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Capítulo 7

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Recorte del "Dailygraph", 8 de agosto

(Pegado en el diario de Mina Murray)

Corresponsal en Whitby.

Acaba de tener lugar una de las tormentas más fuertes y repentinas de la historia, dejando una serie de resultados tanto extraños como únicos. El clima había estado un tanto bochornoso, pero nada fuera de lo normal para el mes de agosto. El sábado por la tarde hizo un tiempo maravilloso, como hace mucho no se veía y la gran mayoría de veraneantes visitaron ayer los Bosques de Mulgrave, la Bahía de Robin Hood, el Molino de Rig, Runswick, Staithes y demás sitios turísticos ubicados en los alrededores de Whitby. Los barcos de vapor Emma y Scarborough realizaron numerosos recorridos a lo largo de la costa, y hubo una cantidad inusual de “viajes” de ida y regreso de Whitby. El clima estuvo excepcionalmente hermoso hasta que llegó la tarde, cuando algunos de los chismosos que suelen frecuentar el cementerio de East Cliff, para observar desde aquella imponente eminencia el gran movimiento del mar hacia el norte y el este, notaron la súbita aparición de “colas de caballo” en lo alto del cielo hacia el noroeste. El viento soplaba desde el suroeste con una intensidad muy leve, que en lenguaje barométrico se califica como “No.2, brisa ligera”.

El guardacostas de turno informó inmediatamente sobre esto y un anciano pescador, que por más de medio siglo ha vigilado desde East Cliff las señales de cualquier cambio en el tiempo, predijo en un tono enfático la llegada de una tormenta repentina. Sin embargo, el atardecer fue tan hermoso, tan espléndido con sus masas de nubes maravillosamente coloreadas, que un enorme grupo de personas se reunió en el camino a lo largo del despeñadero en el viejo cementerio para disfrutar el paisaje. Antes de que el sol se ocultara detrás de la negra masa de Kettleness, que sobresale audazmente contra el cielo del oeste, su descenso fue marcado por una miríada de nubes de todos los tonos del atardecer: rojo encendido, morado, rosa, verde, violeta, y todos los matices dorados, con algunas masas no muy grandes de una negrura absoluta, esparcidas por aquí y por allá, con formas de todo tipos. Tan bien delineadas como siluetas colosales. Este singular paisaje no fue desaprovechado por los pintores, y sin duda alguna algunos bocetos del “Preludio de la Gran Tormenta” adornarán las paredes de la R.A y la R.I el próximo mes de mayo.

Más de un capitán decidió en ese mismo momento y lugar que su “guijarro” o su “mula”, como suelen llamar a las diferentes clases de botes, no se moverían del muelle hasta que la tormenta hubiera pasado. Por la tarde, el viento se tranquilizó por completo y a la medianoche todo estaba en una calma absoluta. Pero se sentía ese calor bochornoso y esa intensidad reinante que, al acercarse una tormenta, afecta a las personas de naturaleza sensible.

Sólo había unas cuantas luces en el mar, pues hasta los barcos de vapor costeros, que normalmente navegan muy cerca de la orilla, se mantuvieron mar adentro y sólo podían verse algunos barcos pesqueros. La única vela visible era una goleta extranjera que tenía todas las velas desplegadas, y que parecía avanzar en dirección hacia el oeste. La temeridad o ignorancia de sus oficiales fue un gran tema de conversación durante el tiempo que el barco permaneció a la vista. Se realizaron toda clase de esfuerzos por enviarle señales desde el puerto para que plegara las velas debido al peligro inminente. Antes de que el sol se pusiera, se le podía ver todavía con las velas ondeando ociosamente mientras navegaba tranquilamente sobre el ondulante oleaje del mar.

“Tan ociosamente como un barco pintado sobre un océano pintado.”

Poco antes de las diez la quietud en el aire se volvió muy opresiva. El silencio era tal que se podía escuchar claramente el balido de una oveja tierra adentro, o los ladridos de los perros en el pueblo, la banda en el muelle, que con su alegre música francesa, era como un acorde disonante en la gran armonía del silencio de la naturaleza. Un poco después de la medianoche se escuchó un extraño ruido proveniente del mar y muy en lo alto en el aire retumbaron unos truenos débiles y huecos.

