Читать книгу Casi Perdida - Блейк Пирс - Страница 9
CAPÍTULO SEIS
ОглавлениеMientras Cassie estaba paralizada por la sorpresa y sin saber cómo manejar el robo de Dylan, se dio cuenta de que Madison ya se había decidido.
–No voy a comer un dulce robado —anunció la niña—. Te lo devuelvo.
Le extendió el bastón a Dylan.
–¿Por qué me lo devuelves? Lo tomé para ti porque querías un bastón y en la primera tienda no había, y luego Cassie fue muy tacaña y no te quiso comprar uno.
Dylan hablaba en tono ofendido, como si esperara que le agradecieran por salvarlas de un apuro.
–Sí, pero no quiero uno robado.
Madison se lo devolvió y se cruzó de brazos.
–Si no lo quieres, no te lo volveré a ofrecer.
–Dije que no.
Con el mentón hacia afuera, Madison se alejó.
–Estás conmigo o estás en mi contra. Tú sabes lo que siempre dice mamá —le gritó Dylan.
Cassie sintió preocupación ante la mención de la madre y detectó más que un indicio de amenaza en su tono de voz.
–Bueno, ya es suficiente.
Se apresuró unos pasos y tomó a Madison del brazo, volviendo hacia atrás para que todos estuviesen enfrentados en la acera empedrada. La situación se estaba saliendo de control, los niños estaban empezando a pelearse y ni siquiera había abordado el asunto del robo. No importaba que estuvieran traumatizados, o que estuviesen reprimiendo emociones, se trataba de un delito.
Estaba aún más horrorizada de que esa tienda pertenecía a una amistad de la familia. ¡La dueña incluso les había ofrecido llevarlos al pueblo! No se debe robar a alguien que ofrece llevarte. Bueno, no se debe robar a nadie, pero menos a una mujer que se había ofrecido a ayudar generosamente esa misma mañana.
–Vayamos a sentarnos.
Había un salón de té a su izquierda que parecía lleno, pero vio que una pareja se levantaba de una mesa cerrada y se apresuró con los niños a la puerta.
Un minuto después, estaban sentados en el cálido interior con un delicioso aroma a café y a pasteles crujientes y mantecosos.
Cassie miró el menú sintiéndose inútil, porque cada segundo que pasaba les demostraba a los niños que no sabía cómo manejar la situación.
En el mejor de los casos, supuso que tendría que obligar a Dylan a volver y pagar lo que había tomado, pero ¿qué pasaba si se negaba? Tampoco tenía claro cuáles eran las sanciones por hurto aquí en el Reino Unido. Podía terminar en problemas si las políticas de la tienda establecían que la vendedora tenía que informar a la policía.
Luego, Cassie pensó en la cronología de los hechos y se dio cuenta de que podía haber otro punto de vista.
Recordó que Madison había mencionado que habían asado castañas con su madre justo antes de que Dylan robara los dulces. Quizás ese niño callado había escuchado a su hermana y eso le había recordado el trauma por el que la familia había pasado.
Podría haber expresado sus emociones reprimidas con respecto al divorcio al hacer algo prohibido de forma intencionada. Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía.
En cuyo caso, sería mejor manejarlo de manera más delicada.
Observó rápidamente a Dylan, que hojeaba el menú y parecía totalmente despreocupado.
Madison también parecía haber superado su arrebato de furia. Parecía satisfecha con el modo en que el asunto había sido manejado, luego de rechazar el dulce robado y decirle a Dylan lo que pensaba. Ahora estaba concentrada leyendo las descripciones de la amplia variedad de batidos.
–Bueno —dijo Cassie—, Dylan, entrégame todos los dulces que robaste. Vacía tus bolsillos.
Dylan hurgó en su chaqueta y sacó cuatro bastones y un paquete de delicias turcas.
Cassie observó el pequeño montón.
No se había robado mucho. Este no era un robo a gran escala. El problema era que él los había robado y que no pensaba que fuese algo malo.
–Voy a confiscar esos dulces porque no está bien tomar algo sin pagar. La vendedora puede estar en problemas si el dinero de la caja no coincide con las existencias. Y tú podrías haber terminado con un problema mayor. Todas esas tiendas tienen cámaras.
–Está bien —dijo él con aburrimiento.
