Читать книгу Cómo curan las bayas de goji - Blanca Herp - Страница 7
ОглавлениеEn el valle de la eterna juventud
SALUD Y LARGA VIDA A LOS PIES DEL PAMIR
El paso del tiempo ha ido resolviendo el misterio del pueblo hunza, a cuyo alrededor se tejió una aureola de longevidad que ha resultado auténtica, aunque un tanto exagerada. Su estilo de vida era extraordinariamente sano y ha perdurado hasta hace pocos años. No es casualidad que sea precisamente en el valle de los hunza donde se situó el mítico Shangri-la, la tierra de la eterna juventud.
Aunque aquel modo de vida se idealizó, lo cierto es que hoy nos ayuda a conocer mejor el punto de vista de la medicina natural en cuanto a cómo disfrutar de más salud y longevidad: una perspectiva con menos pastillas y más próxima a la naturaleza.
Al leer la primera información que relacionaba los hunza con las bayas de goji imaginamos que era una técnica publicitaria para avalar esta gran fruta. No en vano, hasta hace poco, hablar de los hunza era hablar de orejones de albaricoque, de algún derivado lácteo, de unos maravillosos jardines en terraza regados con las aguas purísimas y ricas en minerales procedentes del glaciar de Ultar, a 7.788 metros de altitud…, y de una misteriosa longevidad. Pero hoy sabemos que los hunza conocían también las bayas de goji… y las utilizaban.
En plena era tecnológica, ¿qué es lo que nos interesa de esta cultura que supo cómo saborear mejor el paso de los días, a pesar de vivir en un clima riguroso?
HORIZONTES PERDIDOS
En la década de 1870, un general británico al mando de una pequeña guarnición exploró el valle de Hunza por primera vez desde el punto de vista occidental. Desconocían que, unos diez años antes, el pueblo hunza había firmado la paz con sus vecinos y había abandonado el pillaje de las caravanas en tránsito. Los británicos comprendieron enseguida la importancia estratégica de la zona, hoy en el norte del Pakistán, ya que permite acceder a las antiguas repúblicas soviéticas por el paso de Kilik, a China por el paso de Mintaka, así como a Afganistán, Cachemira y la India.
El valle de Hunza fue el que inspiró a James Hilton para escribir Horizontes perdidos (1933), novela de la que se hizo una primera película cuatro años después y, en 1973, una nueva con el mismo título, Horizontes perdidos, coincidiendo con un reportaje sobre los hunza que publicó la revista National Geographic. Desde entonces aparece de vez en cuando algún documental sobre este pueblo, de manera que podemos ver su forma de vida y la belleza salvaje de la región desde todos los enfoques. Y vale la pena: es un lugar realmente muy bello.
Los hunza son un buen ejemplo de culturas que todavía mantienen un halo de fascinación debido a su estilo de vida. Se trata de un pueblo de poco más de once mil personas que viven en una superficie de entre 8.000 y 10.000 km2 (según quien hace los mapas), a 2.400 metros de altitud, donde todo escasea, pero es suficiente.
UNA BELLA ENCRUCIJADA DE ALTA MONTAÑA
Los hunza viven acariciados por algunas de las montañas más altas de la Tierra (Rakaposhi, 7.788 m; Ultar Sar, 7.388 m; Golden Peak, 7.027 m), que nos anuncian los grandes picos del Himalaya.
En el punto donde las cuatro grandes cadenas montañosas del Pamir, el Hindu Kush, el Karakorum y el Himalaya se unen, surge hacia el sur este valle profundo, formando uno de los parajes más inolvidables del continente.
La capital y ciudad más importante es Karimabad (Baltit), y la región ofrece turismo de trekking para montañeros aguerridos. Se puede descubrir el lugar viajando por carretera por la espectacular Karakorum Highway, la más alta del planeta: 1.300 kilómetros que atraviesan una zona con 82 montañas de más de 7.000 metros de altitud, y que une el oasis de Kashgar, en China, con Islamabad, la capital de Pakistán.
Esta famosa carretera del Karakorum cruza el valle de Hunza hacia la frontera con China, con vistas espectaculares, como el pico de Rakaposhi antes mencionado: una montaña severa y bellísima, escalada por vez primera en 1958.
Gran parte del trazado original de la carretera no era más que un sendero utilizado por los nómadas que viajaban con su ganado desde las tierras altas de Asia Central a las fértiles llanuras del río Indo, ruta que a lo largo de los siglos fue el camino más rápido para acceder a las regiones del norte del Pakistán.
