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Introducción

Por qué el populismo importa

Si existe un concepto que parece haber captado el sabor de la política internacional en el siglo XXI, es el de populismo. Empleado para referirse a una amplia variedad de líderes (Donald Trump, Rodrigo Duterte, Hugo Chávez), partidos (Podemos, One Nation [Una Nación], Alternative für Deutschland [Alternativa para Alemania]), movimientos (Occupy Wall Street [Ocupen Wall Street], Indignados) e incluso sucesos (Brexit), todos ellos prominentes y disruptivos, ese término se ha convertido en un comodín de uso difundido para diagnosticar todo aquello que resulta exaltante, preocupante o disfuncional en las democracias contemporáneas del mundo entero. De hecho, en 2017 el comité editor del diccionario Cambridge le otorgó a “populismo” el título de “Palabra del Año”, en virtud de su importancia como

fenómeno que es a la vez local e internacional, en un momento en que tanto las poblaciones como los líderes del mundo entero lidian con problemas de inmigración y comercio, resurgimiento del nacionalismo y descontento económico (Cambridge University Press, 2017).

En efecto, el término vincula a líderes, movimientos y partidos entre los cuales antes parecía no haber relación alguna: ¿qué podría tener en común un derechista como Donald Trump con el movimiento de izquierda Occupy Wall Street, más allá del coincidente desagrado hacia “la élite”? ¿Qué medidas comparte el socialista Evo Morales, de Bolivia, con el nativista Geert Wilders, de los Países Bajos? ¿En qué mundo podemos vincular un autodenominado “levantamiento populista” como el Brexit con el éxito del malhablado presidente de Filipinas, que entre otras cosas aboga por la ejecución extrajudicial de los consumidores de drogas?

Para acentuar la confusión, después de años de ser una “mala palabra” que solo unos pocos políticos se atrevían a reivindicar para describirse, el populismo se ha convertido en una etiqueta celebrada, adoptada por diferentes actores políticos para autodefinirse. Steve Bannon, exestratega en jefe de la Casa Blanca durante el gobierno de Trump y exdirector ejecutivo de Breitbart News, denominó con orgullo “populismo jacksoniano”[1] al movimiento antiélites que ayudó a fomentar en torno a Trump (véase Rose, 2017) y señaló que su objetivo residía en establecer “internacionalmente la infraestructura del movimiento populista global” (véase Horowitz, 2018). Alexander Gauland, líder de Alternative für Deutschland, dijo acerca de su partido: “Somos un movimiento populista y nos sentimos orgullosos de ello” (cit. en Deloy, 2017: 5); Giuseppe Conte, primer ministro italiano, señaló acerca de la coalición Movimento 5 Stelle-Lega (Movimiento Cinco Estrellas-Liga) que “si populismo es la actitud de escuchar las necesidades del pueblo, entonces lo reivindicamos” (véase ANSA, 2018). A su vez, el partido español Podemos se considera abiertamente populista y reivindica un proyecto teórico de populismo de izquierda (Errejón y Mouffe, 2016). En el curso de un período bastante acotado y para los políticos de todo el espectro, el término “populismo” parece haber perdido sus anteriores asociaciones estigmatizantes para asumir, en cambio, una suerte de matiz positivo que funcionaría como una indicación de falta de complicidad con “la élite” y acercamiento a “el pueblo”.

Sin embargo, “la élite” no comparte esa visión positiva: muchos políticos integrantes de partidos establecidos y tradicionales del mundo entero consideran que el populismo se ha convertido en la mayor amenaza a la democracia en el paisaje político contemporáneo. En 2010, el entonces presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, calificó al populismo como “el mayor peligro para el occidente contemporáneo” (según se cita en Jäger, 2018), mientras que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, hizo sonar la alarma respecto del “populismo galopante” en ese continente (véase Ellyatt, 2016). El think tank Tony Blair Institute for Global Change (Instituto Tony Blair para el Cambio Global), sostiene que los populistas “representan una amenaza concreta a la democracia” (Eiermann, Mounk y Gultchin, 2017). Incluso el papa Francisco se ha pronunciado respecto de este fenómeno, señalando que “el populismo es vil y termina mal” (en Di Lorenzo, 2017).

