Читать книгу Libranos del malo - Bernardo Olivera - Страница 7
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
No hace falta vivir muchos años para poder preguntarse con el santo Job ¿No es una servidumbre la vida del hombre en la tierra? (Job 7:1). Y, si hemos tratado de vivir para Dios, acogeremos con agradecimiento el consejo del sabio: Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba (Ecclo 2:1).
San Pablo predicó el Evangelio de Dios en Tesalónica en medio de frecuentes luchas, y les advirtió que todos sufrirían tribulaciones, y eso fue lo que sucedió (I Tes 2:2; 3:4).
El origen del combate espiritual viene de muy lejos. En el libro del Apocalipsis leemos: Entonces se entabló una batalla en el cielo, Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero, fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él (Apo 12:7-9).
Jesús de Nazaret, el Maestro itinerante, dijo un día a sus discípulos: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo (Lc 10:18). Y en otra oportunidad afirmó respecto al Diablo: no se mantuvo en la verdad (Jn 8:44). Su discípulo Pedro, años más tarde, dirá: Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio (II Ped 2:4; Cf. Jud 6).
Recordemos una parábola que nos enseñó Jesús: me refiero a la parábola del sembrador. Mateo, Marcos y Lucas nos la transmiten, la “triple fuente” manifiesta su importancia. Los tres evangelistas nos alertan sobre un triple enemigo que roba y mata la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón. De una u otra forma identifican así al adversario:
Satán, que viene y arrebata lo que se había sembrado en el corazón. Digamos, desde ya, que el Maligno no es una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor.
Carne, la cual es voluble, como alguien que no tiene raíces. El ser humano, interiormente desordenado, nada puede sin la ayuda de la gracia de Dios.
Mundo, las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas nos cierran a la salvación y nos hunden en el pecado.
San Juan de la Cruz, un gran estratega de la guerra espiritual, nos enseña cómo ha de disfrazarse el alma a fin de librarse de los ataques de sus enemigos: demonio, mundo y carne.
Con la fe, que es como una túnica interior de blancura encandilante por lo refulgente, el alma sortea todos los engaños del demonio que es el más fuerte y astuto enemigo.
Sobre la túnica de la fe se pone el alma la librea verde de la esperanza, con ella se ampara del segundo enemigo que es el mundo, pues teniendo la vista fija en la vida eterna todo lo de este mundo le parece seco y lacio y muerto y de ningún valor.
Finalmente, la toga colorada de la caridad completa el disfraz, con ella el alma se cubre de los ataques del tercer enemigo que es la carne, porque donde hay verdadero amor de Dios no entrará el amor de sí ni de sus cosas. Y téngase en cuenta que este último es el enemigo más tenaz y que duran sus acometimientos mientras dura el hombre viejo. (1)
La Iglesia, con su experiencia secular, no vacila en enseñar el sentido profundo de nuestra vida en esta tierra. Sabe –y por eso enseña– que detrás del sufrimiento y la muerte se esconde una causa personal siniestra:
Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del Maligno, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios (...) Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia (...) Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como un combate, y por cierto dramático, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándoles interiormente y expulsando al Príncipe de este mundo (Cf. Jn 12:31), que le retenía en la esclavitud del pecado (Jn 8:34). El pecado rebaja al hombre impidiéndole lograr su propia plenitud. A la luz de esta revelación, la sublime vocación y la miseria profunda que el hombre experimenta hallan simultáneamente su última explicación. (2)
Me propongo en este libro hablar del combate espiritual, más concretamente, del combate contra el mal espíritu y sus huestes. Ese ángel caído llamado Satanás, Diablo, Demonio, Maligno, Adversario, Enemigo, Tentador, Mentiroso, Homicida... El apóstol Pablo los denomina también: Principados, Potestades y Dominaciones, advir-tiéndonos que nuestro combate es contra ellos y no simplemente contra la carne y la sangre.
La variedad de nombres nos indica que la Revelación cristiana no se interesa tanto sobre la naturaleza de los demonios sino por su acción; no lo que ellos son o viven, sino lo que hacen: seducen y acusan, combaten y apoderan. (3)
No hace falta decir que si no creemos en la existencia de los malos espíritus o ángeles caídos tampoco creeremos en su acción maléfica. Este libro no es para incrédulos (¡tampoco para “crédulos”!) sino para quienes acogen con fe la revelación bíblica y la tradición cristiana de la Iglesia. No obstante, cualquier persona de buena voluntad podrá encontrar algo de utilidad y una explicación a tantos fenómenos que inquietan y perturban a los seres humanos. Escribo para quienes se esfuerzan por crecer humana y espiritualmente, sabiendo que Dios inicia, acompaña y corona nuestra obra.
