Читать книгу Armas ocultas de Satanás - Bernardo Olivera - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 1
SUPERSTICIÓN, ADIVINACIÓN Y MAGIA
Religión
El discurso sobre las supersticiones ha de ser precedido por una palabra sobre la virtud de la religión. Se podría pensar que la virtud de la religión está pasada de moda. Más aún en un mundo secularizado. Pero la religión, como respuesta a la llamada divina, por medio de ritos encarnados en una cultura, es un fenómeno universal y permanente. Humanamente hablando se trata de una forma de justicia debida a Dios, creador, providente y remunerador.
Los motivos que animan y fundamentan este culto y el cultivo de la relación con Él son dos:
Por parte de Dios: debido a su inmensa grandeza, manifestada como Creador, el culto es el reconocimiento de su omnipotencia manifestada en la creación.
Por parte nuestra: el culto es la aceptación agradecida de su grandeza, lo cual nos lleva a reconocer que nuestra vida es don de Dios y que a Él retornaremos al fin de esta vida.
En cuanto cristianos, hemos de agregar que el culto debido a Dios ha de estar informado por las virtudes teologales. Nosotros damos culto a Dios con la fe, la esperanza y la caridad. Estas tres virtudes nos conducen a adorar, agradecer, pedir, desagraviar... a Dios. Esto, a su vez, nos lleva a la entrega amorosa y misericordiosa al prójimo. El sacrificio que más agrada a Dios es aquel que proviene de nuestra devoción y es de mayor utilidad para los demás, creados a imagen y semejanza de Dios.
La triple etimología clásica del término religión nos ayudará a comprender aún más hondamente su relación con la vida humana. Recordemos que la etimología de una palabra nos presenta la raíz de dónde procede el significado (aunque no siempre etimología y significado se identifican):
~ Re-ligare (atar): somos y estamos unidos a Dios.
~ Re-eligere (re-elegir): somos continua elección de Dios.
~ Re-legere (re-leer): nuestra inteligencia nos permite entender la realidad desde Dios.
La religión, en cuanto virtud, se expresa por medio de actos interiores y exteriores. El primer acto interior de esta virtud es la devoción. El devoto se ofrece a Dios a fin de complacerLe cumpliendo su Voluntad. De aquí nace la oración, como actividad básica del devoto. La oración, a su vez, vivifica todo otro acto exterior de culto, público y privado, litúrgico o no. El culto cristiano, verdadero y auténtico, siempre es fecundo en obras de misericordia en favor del prójimo.
Superstición
Teniendo presente lo recién dicho, podemos ahora afirmar que la superstición es el uso indebido de la religión. ¿Por qué indebido? Por cuatro motivos principales: lo que se hace no se ordena de suyo a la gloria de Dios; además, no ayuda para elevar la mente hacia Él ni sirve para moderar y encauzar los deseos desordenados; no es causa de ningún tipo de amor y servicio al prójimo, creado a imagen de Dios; por último, se opone a lo instituido por Dios y por la Iglesia, y hasta puede oponerse a las sanas costumbres reconocidas por todos.
Quien rinde culto a la materialidad de una imagen determinada, sin referirse a la realidad que la imagen representa, rinde un culto supersticioso y hasta idolátrico. La idolatría es una forma de superstición. ¡El culto a la imagen ha de dirigirse al original!
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice a este respecto:
La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (2111).
Es decir, la superstición atribuye a criaturas poderes que no poseen. Esta atribución presupone la existencia de un poder paralelo o contrario a Dios y la confianza en esta fuerza oculta. Por último, lleva a la invocación tácita o expresa de dicho poderes.
La superstición doctrinal admite el poder extraordinario de algunos seres creados; la superstición práctica, por el contrario, solo la afirma mediante los mismos actos supersticiosos.
En nuestros días y en nuestro contexto socio-religioso y cultural, la superstición designa todo un conjunto vasto y complejo de prácticas, gestos, comportamientos religiosos y profanos que desafían a la razón y al sentido común. Por eso podemos hablar en plural y referirnos a “supersticiones”.