Entonces, sin ninguna advertencia, estalló la tempestad. Con una rapidez que, en ese momento, pareció increíble, y que aun después es difícil de comprender. Todo el aspecto de la naturaleza se convulsionó de repente. Las olas se elevaban con una furia creciente, cada una sobrepasando a la anterior, hasta que al cabo de algunos minutos el mar, tan cristalino y tranquilo hacía unos instantes, parecía un monstruo rugiente y furioso. Las olas de crestas blancas golpeaban violentamente la arena de las playas y se estrellaban contra los enormes despeñaderos. Otras olas rompían sobre los muelles, y su espuma se llevaba consigo las linternas de los faros que se erigían en cada uno de los extremos de los muelles del Puerto de Whitby.

El viento rugía como un trueno, y soplaba con tanta fuerza que incluso los hombres más corpulentos tenían dificultad para mantenerse en pie, o sujetarse con firmeza a los candeleros de hierro. Fue necesario despejar el muelle de todos los curiosos, de lo contrario las desgracias de la noche habrían aumentado considerablemente. Para empeorar las dificultades y los peligros de la tormenta, grandes masas de niebla marina empezaron a desplazarse tierra adentro. Había nubes blancas y húmedas, que avanzaban rápidamente en una forma fantasmal, tan húmedas y frías que no se necesitaba tener mucha imaginación para pensar que se trataba de los espíritus de aquellos perdidos en el mar y que tocaban a sus hermanos vivos con las viscosas manos de la muerte, más de uno se estremeció al pasar y sentirse envuelto en los espirales de aquella niebla marina.

La niebla parecía despejarse por algunos instantes, y podía verse el mar hasta cierta distancia bajo el resplandor de los truenos, que caían fuerte y rápidamente, seguidos de tales estrépitos que el cielo entero parecía temblar bajo el golpe de la tormenta.

Algunas de las escenas iluminadas por los relámpagos fueron de una grandeza inconmensurable y de un interés subyugador. El mar, que se levantaba tan alto como las montañas, lanzaba hacia el cielo con cada ola enormes masas de espuma blanca, que la tempestad parecía arrebatar y soltar con toda su fuerza por todo el espacio. Podían verse desperdigados algunos botes pesqueros, con las velas rasgadas, navegando desesperadamente en busca de refugio. De vez en cuando se divisaban las blancas alas de alguna ave marina golpeada por la tormenta. En la cima de East Cliff, el nuevo faro estaba listo para empezar a trabajar, pero aún no había sido probado. Los empleados a cargo del faro lo pusieron en funcionamiento, y durante las pausas de la creciente masa de niebla, barrían con él la superficie del mar. Su servicio fue de lo más eficiente en una o dos ocasiones, por ejemplo, cuando un barco pesquero, con la borda bajo el agua, navegó a toda prisa hasta el puerto, logrando, gracias a la guía de la luz protectora, evitar el peligro de estrellarse contra los muelles. Cada vez que un bote llegaba sano y salvo hasta el puerto, se escuchaba un grito de alegría proveniente de las personas que se encontraban en la orillas. Que por momentos parecían unirse al vendaval para luego ser barridos por su fuerza.

Al poco tiempo, el faro descubrió a lo lejos una goleta con todas las velas desplegadas, que aparentemente era la misma que había sido vista esa misma tarde. Para ese entonces, el viento ya había retrocedido hacia el este, y un escalofrío recorrió a todos los espectadores sobre el despeñadero al percatarse del terrible peligro en que se encontraba ahora el navío.

Entre la goleta y el puerto estaba el gigantesco arrecife contra el cual ya habían chocado tantos otros buenos barcos anteriormente, y con el viento soplando hacia esa dirección, era prácticamente imposible que lograra llegar hasta la entrada del puerto.

Era ya casi la hora de la marea alta, pero las olas eran tan grandes que en sus depresiones casi podía verse la arena de la playa. Mientras tanto la goleta, con todas sus velas desplegadas, avanzaba con tanta prisa que, en palabras de un viejo marinero, “tendría llegar a alguna parte, aunque fuera al infierno.” Entonces, llegó otra ráfaga de niebla marina, más grande que todas las anteriores, una masa de niebla húmeda, que pareció cernirse sobre todas las cosas como un paño mortuorio grisáceo, dejándonos disponible únicamente el sentido del oído, pues el rugido de la tempestad, los golpes de los truenos y el estrépito de las poderosas olas atravesaban al aire con más estruendo que antes. Los rayos del faro se mantuvieron fijos en la boca del puerto a través del Muelle Este, donde se esperaba el choque, y los presentes miraban sin poder respirar.