En la década de 1950, la mayoría de niños hunza aún no había visto un todoterreno o un avión, a pesar de la proximidad del aeropuerto de Gilgit, a tan solo unos 70 km. Pero hoy en día la zona es relativamente accesible: se puede llegar con un vehículo de alquiler desde Islamabad, o bien como pasajero en alguno de los pintorescos y llamativos camiones pakistaníes, que pueden encontrarse en el Raja Bazar de Rawalpindi.
LA FÓRMULA DE LA JUVENTUD
La población hunza se compone de tres etnias —la goja, la hunza y la shinaki—, que hablan tres idiomas distintos. La etnia de los hunza habla burushaski, conocido como «el vasco de Asia», ya que no está relacionado con ninguna otra variedad de idiomas. La mayoría de hunzas son ismaelitas y el príncipe Aga Khan IV, líder de esta corriente religiosa, financia algunos proyectos para desarrollar la agricultura y economía locales.
Por más de un motivo, pero sobre todo por su asombrosa longevidad, el mundo fijó su mirada sobre los hunza y su historia, que es la de una cultura muy próxima a la naturaleza con un pasado fascinante: un principado independiente, abolido en 1974, pero con referencias históricas ya en la época de Alejandro Magno, y bien provisto de reyes y princesas, de cuentos y leyendas.
En el valle, unos esplendorosos albaricoques, los que darán origen a los míticos orejones hunza, toman el sol dispuestos en terrazas de cultivo. Se asegura que, junto al yogur artesano, en ellos está la clave de su longevidad, de esa vida larga y saludable de la que han venido disfrutando los hunza durante siglos.
Sin embargo, apenas se ha dicho nada de las bayas de goji, «el alimento antienvejecimiento más poderoso del mundo», que también se cultivan allí a pequeña escala. Hasta ahora ha sido mucho más fascinante hablar de una tierra paradisíaca, que se esconde en uno de esos colosales sistemas de valles increíblemente selváticos que se dedican a entrecortar el paso hacia el «Techo del mundo», la meseta Sur del Pamir. Valles de aspecto antediluviano, un amasijo de montañas sobrecogedoras donde el color y la luz invitan a la introspección.
Los hunza cultivan cebada, mijo, una variedad de trigo negro, nabos, zanahorias, guisantes, judías secas, calabazas y cebollas. También ajos, coles y coliflor, nueces, almendras, manzanas, ciruelas, melocotones, cerezas, peras, granadas, goji, e incluso melones. Y unos esplendorosos albaricoques que crecen en unos enormes árboles frutales. La demanda ha provocado que alguno de estos frutos, antes de autocultivo, como el goji y los albaricoques, se exporte en estos momentos a todo el mundo.
La demanda ha provocado que el goji y los albaricoques de los hunza se exporten a todo el mundo
En la actualidad, los hunza son también un pueblo ganadero, que mantiene una buena cabaña de gallinas, cabras, ovejas y caballos, lo que puede llevarnos a pensar que su longevidad —por encima de la media, pero menor de lo que aseguran las leyendas— se asocie igualmente a una fórmula sencilla: alimentación sana+aire puro+vida tranquila. Siguen un ayuno en primavera, mientras aguardan el esplendor del verano, y celebran con fiestas cada cosecha, para las que utilizan compost y siguen el método de doble cultivo, aprovechando mejor las terrazas.
En verano se da una espléndida cosecha de cereales, frutas y verduras que se consumen tradicionalmente crudos en su mayor parte, ya que el combustible se reserva tanto como se puede para el invierno, cuando comerán un mínimo de carne hervida —muy poca, en realidad son casi vegetarianos—, pero sobre todo para calentar sus viviendas de piedra. En invierno son fundamentales los lácteos, incluido el suero de leche.
Los hunza poseen una alta opinión de sí mismos. Los cuentacuentos hunza, que narran la tradición oral de su historia, aseguran que cuando abandonaron las prácticas más guerreras para pasar a ser un pueblo pacífico se convirtieron en «la tierra perfecta».
LA OPINIÓN DE DOS MÉDICOS
En 1947, el médico suizo Ralph Bircher-Benner, pionero en dietoterapia y gran defensor de los alimentos crudos, llegó a afirmar que el muesli tradicional de las montañas suizas posee semejanzas con algunos platos de la alimentación hunza, a base de lácteos, cereales y fruta.