Algunas veces las supersticiones nacen espontáneamente del pueblo, otras veces se originan y comunican desde grupos esotéricos y, también hay que decirlo, no faltan supersticiones que son propagadas por vividores y embusteros que lucran con ellas.
Cuando las supersticiones se refieren a fuerzas ocultas y misteriosas de la naturaleza, que superan las leyes naturales conocidas, estamos en el ámbito natural. Otras veces se relacionan con el mundo de los demonios y de los muertos, hemos pasado a un orden preternatural. Finalmente, pueden referirse al orden sobrenatural, pero en una forma indebida, esperando efectos extraordinarios de la gracia de Dios. Ejemplos de todo esto se encuentran en ciertas formas de adivinación, magia, descabelladas observancias y rituales irracionales...
Todos hemos recibido alguna vez una invitación para participar en “cadenas de oración” cuya repetición inin-terrumpida garantiza su efecto. O, peor aún, el contenido de dichas oraciones de petición rosan el ridículo o el sentido común. En algunos casos extremos, vienen acompañadas con devociones de mal gusto, tales como: a la cabellera de la Virgen María o a la espada de San Pablo. Y qué decir, cuando prometen una infalibilidad total en relación con la salud y la felicidad, pero condicionada al absoluto secreto respecto a los demás. ¡Puras supersticiones!
Cuando el creyente católico suplanta a Dios por sus santos, ha caído en el ritualismo, venera en exceso objetos sagrados y acompaña su fe con creencias como estas:
~ pasar por debajo de una escalera trae mala suerte;
~ casamiento seguro para quien le cae en su cabeza el corcho de una botella de sidra recién abierta;
~ cruzarse con un gato negro trae mala suerte;
~ una pata de conejo como llavero trae buena suerte;
~ tirar el salero sobre la mesa presagia una desgracia;
~ abrir el paraguas dentro de la casa causa mala fortuna;
~ una herradura sobre el marco de la puerta aleja el mal;
~ tocar madera intercepta una eventual desgracia;
~ no hay que casarse o embarcarse un martes trece...
Entonces, cuando esto sucede, se comprende que el hermano evangélico protestante diga que el catolicismo es supersticioso.
Las supersticiones falsamente religiosas, se expresan por medio de talismanes, amuletos, fetiches a los que se les atribuye un poder maravilloso, que suplanta la gloria debida a Dios. El trasfondo religioso del ser humano, expresado algunas veces en formas de credulidad enfermiza, da lugar a estos fenómenos.
La superstición tiene dos hijas predilectas, ambas llevan los genes de su madre, se llaman: adivinación y magia. Los magos y adivinos, junto con quienes acuden a ellos, son supersticiosos.
Adivinación
La adivinación y la magia están estrechamente unidas: la primera trata de conocer el futuro; la segunda, modificarlo. El Mago y el Adivino suelen ir asociados o confluir en una misma persona.
Un mago y un adivino no son lo mismo que un carismático y un profeta. Los dos primeros dicen poseer habitualmente poderes superiores al ordinario de los mortales. Los dos últimos son poseídos temporalmente por una fuerza divina para cumplir una misión.
La incertidumbre del futuro y la curiosidad por conocerlo, a fin de controlarlo, da lugar a esa forma peculiar de superstición que llamamos adivinación. La adivinación es la pretensión de predecir acontecimientos futuros por medio de signos, no importa si estos acontecimientos dependen de la libertad humana.
Reparemos que las palabras mismas: adivinación y adivino, hacen referencia al mundo de lo “divino”. Se los llama “adivinos” pues usurpan un derecho divino (el conocimiento del futuro contingente) y fingen estar llenos de Dios y rebosar divinidad.
Las mediaciones y signos utilizados por el adivino son muchos, los ejemplos abundan en Grecia y en Roma. Veamos algunas mediaciones que estaban presentes en el pueblo de Israel.
En relación con la naturaleza: astrología (Is 47:13), aeromancia (II Sam 5:24)...