Entonces el viento cambió súbitamente de dirección hacia el noreste, y los remanentes de la niebla marina se desvanecieron en la ráfaga de aire. Y entonces, mirabile dictu, entre los dos muelles, saltando de ola en ola mientras avanzaba a gran velocidad, apareció la extraña goleta, con todas sus velas desplegadas, y logró llegar a la seguridad del puerto. El faro la siguió, y un escalofrío recorrió a todos los que presenciaron el suceso, pues atado al timón había un cadáver, con la cabeza colgando, que se balanceaba horriblemente hacia un lado y hacia el otro siguiendo el movimiento del barco. Sobre la cubierta del barco no se distinguía ninguna otra forma de vida.

Un gran temor sobrecogió a todos los presentes cuando se dieron cuenta de que el barco, como por un milagro, había encontrado el puerto, dirigido únicamente ¡por la mano de un hombre muerto! Sin embargo, todo sucedió mucho más rápidamente del tiempo que toma escribir estas palabras. La goleta no se detuvo, sino que navegando a toda velocidad a través del muelle, se clavó en una montaña de arena y grava, acumuladas por muchas mareas y tormentas en la esquina sureste del muelle que sobresale bajo East Cliff, conocido localmente como el Muelle Tate Hill.

Desde luego, hubo una gran conmoción cuando la nave llegó hasta el montón de arena. Cada mástil, cuerda y montante se tensaron, y una parte del “mástil principal” colapsó estrepitosamente. Pero lo más extraño de todo fue que, en el instante en que la goleta tocó la costa, un enorme perro saltó a la cubierta desde abajo, como si hubiera lanzado por el golpe, y corriendo a toda velocidad, saltó desde la proa a la arena.

Se echó a correr directamente hacia el empinado despeñadero, donde el cementerio cuelga tan inclinadamente sobre las callejuelas que conducen hasta el Muelle Este, que algunas de las lápidas “planas” o “piedras atravesadas”, como les llaman coloquialmente aquí en Whitby, proyectan su sombra en los lugares donde el despeñadero que las sostenía se ha derrumbado. El perro desapareció en la oscuridad, que parecía intensificarse justo detrás de la luz del faro.

Dio la casualidad de que en ese momento no había nadie en el Muelle Tate Hill, pues todos aquellos cuyas casas estaban en las cercanías ya se habían ido a la cama o habían ido a suelo más elevado para ver mejor. Por ello, el primero en subir a la goleta fue el guardacostas de turno en el lado este del puerto, que había corrido inmediatamente hacia el pequeño muelle. Los hombres que manejaban el faro, después de escudriñar la entrada del puerto sin encontrar nada extraño, encendieron la luz sobre la nave en ruinas y la dejaron ahí. El guardacostas corrió a popa, y cuando llegó hasta el timón, se inclinó para examinarla, retrocedió súbitamente como empujado por una fuerte emoción. Esto pareció despertar la curiosidad general, y un gran número de personas empezaron a correr hacia la nave.

Hay una distancia bastante considerable desde West Cliff pasando por Drawbridge hasta el Muelle Tate Hill. Pero su corresponsal es un buen corredor, y llegó mucho antes que el resto de la multitud. Sin embargo, cuando llegué, encontré ya reunida en el muelle a una multitud, a quienes tanto el guardacostas como la policía les negaban el permiso para subir al barco. Gracias a la amabilidad del jefe de marineros, se le permitió a este su corresponsal, subir a cubierta, y fui una de las pocas personas que vio al marinero muerto mientras seguía todavía atado al timón.

No fue nada raro que el guardacostas se hubiera sorprendido, e incluso aterrado, pues no es nada común presenciar un espectáculo como este. El hombre muerto estaba atado a uno de los radios del timón con las manos una sobre la otra. Entre la mano interior y la madera había un crucifijo y el resto del rosario al que estaba fijo se encontraba alrededor de ambas muñecas y del timón, todo fuertemente atado por las cuerdas. Es probable que el pobre hombre estuviera sentado en algún momento, pero el batir y el golpeteo de las velas habían llegado hasta la madera del timón, empujándolo de un lado a otro, hasta que las cuerdas con que estaba atado habían cortado la carne llegando al hueso.

Se llevó a cabo un registro detallado de todas las cosas, y un doctor, que llegó inmediatamente después de mí, el cirujano J.M. Caffyn, que radica en el No. 33 de East Elliot Place, declaró, luego de realizar una inspección minuciosa del cadáver, que el hombre había muerto desde hacía dos días por lo menos.

En uno de sus bolsillos había una botella, cuidadosamente tapada con un corcho y vacía, excepto por un pequeño rollo de papel, que resultó ser un anexo de la bitácora.

