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PRÓLOGO

Más de cuatro décadas atrás, en un momento de gran renovación en la Iglesia, cuando se intentaba purificar la enseñanza católica de algunos lastres culturales que podían ensombrecer el núcleo del Evangelio, llamó mucho la atención que el beato Pablo VI dijera que la defensa contra el demonio es “una de las más grandes necesidades de la Iglesia”. Pero especialmente asombró la fuerza con la que él advertía acerca de la tentación de eliminar al demonio del pensamiento cristiano: “Se aparta del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rehúsa reconocer su existencia”. Al mismo tiempo llamó la atención contra un modo más disimulado de negar la realidad del demonio, como cuando se “la explica como una seudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestros malestares” (Catequesis del 15 de noviembre 1972).

En algún momento de la juventud muchos hemos caído en la ingenuidad de negar o al menos de disimular la realidad y la acción del Maligno. Pero luego los golpes de la vida y la experiencia dolorosa de los misteriosos embates del mal nos ayudan a recuperar un sano realismo espiritual.

Últimamente, el Papa Francisco vuelve a sorprender con afirmaciones semejantes a las del beato Pablo VI, repetidas con inusitada frecuencia en sus homilías y catequesis. Manifiesta así una delicada actitud paterna que previene a sus hijos para que no se dejen engañar o para que la ingenuidad no les juegue una mala pasada. Recuerdo solo algunos ejemplos de sus intervenciones al respecto:

“También nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad” (Homilía en Santa Marta 11/04/2014). “Necesitamos el escudo de la fe, porque el diablo no nos tira flores, sino flechas encendidas, para asesinarnos” (Homilía en Santa Marta, 30 de Octubre de 2014). “Y no debemos ser ingenuos, ¿eh? Debemos aprender del Evangelio cómo se lucha contra el demonio” (Homilía en Santa Marta, 11 de Abril de 2014). “En aquel tiempo se podía confundir una epilepsia con la posesión del demonio; ¡pero es también cierto que existía el demonio! […] La presencia del demonio está en la primera página de la Biblia y la Biblia acaba también con la presencia del demonio, con la victoria de Dios sobre el demonio” (Homilía en la Capilla de Santa Marta, 10 de Octubre de 2013). “¡Por favor, no hagamos tratos con el demonio! Él busca volver a casa, tomarnos en posesión... ¡No relativizar, vigilar! ¡Y siempre con Jesús!” (Homilía en la Capilla de Santa Marta, 10 de Octubre de 2013). “La astucia del diablo es precisamente hacernos creer que no existe” (Mensaje a la Asociación Nacional de Exorcistas, 27 de octubre de 2014). “A esta generación y a muchas otras se les ha hecho creer que el diablo era un mito, una figura, una idea, la idea del mal ¡pero el diablo existe y nosotros debemos combatir contra él!” (Homilía en Santa Marta, 30 de Octubre de 2014). “El diablo nos distrae con el señuelo de placeres efímeros y de pasatiempos superficiales, mientras malgastamos los dones que Dios nos ha dado” (Santa Misa en el Rizal Park de Manila, 18 de enero 2015).

Está claro que el sentido de la última oración del Padrenuestro es precisamente “líbranos del Malo”. No se refiere genéricamente a los diversos males que nos perturban, sino específicamente al Maligno. El Papa Francisco lo ha recordado comentando el Padrenuestro. Que Jesús, en una oración que condensa lo básico y esencial de toda súplica, haya querido culminar con esta súplica, indica la importancia que tiene para él que no dejemos de confiarnos en los brazos del Padre para que el Maligno no tenga poder sobre nosotros. Se trata de una cuestión crucial de cada día, porque el Padrenuestro es la oración de lo cotidiano, donde se pide el pan de cada día, el que necesito para subsistir hoy (ton epiousion).

Por otra parte, que el mismo Jesús estuviera expuesto a “sentir” la tentación del Demonio, aunque fuera imposible que cayera en ella, indica hasta qué punto nuestra humanidad se ve acosada por el Mal.

