Читать книгу El hijo inconcebible - Beatriz M. Rodríguez - Страница 7

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Introducción

... los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde los Alfas y los Betas permanecían hasta que eran definitivamente embotellados, en tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de sólo treinta y seis horas, para ser sometidos al método de Bokanovsky.

... Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo bokanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y cada brote llegará a formar un embrión perfectamente constituido y cada embrión se convertirá en un adulto normal. Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía uno. Progreso.

Aldous Huxley, Un mundo feliz

La disminución de la natalidad, característica de la civilización occidental, parece estar relacionada principalmente con dos hechos: la limitación voluntaria de la procreación y el aumento de la esterilidad (involuntario desde la conciencia).

La primera de estas causas es explicada por la antropóloga australiana Germaine Greer, quien sostiene que las sociedades industrializadas son básicamente gerontomórficas: en ellas la vida se ha hecho tan complicada, que la inserción en la sociedad adulta requiere muchos años de preparación y aísla efectivamente al adulto socializado del niño no socializado, existiendo escasa interpenetración entre los mundos de ambos. Mientras la escala y velocidad de este entorno son absolutamente excluyentes para el niño, el narcisismo del mundo adulto se ha intensificado con el desarrollo de la sociedad de consumo. Así, en particular entre los miembros de los grupos sociales que presentan un mayor poder económico y bienestar, existe un marcado desinterés por tener niños.

Por cierto, en las grandes ciudades, la actividad sexual (aun de parejas estables) es sensiblemente menor que en los suburbios y ambientes rurales. El uso generalizado de anticonceptivos parece contribuir al ideal de la “planificación familiar”; en tanto el acceso de la mujer a la educación terciaria y su inserción en el mercado laboral, han determinado para ésta, la postergación de la maternidad para después de los treinta años de edad, período de la vida en que la fertilidad efectivamente comienza a descender.

Simultáneamente, la medicalización creciente de la gestación y el parto en las prácticas occidentales, ha hecho que dichos procesos aparezcan transformados en fenómenos patológicos, que requieren de una compleja tecnología, farmacología y hasta cirugía, para alcanzar una exitosa culminación y que sólo pueden ser superados gracias a la guía y constante supervisión del facultativo; no obstante lo cual gran parte de las mujeres occidentales se enfrenta al embarazo y al parto fundamentalmente solas, en una situación de absoluta pasividad, donde la pérdida del rol protagónico es generadora de ansiedades y temores para los que la medicina no ofrece respuesta. Un solo ejemplo basta para dar cuenta de esta situación: la episiotomía, signo de la incapacidad de la mujer de parir por sí misma, llevada a cabo casi rutinariamente en la obstetricia de nuestros días, es más una mutilación ritual que un procedimiento médico necesario.

La manera de conducir el embarazo, el parto y la crianza de los hijos, ha sido en otro tiempo expresión de la red femenina familiar y un elemento de cohesión social; mas el dolor que antaño la mujer podía soportar, se ha convertido hoy en una tensión emocional para la cual no está preparada, desanimándola de hecho en cuanto a pasar por este trance y reforzando el paradigma de la reproducción tecnológica.

En cuanto a la mayor frecuencia de la esterilidad, se supone que obedece al incremento de agentes que pudieran ejercer algún efecto sobre la función reproductiva, tales como el avance de ciertas enfermedades de transmisión sexual, el sostenido stress de la vida moderna, la mayor incidencia de enfermedades como la endometriosis, la exposición a agentes tóxicos, o la propagación de elementos contaminantes. Por cierto, un mosaico de factores confluentes: genéticos, biológicos, vínculos parentales fantasmáticos, elementos situacionales, impide a la pareja estéril el logro de lo deseado; pero lo deseado no siempre es el hijo, aunque lo parezca.

Independientemente de los factores que la determinan, nuestra cultura, que manifiesta una actitud ambivalente hacia los niños, se comporta de idéntico modo respecto de la esterilidad: en principio está mucho más dispuesta a aceptar a una pareja estéril, que a una que rechaza la paternidad; pese a ello la esterilidad aparece como una especie de estigma social, para quienes la padecen, una falla vergonzante que precisa ser reparada, a veces mediante verdaderos “actos expiatorios”, que confunden el amor con el sometimiento.

No es de extrañar, entonces, que muchas mujeres encuentren en la tecnología un vehículo de expresión de la verdadera maternidad y cuanto más doloroso resulte el recurso por el cual se logra la concepción, más se crea amar a su producto.

Si bien tener un hijo puede ser entendido como un acto de amor, no tenerlo no implica necesariamente lo contrario; empero la tecnología reproductiva puede aparecer como respuesta universal ante esta falta. Así son cada vez más vastos y diversos los artilugios por los que se la propone como alternativa, no sólo para remediar la esterilidad, sino también multiplicidad de trastornos vinculados a la descendencia. La presión social encuentra de este modo, su aliado en la ciencia; los científicos un desafío a su omnipotencia.

