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CAPÍTULO SIETE

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Todavía estaba oscuro cuando el vuelo comercial de Riley despegó. Pero, incluso con el cambio de hora, sabía que sería de día en San Diego cuando llegara allí. Estaría en el aire durante más de cinco horas y ya se sentía bastante cansada. Tenía que estar completamente funcional mañana por la mañana para unirse a Bill y Lucy en la investigación. Tendría mucho trabajo por hacer y necesitaba estar preparada para ello.

“Mejor duermo un poco”, pensó Riley. La mujer sentada junto a ella ya parecía estar durmiendo.

Riley inclinó la silla hacia atrás y cerró los ojos. Pero, en lugar de quedarse dormida, se encontró recordando la obra de Jilly.

Sonrió al recordar como Jilly, interpretando a Perséfone, golpeó a Hades sobre la cabeza y escapó del Inframundo para vivir su vida como quisiera.

Recordar su primer encuentro con Jilly la entristecía. Ese encuentro había sucedido una noche en un estacionamiento de una parada de camiones en Phoenix. Jilly se había escapado de una vida familiar miserable con un padre abusivo y subido a la cabina de un camión estacionado. Había tenido la intención de venderle su cuerpo a un conductor.

Riley se estremeció.

¿Qué habría sido de Jilly si no se la hubiera encontrado esa noche?

Varios de sus amigos y colegas le habían dicho a Riley lo bueno que había hecho por Jilly.

¿Por qué no se sentía mejor al respecto? En su lugar, se sentía muy desesperada.

Después de todo, había un sinnúmero de Jillys en el mundo, y muy pocas de ellas eran rescatadas de sus vidas terribles.

Riley no podía ayudarlas a todas, al igual que no podía liberar al mundo de todos los asesinos despiadados.

“Todo es tan inútil”, pensó. “Todo lo que hago es inútil”.

Ella abrió los ojos y miró por la ventana. El avión había dejado las luces de DC detrás y afuera no había nada más que oscuridad impenetrable.

Mientras miraba hacia la noche negra, pensó en su reunión de ese día con Bill, Lucy y Meredith, y lo poco que sabía sobre el próximo caso. Meredith había dicho que las tres víctimas habían sido disparadas desde una larga distancia por un tirador experto.

¿Qué le decía eso sobre el asesino?

¿Que el asesinato era un deporte para él?

¿O que estaba en una especie de misión siniestra?

Una cosa parecía cierta: el asesino sabía lo que estaba haciendo, y era bueno en eso.

El caso sin duda sería un desafío.

Los párpados de Riley se estaban sintiendo pesados.

“Tal vez pueda dormir un poco”, pensó. Volvió a inclinar la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

*

Riley estaba mirando lo que parecía ser miles de Rileys, todas ellas paradas en ángulos extraños una hacia la otra, volviéndose cada vez más pequeñas y, finalmente, desapareciendo en la distancia.

Se volvió un poco y lo mismo hicieron todas las demás Rileys.

Ella levantó su brazo y las demás también lo hicieron.

Luego extendió una mano y la mano entró en contacto con una superficie de vidrio.

“Estoy en una sala de espejos”, se dio cuenta Riley.

Pero ¿cómo había llegado aquí? Y ¿cómo saldría?

Escuchó una voz llamar...

“¡Riley!”.

Era la voz de una mujer y de alguna manera era familiar para ella.

“¡Estoy aquí!”, respondió Riley. “¿Dónde estás?”.

“Yo también estoy aquí”.

De repente, Riley la vio.

Estaba parada directamente en frente de ella, en medio de la multitud de reflejos.

Era una mujer joven delgada y atractiva, con un vestido que parecía estar décadas fuera de moda.

Riley supo de inmediato quién era.

“¡Mami!”, dijo en un susurro aturdido.

Se sorprendió al escuchar que su propia voz ahora era la de una niña.

“¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó Riley.

“Solo vine a despedirme”, dijo mami con una sonrisa.

Riley se esforzó por comprender lo que sucedía.

Entonces lo recordó...

Mami fue asesinada en frente de Riley en una tienda de dulces a los seis años de edad.

Pero mami estaba aquí, viéndose exactamente igual a la última vez que Riley la había visto con vida.

“¿Adónde vas, mami?”, preguntó Riley. “¿Por qué tienes que irte?”.

Mami sonrió y tocó el cristal que las separaba.

“Estoy en paz ahora, gracias a ti. Puedo pasar a mejor vida ahora”.

Poco a poco, Riley empezó a entender.

Le había seguido la pista al asesino de su madre hace poco.

Ahora era un vagabundo patético viviendo debajo de un puente.

