Читать книгу Una Vez Enterrado - Блейк Пирс - Страница 14
CAPÍTULO OCHO
ОглавлениеEl hombre de la tienda india se limitó a mirar a Riley con ojos grises grandes. Riley miró el vagabundo y el gran reloj de arena delante de él. Le pareció difícil decidir qué era lo más sorprendente.
Rags Tucker tenía cabello gris largo y una barba que le llegaba hasta la cintura. Su ropa suelta hecha jirones complementaba el look.
Naturalmente, se preguntó...
“¿Este tipo es un sospechoso?”.
Le pareció difícil de creer. Sus extremidades eran flacas y larguiruchas, y no parecía lo suficientemente robusto como para haber llevado a cabo cualquiera de estos asesinatos. Parecía bastante inofensivo.
Riley también sospechaba que su aspecto desaliñado era una pantalla. No olía mal, al menos desde donde estaba, y su ropa se veía limpia, a pesar del desgaste.
En cuanto al reloj de arena, se parecía mucho al que ellos habían encontrado en el camino. Era más de un metro de alto, con ondas talladas en la parte superior y tres varillas hábilmente talladas que sostenían todo.
Sin embargo, no era idéntico al otro. Por un lado, la madera no era tan oscura, más bien de un color marrón rojizo. Aunque los patrones tallados eran similares, no parecían réplicas exactas de los diseños que habían visto en el primer reloj de arena.
Pero esas pequeñas variaciones no eran las diferencias más importantes entre los dos.
El mayor contraste era la arena que marcaba el paso del tiempo. En el reloj de arena que Bill había encontrado entre los árboles, toda la arena estaba en el receptáculo inferior. Pero en este reloj de arena, la mayor parte de la arena todavía estaba en el receptáculo superior.
Esta arena estaba en movimiento, vaciándose lentamente en el otro receptáculo.
Riley estaba segura de una cosa: que el asesino había querido que encontraran este reloj de arena, tan cierto como que había querido que encontraran el otro.
Tucker finalmente habló. “¿Cómo sabías que lo tenía?”, le preguntó a Riley.
Riley sacó su placa.
“Yo haré las preguntas, si no le molesta”, dijo en una voz no amenazante. “¿Cómo lo consiguió?”.
Tucker se encogió de hombros.
“Fue un regalo”, dijo.
“¿De quién?”, preguntó Riley.
“De los dioses, tal vez. Prácticamente cayó del cielo. Cuando salí esta mañana, lo vi de inmediato, allá en las mantas con mis otras cosas. Lo metí a la tienda y me volví a dormir. Entonces me volví a despertar, y he estado aquí sentado mirándolo por un tiempo”.
Se quedó mirando el reloj de arena fijamente.
“Nunca había visto al tiempo pasar”, dijo. “Es una experiencia única. Se siente como si el tiempo pasara lento y rápido al mismo tiempo. Y hay una sensación de inevitabilidad al respecto. Como dicen, no se puede volver atrás en el tiempo”.
Riley le preguntó a Tucker: “¿La arena estaba corriendo así cuando lo encontró, o usted le dio la vuelta?”.
“No le hice nada”, dijo Tucker. “¿Crees que me atrevería a cambiar el flujo del tiempo? No me meto con asuntos cósmicos como ese. No soy tan estúpido”.
“No, no es estúpido en absoluto”, pensó Riley.
Ella sentía que estaba empezando a entender a Rags Tucker mejor con cada momento que conversaban. Cultivaba con cuidado este personaje vagabundo para el entretenimiento de los visitantes. Se había convertido en una atracción local aquí en Belle Terre. Y por lo que el jefe Belt había hablado de él, Riley sabía que se ganaba una vida modesta con ello. Se había establecido como un adorno local y tenía un permiso tácito para vivir exactamente donde quería.
Rags Tucker estaba aquí para entretener y ser entretenido.
Riley se dio cuenta de que esta era una situación delicada.
Necesitaba quitarle el reloj de arena. Quería hacerlo rápido y sin alboroto.
Pero ¿estaría dispuesto a renunciar al reloj?
Aunque conocía las leyes de registro y confiscaciones perfectamente bien, no estaba del todo segura acerca de cómo aplicaban a un vagabundo que vivía en una tienda india en propiedad pública.
Preferiría lidiar con esto sin tener que obtener una orden judicial. Pero tenía que proceder con cuidado.
Ella le dijo a Tucker: “Creemos que pudo haber sido dejado aquí por la persona que cometió los dos asesinatos”.
Los ojos de Tucker se abrieron de par en par.
Luego Riley dijo: “Tenemos que llevarnos este reloj de arena. Podría ser una prueba importante”.
Tucker negó con la cabeza lentamente.
Él dijo: “Está olvidando la ley de la playa”.
“¿Cuál es esa?”, dijo Riley.
“‘El que se lo encuentra se lo queda’. Además, si esto realmente es un regalo de los dioses, no creo que deba separarme de él. No quiero violentar la voluntad del cosmos”.
Riley estudió su expresión. Se dio cuenta de que no estaba loco ni delirante, aunque a veces podría actuar como tal. Eso formaba parte del espectáculo.
No, este vagabundo en particular sabía exactamente lo que estaba haciendo y diciendo.
“Este es su negocio”, pensó Riley.
Riley abrió su cartera, sacó un billete de veinte dólares y se lo ofreció.
Ella dijo: “Tal vez esto ayudará a aclarar las cosas con el cosmos”.
Tucker esbozó una pequeña sonrisa.
“No sé”, dijo. “El universo está muy caro”.
Riley sentía que estaba entendiendo al hombre, así como también cómo seguirle el juego.
Ella dijo: “Siempre en expansión, ¿eh?”.
“Sí, desde el Big Bang”, dijo Tucker. Se frotó los dedos y agregó: “Y me enteré que está atravesando una nueva fase inflacionaria”.
Riley no pudo evitar admirar la astucia y la creatividad del hombre. Supuso que lo mejor sería cerrar un trato con él antes de que la conversación se profundizara más, hasta el punto de que no llegara a entender nada.
Sacó otro billete de veinte dólares de su cartera.
Tucker arrebató ambos billetes de veinte de su mano.
“Es suyo”, dijo. “Cuídelo mucho. Tengo la sensación de que esa cosa es muy poderosa”.
Riley se encontró pensando que tenía razón, probablemente más razón de la que creía.
Con una sonrisa, Rags Tucker agregó: “Creo que puede con eso”.
Bill se puso los guantes de nuevo y se acercó al reloj de arena para tomarlo.
Riley le dijo: “Ten cuidado, muévelo lo menos que puedas. No queremos interferir con la rapidez con la que se está moviendo”.
A lo que Bill tomó el reloj de arena, Riley le dijo a Tucker: “Gracias por su ayuda. Quizá volvamos a hacerle más preguntas. Espero esté disponible”.
Tucker se encogió de hombros y dijo: “Aquí estaré”.
A lo que se dieron la vuelta para irse, el jefe Belt le preguntó a Riley: “¿En cuánto tiempo crees que toda la arena se vacíe en la parte inferior?”.
Riley recordó que el médico forense había dicho que ambos asesinatos habían tenido lugar aproximadamente a las seis de la mañana. Riley miró su reloj. Ahora eran casi las once. Hizo unos cálculos en su mente.
Riley le dijo a Belt: “La arena se agotará aproximadamente en diecinueve horas”.
“¿Que pasará en ese entonces?”, preguntó Bill.
“Alguien morirá”, dijo Riley.