Deseo también aclarar que no escribo para meros curiosos. Es decir, para quienes alimentan sus vidas con avidez de novedades a fin de saber para tener sabido, aunque no asimilado; barniz de sabiduría que se convierte en charlatanería en torno a una taza de café humeante y distrayéndose con la compañía de otros semejantes a ellos.
Este librito introductorio no es para expertos en demonología ni para exorcistas, es solo para quienes deseen tener un cierto conocimiento bien fundado sobre el Diablo, su acción y nuestras armas defensivas contra sus insidias.
Dos últimas cautelas. El arma mejor afilada contra el Maligno es saber que existe y matarlo con la indiferencia, él mismo se cava su propia tumba con la pala de la vanidad. Además, conociéndolo se evitan miedos infundados y fantasías estrambóticas.
Quizás el título del libro llame a alguno la atención: ¿por qué “líbranos del Malo” y no “líbranos del mal”? El mal que deseamos Dios nos libre es, sobre todo, el Mal personal y perturbador, es decir: el Maligno, el Tentador, Satán. Es él quien quiere separarnos del reinado y de la voluntad de Dios. Por él entró el pecado en el mundo y, tras el pecado, vinieron todos nuestros infortunios y desgracias. En la oración del Padrenuestro pedimos a nuestro Padre Dios que nos libre de Satanás y también de toda clase de mal, especialmente de orden moral.
En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El “diablo” es aquél que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo. (4)
En consonancia con lo que vengo diciendo, comenzaré consultando la Biblia y la Tradición, la Teología y el Magisterio. Esto nos dará los fundamentos necesarios para interpretar como creyentes la experiencia demoníaca en nuestro mundo de hoy.
Toda postura extremista tiene su contrapartida. Somos conscientes de que al “minimalismo” racionalista (el diablo no existe, y si existe, no actúa) se le opone el “maximalismo” pandemonologista, este último ve demonios en todas partes y olvida la influencia de las causas segundas (carne y mundo) que intervienen en la tentación y otros fenómenos.
Hoy, igual que siempre, se habla y discute con mayor o menor sabiduría acerca de los ángeles buenos y malos, la “New Age” es un notorio ejemplo de ese hecho. A veces, la confusión que se crea es grande, con el peligro de hacer pasar como fe de la Iglesia cosas que no lo son o, al contrario, se dejan de lado aspectos fundamentales de la verdad revelada. La verdad sobre los ángeles es, en cierto sentido, “colateral” y, no obstante, inseparable de la Revelación central que es la existencia, la majestad y la gloria de Dios-Creador que brillan en toda la creación (“visible” e “invisible”) y en la acción de Dios-Salvador en la historia del hombre.
A fin de partir rectamente y poder alcanzar nuestra finalidad valgan desde esta misma introducción estas tres advertencias pastorales:
Soberanía de la libertad (inteligencia-voluntad): el Diablo no puede actuar directamente contra la libertad humana, pero puede obrar en la imaginación y afectividad y así influir en la inteligencia, voluntad y libertad. Nuestra libertad y conciencia son el santuario del alma en el cual solo habita el Señor y Creador.
Naturaleza y Desgracia: la acción y manifestación diabólica tiene algún tipo de fundamento en nuestra naturaleza humana, creada buena y herida por el pecado original y por nuestros otros pecados (= “flanco débil”, enfermedad, propensión psicológica...). Así como la gracia divina edifica y transforma nuestra naturaleza, de modo semejante la desgracia diabólica se asienta sobre ella para dividirnos e incitarnos al mal.
Gradualidad discreta: hay que agotar las explicaciones naturales de un hecho o circunstancias antes de considerar la posibilidad de una intervención “preternatural” o del espíritu puro, en este caso, maligno.
1. San Juan de la Cruz, Noche II, XXI.
2. Vaticano II, Gaudium et spes 13.
3. Encontramos en las Sagradas Escrituras una excepción a lo que acabo de decir: los demonios creen pero tiemblan (Sant 2:19).
4. Catecismo de la Iglesia Católica 2851.