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Una poética nampülkafe
ОглавлениеCuando canta un mirlo se enciende un árbol y el aliento
de un hombre se congela.
Bernardo Colipán
Comarcas, del poeta Bernardo Colipán, traza un territorio de diálogos, pleno de voces, a ambos lados de la cordillera de Los Andes. Es el mundo mapuche y fronterizo de finales del siglo XIX y principios del XX. Memorias de contrahistoria, susurros de los desposeídos, imágenes que tiemblan como fotografías azotadas por el viento; cuerpos sedientos de amor y de otras cosas, van tejiendo una poética nampülkafe hecha de múltiples registros. El lenguaje viajero de Colipán siempre impregnado de otros perfumes, de otras lenguas que amplían la percepción y la experiencia plural de las memorias.
Un lenguaje que se hace en el tráfago de todos los lenguajes y sin embargo deja también flotar y existir un diálogo interior, esas voces sordas y silenciadas que dicen más de lo humano que el discurso de la Historia o de la Prensa. Voces como aromas que el nampülkafe recoge en su tránsito para dejarlas latir o ser frente a nosotros, como una flor traída de los pantanos.
Los trayectos de Colipán tanto van por Las Guaitecas, Traiguen, Victoria durante «Pacificación de la Araucanía» como por el territorio de los exiliados de Pampa y Patagonia tras la llamada «Conquista del Desierto». Traza un mapa del Wall Mapu, el antiguo y transitado país mapuche donde las voces y los cuerpos se entrelazan, íntimos, al territorio, en una suerte de bio-poética en resistencia a esa otra «Tierra Baldía» que va dejando la modernidad chileno-argentina a su paso.
Un mundo de gente que se desvanece y sin embargo proclama la sutil y poderosa memoria de su existencia tras los visillos de los burdeles aún con pisos de tierra, en los campos de encierro, en la memoria de los poetas y de sus amantes, en los cantos de los arreados por los ejércitos nacionales; mientras avanza el latifundio, los tinterillos, los ferrocarriles, los Trizanos, los profanadores, las colecciones de cráneos de los vencidos en el Museo de La Plata.
Si, como dice Julia Kristeva, detrás de toda idea del lenguaje subyace una idea del sujeto, la tan estudiada multidiscursividad de la poesía mapuche actual, debiera leerse como una ruptura política con aquel yo monolítico y autosuficiente de la tradición moderno colonial. Aquí, la poética de Colipán cede la voz en una intimidad lírica que no teme dejarse llevar por la palabra de otros y de otras. El poeta retiene su aliento, cede, abre o se disuelve en la frontera misma en que el canto del mirlo enciende ese árbol que florece de co-presencias.
Civilización y barbarie son los términos antagónicos con que la élite criolla de la nación chilena y argentina, como los Sarmiento, Bunster, Egaña o Francisco Moreno, fueron construyendo la matriz colonial, racista y excluyente de estos modelos de país que hoy habitamos a ambos lados de la cordillera. Sin embargo, entre esas exclusiones que, hasta el presente, configuran las lógicas de la nación, está el entremedio de la vida misma, el diálogo y la lucha, la champurrea, las prácticas fronterizas de la gente y de sus sueños. En el medio de ese binarismo negacionista que cada día nos imponen, se erige esta poética como un territorio dialogante, donde no hay margen para el olvido.
Aquí todas las lenguas están contaminadas por su otro, por los espejos que reflejan la fugacidad de la existencia. Aquí las palabras, los newenes y los cuerpos están imbricados en el bullicio de la historia y en esos otros silencios que cada uno lleva consigo siempre.
Aquí dialogan poetas, prostitutas, bandidos, ejércitos de frontera, inmigrantes de toda calaña con la memoria de Pascual Coña, de Saiweke, de Inakayal, la infancia libre y luminosa de Katrülaf en contraste con las reducciones, los campos de concentración de Valcheta, Chichinales, Isla Martín García.
Pero hay algo más, este lenguaje fronterizo se sostiene en diálogo con la trizadura misma de la poesía moderna, con esa herida del alma de Occidente sobre la que apuntaron poetas como William Blacke, Ezra Pound, T.S. Elliot, César Vallejo. Como la ciudad de Kavafis, como la Comala de Juan Rulfo, o como el Dublin de James Joyce, las Comarcas de Colipán son tenaces en la memoria y en la ternura que nos falta, persiguen a sus hijos más allá de sus límites. Entran en sueños y desvelan la piel de los recuerdos:
¿Cómo podría contar que el olvido siempre viene del otro?
Por eso busco las flores en la madrugada y armo el retrato
que algún día
me hablará del vacío.
Más allá de los Remington y de la prensa, más allá de ojo binario de separarnos en guetos incomunicados, en estos territorios del nampülkafe aún se puede oler ese entremedio de piel y polvo y sueños de donde vinimos. Imagino que si hubiera un cartel a la entrada o salida de sus comarcas, sería uno que recordara aquellos versos de William Blacke:
Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas, veríamos las cosas tal cual son: infinitas.
Dr. Jorge Spíndola Cárdenas
Universidad Nacional de la Patagonia
Puel Mapu- Pukem
(Tiempo de la peste y de las grandes heladas)