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CAPÍTULO OCHO

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Avery se estacionó en frente al apartamento del novio justo cuando Ramírez se estaba bajando de su propio auto delante de ella. Le sonrió, una sonrisa diferente a la que estaba acostumbrada. Aunque no quería admitirlo, estaban compenetrándose de una forma que era mucho más profunda que una simple asociación laboral.

“¿Cómo te fue en la universidad?”, preguntó Avery a lo que se encontraron en las escaleras.

“Fue sofocante. Una protesta estúpida. ¿Qué tenemos aquí?”.

“Novio con un pasado agresivo. Antecedentes penales de abuso. Recibí una llamada en el camino. Me dijeron que se portó mal con la policías que le dieron la noticia”.

“Entonces esto será divertido”, dijo Ramírez.

Avery asintió cuando empezaron a subir las escaleras. Tocó el timbre y escuchó pasos pesados acercándose a la puerta. En cuestión de segundos, un hombre corpulento abrió la puerta. Era grueso, pero era evidente por sus grandes músculos que iba al gimnasio. Tenía varios tatuajes en ambos brazos, uno de los cuales era de una mujer desnuda montando un cráneo.

“¿Sí?”, dijo, sonando más irritado que triste.

“¿Usted es Adam Wentz?”, preguntó Avery.

“¿Quién lo pregunta?”.

Avery le mostró su placa y dijo: “Soy la detective Black y este es el detective Ramírez. Queremos hacerle unas preguntas sobre Keisha”.

“Ya hablé de ella demasiado hoy”, dijo Adam Wentz. “Que dos policías lleguen a tu casa temprano en la mañana para decirte que una mujer con la que estabas saliendo está muerta es una forma terrible de comenzar el día. Así que no hablaré más de eso hoy”.

“Perdóneme por decir esto”, dijo Avery, “pero yo esperaría que un hombre que acababa de perder a su novia de una manera tan trágica querría ayudar en todo lo que pudiera mientras la policía trata de llegar al fondo de todo”.

“No importa lo que descubran. Nada de eso la traerá de vuelta”, dijo Adam.

“Sí, eso es cierto”, dijo Avery. “Sin embargo, cualquier información que pueda darnos podría ayudar a encontrar al hombre que lo hizo”.

Adam puso los ojos en blanco. “¿Así que se supone que debo invitarlos a pasar y llorar en el sofá por lo mucho que la extraño y lo mucho que quiero que lleven al asesino ante la justicia?

“¿Sería tan terrible?”, preguntó Ramírez.

Con eso, Adam salió de la puerta, la cerró detrás de él y se detuvo en la escalera de entrada. Era evidente que no los invitaría a pasar.

“Realmente no estoy de humor para esto”, dijo Adam. “Que sea rápido. ¿Qué quieren?”.

Avery se tomó un momento para tratar de analizar el porqué de su actitud hostil. ¿Era una forma extraña de expresar su dolor? ¿Estaba escondiendo algo? Era demasiado pronto como para saberlo con seguridad.

“O bien sabe algo o la noticia le cayó peor de lo que esperaba”, pensó. “Tenemos que tener cuidado con las preguntas que hagamos”.

“Ahora solo estamos tratando de reducir nuestras opciones y averiguar una línea de tiempo”.

Adam cruzó los brazos y dijo a regañadientes: “Está bien”.

“¿Puede decirnos dónde estuvo en el transcurso de los últimos dos días?”, preguntó Avery.

“Fui a trabajar ayer y el día anterior. Entré a las ocho y salí a las cinco y media en ambas ocasiones. Volví a casa, me comí un sándwich y me tomé unas cuantas cervezas para la cena. Una vida muy emocionante la mía”.

“¿Vio a Keisha esos días?”, preguntó Avery.

“Sí. Vino a las siete anteanoche. Vimos televisión y tuvimos sexo en el sofá”.

Avery sintió ira estallando dentro de ella por el hecho de que un hombre como Adam Wentz podía hablar de su novia recién fallecida de una manera tan casual. Detrás de ella, sintió a Ramírez acercándose un paso. Sabía que a él tampoco le agradaba el humor de Adam.

“¿Se quedó a dormir?”, preguntó Avery.

“No. Lleva mucho tiempo sin quedarse a dormir. Dice que eso la hace llegar tarde al trabajo”.

“¿Eso no tiene nada que ver con sus antecedentes de abuso contra las mujeres?”, preguntó Ramírez.

Avery se encogió; no le gustaba que Ramírez había llevado la conversación en esa dirección. Adam lo miró a los ojos y frunció el ceño.

“No”, dijo Adam. “Es porque su apartamento queda unos veinte minutos más cerca de su trabajo, pendejo”.

Ramírez se acercó más, ahora parado junto a Avery y a un metro de Adam.

Una Razón para Esconderse

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