Читать книгу Antes De Que Anhele - Блейк Пирс - Страница 12
CAPÍTULO SEIS
ОглавлениеResultó que Quinn Tuck les fue de lo más útil. Parecía que él quisiera llegar al fondo de lo que había pasado tanto como el que más. Por esa razón, cuando Mackenzie y Ellington llegaron a la comisaría, ya les había proporcionado el enlace para que accedieran todos sus archivos digitales del sistema de seguridad del complejo de almacenamiento.
Decidieron empezar con las cintas de seguridad en vez de con el cadáver de Claire Locke. Eso les daba la oportunidad de sentarse y orientarse un poco mejor. Casi había llegado el crepúsculo y la lluvia continuaba cayendo. Cuando Rising les preparó un monitor, Mackenzie repasó el día y le costó creer que había estado en un pintoresco jardín pensando en su boda hacía menos de nueve horas.
“Aquí están los sellos temporales relevantes”, dijo Rising, pasándole a Mackenzie un trozo de papel de su bloc de notas. “No hay muchos”. Tocó con el dedo una entrada en concreto, escrita con una caligrafía inclinada. “Esta es la única vez que vemos a Claire Locke en el complejo. Sacamos la información de su vehículo y obtuvimos su número de matrícula, así que sabemos que se trata de ella. Y esta”, dijo, tocando otra entrada, “es de cuando se marchó. Y estas son las únicas veces que ella aparece en las cintas”.
“Gracias, Rising”, dijo Ellington. “Esto resulta de gran ayuda”.
Rising le hizo un leve gesto de reconocimiento antes de salir de nuevo del diminuto despacho de sobra que les habían dado a los agentes. La monótona tarea llevó un rato, pero como Rising había indicado, la policía local ya había hecho parte de su trabajo por ellos, con lo que pudieron ver las cintas deprisa, al saltarse los periodos en que no había nadie en la pantalla. Cuando el coche que se decía pertenecía a Claire Locke aparecía en pantalla, Mackenzie amplió la imagen, pero fue incapaz de ver al conductor. Esperó, vigilando la entrada sin ornamentos del complejo durante veintidós minutos a toda velocidad antes de que mostrara el coche de Locke saliendo de allí. Durante el tiempo que ella había estado allí, nadie más había llegado y ningún coche había salido.
“Sabes qué”, dijo Mackenzie, “es totalmente posible que no le atacaran en la consigna de almacenamiento”.
“¿Crees que le mataron en otra parte y le trajeron a este sitio?”.
“Quizá no matarla en otra parte, pero probablemente secuestrarla. Creo que ver el cadáver nos ayudará a determinarlo. Si muestra señales de inanición o deshidratación, eso básicamente nos dice que se deshicieron allí de ella”.
“Pero según el informe, el cerrojo estaba trancado desde afuera”.
“Entonces quizá alguien más tenga la llave”, sugirió Mackenzie.
“Probablemente alguno de los ocupantes de los demás coches durante esos días y más días de cintas”.
“Lo más seguro”.
“¿Quieres quedarte aquí y seguir dándole a esto mientras yo voy a comprobar el cadáver?”, preguntó Ellington. “¿O al revés?”.
Mackenzie se imaginó a esta pobre mujer, sola en la oscuridad e inhabilitada hasta para pedir ayuda a gritos. La visualizó dando tumbos en la oscuridad tratando de encontrar la manera de al menos intentar abrir esa puerta.
“Creo que me gustaría ir a ver el cadáver. ¿Estás bien aquí?”.
“Oh claro que sí. Esta es una peli de las buenas. Nada de anuncios ni cosas así”.
“Genial”, dijo ella. “Te veo en un rato”.
Mackenzie se inclinó para darle un beso en la comisura del labio antes de salir. Lo hizo con naturalidad y sin pensarlo demasiado, a pesar de que no era de lo más profesional. Servía como recordatorio de las razones por las que no podrían trabajar juntos de esta manera una vez estuvieran casados.
Mackenzie salió de la diminuta oficina en busca de la morgue mientras que Ellington siguió mirando como pasaba el tiempo a toda velocidad en la pantalla.
***
La cuestión sobre si Claire Locke había experimentado inanición o deshidratación en algún grado durante el tiempo que pasó en la consigna fue respondida en el momento que Mackenzie la vio. Aunque Mackenzie no fuera una experta en la materia, las mejillas de la joven tenían un aspecto hueco. Puede que también hubiera algo similar en el estómago, pero no ere evidente debido a la incisión que había hecho el forense.
La mujer que le recibió en la morgue era una señora enorme y extrañamente agradable llamada Amanda Dumas. Saludó cálidamente a Mackenzie y se apoyó sobre una mesa de acero que estaba decorada con las herramientas de su gremio.
“En base a tu examen”, dijo Mackenzie, “¿dirías que la víctima experimentó hambre o deshidratación graves antes de morir?”
“Sí, aunque no sé hasta qué punto, exactamente”, dijo Amanda. “Hay muy poco ácido graso en su estómago, prácticamente nada. Eso, además de algunos signos de deterioro muscular, indican que experimentó al menos los primeros pinchazos de la inanición. Hay cosas que también indican deshidratación, aunque no puedo estar segura de que ninguna de ellas fuera lo que le mató”.
