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Capítulo Dos
ОглавлениеQuerida Marcy:
Soy una de tus más grandes admiradoras (probé la receta de tarta de chocolate que salió en la revista de febrero y me encantó). En las entrevistas que te han hecho siempre dices que eres una mujer tímida pero por televisión siempre pareces muy tranquila y segura de ti misma ¿Cuál es tu secreto?
Linda de Kansas City
Marcy observó cómo Evan salía de la estación y conducía el elegante Sedán negro hacia la autopista. El coche estaba dotado de asientos de cuero y aire acondicionado y olía a nuevo. Aquel coche tan lujoso y sofisticado no parecía de él. Aquellos brazos fuertes, aquellos hombros anchos y los vaqueros viejos eran más propios de un hombre con camioneta o con un todoterreno. Un vehículo que pudiera atravesar zonas de relieve irregular.
–¿Te pasa algo? –le preguntó Evan.
–No, no me pasa nada, tan sólo estaba admirando tu coche –le explicó al darse cuenta de que había estado acariciando la tapicería del automóvil.
–No es mío, es del hotel. Por alguna extraña razón Clair pensó que te sentirías más cómoda en este coche que en mi camioneta ¿Tenéis las mujeres de California algo en contra de las camionetas?
–No, por supuesto que no. A mí no me hubiese importado y además en realidad no soy de California, soy de un lugar llamado Burbridge en Ohio. Es una pequeña ciudad a las afueras de… ¡Ah!… Ahora lo entiendo, estabas bromeando –dijo al verlo sonreír.
Él la miró unos segundos.
–Lo lamento, no pude resistirme, en realidad me gusta mucho conducir este coche. No hace ningún ruido aunque conduzcas rápido.
De repente Evan cambió de carril para adelantar a un camión y Marcy se dio cuenta de que a aquel hombre le gustaba correr de verdad. Se agarró al asiento con fuerza.
–¿Música?
–¿Cómo? –Marcy soltó un poco la mano–. Sí, claro, pon lo que quieras.
Evan se decidió por los Rolling Stones y mientras Mick Jagger cantaba, Marcy se dedicó a admirar el paisaje, estaban tan lejos de la ciudad…
–¿Uno se siente bien al huir un poco de todo, no?
–Sí, claro –dijo ella mientras observaba el calor que parecía derretir el asfalto–. Todavía no puedo creérmelo, sigo esperando que Helen aparezca en cualquier momento, en el coche de al lado.
–¿Helen?
–Mi mánager, no debe estar muy contenta conmigo en estos momentos.
–¿Por qué? ¿Porque te has tomado un par de días libres? –le preguntó Evan. Después aceleró para adelantar a una furgoneta. Marcy contuvo la respiración durante unos segundos.
–Tres semanas no son un par de días, y para Helen es una eternidad. Además, no le he dicho dónde estoy y eso la va a volver loca.
–Es bueno volver un poco loca a la gente de vez en cuando, hace que mantengan los pies en la tierra.
Marcy pensó que Evan debía de mantener a muchas personas, sobre todo a mujeres, con los pies en la tierra. Cuando la había besado, se había sentido como si hubiera perdido un poco el equilibrio.
Aunque sabía que no era un beso de verdad, aquella breve caricia le había hecho perder la razón durante unos segundos.
Estaba claro que era hora de empezar a salir con hombres, el trabajo había hecho que su vida privada desapareciera por completo. Y en aquellos momentos, cuando por fin había logrado tener un poco de espacio, no sabía qué hacer con él.
Lo que sí sabía era que había llegado la hora de dejar de comportarse como una niña tímida y asustadiza. Las situaciones novedosas siempre la ponían un poco nerviosa. Todavía se ponía nerviosa ante las cámaras, y eso que había aparecido en la televisión un par de veces ya.
Había logrado sobrevivir todos aquellos años con la fama gracias a las técnicas que había aprendido para calmarse. Marcy miró a Evan y pensó que había llegado el momento de utilizar alguna de aquellas técnicas.
–¿Estás bien? –le preguntó Evan unos instantes después.