A la par de este difundido interés en el populismo, se produjo una verdadera explosión de trabajos sobre el tema en la bibliografía académica. Si bien el concepto fue objeto de amplia utilización y profundos análisis en las publicaciones sobre política europea y latinoamericana en los últimos veinte años, los dos sucesos populistas de 2016 –la victoria de Trump y el resultado del referéndum sobre el Brexit– convirtieron a este tópico relativamente marginal para la disciplina de las ciencias políticas en uno de los más candentes y más debatidos. Ese crecimiento repentino de la importancia del concepto hizo que, de buenas a primeras, gran cantidad de investigadores que estudiaban cuestiones apenas relacionadas con el populismo pasaran a ser “expertos” en el tema y lo vincularan con áreas tan diversas como las fake news, la derecha alternativa [alt-right], la política de la “posverdad”, el anarquismo y el fascismo. Para quienes llevaban años dedicados al tema, trabajando en forma denodada en subcampos como los estudios regionales, la política comparada, la política partidaria o la teoría política, esta novedad fue una verdadera sorpresa.

Sin embargo, la repentina popularidad adquirida por la palabra “populismo” resultó ser una espada de doble filo. Si bien la expansión del campo es, en muchos aspectos, bien recibida –gracias a la aplicación de nuevos aportes y métodos provenientes de la psicología política, la comunicación política y los estudios de los medios de comunicación–, también es verdad que ese término “se convirtió en la palabra de moda, sobre todo porque a menudo está mal definida y mal usada” –no solo en charlas informales sino también en debates académicos–, como afirmó el especialista líder en el tema del populismo Cas Mudde (2017b) en The Guardian. Como resultado, los recién llegados a este campo pueden, con razón, sentirse confundidos ante la plétora de malas definiciones al respecto: ¿por dónde empezar si queremos entender qué es el populismo? ¿Es sinónimo de racismo? ¿Es de derecha o es de izquierda? ¿Es lo mismo que el autoritarismo? ¿Es bueno o malo para la democracia? ¿Cómo se supone que vamos a comprender esta maraña?

Es en esta coyuntura donde se sitúa este libro: su objetivo es ofrecer una explicación concisa de las perspectivas contemporáneas sobre la materia, trazando un mapa de los debates conceptuales acerca de qué “es” el populismo, delineando las diferentes tradiciones teóricas que enmarcan los enfoques del concepto y ofreciendo al lector un panorama general y un claro punto de acceso a lo que de otro modo podría ser una bibliografía inabarcable y, en ocasiones, impenetrable. En el presente trabajo se rastrea el desarrollo del concepto desde las praderas estadounidenses a fines del siglo XIX hasta los debates definitorios actuales en torno a si se trata de una ideología, una estrategia o una modalidad discursiva o performática, y se deja en claro que el populismo es una noción central para comprender la política democrática en el mundo. Más allá de interesarse por la definición del término, el libro también explora el modo en que el populismo se relaciona y se interseca con algunos de los conceptos que se encuentran en el meollo de la teoría política y, en un sentido más amplio, en el núcleo del debate político actual: el nativismo, el nacionalismo, el socialismo, el liberalismo y la democracia.

Lo que diferencia este trabajo de otros libros introductorios sobre populismo publicados en años recientes es que ofrece la primera introducción accesible al tema en cuanto concepto de la teoría política. Mientras otros textos hacen foco sobre los datos empíricos y sitúan a la teoría como interés secundario, aquí las batallas conceptuales clave en torno al significado y el contenido normativo del concepto ocupan un lugar primordial, como resultado de la atención dispensada a las argumentaciones de pensadores tan influyentes como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Cas Mudde, Jan-Werner Müller y Margaret Canovan. El objetivo radica en demostrar que los debates acerca del populismo no tratan solo del caso del que se hable (por ejemplo, si Trump es o no una amenaza para la democracia ), sino que funcionan como un prisma que permite “poner en acto supuestos clave y argumentos normativos respecto de la democracia contemporánea de maneras poco sutiles. En una época caracterizada por el “auge global del populismo” (Moffitt, 2016), es importante tener en claro qué está en juego en estos debates.

