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CAPÍTULO SIETE

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Saciados con la comida china y la plétora de información sobre las tres mujeres raptadas, Mackenzie y Ellington se marcharon del departamento de policía de Bent Creek a las 9:15. El único motel en el pueblo—un Motel 6 que parecía que no habían pintado, redecorado o contemplado dos veces desde los años 80—estaba a cinco minutos. No les sorprendió encontrar dos habitaciones libres, que reservaron para pasar la noche.

Cuando salieron de comisaría y se adentraron de nuevo en la oscuridad de la noche, Mackenzie echó una ojeada al aparcamiento. Bent Creek era un pueblo pequeño de verdad. Esto se hacía evidente en el hecho de que hubiera un pequeño bar al otro lado del aparcamiento del Motel 6. Tenía sentido, pensó Mackenzie. Era probable que cualquiera que tuviera que quedarse en un motel en Bent Creek quisiera tomar un trago.

Sin duda, ella podría tomarse algo.

Ellington le dio una palmada en la espalda y empezó a caminar en esa dirección. “Yo invito,” dijo.

A ella le estaba empezando a hacer gracia el humor negro y bastante básico que había entre ellos. Ambos sabían que había una incomodidad cambiante entre ellos, pero la habían enterrado. Para superarla, habían creado una amistad tentativa basada en sus trabajos—que insistían en que pensaran con lógica y enfocaran los asuntos con una actitud sensata. Hasta el momento, estaba funcionando bastante bien.

Ella se unió a él mientras cruzaban el aparcamiento y cuando entraron al bar—no muy originalmente nombrado Bar Bent Creek—la oscuridad de la noche fue sustituida por un crepúsculo humeante y húmedo que solamente existía en los bares de los pueblos y en los tugurios de mala muerte. Una antigua canción de Travis Tritt sonaba en una polvorienta gramola que había en un rincón mientras ellos tomaban asiento al final de la barra. Los dos pidieron cerveza y, como si esa rutina de la visita al bar hubiera sido su señal, Ellington volvió de inmediato a su postura profesional.

“Creo que merece la pena investigar esas carreteras que salen de la Ruta Estatal 14,” dijo.

“Lo mismo digo,” dijo ella. “Me parece extraño que no lo mencionaran en las abundantes notas que la policía puso en esa pizarra.”

“Quizá simplemente conozcan la geografía del lugar mejor que nosotros,” sugirió Ellington. “Por lo que sabemos, podría tratarse de simples pistas de tierra que no llevan a ninguna parte. ¿Hay alguna razón por la que no les preguntaste sobre ello cuando estabas dirigiendo la sala de conferencias?”

“Estuve a punto de hacerlo,” dijo ella. “Pero lo habían colocado todo tan bien… que no quería fastidiar a nadie. Todo este asunto de contar con un departamento de policía colaborativo que hace todo lo posible por nosotros es algo nuevo para mí. Lo haré mañana. Si fuera crucial o importante, ellos ya las hubieran investigado o al menos nos las hubieran mencionado.”

Ellington asintió y dio un buen trago a su cerveza. “Diablos, casi se me olvida,” dijo. “Lo sentí de veras cuando escuché lo de Bryers. Solo trabajé con él en unas cuantas ocasiones y no de manera muy íntima, pero parecía ser un buen hombre de verdad. Y un agente de primera, también, por lo que tengo oído.”

“Sí, era bastante increíble,” dijo Mackenzie.

“No sé si querrás saber esto o no,” dijo Ellington, “pero hubo algo de controversia sobre emparejarte con él cuando llegaste. Bryers era como un producto de lujo. Uno de los mejores. Pero cuando le dieron la idea, él se entusiasmó con ello. Creo que, en el fondo, siempre quiso ser un mentor. Y creo que consiguió hacerlo muy bien para ser su primera vez.”

“Gracias,” dijo ella. “Pero no me parece que todavía me haya probado a mí misma.”

“¿Por qué no?”

“En fin… no lo sé. Quizá me llegue cuando pueda solucionar un caso sin que McGrath acabe furioso conmigo por algún u otro detalle.”

“Solo lo hace porque espera mucho de ti. Cuando llegaste, era como si fueras un detonador en una barra de dinamita que ya han encendido.”

“¿Es por eso que me ha emparejado contigo ahora?”

“No. Creo que solo me quería en esto debido a mi conexión con la oficina de campo en Omaha. Y entre tú y yo y nadie más, quiere que triunfes en este caso. Quiere que lo saques adelante. Conmigo a bordo, no podrás recurrir a uno de esos finales en solitario típicos de ti a los que tienes tanta tendencia.”

Ella quería discutir ese punto, aunque sabía que él tenía toda la razón. En vez de ello, dio un trago a su cerveza. Desde la gramola sonaba una canción de Bryan Adams y de algún modo, se vio pidiendo una segunda cerveza.

“Así que dime,” dijo Mackenzie. “Si yo no estuviera contigo en esto, ¿cómo lo estarías manejando? ¿Con qué enfoques?”

“Los mismos que tú. Trabajar de cerca con el departamento de policía y tratar de hacer amigos. Tomando notas, diseñando teorías.”