En relación con los animales (I Sam 6:7-9): hepatocospía (Ez 21-26)...
En relación con objetos: hidromancia (copas) (Gn 44:5), belomancia (flechas: Ez 21-26; II Rey 13:14-19); bastón (Os 4:12), cleromancia (dados: Jos 7:17-18; I Sam 10:19-21; Jos 14:2; 18:1-21,40)...
Además de las mediaciones recién mencionadas, hay otras formas de adivinación, algunos especialistas las llaman “intuitivas”, por ejemplo:
Oniromancia (sueños: Gn 20:3; 28:11-16; 37; 40; 41; Juec 7:9-15; I Rey 3:5; Dn 2:27-28...).
Necromancia (difuntos: Dt 18:9-11; I Sam 28:3-25; II Rey 21:8; Is.8:19; 65:4).
Oráculos o respuestas divinas comunicadas por un intermediario en un lugar sagrado, relacionados con: elección de monarcas (I Sam 8), guerra (I Sam 14:36-37; II Sam 5:19), enfermedades (Is 38:1-8), desgracias (II Sam 21-1ss; 24:1ss), viajes (Jc 18:5-6; II Sam 2:1).
Los Israelitas que no tuviesen especial formación religiosa consideraban la adivinación no solo como imprescindible, sino también buena y necesaria. Pero la religión oficial de Israel se mueve, como enseguida veremos, en otro registro.
La pretensión del adivino es falsa, la adivinación es una mentira supersticiosa, sea porque el adivino se engaña a sí mismo o porque juega con la credulidad ajena. Más grave aún, al intentar imitar las profecías auténticas, la adivinación resulta ser una falsificación impía. Por este motivo, tomando en serio su moralidad, es un pecado grave contra la virtud de la religión. La Biblia ha siempre condenado a los adivinos y embusteros, hasta nos dice que tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda, es decir, eterna (Apo 21:8).
Sucede algunas veces que la mano del Diablo se descubre empuñando el arma con la que pretende atacar ocultamente. El carisma de discernimiento ayuda en este combate. Esta gracia y acontecimiento queda bien ilustrado en el encuentro de San Pablo con la esclava poseída por un espíritu pitón, o sea, de adivinación. Lo que decía el espíritu era verdad, hacía ganar mucho dinero a sus amos. Pero Pablo le hizo el bien de liberarla, aunque luego tuvo que sufrir las consecuencias de la obra buena y misericordiosa: azotes y cárcel (Hech 16:16-24).
Ya hemos visto que las mediaciones usadas por los adivinos son muchas. Quizás las más comunes en nuestro medio son: los astros (astrología), los dados (cleromancia), las cartas (cartomancia), las líneas de las manos (quiromancia), los sueños (oniromancia), los difuntos (necromancia)...
La astrología, que pretende conocer la suerte venidera en los astros, es una forma muy antigua de superstición adivinatoria. Nada que ver, por supuesto, con la astronomía científica, ni con la cierta influencia indirecta que puedan ejercer las estrellas y astros sobre la conducta humana, respetando siempre la libertad.
El astrólogo afirma un influjo causal de los astros sobre los hombres, con lo cual tenemos un determinismo que anula la libertad; afirma también una armonía y acuerdo entre la marcha de las estrellas, las constelaciones y la vida humana. Digámoslo una vez más: resulta inverosímil que la ley de la libertad que rige la vida humana se ajuste a la ley de la necesidad que rige el curso de las estrellas y constelaciones.
Dos formas comunes de astrología son las Cartas astrales y el Horóscopo. El recurso serio, formal y habitual a estos medios, como guía en la toma de decisiones importantes, sería una tontería, si no fuera porque también ofende gravemente a Dios. Tanto una como la otra suplantan la divina Providencia, que todo lo gobierna con sabiduría y amor, y la libertad, que le da a la creatura humana su especial dignidad.