El guardacostas dijo que el hombre debió haber atado sus propias manos, apretando los nudos con sus dientes. El hecho de que un guardacostas hubiera sido el primero a bordo puede evitar ciertas complicaciones en el futuro a la Corte del Almirantazgo, pues los guardacostas no pueden reclamar el salvamento que por derecho le corresponde al primer civil que ingresa a un barco en ruinas. Sin embargo, las autoridades legales ya se están moviendo, y un joven estudiante de leyes está asegurando a voz en cuello que los derechos del propietario han sido completamente atropellados, ya que su propiedad ha sido confiscada en contravención a los estatutos de manos muertas, pues el timón, como símbolo, si no es que como prueba, de posesión delegada, estaba sostenido por la mano de un muerto.

Sobra decir que el cuerpo del piloto muerto ha sido removido reverentemente del lugar donde llevó a cabo su honorable guardia y custodia hasta su muerte. Tan tenaz y noblemente como el joven Casabianca, y ha sido colocado en la morgue en espera de las investigaciones.

La repentina tormenta ya está pasando, su furor ya ha menguado. La multitud ha empezado a retirarse a sus casas y el cielo está empezando a enrojecer sobre la campiña de Yorkshire.

En mi próxima entrada, proporcionaré más detalles sobre el barco abandonado que logró llegar milagrosamente hasta el puerto en medio de la tormenta.

9 de agosto.

Las consecuencias de la extraña llegada del barco abandonado en la tormenta, es casi tan sorprendente como el suceso en sí mismo. Resulta que la goleta es rusa, de Varna, y se llama Demeter. El lastre estaba conformado casi en su totalidad por sacos de arena fina, con solo un pequeño cargamento, unas cuantas enormes cajas de madera llenas de tierra.

El cargamento fue consignado a un abogado de Whitby, el Sr. S.F. Billington, que radica en el No. 7 de The Crescent, y que esta mañana subió a bordo del banco para tomar posesión formal de los bienes que le habían sido consignados.

El cónsul ruso, en su calidad de representante del transportista, también tomó posesión formal del barco, y se hizo cargo de todos los derechos portuarios, etc.

No se habla de otra cosa hoy más que de la extraña coincidencia. Los funcionarios del Ministerio de Comercio se han esforzado al máximo para asegurarse de que todos los trámites legales se lleven a cabo según las regulaciones en vigor. Como el asunto parece no ser más que una “maravilla de nueve días”, están tomando todas las medidas necesarias para que no haya ningún otro motivo de queja.

El asunto del perro que saltó a la tierra cuando el barco atracó ha generado gran interés, y más de un miembro de la S.P.C.A. (Sociedad para la Prevención de la Crueldad a los Animales) , asociación muy importante en Whitby, se ha ofrecido a ayudar al animal. Sin embargo, para la decepción de la mayoría, no han visto al perro por ningún lado. Parece haber desaparecido completamente de la ciudad. Tal vez estaba tan asustado que corrió hasta los pantanos, donde probablemente siga escondido aterrorizado.

Hay quienes creen que esta posibilidad es terrible, pues podría suceder que el animal se convirtiera en un peligro, ya que a todas luces se trata de una bestia feroz. Esta mañana temprano fue encontrado muerto, en el camino frente al patio de su dueño, un perro de gran tamaño, cruza de mastín que pertenecía a un mercader de carbón que radica cerca al Muelle Tate Hill. Había estado peleando y era evidente que se había enfrentado a un oponente salvaje, pues su pescuezo estaba desgarrado y su vientre abierto como por una garra salvaje.

Más tarde. —Gracias a la amabilidad del inspector del Ministerio de Comercio, se me ha permitido echar un vistazo a la bitácora del barco Demeter, que se actualizó hasta hace tres días. Pero no contiene nada importante, con excepción de lo relacionado a los hombres desaparecidos. Sin embargo, lo más interesante hasta el momento es el papel que había dentro de la botella, presentado hoy durante las investigaciones. Es la primera vez que me enfrento a un suceso tan extraño como el que parece desprenderse de esos textos.

Como no hay ningún motivo para guardar el secreto, se me ha permitido usarlos y enviarle una transcripción, omitiendo simplemente los detalles técnicos de marinería y sobrecargo. Pareciera como si el capitán hubiera sido atacado por una especie de manía antes de adentrarse en altamar, y que esta situación aumentó persistentemente a lo largo del viaje. Desde luego, mi observación no debe tomarse al pie de la letra, porque estoy escribiendo basándome en el dictado de un empleado del cónsul romano, que tuvo la amabilidad de traducirlo para mí, debido a que no dispongo de mucho tiempo.