Marcy estaba mucho más calmada.
–Muy bien. Clair me dijo que tenías una empresa de construcción, ¿qué construyes?
–Viviendas, la mayoría de las veces. Compro abundante terreno y después construyo unas pocas casas. No construyo demasiadas porque me gusta que sean espaciosas y porque no me gusta permanecer demasiado tiempo en un lugar, me pone nervioso.
–¿Nervioso por regresar a casa?
Él negó con la cabeza.
–Nervioso por seguir moviéndome, vivo en una caravana.
–¿Construyes casas y vives en una caravana? –le preguntó sorprendida.
–No estoy en casa el tiempo suficiente como para ocuparme de todo ¿Y qué hay de ti? ¿En qué tipo de casa vive Marcy Pruitt? Espera, déjame adivinarlo, en una casa de campo con una valla blanca y un jardín lleno de rosas.
–Más bien en una casa en el desierto con una valla y mucho polvo –Marcy se había enamorado de aquella casa en la ladera de una colina de la costa de Malibú–. Me mudé hace seis meses y aún quedan muchas cosas por hacer.
–¿Aparecerá en tu columna dedicada a las reformas?
Marcy lo miró sorprendida, aquella columna era la más famosa de su revista mensual. A veces elegían una habitación de una casa, otras una casa entera.
–¿Conoces mi revista?
–Eché un vistazo a una que Clair tenía en su despacho. Una en la que aparecías en la portada.
–Ya sé –a Marcy no le gustaba aparecer en la portada pero los editores insistían en que tenía que salir por lo menos en cuatro de las doce revistas anuales–. Nunca he reformado una caravana, ¿me dejarías reformar la tuya? –Él la miró como si estuviera loca–. Te prometo que no usaré ni rosas ni plumas –lo intentó tranquilizar.
–Gracias, pero no. Ya hemos llegado, señorita Pruitt –giró a la derecha y entró en una pequeña ciudad–. Bienvenida a Wolf River.
Era un lugar bonito y bastante poblado. Las fachadas estaban cuidadas y la calle estaba llena de gente aunque se notaba que el ritmo de los lugareños era tranquilo, nada que ver con el de Los Ángeles. Abundaban las camionetas y parecía una ciudad en fase de crecimiento. Marcy sabía que una de las últimas novedades de aquella ciudad era el hotel Four Winds. Estaba en el lado este de la ciudad, no era demasiado grande para ser un hotel de ciudad, pero los doce pisos de este edificio eran algo impactante para el paisaje de aquella humilde región. La entrada estaba compuesta por un pórtico con dos puertas de cristal y dentro había una fuente con una escultura de dos caballos. Una gran puerta llena de flores y de hombres uniformados y sonrientes daba la bienvenida a los clientes del hotel.
–Es precioso –dijo ella.
La primera vez que Evan había visto el hotel también lo había sorprendido. Era un lugar de una gran elegancia, sobre todo teniendo en cuenta el tamaño de Wolf River.
Evan se dirigió a una puerta a un lado del hotel y entró en un garaje reservado para los clientes que se alojaban en el último piso.
–Hay un ascensor privado que nos llevará hasta la suite –Evan salió del coche y le abrió la puerta a Marcy–. Me encantaría enseñarte el hotel pero es como un hijo para Clair y sé que querrá enseñártelo en persona.
–Estoy impaciente –Evan sacó la maleta del maletero y Marcy lo siguió hasta el ascensor–. Me resulta difícil creer que hace unos meses Clair estaba en Charleston, a punto de casarse con Oliver y… –se detuvo de pronto–. Lo lamento, no debería haber mencionado el tema.
–No es ningún secreto, Marcy –Evan sujetó la puerta del ascensor y la invitó a entrar–. ¿Lo conociste?
–Le vi un par de veces cuando fue a visitar a Clair a Radcliffe, pero no congeniamos. No le gustaba que Clair fuera amiga mía.
Evan frunció el ceño y apretó el botón del último piso.
–¿Por qué no le gustaba?