Es un hecho de fácil constatación la proliferación por doquier de adivinos y videntes, con sus “bolas de cristal”, “cartas orientales” y otros medios, que leen el futuro y anuncian el porvenir. La tecnología moderna facilita la búsqueda de estas personas, no hay más que “guglear”.
Por supuesto que muchas veces se consultan adivinos o se procura adivinar el futuro como simple pasatiempo, sin tomar el asunto en serio y sin escándalo alguno... En este caso la gravedad del pecado, si lo hay, queda notablemente disminuida. Podemos opinar, con algunos moralistas, que las supersticiones son el lamentable tributo a la debilidad y necedad humana. Lo que no impide que el necio que juega con el fuego pueda terminar quemándose.
La adivinación pretende hacer algo divino, intenta suplantar al Dios Omnisciente, usurpa algo que no pertenece a la criatura sino al Creador. El “adivino” se autoproclama “lleno de Dios”, lo cual es falso. La pretensión de conocer el futuro en forma indebida es ofensa grave a Dios. Peor aún si se adivina invocando el auxilio o ayuda del Diablo.
Magia
No estoy hablando ahora de ilusionismo, juegos de manos o prestidigitación, medios honestos que recrean una fiesta infantil y que hacen pasar un buen rato a los adultos.
Tampoco pongo el acento en la así llamada “magia blanca”. Quién la practica pretende influir sobre “fuerzas” de la naturaleza, en beneficio de la vida humana, por medios inadecuados (gestos, conjuros, rituales...). Lo más ridículo de la magia blanca es su irracionalidad, la cual muestra que la fe de estos magos, si se confiesan cristianos, no ha transformado la vida. Pero cuando estas fuerzas son usadas para oponerse a la Voluntad de Dios o contradicen su Providencia divina... la magia blanca se convierte en enemiga de Dios y su Reinado. En esta enemistad está también presente el Diablo. Un cristiano no puede sino condenarlas.
La “magia negra” es diabólica. El que la práctica se llama brujo. Por eso se habla de brujería. Lo que se pretende es perjudicar a otros (maleficios) (6) o beneficiar (se) con honor y riqueza mediante la ayuda del Diablo. Nos encontramos en las antípodas o polo opuesto del Reino de Dios. Este alejamiento y oposición es considerado un pecado muy grave.
Lo peor del caso es que la superstición y credulidad de algunos lleva al miedo a los magos, brujos y hechiceros. Se olvida así que Satanás solo puede actuar por permisión divina y, por eso mismo, para nuestro mayor bien. Este miedo, convertido en terror, llevó en ciertos períodos de la historia del cristianismo a una despiadada persecución de las brujas que, superando algunas veces a la justicia, cobró víctimas inocentes. La superstición reinante en algunos ámbitos del pueblo y hasta en la jerarquía eclesiástica y autoridad civil, condujo en algunos casos y lugares a tratar como culpables a meros sospechosos. Aun depurando estos hechos de cualquier “leyenda negra” queda, no obstante, algo de qué humillarnos y arrepentirnos. (7)
Hoy día, por el contrario a otras épocas, la creencia en la magia y el miedo a los maleficios son manipulados por ciertos movimientos y organizaciones, aún religiosas. El proselitismo desleal y falso aprovecha la “mentalidad mágica y supersticiosa” de muchos. Los clientes no piden ni se les ofrecen explicaciones de sus males, se les diagnostica que son víctimas de un maleficio y que la “limpia” para deshacerlo costaría...
El crecimiento del fenómeno de la magia en sus variadas formas, en el seno de una cultura racionalista y científica, parece obedecer a varias causas: los reclamos para encontrar alivio al sufrimiento y a la muerte, la búsqueda de seguridad ante el miedo, la incertidumbre ante el futuro, la búsqueda de “lo extraordinario” y milagroso...
Los magos, adivinos, “profetas” e iluminados hacen propaganda en los diarios, revistas, radio y televisión. Compiten entre sí para ofrecer los mejores precios y una más vasta prestación de servicios. Estamos ante una “industria mágica” de proporciones alarmantes que embaucan a los crédulos y confunden a los creyentes.
