Читать книгу Casi Perdida - Блейк Пирс - Страница 11
CAPÍTULO OCHO
ОглавлениеLa mañana siguiente fue un caos organizado mientras Cassie intentaba ayudar a los niños a vestirse para la escuela. Faltaban artículos del uniforme escolar, los zapatos estaban embarrados y las medias no tenían sus pares. Se encontró corriendo de la cocina a los dormitorios, haciendo malabares con el desayuno y todo lo demás.
Los niños se engulleron el té y las tostadas con mermelada antes de reanudar la búsqueda de los artículos escolares, que parecían haberse desplazado a un universo alternativo durante el fin de semana.
–¡Perdí mi insignia! —Anunció Madison mientras se ponía su blazer.
–¿Qué apariencia tiene? —Le preguntó Cassie, sintiendo que se le caía el alma al suelo.
Había pensado que finalmente estaban prontos.
–Es un círculo de color verde brillante. No puedo ir a la escuela sin él. Yo fui la capitana de la clase la semana pasada, y hoy otro compañero debe recibir la insignia.
En pleno pánico, Cassie apoyó los codos y las rodillas en el suelo y buscó por toda la habitación. Finalmente, encontró la insignia en el piso del armario.
Luego de haber evitado esa crisis, Dylan gritó que su estuche escolar había desaparecido. Cassie lo encontró justo después de que los niños se fueran, detrás de la jaula del conejo, y se apresuró calle abajo hasta la parada de autobús en donde ellos estaban esperando.
Cuando subieron al autobús, sanos y salvos, Cassie respiró hondo y los pensamientos felices de la noche anterior volvieron a surgir.
Mientras ordenaba la casa, reproducía el intercambio entre ella y Ryan en su mente.
Él la había estado coqueteando, estaba segura de eso.
La forma en que la había tocado, cómo la había tomado de la mano y le había preguntado si tenía novio. Esa pregunta de por sí era bastante inocente, pero eran las otras cosas que había dicho.
“Hubiese estado mal de mi parte si no me aseguraba”.
Eso indicaba que lo preguntaba por una razón. Asegurarse.
Y ese beso. Cerró los ojos mientras lo recordaba, sintiendo que el calor florecía en su interior. Había sido tan inesperado, tan perfecto.
Le había parecido amistoso, pero como si él, con ese beso, hubiese querido decir algo más. Era imposible de describir. Se sintió llena de incertidumbre, pero de forma positiva.
La mañana transcurrió muy rápido y como Ryan había dicho que llegaría tarde a casa, decidió comenzar con la cena. Contaba con una selección de vajilla muy limitada, pero había una repisa llena de libros de cocina.
Cassie eligió el que tenía cenas familiares. Asumió que el libro era de Ryan, pero se sorprendió al encontrar un mensaje en manuscrita en la primera página: “Feliz cumpleaños Trish”.
Así que este libro era de Trish. Se lo debería de haber regalado una amiga, quizás una que no supiera que Ryan era el que cocinaba la mayoría de las veces. De cualquier modo, ella no se lo había llevado.
Un golpe fuerte en la puerta interrumpió los pensamientos de Cassie.
Se apresuró a responder.
Un hombre con traje de cuero estaba parado afuera. Detrás de él había una enorme motocicleta estacionada en la acera.
En cuanto Cassie abrió la puerta él avanzó, estaba prácticamente adentro e invadiendo su espacio. Era alto, de hombros anchos, pelo oscuro y puntiagudo y tenía bigotes. Percibió un poco de agresividad por la forma en que había entrado y en su expresión cuando la observaba.
Ella dio un paso atrás, alterada por su presencia invasiva. Deseó haberle puesto la cadena a la puerta antes de abrirla, pero no lo había creído necesario en este pueblo pequeño y tranquilo.
–¿Es la residencia Ellis? —preguntó el hombre.
–Sí —dijo Cassie, preguntándose de qué se trataba todo esto.
–¿Se encuentra el señor Ryan Ellis?
–No, está trabajando. ¿En qué lo puedo ayudar?
Cassie estaba aterrorizada por dentro. Para su propia seguridad, tendría que haberle dicho que Ryan había ido a la casa de al lado por un momento. No sabía quién era este hombre. Era prepotente y arrogante, y esa no era la forma en que un repartidor interactuaba con un cliente.
–¿Y tú eres…?
El hombre sonrió levemente, apoyando una mano en el marco de la puerta.
–Soy la niñera —dijo Cassie en tono defensivo, y recordó demasiado tarde que debería haber dicho que era una amiga de la familia.
–Ah, ¿así que él te contrató? Te está pagando, ¿eh? ¿De dónde eres? ¿De Estados Unidos?
Cassie quedó sin aliento. No esperaba esto, e inmediatamente pensó en la mesera deportada de la que había hablado ayer la encargada del salón de té.
No le respondió. En cambio, repitió:
–¿En qué lo puedo ayudar?
Esperó que él no percibiera lo asustada que estaba.
–Tengo una entrega especial para el señor Ryan Ellis.
El hombre le entregó un sobre grande de manila, con el nombre y la dirección de Ryan en manuscrita.
Lo puso en la mesa del vestíbulo y él le extendió una tablilla.
–Firma aquí. Escribe tu nombre completo, hora de entrega y tu número de teléfono.
Así que esto era solo una entrega, después de todo. Cassie sintió alivio, pero no se iba a tranquilizar hasta que este hombre extraño se fuera.
–Y tu pasaporte, por favor.
–¿Mi qué?
Lo observó con horror.
–Tengo que tomarle una foto. Si no te molesta.
Su tono de voz le decía que a él no le importaba si a ella le molestaba. Se recostó contra la puerta y miró su reloj.
Cassie se sintió completamente aturdida. ¿De qué se trataba todo esto? Se temía que fuera algún tipo de medida drástica contra trabajadores ilegales.
No le podía decir que se fuera, aunque eso quería. ¿Era legal que fotografiara su pasaporte, o una violación de sus derechos? Parecía un intento de intimidación, pero no podía pensar en una salida sin meterse en un problema aún más grande.
–¿Puede esperar afuera mientras lo voy a buscar? —le preguntó.
Se tomó su tiempo para moverse hacia el porche. Permaneció de pie, observando con los brazos cruzados y media sonrisa en su rostro redondo y pálido.
Ella cerró la puerta de entrada, deseando no tener que volver a abrirla, y se apresuró hacia su dormitorio a buscar su pasaporte con la incriminatoria visa de visitante.
Luego volvió, abrió la puerta y se lo entregó.
En el ínterin él había encendido un cigarrillo. Lo colocó entre sus labios, sacó su teléfono y hojeó las páginas del documento.
Escuchó el clic repetitivo de la cámara del teléfono. Parecía que estaba fotografiando más de una página.