–Por aquel entonces tenía que trabajar para pagarme los estudios, trabajaba limpiando y cocinando para las fiestas de la facultad. En una ocasión escuché a Oliver decirle a Clair que no daba buena imagen relacionarse con una chica que limpiaba casas y le preparaba la comida a los profesores.
–¡Qué estúpido! –exclamó Evan.
Marcy sonrió.
–Creo que fue la única vez que he visto a Clair enfadada, le dijo que si no podía tratarme bien ella tampoco podría casarse con él. Después de eso Oliver era tan amable y tan simpático conmigo que a veces me costaba no reírme de él. Sabía que le costaba mucho, y eso me hacía aún más gracia.
–Parece que a los dos nos alegra que no se haya casado con el estúpido aquel –dijo Evan.
Las puertas del ascensor se abrieron y llegaron a un recibidor con un suelo de mármol negro y una araña de luces. La suite de Marcy estaba al final del pasillo y cuando Evan abrió la puerta, una deliciosa fragancia sorprendió a Marcy. En la mesa de la entrada había un enorme ramo de rosas blancas.
–Son preciosas –dijo Marcy antes de acercarse a ellas y disfrutar de su fragancia. Estaba muy emocionada.
Evan la observó, allí estaba de nuevo. Esa mujer parecía tener una gran facilidad para emocionarse y a él le gustaba mucho esa faceta de Marcy Pruitt.
De repente se dio cuenta de que estaba pensando cosas extrañas y decidió volver a la tierra.
–¿El dormitorio?
–¿Perdona? –dijo ella mientras se giraba y lo miraba sin entender.
–Tu maleta, ¿quieres que te la lleve al dormitorio?
–No, no gracias –se apartó de las flores y se acercó a él con la mano extendida–. Yo me ocuparé de la maleta, tú ya me has ayudado bastante y te estoy… –de repente dejó de hablar y olió a su alrededor–. Hamburguesas…
–¿Qué has dicho?
–Hamburguesas –dijo ella otra vez y después se giró y se dirigió hacia el salón comedor de la suite.
Evan se quedó intrigado y la siguió y vio cómo levantaba una tapa metálica del carrito de la comida.
–¡Mira esto! –dijo ella con una carcajada.
Evan dejó la maleta en el suelo y se acercó a ella.
–Es verdad, son hamburguesas –de hecho era un plato lleno de hamburguesas rodeadas de patatas fritas. Alrededor del plato había pequeños cuencos con condimentos variados, ketchup, pepinillos, queso… –. Es el servicio de habitaciones, ¿por qué te sorprende tanto?
–Es la forma de Clair de darme la bienvenida –dijo Marcy volviendo a reírse–. Cuando estábamos en la Universidad, Clair siempre cuidaba lo que comía y siempre estaba con alguna dieta, aunque realmente no la necesitara. Pero yo siempre he sido una gran amante de la comida basura. Ésta es mi comida favorita.
–Eres de los míos –dijo Evan admirando la comida–. Quizá deberíamos casarnos.
–Ahora estoy un poco ocupada, pregúntame en otra ocasión ¿Quieres comer conmigo?
Evan se tomó unos segundos para tranquilizarse. Algo extraño pasaba con sus hormonas, parecían incapaces de mantenerse tranquilas. Debía ser a causa de la deliciosa comida que tenía delante de él.
Sonrió y sacó una silla de debajo de la mesa para invitarla a sentarse.
–Estaba deseando que me lo propusieras.
Marcy observó cómo Evan se dedicaba a componer su hamburguesa. Ella se había limitado a añadir lechuga, tomate y algo de mayonesa, y él parecía fascinado con la mostaza y los pepinillos.
A aquel hombre parecía gustarle hacer todo a lo grande, aunque él también era grandioso, como su cuerpo, su aspecto, su carácter…
Y su masculinidad.
Marcy pensó que la mejor manera de apartar aquellas ideas de su cabeza era entablando una agradable conversación.
–Clair me dijo que Jacob y tú os criasteis en Nueva Jersey, ¿por qué viniste a Texas?
Evan le echó más mostaza a la hamburguesa.
–Estudié aquí, en la Universidad de Texas. Estudié ciencias.
