alta.

Entonces, Maddy recordó que llevaba una falda muy corta, por lo que hizo todas las maniobras posibles para sentarse con las rodillas juntas mientras se tiraba de la falda con una mano.

–Entonces –añadió ella, cuando por fin lo consiguió–. ¿Se te ocurre alguna idea brillante?

–¿Qué te parecen unos palos de golf?

–¿Palos de golf? ¿Quieres que los ponga en algún rincón, bien visibles?

–Me parece que eso impresionaría bastante a Byron.

–Probablemente, si de verdad son de buena calidad pero no sé dónde podría conseguirlos.

–Tal vez yo te pueda ayudar en eso.

–¿Juegas al golf?

–No, nunca he tenido tiempo para aprender la técnica necesaria. En lo que a mí se refiere, el golf es como darse un paseo con interrupciones. Sin embargo, tengo un par de amigos que se vuelven locos por el golf. Estoy seguro de que nos podrán ayudar.

–Eso sería estupendo. Gracias. ¿Se te ocurre alguna otra cosa?

–Bueno, hay algo evidente.

–¿El qué?

–La tapa del retrete tiene que estar levantada.

–¡Claro! Eso se me debería haber ocurrido a mí después de vivir con dos hermanos durante diecisiete años.

–Creo que también deberías poner revistas de hombres por el salón. Eso, si puedes desordenar durante unas horas ese remanso de limpieza que es tu piso.

–Sí, es una buena idea. ¿Qué clase de revistas crees que son las más adecuadas?

–Cualquier cosa, desde la caza o la pesca, motocicletas de colección… Me imagino que depende de este novio tuyo… Por cierto, Maddy, ¿cuál es tu ideal de hombre perfecto?

–No sé –respondió ella, algo reacia a discutir ese tipo de cosas con él–. Tendrá que ser perfecto, claro. El tipo de hombre que haría que una mujer perdiera la cabeza.

–Adelante, descríbelo.

–Bueno… tendrá que ser atlético, deportista… –empezó, algo tímida. Él sonreía, por lo que Maddy decidió ponerle en su sitio–. Y que vista bien –añadió, al ver que él llevaba el mismo chándal que cuando le había llevado los lirios, mirándolo con deliberación–. Que gane un sueldo decente, que no tenga miedo de ponerse a cocinar… Y que sea divertido, considerado y romántico.

–Eso no es ningún problema. A mí me parece que estás describiendo al típico hombre australiano pero, para que yo me aclare, ¿puedes concretar un poco más en eso de «romántico»?

A Maddy le pareció que aquella charla se estaba haciendo más íntima de lo necesaria y no quería responder a aquella pregunta. Cuando Byron le había sorprendido con entradas para el ballet, se había alegrado para luego descubrir que eran las que su madre no había querido. Y las flores no significaban nada especial para ella. Sin embargo, en aquel momento, se estaba sintiendo muy romántica tomando café sentada en el suelo.

–Supongo que depende del hombre, pero podría ser cualquier cosa. Tal vez escribir un poema o canciones de amor, o una cena a la luz de las velas en un recóndito balcón… Supongo que depende de su imaginación, o en este caso, de la mía.

–La imaginación puede ser muy peligrosa, Maddy –comentó él, cono si estuviera leyéndole el pensamiento. Maddy no pudo evitar sonrojarse–. Bueno, veamos si lo he comprendido bien. Poemas de amor y cenas a la luz de las velas… en, ¿cómo dijiste? ¿Balcones muy recónditos?

–No tiene por qué haber poesía.

–¿Y qué más tenías en la lista? ¿Canciones? No hay muchos hombres que suenen románticos cuando intentan cantar. Entiendo que los balcones tengan que ser recónditos y sé que los hombres poetas siempre han tenido mucho éxito pero me sorprende que no hayas mencionado los músculos, la fuerza y los ojos soñadores. ¿Es que esas cosas no te gustan, Maddy?

–Yo no diría eso –tartamudeó Maddy–. Pero los hombres guapos no son siempre románticos. Los hombres románticos son considerados.

–Así que este Byron, ¿era así de romántico para ti? ¿Te escribía poesías y te invitaba a cenar en rincones reservados?

Maddy bebió un sorbo de café, que estaba frío y sabía fatal, pero que al menos le ayudó a ocultar su confusión. No podía recordar ningún gesto romántico de Byron. Últimamente habían ido a cenar con frecuencia, pero siempre con la pandilla. Y pasaba noches en el apartamento de Maddy…

–No creo que las técnicas románticas de Byron sean asunto tuyo –le espetó ella–. Tenemos que atenernos a lo práctico. ¿Te importaría si tomara prestado tus cosas de afeitar durante una hora más o menos el próximo miércoles? –preguntó ella, con voz temblorosa–. También me vendría bien un desodorante de hombre.

–Supongo que no habrá ningún problema si es por poco tiempo.

–Gracias Rick. ¿No tendrás una camiseta de fútbol?

–Lo siento, no, pero tengo una de mi club de regatas si te sirve de algo.

–¿De regatas? Sí, por favor. Estoy segura de que eso le impresionará mucho a Cynthia.

–¿Quieres también una foto? Gracias a Sam, tengo unas cuantas a mano. Te podría poner una dedicatoria. A mi querida Maddy. Por ejemplo.

–No, no estoy segura de eso –respondió ella, sintiéndose más afectada de lo que quería reconocer por aquellas palabras.

–Pues yo creo que le daría autenticidad al asunto –insistió él.

–Sí, supongo que sí.

–A mí me da igual. No me importa lo que hagas con ella después. Si quieres, la puedes quemar cuando hayas acabado –afirmó él. Ella se recordó una y mil veces que aquella foto no significaba nada. Y también se dio cuenta de que había tardado mucho en contestar cuando él se puso en pie de un salto–. Bueno, pensándolo bien, mi foto no sería una buena idea.

–¿Cómo? –preguntó Maddy intentando ocultar su desilusión.

–Supongo que no te gustaría que esto se complicara demasiado y las cosas podrían ponerse algo feas si Byron me reconociera.

A Maddy no le parecía muy probable que Byron viera los documentales en los que trabajaba Rick. Además, ella se dio cuenta de que tal vez Rick Lawson no quería que su imagen pública se mezclara con los asuntos privados de Maddy más de lo necesario. Él tenía una novia en el hospital.

–Entonces, dejamos lo de la foto –dijo ella, poniéndose de pie–. Intentaré pensar en algo más pero creo que ya tenemos suficiente.

De repente, tuvo el impulso de ponerse de puntillas para darle un beso en la mejilla, tal y como solía hacer con sus hermanos. Sin embargo, se detuvo. Algo le dijo que un beso a Rick, aunque fuera en la mejilla, no tendría nada que ver con besar a un hermano.

–Gracias por tu ayuda, Rick –añadió Maddy.

–El placer es todo mío –respondió él con voz ronca.

Rick había vuelto a su habitual modo de comportarse, brusco y gruñón. Sin embargo, Maddy no debía permitir que aquello la afectara. Cualquier cosa merecía la pena con tal que Byron y Cynthia se creyeran su pequeña mentira.

Un novio prestado

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