“¿Crees que se desangró antes?”.
“Así es, y con toda franqueza, eso hubiera sido una bendición para ella”.
“En base a lo que has visto con el cadáver, ¿crees que estaba viva cuando la dejaron en la consigna de almacenamiento?”.
“Oh, sin lugar a dudas. Y también diría que fue en contra de su voluntad”. Amanda dio un paso al frente y señaló las laceraciones en la mano derecha de Locke. “Parece que opuso algo de resistencia y que, en algún momento, hizo todo lo que pudo por escaparse”.
Mackenzie vio los cortes y notó que uno de ellos parecía bastante magullado. Podría haber llegado allí por obra del pasador con ranura sobre el que se deslizaba la puerta de la consigna. También vio la uña que se le había roto.
“También hay moratones en la parte de la nuca”, dijo Amanda. Utilizó un peine para retirar el cabello de Claire a un lado. Lo hizo con un respeto y consideración que rezumaban amor. Cuando hizo esto, Mackenzie pudo ver un morado intenso en la base superior de su cuello, donde se le unía el cráneo.
“¿Algún indicio de que estuviera drogada?”, preguntó Mackenzie.
“Ninguno. Todavía queda otro análisis químico que tengo que recibir, pero en base a todo lo demás que he visto, no espero nada de él”.
Mackenzie supuso que el moratón que tenía en la nuca junto con la mordaza que habían encontrado sobre su boca fueron más que razón suficiente para que Claire Locke no montara ningún lío o alarma cuando le llevaron a su consigna de almacén. Pensó de nuevo en las cintas de video, segura de que el conductor de uno de esos coches era el responsable de su asesinato, y de la muerte de la otra persona que habían encontrado la semana anterior, según los informes.
Mackenzie volvió a mirar el cadáver con el ceño fruncido. Sentir cierto remordimiento por alguien a quien habían asesinado era una reacción natural, pero Mackenzie estaba sintiendo un grado más intenso de tristeza con Claire Locke. Quizá fuera porque podía imaginarla completamente sola en esa consigna de almacén, incapaz de moverse apropiadamente o de pedir ayuda.
“Gracias por la información”, dijo Mackenzie. “Mi compañero y yo vamos a estar en la ciudad unos días. Dinos si aparece cualquier cosa en ese informe químico”.
Salió de la morgue y regresó al piso principal. De camino a la diminuta oficina desde la que estaban trabajando Ellington y ella, de detuvo en el mostrador de comunicaciones y pidió una copia del archivo actual sobre Claire Locke. Lo tenía en la mano dos minutos después y se los llevó a la oficina.
Se encontró a Ellington mirando fijamente al monitor, reclinado en su butaca.
“¿Encontraste algo?”, le preguntó ella.
“Nada concreto. He visto otros siete vehículos entrar y salir. Uno se quedó unas seis horas antes de salir. Quiero comprobar con el departamento de policía para ver con quiénes de estas personas ya han hablado. Para que Claire Locke acabara en esa consigna, alguien que aparece en estas cintas ha tenido que llevarla hasta allí”.
Mackenzie asintió para mostrar su acuerdo y empezó a examinar el archivo. Locke no tenía antecedentes criminales en absoluto y no es que los detalles personales ofrecieran gran cosa. Tenía veinticinco años, graduada de la UCLA hace dos años, y había estado trabajando como artista digital con una empresa de marketing local. Padres divorciados, su padre vive en Hawái y su madre en alguna parte de Canadá. No tiene marido, ni hijos, pero había una anotación al final de los detalles personales que afirmaba que habían informado a su novio de su muerte. Le habían llamado el día anterior a las tres de la tarde.
“¿Cuánto tiempo te queda con eso?”, le preguntó.
Ellington se encogió de hombros. “Otros tres días más, por lo visto”.
“¿Estás bien aquí mientras yo me voy a hablar con el novio de Claire Locke?”.
“Supongo”, dijo con un suspiro jocoso. “Llega la vida de casados, será mejor que te acostumbres a verme sentado delante de una pantalla todo el tiempo, sobre todo en temporada de fútbol”.
“Está bien”, dijo ella. “Siempre y cuando no tengas problema con que yo salga por ahí y haga mis cosas mientras tú lo haces”.
Y, para demostrale lo que quería decir, volvió a salir por la puerta. Le gritó mientras se iba corriendo: “Dame unas cuantas horas”.
“Sin duda, pero no esperes tener la cena preparada cuando regreses”.
El humor que compartían le hacía increíblemente feliz de que McGrath les hubiera permitido trabajar juntos en este caso. Entre la lluvia y las nubes que había afuera y la peculiar tristeza que sentía hacia Claire Locke, no sabía si hubiera sido capaz de manejar este caso adecuadamente por su cuenta. Sin embargo, con Ellington a su lado, sentía como si llevara un trozo de su hogar con ella, un lugar al que regresar si el caso se ponía demasiado abrumador.
Volvió a salir afuera. Había caído la noche y a pesar de que la lluvia había vuelto a estabilizarse en forma de leve sirimiri, Mackenzie no pudo evitar pensar que se trataba de una especie de señal de mal agüero.