Sin embargo, el foco teórico no implica que el lector “alérgico” a la (a veces) densa y difícil lingua franca de la teoría política deba eludir las páginas de este libro. Entre los textos teóricos pertenecientes al área de los estudios del populismo, tendieron a ocupar un lugar preponderante aquellos (entre otros, mi propio trabajo; véase Moffitt, 2016) influidos por el pensamiento de Laclau y Mouffe (Laclau, 2005a; Laclau y Mouffe, 1985; Mouffe, 2018); es comprensible que estos textos puedan resultar abrumadores para los neófitos, dado que los conceptos teóricos empleados requieren un arduo proceso de aprendizaje y a menudo suponen conocimientos previos del campo del postestructuralismo, el pensamiento marxista y el psicoanálisis (entre otras áreas). El presente volumen apunta a traducir esa teoría a un lenguaje más fácil de comprender para quienes se acercan a este terreno, lo cual, desde luego, tornará más accesibles los avances teóricos y conceptuales de los autores mencionados y sus interlocutores.

Sin embargo, el lector no debe temer que este libro se ocupe solo de los debates entre especialistas acerca del populismo. Se supone que quien elige leerlo está interesado en los desarrollos políticos reales que en los últimos años se subsumieron bajo la etiqueta del “populismo”, por lo que se recurre a ejemplos de populismo surgidos en diferentes lugares del planeta en los últimos veinte años para esclarecer, precisar, cuestionar y dotar de sentido a los argumentos conceptuales que se discuten. Cabe señalar que el enfoque contemporáneo de este volumen implica que no se intenta hacer una lectura de la historia a través de la lente del populismo –por ejemplo, analizando el papel del demos en Atenas–, sino que se elige concentrar la atención en lo que se ha denominado –o autodenominado– populista, dado que, como cabe suponer, el lector está más interesado en eso en este momento “populista” específico.

En busca de alcanzar los objetivos esbozados, el libro se estructura de modo tal de introducirnos en los debates fundamentales en torno a la definición del concepto presentes en la bibliografía sobre el populismo, antes de pasar a las discusiones normativas e ideológicas más importantes respecto de la relación entre este y otros conceptos centrales de la teoría política. El capítulo 1, “¿Qué es el populismo?”, delinea los enfoques fundamentales del tema en la bibliografía académica: el ideacional, que considera al populismo como una ideología o cosmovisión singular; el estratégico, que lo concibe como una estrategia electoral o un modo de organización; y el discursivo-performativo, que lo ve como un tipo de discurso o performance. Allí se menciona a los autores más importantes asociados con cada enfoque, así como las definiciones clave y argumentos que proponen, para analizar luego sus fortalezas y debilidades. También rastrea las raíces históricas, se centra en su linaje intelectual y evalúa la especificidad teórica y metodológica de cada uno. Si bien se argumenta que todas las perspectivas preeminentes tienen como eje la distinción entre “el pueblo” y “la élite”, se ponen de relieve las diferencias epistemológicas y normativas subyacentes. Por lo general, estas diferencias no se exploraron en profundidad en los debates acerca de los diversos campos conceptuales que registra la bibliografía contemporánea.