Bitácora del “Demeter”. De Varna a Whitby

Escrito el 18 de julio, están pasando cosas tan extrañas, que a partir de ahora mantendré un registro exacto de ellas, y así lo haré hasta que desembarquemos.

El 6 de julio terminamos de subir el cargamento de arena fina y cajas de tierra. Zarpamos por la tarde. Viento fresco proveniente del este. Tripulación: cinco manos… dos oficiales, un cocinero y yo (el capitán).

El 11 de julio al amanecer llegamos al Bósforo. Fuimos abordados por oficiales aduaneros de Turquía. Propinas. Todo en orden. Zarpamos nuevamente a las 4 p.m.

El 12 de julio cruzamos los Dardanelos. Más oficiales aduaneros y barco insignia del escuadrón de guardia. Más propinas. El trabajo de los funcionarios minucioso, pero rápido. Quieren que zarpemos rápidamente. Al amanecer pasamos el Archipiélago.

El 13 de julio pasamos por Cabo Matapán. La tripulación está a disgusto por algo. Parece asustada, pero no dicen por qué.

El 14 de julio. Me sentí inquieto por la tripulación. Todos son hombres tranquilos, con los que ya he navegado antes. El piloto tampoco pudo descifrar lo que sucede. Solo le dijeron que había ALGO a bordo, y se santiguaron. El piloto perdió los estribos con uno de ellos ese día y lo golpeó. Esperaba una pelea feroz, pero todo sigue tranquilo.

El 16 de julio. Por la mañana, el piloto reportó que uno de la tripulación, Petrofsky, estaba desparecido. No pudo dar más detalles. Anoche tomó guardia a babor a las ocho campanadas. Fue relevado por Amramoff, pero no fue a su camarote. Los hombres están más abatidos que nunca. Todos dicen que ya esperaban algo parecido, pero lo único que dicen es que hay ALGO a bordo. El piloto está cada vez más impaciente con ellos. Temo que surja algún problema más adelante.

El 17 de julio. Ayer, uno de ellos, Olgaren, entró a mi cabina y atemorizadamente me confió que pensaba que había un hombre extraño a bordo. Me dijo que durante su guardia se había resguardado detrás de la cámara de la cubierta, porque había una tormenta, cuando vio a un hombre alto y delgado, que no se parecía a ninguno de la tripulación, subiendo por la escalera de la cámara y caminando a través de la cubierta hasta desaparecer. Lo siguió cautelosamente, pero cuando llego a la proa no vio a nadie, y todas las compuertas estaban cerradas. Sintió un terrible pánico supersticioso, me temo que ese pánico se extienda a toda la tripulación. Para evitar esto, hoy registraré todo el barco cuidadosamente, de proa a popa.

Más tarde ese día, reuní a toda la tripulación y les dije que, como evidentemente estaban convencidos de que había alguien en el barco, haríamos una inspección de proa a popa. El piloto se enojó, me dijo que le parecía una locura, que ceder ante esas ideas tan absurdas desmoralizaría al resto de los hombres. Me aseguró que él se encargaría de mantenerlos en orden por la fuerza. Lo dejé a cargo del timón, mientras el resto llevaba a cabo una minuciosa inspección, manteniéndonos informados todo el tiempo y con la ayuda de linternas. Buscamos en todos los rincones. Como el único cargamento eran las grandes cajas de madera, no había recovecos donde se pudiera esconder un hombre. Los hombres estaban mucho más tranquilos cuando terminó la inspección, y regresaron a trabajar alegremente. El piloto puso mala cara pero no dijo nada más.

22 de julio.

Ha habido un clima terrible los últimos tres días, y todos están ocupados con las velas. No hay tiempo para el miedo. Parece que los hombres ya olvidaron sus temores. El piloto está de buen humor nuevamente y toda la tripulación está en buenos términos. Elogié a los hombres por su gran trabajo durante el mal tiempo. Pasamos Gibraltar y salimos por los Estrechos. Todo está en orden.

24 de julio.

Parece haber una especie de maldición sobre este barco. Ya habíamos perdido un hombre y, anoche, al entrar a la Bahía de Vizcaya con un clima terrible ante nosotros, otro hombre desapareció. Al igual que sucedió con el primero, terminó su guardia y no se le volvió a ver. Toda la tripulación está sumida en un pánico terrible. Me enviaron una petición firmada para solicitar guardias dobles, pues temen quedarse solos. El piloto está furioso. Temo que pueda haber problemas, ya que él o los hombres podrían ponerse violentos.