–Voy a tener que contárselo a tu padre, y veremos qué decide hacer él. Por favor, no vuelvas a hacer esto, no importa si estás intentando ayudar, o si crees que el mundo es injusto contigo, o si estás triste por problemas familiares. Eso podría tener serias consecuencias. ¿Entiendes?
Tomó los dulces y los guardó en su bolso.
Observó a los niños y vio que Madison, que no necesitaba la advertencia, parecía bastante más preocupada que Dylan. Él la miraba de una forma que solo podía interpretar como desconcierto. Apenas asintió, y ella supuso que eso era todo lo que iba a conseguir.
Había hecho lo que había podido. Todo lo que podía hacer ahora era informarle a Ryan y dejar que él prosiguiera.
–¿Estás pensando en un batido, Madison? —Le preguntó.
–El chocolate no falla —le aconsejó Dylan, y así de golpe la tensión se disipó y volvieron a la normalidad.
Cassie sentía un alivio desmesurado por haber podido manejar la situación. Se dio cuenta de que le temblaban las manos, y las escondió debajo de la mesa para que los niños no lo notaran.
Siempre había evitado las peleas, porque le traía recuerdos de las veces en las que había sido una participante involuntaria e inútil. Recordaba escenas fragmentadas de rugidos y gritos de rabia pura. Cuando había platos rotos, se escondía debajo de la mesa del comedor y sentía que los fragmentos le lastimaban las manos y el rostro.
En cualquier pelea, si tenía la oportunidad, terminaba haciendo lo equivalente a esconderse.
Ahora estaba contenta por haber logrado reafirmar su autoridad con tranquilidad, pero también con firmeza, y por que el día no hubiese resultado un desastre.
La encargada del salón de té se apresuró a tomar sus pedidos y Cassie cayó en la cuenta de lo pequeño que era el pueblo, porque ella también conocía a la familia.
–Hola Dylan y Madison. ¿Cómo están sus padres?
Cassie se avergonzó al darse cuenta de que obviamente la encargada no sabía las últimas novedades, y ella no había hablado con Ryan acerca de lo que debía decir. Mientras ella titubeaba buscando las palabras correctas, Dylan habló.
–Están bien, gracias Martha.
Cassie se sintió agradecida por la breve respuesta de Dylan, aunque la sorprendió la normalidad con que lo había dicho. Había pensado que él y Madison estarían tristes por la mención de sus padres. Quizás Ryan les había dicho que no lo dijeran si la gente no lo sabía. Decidió que probablemente esa era la razón, ya que la mujer parecía tener prisa y la pregunta había sido una mera formalidad.
–Hola, Martha. Soy Cassie Vale —dijo ella.
–Tienes acento estadounidense. ¿Trabajas para los Ellis?
Cassie volvió a avergonzarse por la mención en plural.
–Solo doy una mano —dijo, recordando que a pesar del acuerdo informal con Ryan, tenía que ser precavida.
–Es tan difícil encontrar la ayuda adecuada. En este momento estamos con escasez de personal. Ayer deportaron a una de nuestras meseras por no tener la documentación necesaria.
Echó un vistazo a Cassie, quien bajó la mirada rápidamente. ¿Qué había querido decir la mujer? ¿Sospechaba por el acento de Cassie que ella no tenía una visa de trabajo?
¿Era una pista de que las autoridades de la zona estaban tomando medidas drásticas?
Ella y los niños ordenaron rápidamente y, para alivio de Cassie, la encargada se alejó apresuradamente.
Un momento después, una mesera con apariencia estresada y evidentemente lugareña les trajo pasteles y papas fritas.
Cassie no quería entretenerse con la comida y arriesgarse a otra charla mientras el restaurante se estaba vaciando. En cuanto terminaron, se dirigió al mostrador y pagó.
Dejaron el salón de té y caminaron por el mismo camino que habían venido. Se detuvieron en una tienda de mascotas en donde compró comida para los peces de Dylan, quien le dijo que se llamaban Orange y Lemon, y una bolsa con lecho para su conejo, Benjamin Bunny.
Cuando se dirigían hacia la parada de autobús, Cassie escuchó música y vio que un grupo de gente se había reunido en la plaza empedrada del pueblo.
–¿Qué crees que van a hacer?