“¿Y tienes alguna?” preguntó ella.

“Ninguna que tú no hayas explicado ya en esa sala de conferencias. Creo que tenemos algo… pensar en este tipo como en una especie de coleccionista. Un solitario vergonzoso. Creo estar bastante seguro de que no está llevándose a estas mujeres simplemente para matarlas. Creo que tienes toda la razón en todos esos puntos.”

“Lo que me tiene preocupada,” dice Mackenzie, “es pensar en todas las demás razones por las que está secuestrando y coleccionando mujeres.”

“¿Notaste que el alguacil Bateman mantuvo a esa mujer agente en la sala todo el tiempo?” preguntó Ellington.

“Claro. Roberts. Supuse que era para mantener la conversación centrada en los hechos y no en especulaciones. Especulaciones acerca de por qué estaría el sospechoso conservando a las mujeres. Hablar de violación y de abusos sexuales es algo más fácil cuando no hay una mujer presente.”

“¿Te molestan ese tipo de cosas?” preguntó Ellington.

“Lo solían hacer. Tristemente, me he vuelto casi insensible a ello. Ya no me molesta.” Esto no era del todo cierto, pero no quería que Ellington lo supiera. Lo cierto del asunto es que a menudo eran cosas como estas las que le motivaban para dar lo mejor posible de sí misma.

“Es un fastidio, ¿no es cierto?” preguntó él. “Esa parte de tu humanidad que se vuelve impasible ante cosas como esta?”

“Sí que lo es,” dijo ella. Se ocultó detrás de su cerveza durante un instante, algo sorprendida de que Ellington hubiera dado tal paso. Había sido un pequeño paso para él, pero también mostraba un grado de vulnerabilidad.

Terminó su cerveza y la deslizó hacia el extremo de la barra. Cuando se acercó el camarero, ella le hizo un gesto para que le dejara en paz. “Estoy bien,” dijo. Entonces, volviéndose hacia Ellington, dijo: “Dijiste que pagabas tú, ¿no es cierto?”

“Sí, me encargo yo. Espera un momento y te acompaño hasta tu habitación.”

La ligera emoción que sintió al oír ese comentario le resultó embarazosa. Para detenerlo del todo antes de siquiera planteárselo, sacudió la cabeza. “No es necesario,” dijo ella. “Puedo cuidar de mí misma.”

“Ya sé que puedes,” dijo él, deslizando su propio vaso hacia el extremo de la barra. “Otra para mí,” le dijo al camarero.

Mackenzie le saludó con la mano al salir. A medida que caminaba por el aparcamiento, esa pequeña y entusiasmada parte de ella no pudo evitar preguntarse cómo sería volver al motel con Ellington junto a su lado, sintiéndose empujados hacia delante por la incertidumbre que les esperaba una vez se cerraran las puertas y se bajaran las persianas.

***

Tardó menos de veinte minutos en conseguir que se disipara el pinchazo de la lujuria. Como de costumbre, utilizó el trabajo para distraerse de tales tentaciones. Abrió su ordenador portátil y se fue derecha a su email. Allí se encontró con varios mensajes que le había enviado el departamento de policía de Bent Creek en la última mitad del día—otra de las maneras en que estaban empezando a consentirle, la verdad.

Le habían enviado mapas de la zona, los informes sobre las únicas cuatro personas desaparecidas en la zona en los últimos diez años, el análisis de tráfico realizado por el estado de Iowa en 2012, y hasta una lista de todos los arrestos realizados en los últimos cinco años que estuvieran relacionados con sujetos con un historial de agresión. Mackenzie examinó todo ello, tomándose algo de tiempo extra para repasar los cuatro casos de personas desaparecidas.

Se había dado por sentado que dos de ellos se trataban de personas que se habían escapado de casa y tras leer los informes, Mackenzie estaba de acuerdo. Podrían utilizarse como modelo de adolescente angustiado que estaba harto de la vida de pueblo, y que se había ido de casa antes de lo que hubieran deseado sus padres. Una de ellas era una chica de catorce años que de hecho se había puesto en contacto con su familia hacía dos años para decirles que estaba viviendo con bastante comodidad en Los Angeles.

Sin embargo, los otros dos eran algo más difíciles de entender. Uno de los casos se refería a un chico de diez años que habían raptado del patio de juego de una iglesia. Estuvo desaparecido durante tres horas antes de que alguien sospechara que pasaba algo. Los chismorreos del pueblo apuntaban a que la abuela se lo había llevado debido a una situación familiar difícil. El drama familiar, más el género y edad de la víctima, hicieron que Mackenzie dudara de que hubiera ninguna conexión con los secuestros actuales.

El cuarto caso era más prometedor, pero todavía parecía endeble. La primera señal de alarma era que tenía que ver con un accidente de coche. En el 2009, Sam y Vicki McCauley se salieron de la carretera durante una tormenta de granizo. Cuando llegaron la policía y la ambulancia, la vida de Sam colgaba de un hilo y acabó muriendo de camino al hospital. Él les había rogado para saber cómo estaba su mujer. Por lo que podían decir, Vicki McCauley había salido despedida del vehículo, pero nunca encontraron su cuerpo.