Medio siglo antes, en 1900, un joven terapeuta, el doctor McCarrison, que se había trasladado al norte de la India para asumir el cargo de médico del estado para controlar la situación sanitaria de la región y atender facultativamente a sus habitantes, adquirió gran notoriedad gracias a los viajes de inspección por los más apartados rincones del país, viajes que le permitieron encontrar las aldeas del legendario pueblo hunza. Pronto pudo constatar que parecían milagrosamente a salvo de enfermedades de cualquier tipo, mantenían un inalterable optimismo, y hombres y mujeres alcanzaban los cien años de edad sin perder vigor físico y mental. Una extraña y perenne juventud favorecía a este pueblo enigmático. Quedó tan impresionado que instaló allí mismo un laboratorio de investigación para tratar de descubrir sus secretos. Estudió largamente el clima, la naturaleza del lugar y el modo de vida de la población.
Tras años de investigación, llegó a la conclusión de que el increíble misterio de los hunza, uno de los pocos pueblos que desconocían las enfermedades, no tenía más que un secreto: la alimentación.
Alimentos crudos y compatibles
Las frutas son la fuente esencial de la alimentación del pueblo hunza, principalmente el albaricoque, pero también el melón, así como la manzana, la uva, la naranja, la pera, la granada, el melocotón, la cereza y las bayas, como el goji y las moras. De todas formas, en sus escritos McCarrison afirma que ninguna es comparable al albaricoque y su exquisito sabor (que nada tiene que ver con el sabor del albaricoque de nuestros mercados).
Los hunza dejan las frutas envueltas en paja para que se conserven el mayor tiempo posible y conocen también su valor desecadas, como alimento energético.
McCarrison se fijó en que este pueblo sencillo, pero profundamente civilizado, no come carne (o muy poca, y muy de tarde en tarde) y en cambio sí comen queso en algunas ocasiones. No cocinan habitualmente, pero conocen perfectamente el uso del fuego y del calor más adecuado para elaborar el pan, que suelen cocer a la piedra —un pan denso y nutritivo como ningún otro en el mundo.
Los hunza tampoco mezclan demasiado los alimentos, evitando así, por instinto, las incompatibilidades. Seguramente el punto esencial, y el más sobresaliente de su alimentación, reside en la pureza de todo aquello que comen: alimentos totalmente naturales, sin aliños y, también, sin ningún tipo de conservante. Allí no existen conservas, ni sopicaldos, ni congelados ni microondas. Todo es natural, y recién elaborado.
UN EXPERIMENTO CLARIFICADOR
A principios del siglo xx, el doctor McCarrison ensayó en un laboratorio la dieta de los hunza con 1.200 ratones cobaya. A la mitad les dio la alimentación típica hunza y a los otros 600 les dio el régimen popular de Londres, es decir: pan blanco, carne, pescado, mantequilla, conservas, vegetales cocidos, arenques y bacalao, confituras y chucherías.
El experimento duró varios años y se sostuvo con varias generaciones de ratones. A cada uno se le hizo finalmente la autopsia para verificar el estado de sus órganos, principalmente el corazón y riñones. Se comprobó que las ratas de dieta «londinense» estaban afectadas del catálogo completo de enfermedades que hoy en día padece normalmente la población; su longevidad disminuyó y su sistema circulatorio se había esclerotizado. Además, al envejecer, los animales se volvían más agresivos; tanto, que muchos terminaron por devorarse unos a otros.
Por el contrario, las «ratas hunza» vivieron en perfecta armonía y ninguna de ellas presentó en su autopsia ningún síntoma patológico. Posteriormente otros científicos verificaron y comprobaron estos hechos.
La población hunza tampoco hace uso del café ni de ningún otro estimulante o excitante, porque no lo necesitan, al contrario del resto de pueblos del mundo.
UN PARAÍSO AMENAZADO
En la actualidad todos los informes de viajeros, periodistas y científicos que han visitado la zona nos hablan del paraíso perdido. A la zona ha llegado la enfermedad del dinero y del «progreso», con el turismo y la exportación de orejones de albaricoque, bayas de goji y otras frutas como fuente de ingresos. Las carencias nutricionales y la ingesta de calorías es similar a la de otros pueblos de la zona, y la expectativa de vida longeva ha desaparecido como por encanto. Y eso parece ser que era justo lo que los cientificistas de farmacia estaban esperando: comenzaron a investigar de forma alevosa la fecha real de cada nacimiento, un asunto al que los hunza, que son muy inteligentes, pero ingenuos en algunos asuntos, daban escasa importancia.
En cambio sigue siendo un verdadero espectáculo ver en el lugar a personas muy mayores saltando y jugando a la pelota (una especie de voleibol es el deporte nacional hunza).
¿Por qué dedicar estos párrafos a la cultura hunza? Porque vale la pena, antes de comer bayas de goji esperando milagros instantáneos, conocer ejemplos como este. Es bueno tener en cuenta su ejemplo de alimentación tradicional, acompañada de respiración pura, ejercicio razonable y tranquilidad de pensamiento.