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CAPÍTULO OCHO
ОглавлениеCuando llegaron a la estación, Missinger ya llevaba allí diez minutos. Hernández había llamado por adelantado y le había ordenado al sargento de guardia que le pusiera en la sala para familias, que estaba destinada para las víctimas de delitos y las familias de los fallecidos. Era un poco menos clínica que el resto de la comisaría, con un par de viejos sofás, algunas cortinas en las ventanas, y unas cuantas revistas de meses anteriores sobre la mesa del café.
Jessie, Hernández, y Trembley se apresuraron hasta llegar a la puerta de la sala para familias, donde había un agente muy alto montando la guardia afuera.
“¿Cómo está él?”, preguntó Hernández.
“Está bien. Desgraciadamente, exigió ver a su abogado en el segundo que entró por la puerta”.
“Genial”, espetó Hernández. “¿Cuánto tiempo lleva esperando para hacer la llamada?”.
“Ya la ha hecho, señor”, dijo el agente, moviéndose con incomodidad.
“¿Qué? ¿Quién le dejó hacer eso?”.
“Yo lo hice, señor. ¿No se supone que debía hacerlo?”.
“¿Cuánto tiempo llevas en el cuerpo, agente… Beatty?”, preguntó Hernández, mirando la placa con su nombre sobre la camisa del agente.
“Casi un mes, señor”.
“Muy bien, Beatty”, dijo Hernández, tratando obviamente de controlar su frustración. “No hay nada que hacer al respecto ahora. Pero, en el futuro, no tienes por qué darle un teléfono de inmediato a un potencial sospechoso en el segundo que te lo pida. Le puedes poner en una sala y decirle que vas a encargarte de ello. ‘Encargarte de ello’ puede llevarte unos minutos, quizá hasta una hora o dos. Es una táctica para darnos tiempo a preparar una estrategia y mantener al sospechoso desconcertado. ¿Puedes intentar recordar eso en el futuro?”.
“Sí, señor”, dijo Beatty tímidamente.
“De acuerdo. Por ahora, llévalo a una sala abierta de interrogatorios. Seguramente no tenemos mucho tiempo antes de que llegue aquí su abogado, pero me gustaría utilizar lo que tenemos para al menos conocer un poco al tipo. Y Beatty, cuando le traslades, no respondas a ninguna de sus preguntas. Simplemente ponle en la sala y lárgate, ¿entendido?”.
“Sí, señor”.
Mientras Beatty iba a la sala para familias para recoger a Missinger, Hernández llevó a Jessie y Trembley a la sala de descanso.
“Vamos a darle un minuto para que se acomode”, dijo Hernández. “Vamos a entrar Trembley y yo. Jessie, deberías observar desde detrás del espejo. Es demasiado tarde para hacerle preguntas de peso, pero podemos intentar establecer algún tipo de conexión con él. No tiene que decirnos nada, pero nosotros podemos decir mucho. Y eso puede surtir un efecto en él. Necesitamos que se sienta lo más inseguro posible antes de que llegue su abogado y empiece a hacerle sentir cómodo. Necesitamos meter esas dudas persistentes en su cabeza, para que se pregunte si somos mejores aliados que el abogado de su firma de lujo. No tenemos mucho tiempo para hacerlo, así que vamos a entrar”.
Jessie se fue a la sala de observación y tomó asiento. Era su primera oportunidad de echarle un vistazo a Michael Missinger, que estaba de pie en una postura algo incómoda en una esquina. Si acaso, era todavía más atractivo de lo que lo había sido su mujer. Hasta a las 3 de la madrugada, vestido con vaqueros y una sudadera que debía haberse puesto en el último minuto, parecía que acabara de salir de una sesión de fotos.
Su cabello corto, aclarado por el sol, estaba lo bastante desgreñado como para no resultar pretencioso, pero no tanto como para parecer desaliñado. Tenía la piel bronceada a trozos, pero blanca en otros, el síntoma de un surfista habitual.
