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Capítulo Uno
ОглавлениеQuerida Marcy:
Voy a recorrer la costa oeste en tren y quiero ir ligera de equipaje pero necesito llevar ropa tanto informal como elegante. Va a ser un largo viaje y no quiero ir muy cargada, ¿qué me aconsejas?
Angie de Anheim
Marcy miró por la ventana de su compartimiento y observó el hermoso campo texano. El calor de aquel día de julio no parecía molestar al ganado que pastaba en las interminables y secas praderas y a lo lejos se podía ver un molino de viento metálico.
Marcy pensó que era como una postal y se reclinó en el asiento. El suave traqueteo del tren era como una canción de cuna…
De repente sonó el móvil.
No importaba lo lejos que estuviera, siempre la encontrarían. Marcy miró el reloj. En Los Ángeles serían las ocho y media. Sabía que la iban a llamar, en aquel mismo instante su mánager acabaría de leer la nota que le había dejado:
Helen, soy Marcy. Me voy de vacaciones tres semanas. Cancela todas mis citas y habla con Anna para atrasar las que sean ineludibles. Gracias.
A Helen Dumbar no le agradaría la nota. El móvil no dejaba de sonar y Marcy se dio por vencida, era inevitable. Sacó el aparato del bolsillo y respondió.
–Hola, Helen.
–Marcy, cariño. He leído tu nota y voy de camino a tu casa para tomar un café y hablar un rato.
–No tenemos nada de qué hablar y no te molestes en ir a mi casa porque no estoy allí.
–¿Cómo que no estás en casa? ¿Dónde estás?
Marcy miró por la ventana de nuevo y vio un halcón. Aquella imagen pareció darle fuerzas para continuar la conversación.
–Me he ido.
–¿Cómo que te has ido? No puede ser… Tenemos una reunión con la editorial a la una y media para repasar la edición de noviembre. Tenemos que hablar sobre el artículo de cómo hacer un tapete de época con sábanas de la abuela y necesitamos una receta original para el relleno del pavo de navidad.
–Helen, ya te lo he dicho, me he ido. No estoy en Los Ángeles, de hecho ni siquiera estoy en California.
–¿Cómo?
Marcy oyó a Helen maldecir en voz alta, algo se le había caído.
–Te dije que necesitaba un poco de tiempo libre este mes –Marcy sacó la invitación de boda del bolso y la colocó sobre las rodillas–. Así que me lo he tomado.
–Marcy –dijo Helen mientras suspiraba con impaciencia–. Cariño, ya hablamos del tema y decidimos que no era un buen momento. Tienes una entrevista para Stylish Homes el miércoles, una reunión con el coordinador de tu programa de televisión el jueves, una comida benéfica en el Ritz-Carlton el viernes.
Al pensar en aquella larga lista de reuniones, encuentros y actos sociales, Marcy buscó instintivamente un bote de pastillas contra la acidez que tenía en el bolso. Se quedó mirándolo unos instantes y después lo volvió a guardar y decidió recurrir a unos bombones que llevaba. Quizá el azúcar no lograra tranquilizarla pero haría que se sintiera mejor.
–Nosotras no decidimos nada, Helen, tú lo decidiste solita.
–Marcy, te necesitamos aquí, te prometo que buscaremos un momento mejor y podrás…
–No.
Ahí estaba, por fin lo había dicho. Helen parecía haberse quedado sin habla.
–¿No? ¿Qué quieres decir con eso?
–Quiero decir precisamente eso, que no. No voy a regresar.
Después de un largo silencio Helen volvió a hablar.
–Marcy, cariño, ¿te encuentras bien?
–Helen –Marcy hizo un esfuerzo por mantenerse firme–. El mes pasado te dije que no programaras nada para estas tres semanas.
–Pero cariño, nunca pensé que hablabas en serio y tampoco me contaste por qué…
–Y el mes anterior, te pedí lo mismo.
