La araña negra, t. 8

La araña negra, t. 8
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Blasco Ibáñez Vicente. La araña negra, t. 8

OCTAVA PARTE. JUVENTUD A LA SOMBRA DE LA VEJEZ (CONTINUACIÓN)

VI. Cambio de decoración en casa de la baronesa

VII. En el teatro Real

VIII. Trato cerrado

IX. El vicario de España al padre general

NOVENA PARTE. EN PARIS

I. La orilla izquierda del Sena

II. El primer amigo

III. La vejez del revolucionario

IV. El padre de María

V. Las hijas de la noche

VI. Judith, la Rubia

VII. La primera noche

VIII. Nuevas caídas

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Llegó el momento fatal en que Juanito Zarzoso, con su título de doctor en Medicina, alcanzado con gran brillantez, obedeciendo las órdenes de su tío, al que temía tanto como amaba, hubo de separarse de María para trasladarse a París.

En los tres meses que transcurrieron desde la conferencia con el padre Tomás hasta el día en que partió el joven médico, doña Esperanza no había logrado aminorar el cariño de los novios ni enturbiar la confianza que mutuamente se tenían.

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Cuando se veía asediado por los acreedores y su ingenio agotado no le proporcionaba recursos para salir del paso, cuando contemplaba próxima una causa criminal por sus ligerezas en tomar dinero, entonces acudía a impetrar el auxilio del padre Tomás, y el enemigo del difunto duque, tocando todos los ocultos resortes que constituían su poder, hablando a unos y mandando a otros, lograba alejar por algún tiempo la nube amenazadora que se cernía sobre la frente del calavera.

Esta amistad con el padre Tomás, servía también al joven para dar a su persona cierto tinte de religiosidad, que no sentaba mal en los salones que frecuentaba. Podía ser calavera, tener costumbres canallescas, cometer ligerezas penadas en el Código, pero cuando en las tertulias elegantes se hablaba de religión, Ordóñez sabía ponerse serio, y, con la gravedad del hombre sesudo, declaraba, cerrando los ojos, que era preciso creer en algo y de paso ensartaba cuatro lugares comunes que había leído en cualquier periódico conservador y que recordaba por casualidad.

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