Ella lo miró sorprendida y le pasó los pepinillos.
–Pero terminaste en el mundo de la construcción.
–Odiaba trabajar en lugares cerrados. Gracias –Evan le echó más pepinillos a la hamburguesa–. Trabajé un verano de carpintero y me di cuenta de que no sólo me gustaba sino que además se me daba bien.
Ella se quedó mirando las manos de él mientras él terminaba de montar su hamburguesa. Eran unas manos grandes y fuertes. Era fácil imaginarse aquellas manos trabajando duramente, pero cuando Marcy dejó volar su imaginación, no pudo evitar verlo sin camiseta y con el pecho lleno de sudor. Tuvo que apartar aquella idea de su cabeza.
Lo miró darle el primer mordisco a la hamburguesa. Después él frunció el ceño.
–¿Pasa algo? –le preguntó ella.
Él miró a su alrededor.
–Le falta algo.
–¿Más ketchup?
–No –Evan le puso unas patatas fritas–. Mucho mejor.
–¿Patatas dentro de la hamburguesa? –lo miró asombrada–. ¿En serio?
–Supongo que no figura en ninguna de tus recetas –le ofreció la hamburguesa–. Pruébala.
–No, gracias –Marcy tuvo que reconocer que sentía curiosidad, pero comer lo mismo que él parecía algo demasiado personal.
–Un mordisquito nada más. Venga cariño mío, ¿a qué no te atreves?
Ella frunció el ceño. Pero la estaba retando y la verdad era que olía bien, Marcy le dio un pequeño mordisco.
–¿Eso es un mordisco? –él negó con la cabeza–. Venga, muéstrame quién es realmente Marcy Pruitt.
Ella suspiró, agarró la hamburguesa con fuerza y le dio un buen mordisco. Después saboreó aquella mezcla de sabores con los ojos cerrados.
–¿Y bien?
–Dulce… Y también algo salado… Interesante.
En algún momento entre el dulce y el salado Evan sintió cómo su boca se quedaba seca. Aquella cara, con los ojos cerrados y los labios apretados, era una muestra de infinito placer. Pero había sido la forma en que se había mojado los labios lo que había hecho que los pensamientos de Evan fueran en otra dirección.
No podía apartar la mirada de sus labios.
Aquella mujer tenía una boca preciosa. Era ancha, carnosa y al ver cómo su lengua volvía a humedecer los labios, Evan sintió un fuerte deseo de poseerla.
Pero no podía ser. Aquella mujer era Marcy Pruitt, y además era la amiga de Clair.
Evan decidió dar otro mordisco para distraerse, e intentó no pensar que estaba mordiendo en el mismo lugar que ella había mordido hacía unos instantes.
Marcy abrió los ojos y sonrió.
–Me gusta, ¿es un secreto o lo puedo usar en mi revista?
–No es ningún secreto, haz lo que quieras con él.
Ella se quedó pensativa.
–Creo que nunca he escrito un artículo sobre hamburguesas, puede ser interesante.
Evan pensó que no iba a ser un artículo muy largo ya que no había demasiado que decir sobre el tema.
De repente, Clair asomó la cabeza.
–¿Hay alguien en casa? –dijo con una sonrisa.
Evan vio cómo la cara de Marcy resplandecía al ver a su amiga. Se levantó y se acercó a ella y ambas se abrazaron con entusiasmo.
–¿Evan te reconoció sin problemas? –se apresuró a preguntarle Clair–. Supongo que sí, si no, no estarías aquí… ¡Te he echado tanto de menos!
Marcy lloraba emocionada y se sacó un pañuelo del bolso para secarse la cara.
–Estás estupenda, estar enamorada y comprar un hotel te sienta bien.
–Tienes razón. Y tú… Tú tienes una revista y has escrito varios libros… Son muchos logros ya.
–Tengo unos colaboradores estupendos sin los que estaría perdida.
–Siempre has sido una persona modesta –Clair volvió a abrazar a su amiga–. Y eso es una de las razones que me hacen quererte tanto. Tengo tantas ganas de que Jacob te conozca… Estará aquí mañana por la mañana, así que tú y yo tenemos toda una noche para nosotras solas.