El padre de la mentira, que sabe disfrazarse de ángel de luz, también hace mucho daño en la Iglesia a través de nuestros descuidos. Siembra odio y vanidad detrás de supuestas defensas de la recta doctrina, siembra egocentrismo detrás de aparentes sabidurías, siembra violencia detrás de aparentes valentías. Y es mucho lo que destruye de esta manera, procurando así impedir el despliegue del Espíritu Santo.

Pero no basta reconocer la existencia del demonio, ni entrar en innumerables discusiones acerca de su naturaleza, sino más bien preguntarse qué incidencia espiritual tiene esta realidad en la vida de cada uno, qué relación tiene con nuestro propio camino de santificación. Por eso el subtítulo de este libro es el combate espiritual”. No podía ser de otra manera si lo ha escrito un monje, desde los desvelos por su propia santificación y desde los dolores de parto del acompañamiento espiritual.

Seguramente él conoce esa alegría de un verdadero maestro espiritual cuando ve cómo sus hijos vencen la prueba y Dios se abre camino en sus vidas. Es la celebración de un triunfo contra el poder del Maligno. Por eso Jesús un día se alegró con sus discípulos cuando ellos se habían entregado con generosidad a evangelizar, y dijo feliz: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo (Lc 10:18).

Esta obra nos ayuda a profundizar en un aspecto de la enseñanza del Papa Francisco, menos aplaudido y comentado: él enseña que reconocer la misericordia de Dios no es flojera, no es entregarse a merced de lo que puede dañarnos, no es dejar de luchar. Porque muchas veces, por no aceptar que la vida, y particularmente la vida espiritual, es combate, nos exponemos demasiado al debilitamiento y al desprecio de nosotros mismos. Quien lucha por mantenerse en pie es alguien que sabe valorarse a sí mismo porque se reconoce reconocido y amado por su Padre.

Este libro nos hace entrar de lleno en una cuestión de fe, que exige una mirada específicamente sobrenatural. Si bien la existencia de Dios o de lo divino puede ser aceptada desde la razón, sin fe, y algunos dichos de Jesús también pueden también ser gustosamente repetidos por no creyentes, por el contrario, la afirmación de la realidad del demonio y su poder suponen necesariamente acoger la Revelación y mirar la realidad con ojos que no son los del mundo. El demonio es el inevitable trasfondo oscuro de una visión sanamente piadosa de nuestra existencia en la tierra.

Esta obra, a su vez, nos ayuda a recoger las advertencias y consejos de muchos maestros espirituales, que con enorme realismo nos han hablado de las peores tentaciones del demonio: la acedia, el tedio, el ocio, el avinagramiento. Y frente a estas, resuena el llamado a la paciencia, lejos de todo exitismo y de todo triunfalismo mundano.

Precisamente porque vivimos en el mundo de la imagen y de las sensaciones, hoy la espiritualidad debe recordar también que el mundo de la imaginación, de los sentimientos y las sensaciones puede ser un instrumento del demonio, como ya lo reconocían los Padres del desierto. Por eso, quien ya no es capaz de vivir más allá de ese nivel se ve especialmente expuesto. Así se vuelven nuevas las recomendaciones de los maestros espirituales a lo largo de dos mil años, como nos parecen tan actuales las reglas de discernimiento de San Ignacio.

Pero quiero destacar también que el autor de este libro, al tiempo que escribe con firme convicción y con la misma preocupación paterna que vemos en Papa Francisco cuando habla del demonio, igualmente nos recuerda que el poder del diablo es limitado, y que su acción está contenida y regulada por el mismo Dios, siempre buscando el mayor bien del ser humano. Esto hasta el punto que el mal que permite intentar al demonio, finalmente da lugar a un bien para la víctima. El demonio aparenta tener un poder que no posee, y también de ese engaño tenemos que cuidarnos, dejándonos estar en los brazos del Padre amado cada noche y tomando su armadura cada mañana.

Muchas gracias a Bernardo, este querido hermano monje, por su aporte a la Iglesia, y ahora concretamente por este libro, que sin duda bebe de su propia experiencia de oración constante. Tu oración, estimado hermano, es parte importante de esa armadura que nos protege.

Mons. Dr. Víctor Manuel Fernández

Rector de la Pontificia Universidad

Católica de Buenos Aires

Buenos Aires, 3 de enero de 2018

Libranos del malo

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