Читать книгу La araña negra, t. 1 - Висенте Бласко-Ибаньес, Blasco Ibáñez Vicente - Страница 3

PROLOGO
III

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– ¡Qué escándalo, padre mío!

Estas fueron las primeras palabras que, elevando los ojos al cielo y poniendo las manos juntas en dulce actitud, pronunció la directora del colegio apenas don Esteban salió de su despacho, y la niña fué internada nuevamente en el colegio.

– Efectivamente, reverenda madre – contestó el cura – ; ese hombre es un pecador empedernido que para atacar a los representantes de Dios no vacila en insultar al rey de cielos y tierra.

– Decir que Dios… Vamos, que el cielo me libre de repetir, ni aun de recordar tanta blasfemia.

– ¡Y atacar tan calumniosamente a nuestra Compañía!

– A la Compañía de Jesús, reverendo padre; a esa inmortal institución del más grande de los santos; del glorioso Loyola, que supo crear con su Orden la más firme columna del catolicismo y del Santo Padre.

– Es abominable. Ese infeliz tiene a Satanás en el cuerpo…

– Y a Voltaire en la lengua.

El reverendo padre acogió con una amable sonrisa este rasgo de erudición de la religiosa, y tras esto quedaron ambos silenciosos como pensando en un asunto importante, pero que ninguno de los dos quería ser el primero en exponer.

– Ese hombre – dijo por fin la superiora, no pudiendo resistir más tiempo el silencio – es un ser peligroso que algún día puede introducirse en la noble familia de Baselga, como ya lo hizo en otros tiempos, y matar la santa influencia que sobre ella ejerce la Compañía.

– Eso no puede ser, reverenda madre; don Esteban Alvarez no volverá nunca a España.

– Padre mío las amnistías políticas son frecuentes en este país, y aunque ahora se vea perseguido ese hereje, pronto podrá volver a España.

– Eso sucedería si nuestro hombre sólo fuera culpable de delitos políticos; pero ya arreglaremos las cosas de modo que aparezca complicado en delitos comunes para los que no haya indultos y que forzosamente conduzcan a un presidio. Esto le mantendrá alejado de España mientras viva.

– No es eso fácil, padre.

– ¡Santa mujer! Para la Compañía no hay nada difícil. Don Esteban Alvarez, meses antes de la caída de don Amadeo, mandó partidas republicanas en los montes de Cataluña, y ya sabemos que en España esa guerra irregular de guerrillas siempre es causa de atropellos, de los que bien pueden sacarse responsabilidades criminales para hacerlas caer sobre quien convenga. Nosotros tenemos en todas las esferas buenos amigos que nos sirven bien, y además, los sucesos políticos no pueden marchar mejor. Esto se va, reverenda madre, y pronto quedará desvanecido el andrajo de revolución que aun nos cubre. Dentro de poco, o triunfan los carlistas, cada vez más poderosos en el Norte, o surge victoriosa la restauración borbónica en la persona de don Alfonso. Nosotros jugamos en ambas partes, ayudamos a las dos causas, y resulte quienquiera victoriosa, los amos seremos siempre nosotros; ved pues, si podremos lograr que ese hombre peligroso no vuelva a España.

– Admiro vuestro talento, padre.

– No, hija: entusiasmaos ante la grandeza de la Institución de que formamos parte. Deseando extender la gloria de Dios, trabajamos sin descanso con el santo propósito de que el mundo entero adore su poderío tomándonos a nosotros por intermediarios. Grande es la empresa, inmensos medios se necesitan para ella y por esto no hay misión más noble ni meritoria a los ojos de la divinidad que la que ahora os toca desempeñar dando a Dios el alma tierna de una joven y al tesoro de la Compañía una respetable fortuna que nos pertenece y que hace tiempo vamos persiguiendo.

– Padre mío: humilde sierva soy del Señor, pero haré cuanto pueda por dirigir las aficiones de esa niña a la más santa de las vidas y que su fortuna venga a aumentar el tesoro de la gran empresa… para la mayor gloria de Dios.