Urge hacer una distinción básica entre la religión y la magia. Se trata de dos fenómenos distintos y objetivamente diferentes; la manera de relacionarse con la “trascendencia” nos lo muestra:
La religión se relaciona directamente con Dios y su obra, no hay experiencia religiosa sin esta relación y referencia.
La magia recurre a la divinidad en forma funcional y subordinada, la precedencia la tienen las fuerzas ocultas e impersonales, que actúan mecánicamente y son dominadas por el mago mediante prácticas rituales. La referencia al Dios personal de la revelación y de la fe, queda totalmente de lado, ignorada y... en algún caso, rechazada.
En conclusión, la magia no tiene nada que ver objetivamente con la religión. Y si tiene algo que ver, en definitiva, es para negarla y combatirla. La causa última de la magia, en cualquiera de sus formas, pareciera ser el deseo humano de querer ser como Dios. Re-edición de la tentación original.
Dicho lo anterior, hay ahora que admitir que la magia cabalga muchas veces sobre la religión. Subjetivamente hablando, en el contexto de la celebración litúrgica, la celebración de los sacramentos de la Iglesia, separados de la fe y disociados de la vida cristiana, dan lugar a pensar que se ha introducido un “afecto mágico” que espera un efecto maravilloso e impropio del sacramento. Con la razón sabemos que estamos celebrando un sacramento de la fe, pero con el corazón deseamos y esperamos otra cosa. Lo que se cree, lo que se celebra y lo que se vive han de ser coherentes entre sí, caso contrario, se cuela el sentimiento mágico.
Juicio condenatorio
El Yahvismo oficial israelita niega que los adivinos y magos sean intermediarios válidos entre Dios y los hombres. Por eso, la ley formula con toda claridad: No ha de haber dentro de ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique la adivinación, la astrología, la hechicería o la magia, ningún encantador, ni quien consulte espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahvé tu Dios (Dt 18:10-12).
En la mentalidad de Israel, el gran intermediario para conocer el sentido profundo del presente y el futuro aún por acontecer, es el profeta. El texto del Deuteronomio recién citado que prohíbe consultar a agoreros y adivinos de todo tipo continúa con estas palabras: Esas naciones que vas a desalojar escuchan a astrólogos y adivinos, pero a ti Yahvé tu Dios no te permite semejante cosa. Yahvé tu Dios te suscitará de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo (habla Moisés): a él escucharéis... (Dt 18:14-15). Aunque este texto se usase posteriormente para justificar la esperanza de la venida de un profeta definitivo, semejante a Moisés, originariamente se refería a toda la serie de los profetas como transmisores de la palabra de Dios.
Las palabras de condenación de la adivinación y la magia con sumamente duras. En la “Ley de santidad” encontramos sentencias tan fuertes como estas: El hombre o la mujer que practique el espiritismo o la adivinación será castigado con la muerte: los apedrearán (Lv 20:27; cf. Ex 22:17). La condena tajante y absoluta tiene su razón de ser: la adivinación y la magia, en cualquiera de sus formas, son un rechazo al único y verdadero Dios: No acudáis a nigromantes, ni consultéis a adivinos haciéndoos impuros por su causa; Yo soy Yahvé, vuestro Dios (Lv 19:31; cf. 20:6-8).
Darse a la adivinación es prostituirse: Mi pueblo consulta a su madero (8), y su palo le instruye, porque un espíritu de prostitución le extravía, y se prostituye sacudiéndose de su Dios (Os 4:11-12). El presunto profeta o vidente, que invita a abandonar a Yahvé, por más prodigios mágicos que haga, es falso y deberá morir (Dt 13:2-6).
Una cosa es la profecía y otra la magia-adivinación. La primera es anuncio de salvación proveniente del Salvador y Señor, la segunda es falsedad y engaño (Jer 27:1-9; 29:8; Is 44:25; 47:12-15). Los profetas reciben y comunican; los magos-adivinos, dicen poseer y se guardan para sí mismos el secreto de sus falsos conjuros.