–Pero no dejan de aparecer oportunidades interesantes para ti, ¿cómo puedo rechazarlas? –el tono de Helen se volvió más dulce–. Cariño, sé que no has dejado de trabajar durante los últimos cuatro años, pero ha llegado la hora de recoger los frutos. Las suscripciones a Life with Marcy Pruitt se han multiplicado por cuatro, casi todo el mundo lee tu columna sobre la vida y la casa, tu libro figura en la lista de libros más vendidos del Times y tu programa de televisión va a empezar dentro de cinco semanas. Eres una mujer famosa, una autoridad dentro del mundo del hogar. Mucha gente cuenta contigo. Más adelante tendrás tiempo para irte de vacaciones pero ahora mismo te necesitamos.
Marcy cerró los ojos y dejó que el lento traqueteo del tren la tranquilizara. Quizá Helen tuviera razón. Quizá estaba siendo muy egoísta. Quizá no debía tomarse vacaciones cuando toda la gente de su alrededor estaba trabajando tanto y no quería decepcionarlos.
Además tres semanas era mucho tiempo.
Marcy volvió a mirar las invitaciones. Clair Beauchamp había sido la única persona que se había esforzado por hacerse amiga de aquella niña que siempre estaba al margen. Una chica tímida con gafas de vistosa montura y un corte de pelo sencillo.
Era curioso pensar que lo que le había hecho tan diferente durante la juventud, en aquellos momentos le estaba dando fama.
Clair le había pedido que fuera su dama de honor y ella había aceptado. No podía negarse. Marcy guardó la invitación en el bolso y decidió ser tajante.
–Le he dado las instrucciones necesarias a Anna. Ella los conoce tan bien como yo o mejor aún, puede sustituirme hasta que vuelva.
–¿Quieres que tu ayudante personal se encargue de tu empresa? No lo dices en serio.
–Lo digo muy en serio, Anna lleva con nosotros dos años, es perfectamente capaz de encargarse de todo, tan sólo dale la oportunidad de demostrarlo.
Marcy pensó que era mejor no decirle a Helen que Anna era la única que sabía dónde iba y por qué. Marcy sabía que si Helen lo hubiera sabido nunca habría podido marcharse.
–Marcy, escucha, sé que Anna es una buena chica… Y reconozco que trabaja duro, pero…
–Lo siento, no estás siendo razonable, tengo que irme.
–Por favor, Marcy, escúchame, hay algo que no sabes, algo que debería haberte contado. Tengo que hablar contigo en persona, sólo dime dónde estás…
Marcy sabía que era una trampa pero tenía miedo de dejarse convencer así que apagó el móvil y lo guardó.
Durante los últimos cuatro años todo lo que acontecía en su vida estaba programado. Reuniones, entrevistas de televisión, más reuniones, visitas guiadas, actos benéficos. Seguía disfrutando con su trabajo como siempre pero durante aquellos cuatro años no había tenido ni un día libre.
Y había llegado el momento de hacerlo.
Marcy estaba nerviosa e ilusionada. Colocó las manos sobre las rodillas y miró por la ventana.
Evan Carver miró por la ventana hacia la piscina olímpica. El calor había atraído a muchos clientes del hotel hacia aquella zona. Entre ellos un grupo de señores mayores vestidos con pantalones cortos de estilo hawaiano, una madre embarazada con dos niñas pequeñas, un grupo de adolescentes que jugaban al voleibol en un campo cercano y finalmente un grupo de mujeres morenas con bikini.
Evan sonrió.
Era un hombre soltero, estaba a la espera de comenzar un nuevo proyecto de construcción en tres semanas y se alojaba en el hotel donde también se alojaban un grupo de modelos de bikini que había acudido a una convención.
La vida le sonreía.
–Qué raro, no contesta al móvil.
Evan se giró para mirar a la futura esposa de su hermano. Ella se sentó tras la enorme mesa de su despacho. Parecía una más de las modelos de la piscina, aunque en realidad era la dueña de aquel hotel. Llevaba una chaqueta azul claro, el mismo color que sus ojos y una falda negra, igual de negra que su melena. Evan era consciente del gran atractivo de Clair, pero la veía como aquella hermana que nunca había tenido.
–¿Quién no contesta?
Clair frunció el ceño y colgó el teléfono.