– El os lo premiará, hija mía. Mucho tenemos que batallar para alcanzar la conquista del mundo y que en él se inaugure el verdadero reino de Dios: pero lo lograremos, reverenda madre, lo lograremos, porque nuestro ejército es invencible; los años pasan sobre él sin hacerle mella; los huecos que la muerte causa en sus filas se llenan inmediatamente y camina sin descanso, lentamente, a la sordina, siempre con el mismo derrotero y a la conquista de idéntico fin. La impiedad nos impone obstáculos y los saltamos; escudados en nuestros fines no reparamos en los medios; nuestras armas invulnerables son el oro, cebo eterno de los mortales, y la persuasión dulce y embriagadora, cuyo secreto poseemos; todo cuanto el diablo inventó para halagar las pasiones de los hombres lo empleamos para la mayor gloria de Dios, y seguimos adelante tranquilos y confiados, más que en nuestro propio valer, en los estatutos de la Orden, que la hacen inmortal. ¿Qué importa que nosotros, soldados de Cristo y del Papa pasemos rápidamente por la esfera de la vida sin darnos cuenta exacta de las conquistas que realizamos, si sobre nuestras tumbas queda siempre ese ejército invencible, esa sublime Compañía, eterno fénix que renace sobre las cenizas y que no descansará hasta el día del triunfo?

– ¡Oh! Seguid, padre mío, seguid – dijo la superiora, a través de cuyas gafas se escapaba el brillo del entusiasmo – . Decidme esas palabras, que me llenan de vida.

– Tened fe en el porvenir de nuestra Orden y cumplid con entusiasmo la misión que ella os confíe. El mundo será nuestro. Las primeras fortunas de la tierra irán entrando poco a poco en nuestro tesoro. La confesión, el continuo consejo en el seno de las familias y la dirección espiritual realizarán tales milagros. Poco a poco nos apoderamos en todos los países de las principales fuentes de producción; llegará un día en que el comercio y la industria de la tierra serán nuestros, y entonces sonará la trompeta apocalíptica y comenzará el reinado de Dios. El Papa será el rey del mundo, la Compañía de Jesús estará como ahora encargada de dirigir al Santo Padre, y esos reyes, manada de imbéciles a quienes los revolucionarios atacan con razón, serán al frente de sus Estados simples gobernadores obedientes a la autoridad pontifical y al mandato de la Compañía. Cada nación, por grande que sea, equivaldrá a una provincia del inmenso Estado de la Iglesia ideal gigantesco que un día soñó el gran Gregorio VII y que realizaremos nosotros los hijos de San Ignacio. Acabará esa escandalosa doctrina que se llama democrática; la libertad morirá porque los pueblos han de ser cual los arbolillos de jardín que son más hermosos al crecer guiados por la férrea mano del hortelano; eso que llaman progreso desaparecerá de entre los humanos; el hombre no creerá satánicamente, cual hoy, que lleva en su cabeza una cosa que titula razón y con la que quiere explicarse todo lo existente; el sentimiento universal será la adoración a Dios y a sus representantes los compañeros de Jesús, y el mundo ofrecerá el hermoso espectáculo de una vasta congregación de devotos dirigidos espiritual y materialmente por nosotros. ¿Os agrada el cuadro? ¿Sentís renacer vuestra fe al pensar que trabajáis por tan santa causa?

La religiosa hizo con la cabeza enérgicas señales de aprobación y don Tomás añadió, cambiando su anterior tono de apóstol por el insinuante y dulce que le era peculiar:

– Pues para la sublime obra, la Compañía necesita dinero, mucho dinero. Cumplid, pues, vuestro encargo. Que la condesita de Baselga tome el hábito de religiosa y que sus millones ingresen en el tesoro que hace tres siglos venimos reuniendo… “ad majorem Dei gloriam”.

La araña negra, t. 1

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