Uno de los reyes más impío del reino de Judá fue Manasés. Nos dice la Escritura que: inundó a Jerusalén de sangre inocente. Entre sus impiedades: arrojó un hijo a la pira de fuego, practicó la adivinación y la magia, consultó a adivinos y nigromantes (II Rey 21:1-18).
El libro de la Sabiduría, el más reciente de los libros de la Antigua Alianza, cuyo autor es un judío helenizado de la segunda mitad del siglo I antes de nuestra era cristiana, ridiculiza las artes mágicas. Recordando a los magos de Egipto, ironiza sobre los magos de su época (Sab 17:7-8).
Pero no solamente el Antiguo Testamento condena el ocultismo y sus prácticas sino también el Nuevo Testamento. La conversión a Jesucristo implica la fe en su Persona y Reinado junto con el rechazo a todo comportamiento mágico. La fe cristiana y la magia son absolutamente opuestas.
Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, considera la hechicería como una obra de la carne (Gál 5:20), es decir: su “hombre viejo”, frágil y proclive al mal.
Resulta aleccionadora la experiencia de Pablo en la isla de Chipre durante su primer viaje misionero. Se encontró con un mago, falso profeta judío, llamado Barjesús o Elimas, este se oponía a la conversión de procónsul Sergio Paulo. Entonces Saulo, es decir, Pablo, lleno del Espíritu Santo, mirándole fijamente, le dijo: Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no dejarás ya de torcer los rectos caminos del Señor? Pues ahora, mira, la mano del Señor sobre ti. Te quedarás ciego y no verás el sol hasta un tiempo determinado. Al instante cayeron sobre él oscuridad y tinieblas y daba vueltas buscando quien le llevase de la mano. Entonces, al ver lo ocurrido, el Procónsul creyó, impresionado por la doctrina del Señor (Hech 13:4-12). Admirable victoria del Reino de Dios sobre el Príncipe de las tinieblas.
Poco más tarde, durante su misión en Éfeso, Pablo fue tajante, los ocultistas y magos, al convertirse al cristianismo debían renunciar definitivamente a todas sus prácticas: ... muchos de los que habían practicado la magia trajeron sus libros y los quemaron delante de todos... (Hch 19:19).
El libro del Apocalipsis nos dice que los adoradores del demonio y los hechiceros no se convierten ni siquiera con grandes castigos (Apo 9:20-21), serán, por lo mismo, aniquilados junto con la destrucción de la gran Babilonia (Apo 18:23) y los que sobrevivan arderán en el lago de fuego y azufre (Apo 21:8). Todos ellos, junto con los que amen y practiquen la mentira no tendrán ninguna parte en la Jerusalén futura (Apo 22:15).
La tradición cristiana primitiva continúa en la línea de estas enseñanzas. Para el autor anónimo de la Didajé –documento con ordenanzas eclesiásticas del primer siglo– la idolatría, la magia y los maleficios conducen a la muerte del alma. Poco más tarde, aún más tajante, Hipólito de Roma, en su reglamento eclesiástico conocido como la Tradición apostólica, excluye a los mayos, astrólogos y adivinos de la gracia del bautismo...
Las intervenciones del Magisterio de la Iglesia, del Derecho Canónico y de los Padres y teólogos han sido constante y unánime respecto a la condenación de las prácticas ocultistas.
Santo Tomás de Aquino, siguiendo y completando a San Agustín, dice lo siguiente sobre las prácticas supersticiosas y todo lo que se ordena a conocer (adivinar) el futuro:
Los ángeles malos están sometidos al dominio divino, y por eso Dios puede utilizarlos según su beneplácito. Mas el hombre no ha recibido autoridad para gobernarlos ni para servirse de ellos a su voluntad. Por el contrario, una guerra continua debe de reinar entre él y Satanás. De ahí que jamás le sea lícito al hombre pedir ayuda a los demonios, estableciendo con ellos pactos tácitos o explícitos. (9)
Estos signos (supersticiosos) son más bien fruto de la vanidad humana, socorrida por la malicia de los demonios, que se esfuerzan en embrollar la mente de los hombres con futilidades. Es, pues, manifiesto que tales prácticas son ilícitas y supersticiosas. (10)
Tratar de inquirir el futuro por medio de los demonios es pecado, no solamente por consultar a quiénes ignoran lo que se les pide, sino porque se establecen relaciones con ellos. (11)
La actualidad de esta tradición unánime queda bien reflejada en el Catecismo de la Iglesia Católica. En dos densos párrafos se nos dice:
Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir. La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “médiums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios (2116).
Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo –aunque sea para procurar la salud–, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo (2117).
Un creyente en el verdadero Dios de Jesucristo no puede apoyarse en credulidades, tampoco puede aceptar que su vida dependa de fuerzas ocultas y manipulables o que su porvenir esté previamente escrito en los movimientos de los astros presagiando así el futuro. Y, mucho menos aún, puede consentir con la magia “negra” que invoca el auxilio del Diablo.
Toda adivinación hecha con invocación a Satanás es un pecado grave por dos motivos. En primer lugar: la invocación es ya un tipo de pacto entre él y nosotros. Luego, peor aún, cuando a la invocación siguen muestras de honor y reverencia. La consecuencia de esto suele ser la siguiente: mezclando verdades y mentiras, el Diablo nos “engolosina” y finalmente nos hace abrazar su persona y nos lleva así a la perdición eterna. ¡Quiénes han recibido la divina revelación por medio de las Escrituras y la Tradición eclesial no necesitan consultar al Maligno y recibir instrucciones de su parte!
Además de lo ya dicho, hay también que descartar de la vida cristiana la búsqueda de fenómenos paranormales y de poderes extraordinarios; este afán, además de poder arruinar la salud, mina la fe y la espiritualidad evangélica.
El año pasado, en una Catequesis sobre la esperanza cristiana, el papa Francisco abrió un interesante paréntesis que nos sirve para cerrar pertinentemente estos párrafos.
... Entonces nos vemos tentados de buscar consuelos también efímeros, que parecen llenar el vacío de la soledad y aliviar la fatiga del creer. Y pensamos encontrarlos en la seguridad que puede dar, por ejemplo, el dinero, la alianza con los poderosos, la mundanidad, las falsas ideologías. A veces las buscamos en un Dios que puede doblegarse a nuestras peticiones e intervenir mágicamente para cambiar la realidad y hacerla como queremos; es decir, en un ídolo, que como tal no puede hacer nada, impotente y engañoso. Pero a nosotros nos gustan tanto los ídolos. Una vez en Buenos Aires al pasar por un parque vi tantas mesitas ante las que la gente hacía fila para que los adivinos les echasen las cartas o les leyeran la mano. Era siempre la misma “solfa”: hay una mujer en tu vida, una sombra que se aproxima, pero todo saldrá bien... Y luego había que pagar. ¡Y esto es lo que da seguridad! La seguridad, permitid que lo diga, de una estupidez. Ir a los adivinos que leen las cartas: eso es un ídolo. Y cuando estamos tan apegados a los ídolos compramos falsas esperanzas, mientras que de la esperanza de la gratuidad, la que nos trajo Jesucristo, gratuitamente, dando la vida por nosotros, de esa, a veces, no nos fiamos tanto (Catequesis, 11 de enero de 2017).
6. Para el tema de los maleficios, ver: Olivera, B., Líbranos del Malo, Buenos Aires: Talita Kum Ediciones, 2018, pp. 164-167.
7. Sobre este particular, ver: Pulido Cerrano, J. I., La Inquisición Española: breve historia de una institución, Digital Reasons, Libro electrónico, 2013, en especial las pp. 85-87 y 106-107.
8. Leños sagrados utilizados en prácticas adivinatorias.
9. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, c.96, a.2, ad 3.
10. Ídem, Ibíd., II-II, c.96, a.3.
11. Ídem, Ibíd., II-II, c.96, a.3, ad 3.