28 de julio.

Cuatro días en el infierno, balanceándonos como en una especie de remolino y vientos tempestuosos. Nadie ha dormido. Todos los hombres están exhaustos. Apenas pueden montar guardias, ya que nadie está en condiciones para hacerlo. El segundo oficial se ofreció a tomar el control del timón y hacer guardia, para que los hombres durmieran algunas horas. El viento está disminuyendo, el mar continúa terrorífico, pero es menos perceptible, porque el barco está más estable.

29 de julio.

Otra tragedia. Hubo guardia sencilla esta noche, porque el resto de la tripulación estaba demasiado cansada para hacer guardias dobles. Cuando el guardia de relevo subió esta mañana a cubierta no encontró a nadie, además del timonero. Hizo un escándalo y todos subieron a cubierta. Se hizo una revisión minuciosa, pero no encontramos nada. Nos hemos quedado sin segundo oficial, la tripulación está en gran pánico. El piloto y yo acordamos ir armados de ahora en adelante, en espera de cualquier signo.

30 de julio.

Noche anterior. Todos estamos felices porque nos estamos acercando a Inglaterra. Buen tiempo. Todas las velas desplegadas. Me retiré exhausto y dormí profundamente, pero fui despertado por el piloto diciéndome que los dos hombres que estaban de guardia y el timonero están desparecidos. Sólo quedamos el piloto, dos miembros de la tripulación y yo para controlar el barco.

1 de agosto.

Dos días de niebla y ni una sola vela a la vista. Tenía la esperanza de enviar señales de ayuda, o al menos de llegar a algún lado, cuando estuviéramos en el Canal de la Mancha. Al no tener fuerza para controlar las velas, tenemos que navegar con el viento en popa. No me atrevo a arriarlas, porque no podríamos desplegarlas de nuevo. Parece que estamos vagando sin rumbo hacia un horrible destino. El piloto está ahora más desmoralizado que el resto de los hombres. Parece que su fuerte naturaleza se volvió contra él. Los marineros parecen haber superado el miedo y trabajan imperturbable, pacientemente, preparándose para lo peor. Ellos son rusos; el piloto es rumano.

2 de agosto, medianoche.

Me desperté de una breve siesta al escuchar un grito, que parecía venir del otro lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a cubierta y me encontré con el piloto. Me dijo que escuchó el grito y corrió, pero no había ninguna señal del hombre que estaba de guardia. Otro desaparecido. ¡Señor, ayúdanos! El piloto dice que ya debemos estar más allá del Estrecho de Dover, pues en un momento en que la niebla disminuyó pudo ver North Foreland, justo cuando escuchó el grito. Si así fuera, significa que estamos en el Mar del Norte y sólo Dios podrá guiarnos en esta niebla, que parece moverse junto con nosotros. Pero parece que Dios nos ha abandonado.

3 de agosto.

A medianoche fui a relevar al hombre encargado del timón, pero cuando llegué no vi a nadie. El viento estaba tranquilo, y como navegamos frente a él no hubo ningún movimiento. No me atreví a separarme del timón, así que le grité al piloto. Luego de unos segundos, llegó corriendo a cubierta en sus pantalones de franela. Tenía los ojos desorbitados y se veía demacrado, me temo mucho que haya perdido la razón. Se acercó a mí y, con voz ronca, con su boca muy cerca de mi oreja, como si temiera que hasta el aire pudiera escucharlo, me susurró: “Está aquí. Ahora lo sé. Lo vi en la guardia de anoche. Es como un hombre alto y delgado, y de un pálido fantasmal. Estaba en la proa mirando hacia afuera. Me acerqué a él a rastras y lo apuñalé con mi cuchillo, pero este lo atravesó, como si frente a mí solo hubiera aire”. Y mientras hablaba, tomó el cuchillo y empezó a agitarlo salvajemente en el aire. Luego, prosiguió: “Pero está aquí, y voy a encontrarlo. Está en la bodega, tal vez en alguna de esas cajas. Las abriré una por una y veré. Usted encárguese del timón”. Y con una mirada de advertencia, se puso un dedo sobre sus labios, y se dirigió hacia abajo. El aire comenzó a agitarse, por lo que no pude alejarme del timón. Lo vi subir nuevamente a cubierta con una caja de herramientas y una linterna, y luego bajar por la escotilla delantera. Está loco, total y completamente loco. No tiene ningún caso que trate de detenerlo. No puede hacerle ningún daño a esas grandes cajas, pues están llenas de arcilla y arrastrarlas de un lado a otro es lo más inofensivo que puede hacer. Así que aquí me quedaré cuidando el timón, mientras escribo estas notas. Sólo puedo confiar en Dios y esperar a que la niebla se despeje. Entonces, si no puedo navegar hacia algún puerto debido a este espantoso viento, arriaré las velas y esperaré, enviando señales para pedir ayuda…

