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DONCELLA

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Cuando un hombre ha aprendido a usar sus dedos, cada uno de esos miembros es autónomo y virtuoso. Casi un dios. Tanto, que Lulú del Carpio se rehúsa a incorporar los particulares dedos de su esposo en esa comunidad llamada mano, y les ha puesto nombres paganos de acuerdo con su potestad: Enanuco bigarista, el Ojáncano, Yarilo, Dagda y Angus. Claro que él ignora eso; él es simplemente un hombre que sabe poner los dedos al servicio de su esposa con tal grado de destreza, que entre ambos no hay lugar a desencuentros. A veces se han distanciado por tonterías. Porque ella insiste en usar cilantro liso sabiendo que a él le fascina el rizadito, o porque él se pone inquieto mientras ella le está haciendo la manicure. Pero, Lulú sigue siendo servicial, y él se alegra de que existan las mujeres que complacen a los hombres en asuntos tan sustanciales. Entonces, la lleva en brazos a la hamaca y deja que sus creativas grandes manos de albañil dibujen sobre su cuerpo figuritas revoltosas, que poco a poco la envuelven en una espiral de fuego y causan breves destellos en sus ojos. Tantos, que Lulú del Carpio tiene fama de doncella mitológica en La Torre de Pompeya.

Palabras pesadas

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