–¿Puedo estar yo también? –preguntó Evan.
–Ni hablar –le dijo Clair y después se acercó a él y le besó la mejilla–. Pero gracias por recoger a Marcy, ¿te costó mucho encontrarla?
–No, el gran sombrero blanco me ayudó. Pero tuve que salvarla de muchas admiradoras.
–Dos no son muchas, además, Evan se libró de ellas muy bien.
–¿Ah sí? –Clair lo miró sorprendida–. ¿Cómo lo lograste?
Él sonrió a Marcy y ella se sonrojó.
–La besé y dije que era mi mujer.
–¿Cómo? –preguntó Clair estupefacta.
–Tenía que hacer algo, Alice y Betty Lou estaban acosándola.
–¿Alice y Betty Lou? –repitió Clair algo confusa.
–En realidad la única peligrosa era Alice porque Betty Lou creía que Marcy no se parecía en nada a Marcy Pruitt.
Clair se quedó con la boca abierta y miró a Marcy.
–¿Está bromeando, no? –le preguntó a su amiga.
–No, está diciendo la verdad. Betty Lou pensaba que era demasiado delgada y alta para ser Marcy Pruitt.
Clair miró a uno y después al otro. Después se rió y volvió a abrazar a Marcy.
–Parece que tenemos mucho que contarnos, tengo la tarde libre así que podemos empezar ahora mismo.
–He entendido el mensaje –dijo Evan mientras se levantaba–. Que lo paséis bien.
–Gracias por recogerme –le dijo Marcy antes de que se fuera.
–No te preocupes –sonrió–. La próxima vez que necesites un chófer o un marido, llámame.
Ella se sonrojó.
–Lo haré.
–¿Me quieres contar qué ha pasado? –le dijo Clair mientras Evan cerraba la puerta.
–¿A qué te refieres?
–¿Te besó de verdad?
–Sólo para rescatarme de una situación incómoda. Te aseguro que las hamburguesas le interesaban más que yo, y te agradezco el detalle. Has sido muy atenta, señorita Beauchamp.
–A los cocineros les extrañó un poco mi pedido –dijo Clair con una sonrisa–. Pero casi no has comido, siéntate y come mientras yo te hablo de Jacob.
La mirada de Clair estaba llena de amor.
–Debe de ser alguien muy especial porque nunca hablaste así de Oliver.
–He estado tan cerca de cometer el peor error de mi vida, Marcy –Clair se sentó en la silla donde había estado Evan–. Si Jacob no me hubiera encontrado, ahora mismo sería la señora de Oliver Hollingsworth.
Cuando Marcy le puso patatas fritas a la hamburguesa Clair la miró estupefacta.
Marcy sonrió.
–Es una idea de Evan.
–Ten cuidado con las ideas de Evan, tiene demasiadas.
–Es lo último de lo que he de preocuparme, los hombres no se interesan por mí.
–Eres una mujer hermosa, Marcy –le dijo Clair con firmeza–. Si no te escondieras detrás de esas enormes gafas y ese corte de pelo que te tapa toda la cara, los hombres se pelearían por ti.
La sugerencia hizo que Marcy se riera.
–No me escondo de nada, yo soy así, y aunque quisiera cambiar, no podría hacerlo. La gente espera que mi aspecto y mi comportamiento sean de una determinada forma.
Clair suspiró y negó con la cabeza.
–Cariño, si yo puedo aprender a no tener en cuenta lo que piensan los demás de mí, tú también puedes; hay una mujer salvaje dentro de Marcy Pruitt –Clair sonrió–. Tan sólo tienes que dejarla salir.
Marcy pensó que su amiga estaba diciendo tonterías, no existía ninguna Marcy salvaje. Aunque le gustaba estar junto a ella y decir tonterías como habían hecho tantas veces.
–Dejemos de hablar de mí, estábamos hablando de ti y de Jacob, ¿lo recuerdas? Es hora de que empieces desde el principio y no omitas ningún detalle.