Era alto y delgado, con el aspecto de alguien que no tenía que esforzarse mucho para ser así. El enrojecimiento y la hinchazón de sus ojos azules—seguramente debidos al llanto—no los hacía menos hermosos. Jessie debía admitir, en contra de su mejor juicio, que, si se le hubiera acercado este tipo en el bar anoche, no hubiera sido tan arrogante con él. Hasta su movimiento nervioso de un pie al otro resultaba extremadamente cautivador.
Tras unos cuantos segundos, entraron Hernández y Trembley. Ellos parecían menos impresionados.
“Tome asiento, señor Missinger”, dijo Hernández, en un tono que hizo que la instrucción sonara hasta cálida. “Ya sabemos que ha pedido que venga su abogado, y está bien. Por lo que tengo entendido, ya está de camino. Entretanto, queríamos informarle sobre dónde estamos con nuestra investigación. Deje que empiece ofreciéndole mi pésame por su pérdida”.
“Gracias”, dijo Missinger con una voz ligeramente cascada que Jessie no supo decidir si era permanente o el resultado de los sustos de la noche.
“Todavía no sabemos si se cometió algún delito”, continuó Hernández, sentándose delante de él. “Pero creo tener entendido que le dijo a uno de nuestros agentes que Victoria era extremadamente experta a la hora de regular su enfermedad y que no puede recordar ningún incidente de este tipo en el pasado”.
“Yo…”, comenzó Missinger.
“No tiene por qué responder, señor Missinger”, le interrumpió Hernández. “No quiero que me acusen de violar sus derechos Miranda, que entiendo le han sido leídos, ¿correcto?”.
“Sí”.
“Por supuesto, todo eso es lo habitual. Y aunque lo cierto es que no le consideramos un sospechoso, está en todo su derecho de solicitar un abogado. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, estamos tratando de movernos lo más rápido posible para llegar al fondo de este asunto. Es algo urgente, así que cuantos más detalles podamos confirmar, como el que ha contado sobre la experiencia de Victoria con la automedicación, menos posibilidades tenemos de seguir pistas vacías. ¿Tiene sentido eso?”.
Missinger asintió. Trembley se quedó de pie en silencio a un lado, como si no estuviera seguro de si debía intervenir o cuándo hacerlo.
“Entonces”, continuó Hernández, “también sencillamente como confirmación, dijo que su asistenta, Marisol, está de vacaciones esta semana en Palm Springs. Le dio su número de celular a un agente y creo que estamos intentando ponernos en contacto con ella. A propósito, sin responder formalmente, si le parece que estoy diciendo algo inexacto, quizá podía hacérmelo saber. No hay necesidad de responder a ninguna pregunta, por supuesto. Solo póngame en la dirección correcta si me desvío del camino. ¿Le parece justo?”.
“Sí”, acordó Missinger.
“Estupendo. Estamos haciendo progresos. Sabemos que intentó contactar con Victoria varias veces en el transcurso de la tarde y que ella no le respondió. Por lo que tengo entendido fue ayer a última hora de la tarde, cuando vino a casa para recogerla para una cena que habían reservado y encontró allí su coche pero no a ella, cuando se preocupó lo suficiente como para llamar a la policía. Si me estoy equivocando con algo de esto, simplemente toque la mesa con su dedo o algo así para hacérmelo saber”.
Hernández continuó repasando el resto de los hechos, pero Jessie solo estaba escuchando a medias. Había percibido algo durante el último intercambio y se preguntaba si lo que había visto era real o imaginario. Justo en el momento que Hernández había dicho “en el transcurso de la tarde,” Michael Missinger había temblado ligeramente, casi como un reflejo. No cuando Hernández había dicho “intentó contactar con ella”. Ni cuando dijo “ella no le contestó”. Solamente al oír las palabras “en el transcurso de la tarde”.