–Marcy, tiene puesto el contestador.
Evan recordó que Marcy era la dama de honor y que Clair le había dicho que llegaría aquel día.
–Quizá lo tenga apagado.
–Marcy nunca apaga su móvil.
–¿Quizá está fuera de cobertura?
–No debería estarlo –Clair miró el reloj sobre su escritorio y volvió a marcar–. Viene en tren desde Los Ángeles y quería hablar con ella antes de que llegue a la ciudad. Anoche le dije que yo iría a recogerla pero el editor de Texas Travel ha aparecido dos días antes de lo previsto y le prometí una visita guiada del hotel.
–Yo iré a recogerla –sugirió Evan mientras observaba a las mujeres de la convención.
–Te lo agradezco pero no es necesario, puedo mandar a un chófer del hotel.
–Lo haré encantado, además, le prometí a Jacob que me encargaría de todo hasta que regrese de Filadelfia mañana.
–Está en Boston –Clair se levantó de la mesa, se acercó a él y miró hacia la piscina–. Me alegra que te tomes tu trabajo tan en serio –le dijo mientras lo miraba fijamente–. Quizá debería mandar a un chófer del hotel.
Evan apartó la mirada de la ventana y sonrió.
–¿A qué hora llega?
–A las once y cuarto, ¿seguro que no te importa?
–Dime qué aspecto tiene y asunto zanjado.
Clair se dirigió a su mesa y le ofreció una revista.
–Aquí tienes.
Le dio una copia de la revista Life with Marcy Pruitt. En la portada de la revista aparecía una mujer morena con gafas, sentada en un campo de lavanda.
Evan se quedó pensativo. Cuando Clair le había dicho que su amiga se llamaba Marcy nunca había pensado que se tratara de aquella Marcy.
–¿Marcy Pruitt es tu dama de honor?
–¿La conoces?
–Por supuesto, ¿ha escrito un libro, no?
Clair asintió.
–Ha escrito dos libros, La vida es fácil con Marcy Pruitt y La vida aún más fácil con Marcy Pruitt, dos guías para el ama de casa moderna. Se ha hecho bastante famosa desde que nos separamos.
–Ya veo –Evan volvió a mirar la portada. Tenía su atractivo–. ¿Está casada?
Clair le quitó la revista de las manos.
–No, pero créeme, no es tu tipo.
Evan le guiñó el ojo.
–Cariño, todas las mujeres son mi tipo.
–Quizá no debería dejarla en tus manos…
–Pero si soy inofensivo, no te preocupes.
–Tú eres todo menos inofensivo, Evan Carver –dijo ella con una sonrisa–. Además, hay que mantener el viaje de Marcy en secreto, viaja de incógnito, así que cuando vayas a buscarla busca un sombrero grande y blanco. Se va a alojar en la suite enfrente de la tuya, ¿podrás comportarte?
Él le sonrió con malicia.
–Intentaré controlarme.
–Eso es lo que me dijo tu hermano cuando lo conocí –dijo ella mientras le mostraba el anillo de compromiso–. Y ahora, míranos.
–No te preocupes, traeré a tu amiga sana y salva.
Evan volvió a mirar hacia la piscina, después de recoger a la amiga de Clair, se daría un baño.
A las once y cuarto Marcy salió del tren junto a los demás pasajeros. Le parecía ridículo quitarse las gafas y llevar un sombrero enorme, pero prefería ser precavida. Aunque las posibilidades de que alguien la reconociera en la estación eran escasas, no quería arriesgarse y arruinar su recién adquirida libertad.
Llevaba la maleta en la mano y pasó junto a un grupo de adolescentes muy emocionados que parecían dirigirse a un campamento de verano. Se apartó un poco y miró a su alrededor en busca de Clair. No encontró a su amiga, pero no pudo evitar fijarse en un hombre moreno que sobresalía entre la multitud. Tenía los brazos cruzados y observaba atentamente a los pasajeros que bajaban del tren.
Ella no tenía mucha experiencia con los hombres, pero sabía reconocer a un hombre atractivo. Lo miró fijamente, después de todo estaba de vacaciones, podía permitirse admirar el «paisaje». Además, estaba claro que él no se había fijado en ella, los hombres como él no solían mirarla demasiado.
