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CAPÍTULO CUATRO

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Delores Manning estaba pensando en su madre cuando abrió los ojos. Su madre, que vivía en una porquería de parque para casas móviles a las afueras de Sigourney. La mujer era muy orgullosa, muy testaruda. El plan era que Delores iba a visitarla después de hacer la promoción de su libro en Cedar Rapids. Como acababa de firmar un contrato para escribir tres libros más con su editorial actual, Delores había firmado un cheque por 7000 dólares, esperando que su madre lo aceptara y lo usara con inteligencia. Quizá era algo pretencioso por su parte, pero Delores se sentía avergonzada de que su madre viviera de la beneficencia, de que tuviera que usar cupones de comida para hacer la compra. Había sido así desde que muriera su padre y—

Los pensamientos difusos sobre su madre se alejaron mientras sus ojos se empezaban a acostumbrar a la oscuridad en la que se encontraba. Estaba sentada con su espalda presionada contra algo que era muy duro y casi fresco al tacto. Lentamente, se puso de pie. Al hacerlo, se golpeó la cabeza con algo que parecía ser del mismo material que la superficie en la que se estaba apoyando.

Confundida, levantó los brazos y no pudo extenderlos demasiado lejos. A medida que el pánico empezaba a atenazarla, sus ojos cayeron en la cuenta de que había unas pequeñas líneas de luz atravesando la oscuridad. Directamente enfrente de ella había tres barras rectangulares de luz. Y esas barras fueron las que le informaron de su situación.

Estaba dentro de algún tipo de contenedor…. estaba bastante segura de que estaba hecho de acero o de algún otro tipo de metal. El contenedor tenía poco más de un metro de alto, con lo que no podía ponerse del todo en pie. Parecía tener algo más que un metro de profundidad y aproximadamente la misma anchura. Comenzó a tomar respiraciones rápidas, sintiéndose claustrofóbica al instante.

Se apoyó con fuerza en la pared frontal del contenedor y aspiró aire fresco a través de las aperturas rectangulares. Cada apertura medía unos quince centímetros de alto y quizá unos ocho de ancho. Cuando aspiró el aire fresco por la nariz, detectó un olor a tierra y a algo dulce pero desagradable.

En alguna parte más alejada, tan tenues que podían haber estado en otro mundo, pensó que podía escuchar algún tipo de chillidos. ¿Maquinaria? ¿Quizá algún tipo de animal? Sí, era un animal… pero no tenía ni idea de cuál. ¿Cerdos, quizás?

Ahora que su respiración se estaba estabilizando, dio un paso atrás desde su posición en cuclillas y entonces miró a través de las aperturas.

Afuera, vio lo que parecía ser el interior de un cobertizo o algún otro viejo edificio de madera. Como a unos siete metros por delante de ella, podía ver la puerta del cobertizo. La turbia luz natural entraba a través del marco deformado por donde la puerta no encajaba bien. Aunque no podía ver mucho, podía ver lo suficiente como para calcular que seguramente se encontraba en un lío muy serio.

Era evidente en el extremo de la puerta atornillada que apenas podía vislumbrar a través de las aperturas en el contenedor. Se apalancó y empujó con fuerza la parte delantera del contenedor. No dio resultado—ni siquiera provocó un crujido.

Sintió como el pánico le invadía de nuevo y entonces supo que tenía que echar mano de las pocas neuronas lógicas y calmadas que ahora poseía. Pasó las manos por la parte baja de la puerta del contenedor. Esperaba encontrar bisagras, quizá algo con tornillos o tuercas que pudiera aflojar con algo de tiempo. Ella no era demasiado fuerte, pero si uno de los tornillos estuviera suelto o torcido…

Una vez más, no encontró nada. Intentó lo mismo en la parte trasera y tampoco allí encontró nada.

En un acto de absoluta desesperación, le dio una patada a la puerta con toda la fuerza de la que fue capaz. Cuando eso no obtuvo resultados, se fue a la parte de atrás del contenedor y tomó carrerilla para lanzar su hombro derecho contra la puerta. Lo único que consiguió fue salir despedida y caerse hacia atrás. Se golpeó la cabeza con el lateral del contenedor y cayó bruscamente hacia atrás.

Un grito surgió en su garganta, pero no estaba segura de que eso fuera la mejor idea. Podía recordar claramente al hombre de la camioneta en la carretera y cómo le había atacado. ¿De verdad quería que viniera corriendo hacia ella?

No, la verdad es que no. Piensa, se dijo a sí misma. Utiliza ese cerebro creativo que tienes y busca la manera de salir de esta.

Pero no conseguía que se le ocurriera nada. Así que, aunque fue capaz de ahogar el grito que quería salir, fue incapaz de aguantarse las lágrimas. Le dio patadas a la parte delantera del contenedor y después se cayó en la esquina trasera. Sollozó lo más silenciosamente que pudo, meciéndose de adelante hacia atrás desde su posición sentada y mirando a los rayos de luz polvorienta que se derramaban a través de las aperturas.

Por ahora, era lo único que se le ocurría hacer.

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