Madison notó la actividad al mismo tiempo en que Cassie se volteó a mirar.
–¿Podemos echar un vistazo, Cassie? —le preguntó Dylan.
Cruzaron la calle para descubrir que había un espectáculo emergente en curso.
En la esquina norte de la plaza había una banda con tres músicos tocando en vivo. En la esquina opuesta, un artista hacía animales con globos. Ya se había formado una fila de padres con niños pequeños.
En el centro, un mago vestido formalmente, con un traje elegante y un sombrero de copa, hacía trucos.
–Oh, vaya. Me encantan los trucos de magia —susurró Madison.
–A mí también —coincidió Dylan—. Me gustaría estudiarlo. Quiero saber cómo funciona.
Madison puso los ojos en blanco.
–Fácil. ¡Es magia!
Cuando se acercaron, el mago acababa de terminar su truco y recibía expresiones de asombro y aplausos. Luego, cuando la muchedumbre se dispersó, se volvió hacia ellos.
–Bienvenidos, gente de bien. Gracias por estar aquí en esta hermosa tarde. Qué lindo día. Pero dime, pequeña dama, ¿no tienes frío?
Le hizo señas a Madison para que se acercara.
–¿Frío? ¿Yo? No.
Dio un paso adelante con una media sonrisa, entre divertida y precavida.
Él tendió las manos vacías, luego se adelantó y aplaudió cerca de la cabeza de Madison.
Ella dio un grito ahogado. Él bajó las manos ahuecadas, en las que escondía un muñeco de nieve de juguete.
–¿Cómo lo hiciste? —le preguntó ella.
Él le extendió el juguete.
–Estuvo sobre tu hombro todo este tiempo, viajando contigo —le explicó, y Madison rió incrédula y fascinada.
–Ahora veamos qué tan veloces son sus ojos. Así es como funciona. Ustedes me apuestan a mí la cantidad de dinero que quieran, mientras mezclo cuatro cartas. Si adivinan en dónde está la reina, duplican su dinero. De lo contrario, se marcharán con las manos vacías. Entonces, ¿les gustaría apostar?
–¡Yo apostaré! ¿Me puedes dar dinero? —preguntó Dylan.
–Claro que sí. ¿Cuánto quieres perder?
Cassie hurgó en el bolsillo de su chaqueta.
–Quiero perder cinco libras, por favor. O ganar diez, por supuesto.
Consciente de que se estaba juntando una muchedumbre detrás de ella, Cassie le entregó el dinero a Dylan y él se lo entregó al mago.
–Esto debería ser fácil para ti, joven caballero, veo que tienes un ojo rápido, pero recuerda, la reina es una dama astuta y ha ganado muchas batallas. Observa atentamente mientras reparto cuatro cartas. Ves, las estoy colocando boca arriba para total transparencia. Esto es demasiado fácil. Es como regalar el dinero. La reina de corazones, el as de picas, el nueve de bastos y la jota de diamantes. Después de todo, es como lo que dicen del matrimonio, empieza con corazones y diamantes pero al final todo lo que necesitas es una pica y un basto.
El público estalló en carcajadas.
La alusión del mago a un matrimonio que no funcionaba hizo que Cassie mirara nerviosamente a los niños, pero Madison parecía no haber entendido el chiste, y Dylan tenía toda su atención en las cartas.
–Ahora las doy vuelta.
Colocó las cartas boca abajo una por una.
–Y ahora las mezclo.
Rápidamente, pero no demasiado, mezcló las cuatro cartas. Era difícil de seguir, pero cuando se detuvo, Cassie estaba bastante segura de que la reina estaba en el extremo derecho.
–¿En dónde está nuestra señora reina? —preguntó el mago.
Dylan hizo una pausa y luego señaló a la carta que estaba a la derecha.
–¿Estás seguro, joven?
–Estoy seguro —asintió Dylan.
–Tienes una oportunidad para cambiar de opinión.
–No, me quedo con esa. Tiene que estar ahí.
–Tiene que estar ahí. Bueno, veamos si la reina está de acuerdo o si uno de sus consortes la ha secuestrado para ocultarla.
Dio vuelta la carta y Dylan se quejó ruidosamente.
Era la jota de diamantes.
–Diablos —dijo él.