Los tres capítulos siguientes examinan la relación del populismo con los otros “ismos” que ocupan un lugar central en los debates de la teoría política contemporánea: nacionalismo, nativismo, socialismo y liberalismo. El capítulo 2 aborda la relación entre populismo, nacionalismo y nativismo, tres conceptos que comúnmente se combinan en los estudios académicos o se emplean como sinónimos en las discusiones fuera de ese ámbito. Sin embargo, aquí se sostiene que, si bien tanto el populismo como el nacionalismo emplean como significante fundamental “el pueblo”, los dos adoptan diferentes caracterizaciones de ese elemento y, en última instancia, tienen como blanco a diferentes enemigos. Para explorar esa situación, se examinan las maneras distintivas en que los populistas de izquierda y de derecha conciben el nacionalismo: mientras los de izquierda tienden a emplear una forma cívica de nacionalismo, los de derecha adoptan una forma étnica, o lo que podría entenderse como nativismo. En el desarrollo de este argumento también se examinan casos de populismo que no encajan en la descripción “nacional”, entre ellos subtipos municipales y regionales en el nivel subnacional (como el alcalde de Toronto, Rob Ford, y la Lega Nord [Liga del Norte] en Italia), así como el populismo internacional y transnacional en el nivel supranacional (por ejemplo, la cooperación entre populistas de Europa y América Latina y el caso de populismo transnacional constituido por el Movimiento Democracia en Europa 2025), y se muestra que la asociación entre nacionalismo y populismo o, incluso, entre populismo y lo nacional, dista mucho de ser automática.

El capítulo 3 se ocupa de la relación entre populismo y socialismo, sobre la que no se suele reparar. Si bien el nacionalismo y el nativismo ocupan un lugar prioritario cuando se trata de entender el populismo (debido a su asociación con la derecha populista radical europea y con figuras como Donald Trump, que acaparó la mayor cantidad de atención que los medios de comunicación dispensaron al fenómeno), el socialismo tiene una relación igualmente polémica y relevante con el populismo. Figuras populistas prominentes situadas a la izquierda del espectro político –Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa en América Latina; Bernie Sanders en los Estados Unidos; partidos como Syriza y Podemos en Europa o los Luchadores por la Libertad Económica en Sudáfrica– han propugnado alguna forma de “socialismo del siglo XXI” en sus plataformas. En este capítulo se investiga la superposición conceptual entre populismo y socialismo y se indaga el modo en que se combinan empíricamente en estos casos, tomados del mundo entero. También se analiza el motivo y el momento en que populismo y socialismo emprenden rumbos separados, y se exploran las tensiones entre la división “el pueblo contra la élite” del populismo y la estructura de clases, más explícita, a la que adhiere el socialismo, así como la diferente condición de “el pueblo” en el marco de ambos proyectos políticos. Por último, se analizan los argumentos contemporáneos acerca de la posibilidad de adoptar la estrategia de un “populismo de izquierda” como forma de superación del socialismo o de la democracia social propuestos por Mouffe (2018) y Laclau (2005a) y otros autores afines, y se evalúa la validez de esos argumentos en un momento en que el populismo de izquierda parece perder vigor.

El capítulo 4 explora la relación entre populismo y liberalismo. Contra las difundidas afirmaciones respecto de que el populismo nunca es liberal, en este capítulo se sostiene que la realidad es mucho más compleja: cada vez más, los populistas de derecha reconfiguran tropos liberales para adecuarlos sus propios fines –por ejemplo, aseguran oponerse a políticas de inmigración más flexibles o a la diversidad cultural para proteger la igualdad sexual y de género–, mientras que los populistas de izquierda tanto de Europa como de las Américas suelen conservar un compromiso con el pluralismo en su concepción de “el pueblo”. Explorando los distintos modos en que los populistas entran en relación con diversos principios del liberalismo y los explotan y los despliegan mientras destinan todos sus esfuerzos a socavar otros, se muestra que la dualidad populismo-liberalismo dista mucho de ser estanca y que cuestiones vinculadas con el liberalismo, el pluralismo y la heterogeneidad plantean importantes preguntas respecto de cómo definir e identificar casos de populismo en el paisaje político contemporáneo.