Mackenzie repasó el informe dos veces y no pudo encontrar ninguna descripción de lo que había provocado que el coche se saliera de la carretera. Se utilizaba en varias ocasiones el término heladas en la carretera y aunque esta fuera una buena razón, Mackenzie pensó que sería buena idea profundizar un poco más. Repasó el informe varias veces y después releyó el informe sobre Delores Manning. El hecho de que hubiera un accidente de coche de algún tipo parecía ser la única conexión entre ambos casos.

Entonces cambió de táctica y trató de meter a las tres víctimas actuales en esas situaciones. Sin embargo, era casi imposible. Se daba por sentado que los dos casos sin resolver eran jóvenes que se habían escapado de cada y a pesar de que ambas eran chicas, dejaba demasiadas opciones abiertas. Además, las tres víctimas actuales fueron raptadas de sus coches. Quizá porque quedarse tirado en la carretera era un suceso bastante frecuente. Estaba muy lejos de echarle el guante a un adolescente que se había escapado de casa. Simplemente no encajaba.

Este tipo no quería adolescentes problemáticos que habían salido corriendo para darles un disgusto a papá y mamá. Va a por mujeres. Mujeres que, por una razón u otra, están en sus coches por la noche. Quizá se da cuenta de la esperanza que inspira el desconocido amable en la gente—especialmente en las mujeres.

La otra cara de esa moneda, sin embargo, era el hecho de que ella sabía que la mayoría de las mujeres asumirían lo peor de un hombre desconocido en la cuneta de una carretera. Sobre todo, cuando era de noche y sus coches se habían averiado.

Quizá le conozcan, entonces…

Eso también requería demasiada imaginación. Por la información que habían recopilado de Tammy y Rita Manning, era probable que Delores no conociera a nadie en Bent Creek.

Regresó al caso de los McCauley, principalmente porque era el único con el más mínimo asomo de similitud. Abrió su cuenta de email y pulsó en el email más reciente que le habían enviado de la comisaría de Bent Creek. Ella respondió y escribió:

Muchas gracias por la ayuda. Me preguntaba si podría conseguir unas cuantas cosas más en cuanto sea posible. Me gustaría obtener una lista de los parientes de los McCauleys que vivan en un radio de cincuenta millas, junto con sus detalles de contacto. Si tenéis el número de la agente de Delores Manning, también estaría muy bien.

Se sintió casi indolente al solicitar la información de tal manera. Pero si le estaban ofreciendo su ayuda con tanto gusto, quería utilizar al departamento de policía de Bent Creek como recurso todo lo que pudiera.

Cuando terminó con esto, Mackenzie abrió otro archivo… un archivo que se las había arreglado para dejar de lado y para que no le obsesionara durante casi tres semanas. Lo abrió, circuló a través de los documentos, y sacó una sola fotografía.

Se trataba de una tarjeta de visita con el nombre de su padre garabateado en la parte de atrás. En el otro lado, exhibido en otra foto, estaba el nombre de la empresa en negrita: Antigüedades Barker: Objetos de Colección Antiguos o Raros. Y eso era todo. Ya sabía que dicho lugar no existía—al menos por lo que ella y el FBI pudieran decir—lo que hacía todo mucho más frustrante. Echó un vistazo a la tarjeta y sintió un tirón en el corazón. Se encontraba a dos horas y media del lugar en que había muerto su padre y quizá a tres horas de donde se había hallado la tarjeta de visita en la fotografía—casi veinte años después de la muerte de su padre.

No era su caso… realmente no. McGrath le había concedido algo así como un pase de extranjis para ayudar en lo que pudiera, pero por el momento, el caso seguía estando frío. Pensó en Kirk Peterson, el detective que había descubierto las nuevas pistas que habían servido para reabrir el caso de su padre. Estuvo a punto de llamarle, pero se dio cuenta de que le habían dado las 11:45. Y, además, ¿de qué iban a hablar más que del silencio relativo a los casos actuales y reabiertos?

Aun así, tenía que llamarle. Quizá después de este caso, cuando pudiera prestarle a Peterson y al caso su atención completa. Ya iba siendo hora de que se quitara ese mono de encima.

Se preparó para irse a dormir, cepillándose los dientes y poniéndose un par de pantalones de deporte finos y una camiseta. Justo antes de que se metiera a la cama, miró su teléfono una vez más para comprobar si había llegado algún otro email tardío.

Vio que la solicitud que había hecho por email a la comisaría de Bent Creek ya había sido respondida, y que había llegado en solo diecisiete minutos después de que ella la enviara. Anotó la información en sus archivos y diseñó un horario mentalmente para el día siguiente. Finalmente se permitió apagar las luces e irse a dormir.

No le gustaba terminar el día y apagar las luces con preguntas sin responder. Era una sensación desasosegante a la que suponía que nunca se acostumbraría. Pero se había adaptado hacía mucho tiempo, encontrando la manera de dormir unas cuantas horas en condiciones al tiempo que dejaba que sus preguntas pulularan en la oscuridad de la noche, a una distancia cómodamente fuera de su alcance.

Antes De Que Se Lleve

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