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Benito Pérez Galdós
EPISODIOS NACIONALES: LOS APOSTÓLICOS
VIII

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A pesar de su amor a la vida inalterable y metódica, D. Benigno no veía con gusto que transcurriese el tiempo sin traer cambios o novedades en su existencia. Es que se había amparado del alma del héroe cierto desasosiego o comezoncilla que le sacaba a veces de su natural índole reposada. A menudo se ponía triste, cosa también muy fuera de su condición, y sufría grandes distracciones, de lo que se asombraban los parroquianos, los amigos y el mancebo.

En la casa no había más variaciones que las que trae consigo el tiempo: los muchachos crecían, los pájaros se multiplicaban, los gatos y perros se rodeaban de numerosa y agraciada prole, Crucita gruñía un poco menos y Sola había engrosado un poco más.

De todos los amigos de Cordero el más querido era el buen padre Alelí, de la orden de la Merced, viejísimo, bondadoso, campechano. Era de Toledo como D. Benigno y aun medio pariente suyo. Le ganaba en edad por valor de unos treinta años, y acostumbrado a tratarle como un chico desde que Cordero andaba a gatas por los cerros de Polán, seguía llamándole, por inveterado uso, chicuelo, Don Piojo, harto de bazofia, el de las bragas cortas. Cordero, por su parte, trataba a su amigo con mucho desenfado y libertad, y como las ideas políticas de uno y otro eran diametralmente opuestas y Alelí no disimulaba su absolutismo neto ni Cordero sus aficiones liberalescas, se armaba entre los dos cada zaragata que la trastienda parecía un Congreso. Felizmente toda esta bulla acababa en apretones de manos, risas y platos de migas al uso de la tierra, rociadas con vino de Yepes o Esquivias.

He aquí un modelo de conversación Alelí-Corderesca:

– Buenos días, Benignillo. ¿Cómo vas de régimen nefando?

– Padre Monumento, vamos tal cual. Los del régimen se entretienen en tirarse coces unos a otros y no se acuerdan de perseguirnos.

– Don Fulastre, don Piojo, el asno será él. ¿Sabes algo del nuevo Papa que tenemos, Gregorio XVI, el cual, o no será tal Papa o no dejará un Rey liberal en toda la Europa?

– ¡Barástolis! No sé más sino que allá me las den todas y que le beso las manos a mi señor Don Gregorio como católico que soy.

– ¿Católico y jacobista? Átame esa mosca. Oye, tú, el de las bragas cortas; ¿qué pasaje leíste anoche?

– Tío Latinajo, leí el pasaje que dice: He visto en la religión la misma falsedad que en la política. No hay religión, por buena que sea, que no haya derramado sangre inocente.

– Sigue, que me muero de risa. Eres un filósofo de agua y lana. Cuando acabes de volverte loco con tu Emilio saldremos a enseñarte en las ferias a dos cuartos por barba. Ven acá, almacén de sandeces y tienda de majaderías, ¿qué sabes tú lo que es religión?

– Me lo enseñan los de sayo y sandalia, a quienes se puede decir… «Je, je, son tontos y piden para las ánimas».

– Cuando tú y tus amigos los liberales herejes os desocupéis de la paliza que os están dando en toda la Europa, y soltéis el ronzal para formar Congreso y decir: «señor presidente, pido el rebuzno», no faltará quien os enseñe a hablar con respeto de las cosas sagradas.

– Día vendrá en que rompamos el ronzal, padre difinidor, y entonces difiniremos la conventualla, diciendo: Al fraile hueco, soga verde y almendro seco.

– También se dijo: Donde las dan las toman.

– Y también: Cuentas de beato y uñas de gato.

– ¡Ah!, mercachifle, si fueras bueno no serías rico. Esas sí que son uñas de gato, que es como decir de filósofo.

– No sé si se dijo por mí aquello de A la puerta del rezador nunca eches tu trigo al sol.

– Ladrón y rapante tú; mas no nosotros, que de limosna vivimos.

– ¿De limosna, eh? ¡Ah!, señor D. Cepillo de Ánimas, qué bien dijo el que dijo: Reniego de sermón que acaba en daca.

– Yo he oído que tienes la cabeza a pájaros.

– A propósito de pájaros. Yo he oído que el abad y el gorrión dos malas aves son.

– Mira, Benigno – dijo Alelí cuando el tiroteo llegaba a este punto, – vete al mismo cuerno, y echa acá un cigarrillo.

Cordero alargó su petaca al fraile, diciéndole:

– A la paz de Dios. Viva mil años mi fraile.

– ¿Cómo están hoy tus nenes? – preguntó Alelí encendiendo su cigarro. – Lo de Rafaelillo resultó indigestión como te dije, ¿no es verdad? Dale hojas de Sen y créeme.

– No sólo de Sen sino de Can y Jafet se las ha dado Cruz, que tiene en casa el herbolario más completo de Madrid.

– ¿Ha parido la podenca?

– Todavía, no; pero parirá su merced. Para ser un Retiro a esto no le falta más que el estanque; que de animales y hierbas tenemos cuanto Dios crió, sin que falte el león, que es mi hermana… ¡Ah!, me olvidaba: las perdices que traje ayer las están aderezando a la toledana, a lo Castañar puro. Si viene usted tendremos para diez perdices cuatro.

– ¿Pues no he de venir, hombre de Dios? Sr. D. Ladrón de encajes. No faltaba más sino desairar a la tierra… ¿Hoy?

– Hoy. Además yo tengo que hablar con usted de un asunto grave.

Al decir esto, Cordero tomó un aire de seriedad y de temor, que puso en gran curiosidad al padre Alelí.

– ¿Un asunto grave? No será el primero que me consultas.

– Pero es seguramente el más delicado, el más peliagudo. Necesito consejo y ayuda.

– Para eso estoy yo. Vengan esos cinco.

Se estrecharon las manos, y Cordero besó las flacas y temblorosas del anciano fraile con mucho cariño.

– El mal camino andarlo pronto, y pues esto urge, tratémoslo ahora.

– Cuando quieras hijo. A bien que ambos somos toledanos y parientes.

– ¡Viva la Virgen del Sagrario! – dijo Cordero con emoción. – Es temprano: ahora viene poca gente. El chico se quedará en la tienda. Subamos a mi cuarto y hablaremos.

– ¿Es cosa larga?

– Primero una confesión, un secreto, que si no lo suelto pronto, creo que me hará daño; después un consejo sobre lo que se ha de hacer, y por último… a ver si se luce el buen Padre Engarza-credos con una comisión delicada.

– Vamos, por el hábito que visto, que estoy curioso.

Salieron. Media hora después, D. Benigno y su amigo reaparecieron en la trastienda. El comerciante traía el semblante alegre y las mejillas más que de ordinario encendidas. Alelí movía su cabeza con más nerviosidad y temblor que de ordinario, y al despedirse de su paisano, le dijo:

– Me parece muy bien, Benigno de mi corazón. Yo quedo encargado de arreglarlo.

Episodios Nacionales: Los apostólicos

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