Debía de medir cerca de un metro noventa, era muy fuerte y también muy atractivo. Era moreno y musculoso, tenía las facciones muy marcadas y llevaba el pelo corto.
Tenía ojos marrones y Marcy siguió su mirada para verlo mirar a una atractiva mujer de pelo rojizo. La mujer le sonrió y él le devolvió la sonrisa. Al ver aquella sonrisa, Marcy sintió cómo su pulso se aceleraba.
Sintió envidia por aquella mujer.
Sin embargo, instantes después la mujer de pelo rojizo se fue en dirección contraria.
Una mujer esbelta y rubia salió del tren, Marcy pensó que probablemente estuviera esperándola a ella, pero la mujer se dirigió hacia un hombre y dos niñas, después apareció una morena de ropa ajustada. Aquélla debía de ser la afortunada, miró al hombre para ver cómo reaccionaba.
–Disculpe.
Marcy se sobresaltó al notar cómo alguien le tocaba el hombro. Eran dos mujeres de cerca de cuarenta años que iban vestidas como monitoras de campamento.
–¿No es usted Marcy Pruitt? –le preguntó una mujer baja de pelo marrón.
Marcy se quedó estupefacta.
–¿Yo?
–Te dije que no era ella, Alice –le dijo la otra mujer, rubia y delgada, mientras se acercaba a ella un poco más–. No se parece nada a ella.
–Por Dios, Betty Lou –le dijo Alice mientras negaba con la cabeza. Parecía harta de los comentarios de su amiga–. Es igual que ella, deberías ponerte las gafas.
–No necesito las gafas, no es ella.
–Sí que lo es –Alice volvió a mirar a Marcy y sonrió–. Tu artículo sobre tarjetas postales hechas a mano de la semana pasada me encantó.
–Es demasiado delgada –insistió Betty Lou–. Y demasiado alta.
Alice la miró ofendida.
–No hagas caso a Betty Lou –le dijo a Marcy en voz baja–. Le gusta llevar la contraria.
–No estoy sorda –dijo Betty Lou y después miró a Marcy de arriba abajo–. Te digo que no es ella.
–Marcy –le dijo Alice con un suspiro–. ¿Podrías decirle a mi amiga que estoy en lo cierto?
Si había algo que a Marcy no se le daba bien, era mentir. Pero si les decía la verdad tendría que regresar a Los Ángeles. Se quedó mirando a cada una de las mujeres.
–Yo, bueno…
–Cariño, por fin te encuentro.
Marcy se giró para ver quién se dirigía a ella.
Y se quedó helada.
Delante de ella estaba el hombre moreno que había estado observando antes.
Estaba claro que la había confundido con otra persona porque la acababa de llamar cariño, pero antes de que pudiera decirle algo, él la estrechó entre sus brazos.
–He estado buscándote por todas partes.
Marcy estaba tan sorprendida que era incapaz de reaccionar, ni siquiera podía hablar. Cuando él besó sus labios, ella sintió cómo su pulso se aceleraba. Después la abrazó con fuerza.
–Me envía Clair –le susurró.
El calor de la respiración de él hizo que Marcy sintiera un escalofrío por todo el cuerpo y tardó un poco en entender lo que le acaba de decir.
–¿Clair? –repitió ella unos instantes después.
–Clair, tu amiga.
Evan se preguntó si había cometido un error y la miró fijamente. Su aspecto era diferente al de la revista, no llevaba gafas y parecía más dulce que en la foto. Sus ojos eran muy bonitos. No podía ver el color de su pelo pero Evan estaba seguro de que era ella.
La soltó y rodeó su cintura con el brazo.
–¿Me presentas a tus amigas, cariño?
–Ellas… Piensan que soy Marcy Pruitt.
–Alice lo piensa, yo no –dijo la mujer rubia.
–Cállate, Betty Lou –Alice miró a Marcy–. Es igual que ella.