Riley lo había dejado allí, dándose cuenta de que su vida había sido castigo suficiente por su terrible crimen.

Riley extendió la mano y tocó el cristal que la separaba de la mano de mami.

“Pero no puedes irte, mami”, dijo. “Solo soy una niña”.

“No, no lo eres”, dijo mami, su rostro radiante y feliz. “Mírate”.

Riley miró su propio reflejo en el espejo junto a mami.

Era verdad.

Riley era una mujer adulta ahora.

Parecía extraño darse cuenta de que ahora era mucho mayor de lo que su madre había llegado a vivir.

Pero Riley también se veía cansada y triste en comparación con su madre joven.

“Nunca envejecerá”, pensó Riley.

Lo mismo no podía decirse de Riley.

Y sabía que su mundo estaba lleno de pruebas y desafíos que tendría que soportar.

¿Jamás obtendría un descanso? ¿Jamás estaría en paz con su vida?

Se encontró envidiando la alegría eternamente pacífica de su madre.

Entonces su madre se volvió y se alejó, desapareciendo en el grupo de reflejos de Riley.

De repente oyó una gran colisión y todos los espejos se hicieron añicos.

Riley estaba parada en la oscuridad, hasta los tobillos en vidrio roto.

Sacó sus pies poco a poco y luego trató de hacer su camino a través de los escombros.

“Cuidado donde pisas”, dijo otra voz familiar.

Riley se volvió y vio a un anciano robusto con un rostro desgastado.

Riley se quedó sin aliento.

“¡Papi!”, dijo.

Su padre sonrió.

“Esperabas que estuviera muerto, ¿cierto?”, dijo. “Lamento decepcionarte”.

Riley abrió la boca para contradecirlo.

Pero entonces se dio cuenta de que tenía razón. No lloró cuando se enteró de su muerte en octubre.

Y ciertamente no lo quería de vuelta en su vida.

Después de todo, no le dijo muchas palabras amables.

“¿Dónde has estado?”, preguntó Riley.

“Donde siempre he estado”, dijo su padre.

La escena comenzó a cambiar al exterior de la cabaña de su padre en el bosque.

Ahora estaba parado en la escalera de entrada.

“Quizás necesites mi ayuda en este caso”, dijo. “Parece que tu asesino es un soldado. Sé mucho de los soldados. Y sé mucho acerca de asesinar”.

Eso era cierto. Su padre había sido capitán en Vietnam. No tenía idea de cuántos hombres había matado en el cumplimiento de su deber.

Pero lo último que quería era su ayuda.

“Es hora de que te vayas”, dijo Riley.

La sonrisa de su padre se transformó en una mueca.

“Ay, pues no”, dijo. “Apenas me estoy poniendo cómodo”.

Su cara y cuerpo cambiaron de forma. En cuestión de segundos era más joven, más fuerte, de piel oscura, aún más amenazante que antes.

Ahora era Shane Hatcher.

La transformación hizo que Riley se sintiera aterrorizada.

Su padre siempre había sido una presencia cruel en su vida.

Pero estaba llegando a temer a Hatcher aún más.

Hatcher tenía algún tipo de poder manipulador sobre ella.

Podía obligarla a hacer cosas que nunca había imaginado que haría.

“Vete”, dijo Riley.

“No”, dijo Hatcher. “Tenemos un trato”.

Riley se estremeció.

“Ni me lo recuerdes”, pensó.

Hatcher la había ayudado a encontrar al asesino de su madre. A cambio, ella le permitió vivir en la vieja cabaña de su padre.

Además, sabía que se lo debía. No solo la había ayudado a resolver casos, también había hecho mucho más que eso.

Incluso había salvado la vida de su hija, junto con la de su ex esposo.

Riley abrió la boca para hablar, para protestar.

Pero las palabras no salieron.

En cambio, fue Hatcher el que habló.

“Estamos unidos en nuestras mentes, Riley Paige”.


Riley fue despertada por una fuerte sacudida.

El avión había aterrizado en el Aeropuerto Internacional de San Diego.

El sol de la mañana se elevaba más allá de la pista de aterrizaje.

El piloto habló por el intercomunicador, anunciando su llegada y disculpándose por el aterrizaje brusco.

Los otros pasajeros estaban tomando sus pertenencias y preparándose para bajarse.

A lo que Riley se levantó aturdida para bajar sus pertenencias del maletero, recordó su sueño perturbador.

Riley no era nada supersticiosa, pero igual no pudo evitar preguntarse...

¿El sueño y el aterrizaje brusco eran presagios de lo que se avecinaba?

Una Vez Acechado

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