–La jota. Siempre dispuesta a cubrir a la reina. Leal hasta el final. Pero nuestra reina de corazones, el emblema del amor, aún nos elude.
–Entonces, ¿en dónde está la reina?
–Ciertamente, ¿en dónde?
Cassie había notado, mientras mezclaba las cartas, que había una que no había tocado, la que estaba en el extremo izquierdo. Ese era el as de picas.
–Creo que está ahí —adivinó, señalando esa carta.
–Ah, así que aquí tenemos a una dama inteligente que señala a la única carta que sabe que no es posible que sea. ¿Pero saben qué? Los milagros ocurren.
Con un ademán dio vuelta la carta, y allí estaba la reina.
Risas y aplausos resonaron por toda la plaza y Cassie se llenó de emoción al chocar los cinco con Dylan y Madison.
–Qué lástima que no apostó, mi señora. Sería más rica ahora, pero así son las cosas. ¿Quién necesita dinero cuando el amor te ha escogido?
Cassie sintió que se le enrojecían las mejillas. Ojalá, pensó.
–Como recuerdo, te puedes quedar con la carta.
La colocó en una bolsa de papel y la cerró con un adhesivo antes de entregársela a Cassie, quien la colocó en el bolsillo lateral de su bolso.
–Me pregunto qué habría pasado si hubiese elegido esa carta —comentó Dylan mientras se alejaban.
–Estoy segura de que hubiese sido la jota de diamantes —dijo Cassie—. Así es como hace dinero, cambiando las cartas cuando la gente apuesta.
–Sus manos eran tan ágiles —dijo Dylan, sacudiendo la cabeza.
–Deben ser buenos por naturaleza y además entrenar durante muchos años —supuso Cassie.
–Supongo que tienen que hacerlo —coincidió Dylan, al tiempo que llegaban a la parada de autobús.
–También está la distracción, pero no estoy segura de cómo se aplica cuando hay cuarto cartas tan juntas entre sí. Pero de alguna manera debe funcionar.
–Bueno, practiquemos. Intenta distraerme, Cassie —le pidió Madison.
–Lo haré, pero viene el autobús. Subámonos primero.
Madison se volteó a mirar, y mientras estaba distraída Cassie le robó la manzana acaramelada del bolsillo de su chaqueta.
–¡Oye! ¿Qué hiciste? Sentí algo. Y no viene el autobús.
Madison se volvió, vio que Dylan estallaba de risa, hizo una pausa mientras recordaba lo que había ocurrido y comenzó a reírse.
–¡Me engañaste!
–No siempre es fácil. Simplemente tuve suerte.
–Viene el autobús, Madison —dijo Dylan.
–No voy a mirar. No puedes engañarme dos veces.
Aún resoplando de risa, se cruzó de brazos.
–Entonces te quedarás atrás —le dijo Dylan, mientras el pulcro autobús rural de un piso se detenía en la parada.
Durante el breve viaje a casa, todos hicieron lo imposible para distraer al otro. Cuando llegaron a su parada, a Cassie le dolía el estómago de tanto reírse y estaba feliz de que el día hubiese sido un éxito.
Mientras abrían la cerradura de la puerta de entrada, le vibró el celular. Era un mensaje de Ryan, diciéndole que llevaría pizza para la cena, y si había algún condimento que no le gustara.
Ella respondió: “Soy fácil, gracias”, y entonces se dio cuenta de las connotaciones cuando estaba a punto de presionar “Enviar”.
Tenía el rostro acalorado mientras borraba el mensaje y lo remplazaba con: “Cualquier condimento está bien. Gracias”.
Un minuto después su teléfono volvió a vibrar y ella lo tomó, ansiosa por leer el próximo mensaje de Ryan.
Este mensaje no era de él. Era de Renee, una de sus viejas amigas de la escuela de Estados Unidos.
“Oye, Cassie, alguien estuvo preguntando por ti esta mañana. Una mujer que llamó desde Francia. Estaba intentando encontrarte pero no dijo más. ¿Puedo darle tu número?”
Cassie volvió a leer el mensaje, y de pronto el pueblo ya no parecía tan remoto y seguro.
Con el inminente juicio de su exjefe en París y la defensa en busca de más testigos, la aterrorizaba que la red se estuviera cerrando.