Ya todo está a punto de terminar. Justo cuando esperaba que el piloto saliera de la bodega más tranquilo, pues lo escuché martillando algo, y el trabajo le hace bien, surgió por la escotilla un grito repentino y asustado, que me heló la sangre. Subió corriendo a cubierta como si hubiera sido lanzado desde un cañón, completamente loco, con los ojos y el rostro convulsionados por el miedo. “¡Sálveme! ¡Sálveme!”, gritó, y luego miró a su alrededor a través de la neblina. Su terror se convirtió en desesperación, y dijo con voz firme: “Será mejor que usted también venga, capitán, antes de que sea demasiado tarde. ¡Está aquí! Ahora conozco el secreto. ¡El mar me salvará de Él, y es todo lo que queda!” Antes de que pudiera decir nada, o diera un paso para sujetarlo, saltó por la borda y se lanzó deliberadamente al mar. Supongo que ahora yo también conozco el secreto. Fue este demente el que hizo desaparecer a los hombres uno por uno, y ahora él mismo los ha seguido. ¡Que Dios me ayude! ¿Cómo podré explicar todos estos horrores cuanto llegue a puerto? ¡Cuando llegue a puerto! ¿Será que eso llegue a suceder?

4 de agosto.

Sigue habiendo neblina, que no permite ser traspasada ni por el sol. Sé que hay luz del sol porque soy marinero, pero no por otra razón. No me atreví a bajar ni a separarme del timón, así que aquí me quedé toda la noche, y en la penumbra de la noche lo vi, ¡a Él! Que Dios me perdone, pero el piloto tuvo razón en haber saltado por la borda. Es mejor morir como un hombre. Morir como marinero en el mar azul, es algo a lo que ningún hombre puede objetar. Pero yo soy el capitán, y no debo abandonar mi barco. No obstante, detendré a ese demonio o monstruo, pues ataré mis manos al timón cuando mis fuerzas comiencen a fallarme, y junto con ellas ataré también aquello que él, o esa cosa, no se atreverá a tocar. Y luego, haya buen o mal viento, salvaré mi alma y mi honor de capitán. Cada vez me siento más débil y la noche ya se acerca. Si vuelve a verme a la cara, tal vez no tenga tiempo de actuar… Si naufragamos, tal vez alguien encuentre esta botella, y así puedan comprender. Si no… bueno, entonces todos los hombres sabrán que he sido leal a mi juramento. Que Dios, la Santísima Virgen y todos los santos ayuden a esta pobre alma ignorante que solo está tratando de cumplir con su deber…

Desde luego, el veredicto fue abierto. No hay evidencias que aportar, y ya no hay nadie que pueda atestiguar si el capitán cometió o no los asesinatos. La gente de aquí afirma casi unánimemente que el capitán es simplemente un héroe, y que debe tener un funeral público. Ya se han hecho los arreglos necesarios para que su cuerpo sea llevado en un tren de botes por un tramo del Esk, para luego ser traído de vuelta al Muelle Tate Hill y subido por la escalinata de la Abadía, pues será enterrado en el cementerio del despeñadero. Los propietarios de más de cien barcos ya han dado sus nombres para ofrecerse a seguir al capitán hasta su tumba.

No se ha encontrado rastro alguno del enorme perro, lo cual es motivo de gran tristeza, porque, en el presente estado de la opinión pública, creo que hubiera sido adoptado por la ciudad. Mañana será el funeral, y así terminará este “misterio del mar”.

Diario de Mina Murray

8 de agosto.

Lucy estuvo muy inquieta toda la noche, y yo tampoco pude dormir. La tormenta fue atemorizante, cuando resonaba estrepitosamente entre las marmitas de la chimenea, un escalofrío me recorría todo el cuerpo. Cada vez que se escuchaba una fuerte ráfaga de viento parecía el disparo de un cañón lejano. Curiosamente, Lucy no se despertó, pero se levantó dos veces de la cama y comenzó a vestirse. Afortunadamente, ambas veces me desperté a tiempo y pude desvestirla sin despertarla, y acostarla de nuevo. Este sonambulismo es una cosa muy extraña, pues en cuanto su voluntad se ve impedida de cualquier forma física, su intención, si es que la tiene, desaparece, y cede casi exactamente a la rutina de su vida.

