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Hay un río, no conozco su ruido, pero sé que viene de ti

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Yo construyo ramos de flores con el color

del vacío que me gusta.

En cada ramo que armo se refleja lo que nunca

me has dicho.

Los hago, porque en mis ramos se muestra mi desnudez.

Mis flores blancas, rosadas y verde limón

se encuentran siempre al otro lado del estero,

junto a la piedra donde me tiendo desnuda al borde

de la barranca

y sólo me sostiene una pluma gris

que cuelga de mi oreja.

Una de las flores que un día recogí crecía sobre una piedra

marrón

y tenía figuras que hablaban del sol.

Otra flor que cogí era más callada que el resto,

sabía que no tenía fin,

por eso era sincera y vestía de blanco.

Las flores silvestres me gustan porque son cálidas y claras por dentro.

Yo busco en los pantanos oscuros a la única flor

blanca que crece en su interior.

Otros lugares recorro buscando girasoles.

Pero siempre llego desnuda a sentarme a una piedra.

Muy lejos, en las montañas, crece una rosa

que aún no conoce el olvido.

Hay lugares donde se oscurece más temprano y crecen flores

que esperan a hombres con sombrero rojo,

que las arranquen algún día.

No me pidan que vuelva ahí nuevamente.

Busco a las flores que crecen en las orillas negras,

al otro lado del camino,

lejos de los jardines, pero cerca del sol.

Hay un río, que aún no conozco, pero sé que viene de ti.

Y de seguro una flor que nacerá esta noche me hablará

de tu oscuro jardín.

Tristes son la semillas que buscan a la flor que un día

no nacerá.

Yo le rogué a una amiga que no baje a buscar la flor

nacida en el abismo.

Otra cosa habría pasado si me hubiera hecho caso.

El hombre ciego también conoce las flores.

Yo construyo ramos para él.

Por eso me tiendo desnuda en mi piedra gris.

Ahí siento los olores.

Luego camino con los ojos cerrados y las busco.

Ellas se entregan antes que yo las encuentre.

Un día, mi madre me dijo que en la primera flor

que se abra frente a mí

conoceré al hombre que un día me amará.

Mis clientes me piden que en todos sus ramos las flores

se encuentren abiertas.

Yo los entiendo, pero siempre en sus ramos

les pongo unas flores cerradas.

El viento algún día me descolgó y ahora

habito las montañas,

buscando flores.

Es mi trabajo.

Soy la mujer que hace arreglos de flores, la que nunca

arrancaron de su tierra.

¿Cómo podría contar que el olvido siempre viene del otro?

Por eso busco las flores en la madrugada y armo el retrato

que algún día

me hablará del vacío.

Triste escena es esta.

Pero no tanto.

Mira.

Los hombres compran flores para regalar a sus novias.

Los padres compran flores para los hijos que nacen.

Los hijos compran flores para los padres que se mueren.

Toda la belleza existe en las flores:

el amor,

la vida, el nacimiento y la muerte.

Ese es mi oficio.

Pero tú no sabes dónde está el viento,

el sueño,

la nube negra, el anciano que regresa al hogar

para mostrarnos la flor

que nos habitará.

Los jardines que siembran los hombres,

algún día

las langostas del verano las comerán.

No pasará lo mismo con las flores silvestres.

Un día, un silencio me quiso ahogar, pero me agarré

de una flor blanca y se dejó ir.

Era un día hermoso, no como el de hoy.

Recuerdo que resbalé y la flor blanca siempre estuvo, ahí.

¿Cuánto tiempo seré capaz de habitar desnuda en esta piedra?

Un caballo salta por los aires y busca

un pequeño trote para mí.

Finalmente me voy con él,

aun sabiendo que el viento, también me lleva al vacío.

A un lugar sin puente.

Y con las suelas de los zapatos gastadas.

Para ver al fin un rostro

reflejado en el agua

reservada en sí misma.

Comarcas

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