El capítulo final aborda la que tal vez sea la pregunta clave que aún ocupa el núcleo de los debates informales y académicos acerca del populismo: en última instancia, ¿el populismo es bueno o es malo para la democracia? En el capítulo se muestra que la respuesta a esa pregunta depende del subtipo de democracia que se prefiera: es probable que para un demócrata liberal, el populismo constituya una amenaza al funcionamiento de la democracia en la medida en que clausura el espacio para una comprensión plural de “el pueblo” y el reconocimiento de la oposición legítima, mientras que un demócrata radical considerará que el populismo abre un espacio para la reconstitución de “el pueblo” en un entorno posdemocrático que de otro modo se vería moribundo. En este último capítulo se contrastan ambas posturas y se argumenta que, además, los dos lados cuentan con visiones diferentes de la potencialidad del populismo: para los liberales, se trata de un precursor del autoritarismo, para los demócratas radicales, el populismo de izquierda conduce a un orden político plural y radical. También se examinan las dificultades de ambas visiones, en particular la creciente tendencia a fusionar los fenómenos del autoritarismo y el populismo, por parte de los liberales, y la preocupante propensión a ignorar los efectos problemáticos de posicionar al líder como indispensable para el populismo, por parte de los radicales, y se sostiene que esas dificultades pueden conducir a una interpretación selectiva de las credenciales democráticas o antidemocráticas del populismo.

Así, al concluir el libro, el lector debería tener una idea más clara de:

 qué “es” el populismo y qué está en juego en los debates acerca de su significado;

 cuáles son los principales motores conceptuales y normativos en que se respaldan las diferentes escuelas de pensamiento sobre el populismo;

 cómo interactúa el populismo con otros “ismos” fundamentales en el paisaje político contemporáneo; sobre todo, el nacionalismo, el nativismo, el socialismo y el liberalismo;

 y cómo subyacen diferentes visiones de democracia al hecho de que el populismo se considere una amenaza o un correctivo para la política democrática.

En especial, el lector comprenderá que, cuando se trata de populismo, no es posible divorciar la teoría de la práctica. Si bien todos sabemos que a figuras famosas como Donald Trump, Nigel Farage, Juan Domingo Perón, Hugo Chávez y Rodrigo Duterte se les suele aplicar la etiqueta de “populistas”, no es factible profundizar ni comprender qué significa esto sin tener en cuenta los debates teóricos y conceptuales detrás de la etiqueta. No se trata de una cuestión meramente académica: el modo en que etiquetamos y concebimos a los líderes políticos, los partidos y los movimientos es relevante porque esas etiquetas pueden ejercer efectos significativos en nuestro modo de juzgar la legitimidad y validez de las demandas políticas de su portador. Por ejemplo, que un partido sea considerado “tradicional” o “populista” puede tener importantes ramificaciones a la hora en que otros partidos decidan sobre su aceptabilidad como socio en una coalición, mientras el hecho de que un líder sea o no considerado “populista” suele emplearse como un indicador conciso de cuál es su posición en términos de respeto por las reglas del juego democrático. En pocas palabras, es mucho lo que el término “populismo”, aparentemente sencillo, engloba.

También existen buenas razones prácticas para prestar atención al concepto. En un mundo acechado por la creciente polarización, la intensificación del sentimiento antiélite, la proliferación de las fake news, las cámaras de resonancia y los medios de comunicación cada día más partidarios, el populismo no desaparecerá en el futuro cercano. Pese a los deseos de quienes sueñan con “la muerte del populismo” o de quienes apuntan a “derrotar el populismo” definitivamente, todo parece indicar que el populismo está aquí para quedarse. Si bien llegará la hora final de Donald Trump, Narendra Modi y Marine Le Pen, de sus sombras surgirán nuevos Trump, nuevos Modi y nuevas Le Pen. Es más, el legado del populismo permanecerá: aunque desaparezca del paisaje político, un actor populista puede ejercer efectos institucionales y culturales de largo plazo, efectos con los que indudablemente deberán lidiar, por ejemplo, un Partido Republicano de la era posterior a Trump (y la política estadounidense en general). En esas circunstancias, sin importar cuál sea la postura del lector respecto del populismo –en contra, a favor, ni lo uno ni lo otro–, lo cierto es que tiene importancia: está aquí y no es solo un punto en el radar, sino que se ha vuelto parte medular de la vida política contemporánea. Comprender este concepto es crucial.

La expectativa es que este libro pueda ayudar al lector en esa tarea decisiva.

[1] La expresión de Bannon hace referencia al séptimo presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson, quien gobernó entre 1829 y 1837. [N. de E.]

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