Temprano por la mañana, las dos nos levantamos y bajamos hasta el puerto para ver si había ocurrido algo durante la noche. Había muy poca gente alrededor, y aunque el sol brillaba con fuerza y el aire se sentía fresco y limpio, las enormes y sombrías olas, que parecían más oscuras porque la espuma que tenían en la cresta era como nieve, se introducían por la fuerza en la boca del puerto, como un gigantón que se abre pasó entre la multitud. Por alguna razón, me sentí aliviada de que Jonathan no se encontrara en el mar anoche, sino en tierra firme. Pero, oh, ¿está en tierra o en mar? ¿Dónde está y cómo está? Me siento terriblemente preocupada por él. Si tan solo supiera qué hacer, ¡y si pudiera hacerlo!

10 de agosto.

Hoy tuvo lugar el funeral del pobre capitán, y fue de lo más conmovedor. Parecía que todos los botes del puerto estaban allí. Y el ataúd fue cargado en hombros por varios capitanes desde el Muelle Tate Hill hasta el cementerio de la iglesia. Lucy me acompañó, fuimos temprano a nuestra vieja banca, mientras el cortejo de botes navegaba río arriba hasta el Viaducto y volvía nuevamente de regreso. La vista era maravillosa y vimos la procesión de cerca casi todo el camino. El cuerpo del pobre hombre fue enterrado cerca de nuestra banca, por lo que tuvimos que levantarnos y, cuando llegó el momento, pudimos verlo todo.

La pobre Lucy parecía muy afectada. Estuvo sumamente inquieta e intranquila todo el tiempo, no puedo evitar pensar que sus sueños nocturnos están causando estragos en ella. Su comportamiento es muy extraño en un aspecto: no admite que haya causa alguna para su intranquilidad, y en caso de haberla, ni ella misma la conoce.

Es posible que haya otra razón para esto, y es que el pobre Sr. Swales fue encontrado muerto esta mañana en nuestra banca, con el cuello roto. Según dijo el doctor, evidentemente cayó de espaldas de la banca a causa de algo que lo espantó, pues en su rostro había una expresión de miedo y horror que hizo estremecer a los hombres que lo vieron. ¡Pobre y querido anciano!

Lucy es tan dulce y sensible que estas cosas la afectan más profundamente que al resto de la gente. Justo ahora está muy perturbada por un pequeño detalle al que yo no le presté mucha atención, a pesar de que yo misma siento un gran afecto por los animales.

Uno de los hombres que suele subir aquí para mirar los botes llegó seguido por su perro, que no se separaba jamás de su lado. Ambos son muy tranquilos, y yo nunca he visto enojado al hombre, ni he escuchado ladrar al perro. Durante el funeral el perro no obedeció al llamado de su amo, que estaba sentado en la banca que nosotras, sino que se mantuvo alejado algunos metros, ladrando y aullando. Su amo le habló dulcemente, luego en un tono áspero y, finalmente, muy enojado. Pero el perro no se movió ni dejo de hacer ruido. Estaba hecho una furia, con los ojos salvajes y todo el pelo erizado como la cola de un gato cuando se prepara para pelear.

Finalmente, el hombre, que ya estaba muy enojado, se levantó de un brinco y pateó al perro. Luego lo tomó por el pescuezo casi arrastrándolo y lo lanzó a la lápida sobre la que está fijada nuestra banca. En cuanto tocó la piedra, el pobre animal se cayó y empezó a temblar. No trató de escapar, sino que se agachó a mis pies, tembloroso y muerto de miedo. Estaba en un estado de terror tan lamentable que traté de calmarlo, sin conseguirlo.

Lucy también estaba muy apenada, pero no trató de tocar al perro, sino que se limitó a mirarlo lastimosamente. Me temo mucho que su naturaleza sea demasiado sensible como para poder vivir en el mundo sin problemas. Estoy segura que esta noche soñará con esto. Todo el conjunto de cosas: el barco llevado a puerto por un hombre muerto atado al timón con un crucifijo y un rosario, el conmovedor funeral, el perro furioso y atemorizado, le proporcionará mucho material para sus sueños.

Creo que lo mejor será que se vaya a la cama exhausta físicamente, así que la llevaré a dar un largo paseo por los acantilados hasta la bahía Robin Hood y de regreso. Espero que después de esto no le queden muchas ganas para caminar dormida.

Drácula

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