Nadie ignora la gran disponibilidad de métodos y técnicas que en nuestro medio pretenden dar solución al problema de la esterilidad humana; sin embargo, hasta el momento, las mismas no sólo no alcanzan un nivel razonable de efectividad, sino que carecen de un marco legal que las regule. En tal sentido es posible afirmar que todo está permitido; pero, de ser esto cierto, están en riesgo: la dignidad humana, los derechos del niño a una filiación segura y los derechos del individuo frente a la arbitrariedad y los excesos. Algunos de los riesgos a que me refiero son de carácter médico (en tanto ciertas maniobras pueden atentar contra la salud psicofísica de la mujer, el grupo familiar o el niño por nacer). Otros involucran aspectos éticos complejos. Todos los cuestionamientos de este orden tienen, sin embargo, un desesperado carácter post-hoc: la alteración de la materia viva y la multiplicación de sus potencialidades, se han desarrollado de tal modo en las últimas décadas, que es posible afirmar que en la ciencia ya no hay “ficción”; sino un vasto terreno donde la ilimitada curiosidad, la fascinación por la trasgresión y el incontenible afán hacia la experimentación por sí misma, hacen a muchos investigadores —amparados en la soberbia de un supuesto saber científico— abandonar peligrosamente el campo del respeto humano, justificando la nueva eugenesia.

Los avances en bioquímica, embriología, endocrinología y cirugía, han hecho posible el control médico de la procreación y el sexo, en favor del anhelo narcisístico de realización absoluta de los deseos y la sostenida anulación de las diferencias.

Por cierto, la fascinación que ejercen estas técnicas no está vinculada con sus posibilidades de éxito (de momento realmente escasas), sino con la ilusión de dominio y la fantasía de realización de lo imposible. El espacio lúdico de la investigación se supone acotado por las necesidades terapéuticas. Al considerar la esterilidad como una patología, el discurso médico confunde la indagación científica con el objetivo curativo; en tanto que la tendenciosa espectacularidad con que la prensa ha tratado a las nuevas técnicas reproductivas (NTR) impide una serena reflexión.

Pues bien, se sostiene ingenuamente que la ciencia no es en sí misma ni buena ni mala, sino que lo son los usos que de ella se haga. Es necesario dejar de fingir que la investigación puede ser neutra. El desarrollo tecnológico siempre está precedido de una intención. La aplicación de una técnica puede muchas veces alejarse de esta intención original, empero no podemos eludir el hecho de que la investigación científica y el desarrollo tecnológico requieren de un soporte económico, tras el cual siempre será posible advertir un interés, una finalidad que dará origen a un encadenamiento automático de resultados, más allá de la buena fe del investigador.

En cuanto a las NTR, es sólo cuestión de tiempo. Si hoy las posibilidades que se abren ante nosotros parecen poco probables y hasta descabelladas; no debemos olvidar que idéntica reacción suscitaron las otrora fantásticas hipótesis que pertenecen ya al campo de nuestra realidad cotidiana. El catálogo (no exhaustivo) de “horrores” descritos hace casi diez años por Jacques Testart, cede progresivamente ante el criterio de supuesta necesidad.

Cuando en 1931 Huxley describió su “mundo feliz” conjeturó que la humanidad aún estaba técnica e ideológicamente alejada del extremo fantástico de “los bebés embotellados”, de modo que situó su Utopía dentro de seiscientos años en el futuro. Quince años más tarde supuso que sus profecías podían llegar verosímilmente a realizarse, si bien no en un sentido disparatadamente literal, en el plazo de un solo siglo. En la novela los logros de la física, la química y la mecánica se dan por sobrentendidos tácitamente. Los únicos progresos científicos que en el texto se describen específicamente, son aquellos que entrañan la aplicación, a los seres humanos, de los resultados de investigaciones en biología, psicología y fisiología y cuyos efectos serían: “una revolución profunda en las mentes y los cuerpos humanos. (...) y un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano facilitando así la tarea de los dirigentes” (Huxley, A.; 1986:15). Tal revolución ha dejado de ser una hipótesis fantástica, lo meramente posible ha devenido probable.

Los siete pequeños estudios reunidos en este libro sintetizan el contenido de los seminarios que dicté durante 1994 y 1995 en la Facultad de Psicología de la U.B.A., bajo el título: “El hijo inconcebible; un enfoque psicoanalítico de la esterilidad y las nuevas tecnologías reproductivas”. De ningún modo se trata de una exposición acabada de esta controvertida temática; pretenden sí, profundizar el análisis de la misma, considerando que la comunidad “psi”, particularmente en nuestro medio, asiste silenciosa a las extrañas transformaciones que se operan en referencia a las identidades y a los sistemas de valores. Pues en tanto la hipótesis de neutralidad, permite al psicoanálisis un guiño cómplice o tal vez una mirada distraída; amparado en una supuesta prudencia metodológica y limitado a su observación, omite expedirse ante fenómenos que se han convertido en una perturbadora realidad.

Así, en alguna medida, mi propósito es precisar aquí la dimensión en que se inscribe la experiencia analítica de la esterilidad y la procreación artificial. Por ello varias de las viñetas con que ocasionalmente ilustro mis ideas, son relatos que sintetizan las vivencias de algunos de mis pacientes; no obstante prefiero referirme a estas como a historias de vida y no como a casos clínicos, ya que intento, del modo en que las transcribo, expresar antes bien el conmovedor dramatismo de los sucesos de que han sido protagonistas, que la evolución clínica de los procesos terapéuticos de que fueron parte.

Finalmente, y por tratarse de fenómenos escasamente discutidos con seriedad, a los que no obstante los medios de difusión han contribuido a distorsionar, no he podido excluir construcciones de tono especulativo; propongo empero una lectura de los mismos desprejuiciada y sin “aprioris” dogmáticos, desde una articulación entre la fantasía y el discurso social, el psicoanálisis y la perspectiva antropológica.

El hijo inconcebible

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