–A mi esposa la confunden con frecuencia –Evan se rió y agarró a Marcy con más fuerza–. La gente suele pedirle un autógrafo muy a menudo, ¿a que sí, cariño mío?
Marcy asintió un poco dudosa.
–Me… Me pasa a veces.
–¿Qué te dije? –le dijo Betty Lou mientras se cruzaba de brazos y miraba a Alice muy seria–. Marcy no está casada así que, ¿quién es la que lleva la contraria ahora?
–Podrías ser su hermana gemela –le dijo Alice aún sorprendida–. Es increíble.
–Tendrán que disculparnos, señoritas –Evan tomó la maleta de Marcy y les hizo un guiño a las dos mujeres–. Pero me gustaría llevar a mi mujer a casa y estar a solas con ella.
Betty Lou sonrió y agarró a Alice del brazo.
–No se preocupe por nosotras, lamentamos haberlos molestado.
Incluso mientras se alejaba con su amiga, Alice no dejó de mirarla.
Para cerciorarse de que la mujer se quedaba convencida, Evan volvió a estrechar a Marcy entre sus brazos y la llevó en dirección contraria.
–Ha estado cerca, no estoy seguro de que hayamos convencido a Alice, ella podría…
–Espera –le dijo Marcy mientras se paraba en seco–. ¿Quién eres?
–Evan –él miró a su alrededor para ver si alguien los estaba observando y la apartó de la multitud–. Evan Carver.
–¿Carver? –repitió ella–. ¿El hermano de Jacob?
–Ése soy yo –le sonrió–. Clair te llamó al móvil para decirte que no podía venir pero no te localizó.
–Lo apagué –Marcy se mordió el labio y miró detenidamente a aquel hombre.
–A Clair le surgió algo inesperado, si no te fías puedes llamarla a su despacho de Four Winds.
–Te creo –se soltó y se puso recta–. Pero no me esperaba esas muestras de cariño, los desconocidos no suelen besarme, ni tampoco suelen llamarme cariño mío.
–Lo lamento –le dijo él con una sonrisa–. Clair me dijo que querías mantener este viaje en secreto y cuando vi a esas dos mujeres contigo… Tan sólo quería ayudarte.
–En realidad me ayudaste bastante, lo lamento, no quiero que pienses que soy una desagradecida.
Marcy se sonrojó y con aquel color en las mejillas sus ojos verdes parecían aún más oscuros. Evan se había dado cuenta de que la había sorprendido pero aquella inocente caricia en sus labios no podía considerarse un beso.
Aunque a él le había gustado. Aquella mujer tenía unos labios muy suaves.
En aquel momento una pareja pasó a su lado y la mujer se quedó mirando a Marcy. Evan se colocó delante de ella para que no pudiera verla bien.
–¿Voy a por el resto de tu equipaje? –le preguntó él.
Ella miró hacia la maleta que él tenía en la mano.
–Eso es todo mi equipaje.
Evan frunció el ceño.
–¿Sólo has traído una maleta para tres semanas?
–Hacer una maleta consiste en decidir lo que realmente necesitas y ceñirte a una lista. Ropa ligera, fácil de conjuntar y que no se arruga, dos pares de zapatos, unas sandalias, el neceser y un sombrero.
–Parece que has escrito un libro sobre el tema.
–Sólo un pequeño artículo en el apartado de viaje de la revista del mes pasado.
–¿En serio? –parecía que aquella mujer no se había dado cuenta de que bromeaba, quizá no tenía sentido del humor–. Y bien, ¿has escrito algo sobre cómo salir de una estación de tren llena de gente, sin ser vista?
–Eso saldrá en la revista de enero, todavía estoy investigando sobre el tema.
Durante un segundo Evan pensó que Marcy hablaba en serio pero después la vio sonreír ligeramente y se dio cuenta de que aquella mujer tenía sentido del humor. Aquello le agradó, y más teniendo en cuenta que iba a pasar más de media hora con ella en el coche.
Evan sonrió y la agarró del brazo.
–¿Está preparada para salir corriendo de aquí, señorita Pruitt?
–Lista, señor Carver –se tapó con el sombrero y volvió a ponerse las gafas–. Lo sigo de cerca.