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Introducción

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UNA ERA INSENSATA

«La sabiduría clama en las calles,

Alza su voz en las plazas;

Clama en los principales lugares de reunión;

En las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones.

¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza,

Y los burladores desearán el burlar,

Y los insensatos aborrecerán la ciencia?».

PROVERBIOS 1:20-22

NUESTRO MUNDO TIENE cada vez más información, pero cada vez menos sabiduría. Más datos, menos claridad; más estímulos, menos síntesis; más distracción, menos calma; más pontificación, menos reflexión; más opinión, menos investigación; más discursos, menos escucha; más para mirar, menos para ver; más diversiones, menos alegría.

Hay más, pero somos menos. Y todos lo sentimos.

Tenemos vértigo por el aluvión que recibimos desde todas las direcciones, todos los días.

Nos sentimos nauseabundos por la naturaleza giratoria de un mundo en constante cambio y siempre inestable descrito en fuentes (a menudo contradictorias y aturdidoras) de noticias fragmentadas y partidistas. Nuestros oídos sangran por el chillido de las multitudes que diariamente atacan nuestros sentidos. Todo el mundo tiene un megáfono, pero nadie tiene un filtro.

Tenemos los ojos fatigados, el cerebro sobrestimulado y el alma cansada. Vivimos en una crisis epistemológica. Es difícil saber si se puede conocer algo de manera confiable. Estamos resignados a una nueva normalidad donde la elección parece ser: confiar en todo o no confiar en nada. O tal vez la elección sea: no confiar en nada o confiar solo en uno mismo, una estrategia aparentemente lógica, pero que, lamentablemente, solo agrava nuestra enfermedad epistemológica.

¿Cómo se puede florecer en un mundo así? ¿Cómo se puede fortalecer la inmunidad y permanecer saludable en medio de un contagio de insensatez cuya propagación no da señales de detenerse? ¿Cómo pueden los cristianos convertirse en depósitos de sabiduría en esta era en la que cada vez más personas enfermas buscarán una cura?

Mejores hábitos para el consumo de información

Este libro propone que necesitamos una mejor dieta de conocimiento y mejores hábitos de consumo de información. Para volvernos sabios en la era de la información, donde las opiniones, los comentarios, las diversiones y las distracciones son abundantes, pero la sabiduría escasea, debemos ser más exigentes con lo que consumimos. Necesitamos una dieta compuesta de fuentes de sabiduría duraderas y confiables en lugar de la información fugaz y poco confiable que nos bombardea hoy; una dieta rica en lo que fomenta la sabiduría y baja en lo que fomenta la insensatez.

Quizás recuerdes de tu infancia la antigua «pirámide nutricional». Publicada por primera vez en Estados Unidos en 1992 por el Departamento de Agricultura, la pirámide nutricional fue diseñada para ayudar a las personas a comprender la insensatez de comer solo papas fritas, gaseosas y dulces, y la sabiduría de comer granos, frutas y verduras. La pirámide nutricional era una excelente guía visual para los hábitos alimentarios saludables, ya que brindaba orientación sobre cuántas porciones de cada grupo de alimentos ayudaban a formar una dieta equilibrada.

Necesitamos algo similar para nuestros hábitos de consumo de información. Necesitamos orientación sobre cómo navegar diariamente por el exceso de información disponible para nosotros, un marco de ordenamiento para navegar por el ruido y el lío de nuestro momento cultural. Necesitamos una «pirámide de la sabiduría».

Sin embargo, antes de ir a la guía práctica de la pirámide para «comer» bien en la era de la información (parte dos de este libro), primero debemos comprender la naturaleza y las fuentes de nuestra enfermedad (parte uno). ¿Cómo llegamos aquí?

La nueva normalidad de la «posverdad»

La pandemia de la COVID-19 de 2020 expuso la gravedad de la crisis epistemológica que enfrentamos en la era digital. A medida que el nuevo virus se propagaba por todo el mundo, los expertos en salud pública y las autoridades gubernamentales ciertamente lucharon por entender la naturaleza del contagio y la mejor manera de contenerlo. Sin embargo, la velocidad con la que se divulga la información, ya sea buena, mala o desagradable, en el mundo actual significó que los datos defectuosos, las predicciones errantes, los análisis escritos de forma apresurada y las recomendaciones contradictorias se difundieran con certeza y rapidez, lo que tuvo como resultado un desastre de información tan peligroso como la enfermedad misma. Independientemente de lo que quisieras creer sobre la pandemia y las restricciones de «quedarse en casa» que los gobiernos impusieron, había artículos, estudios y expertos que podías encontrar en línea para defender tu punto de vista. El resultado fue un cinismo cada vez más intenso y una incertidumbre sobre casi todo.

La COVID-19 no creó estas aterradoras dinámicas de información, pero sí agravó la crisis. En realidad, fue en 2016 cuando el alcance de nuestra crisis epistemológica se hizo evidente. Fue el año en que la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y el «Brexit» en el Reino Unido sorprendieron a los expertos y aceleraron la sensación de que el mundo estaba entrando en una nueva fase impredecible impulsada más por la ira que por la realidad, más por el miedo que por los hechos.

Como resultado, en 2016, el Diccionario de Oxford declaró el vocablo «posverdad» la palabra internacional del año, definido de la siguiente manera: «que relaciona o denota circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a los sentimientos y a las creencias personales».1 La nueva normalidad de la «posverdad» quedó recalcada a principios de 2017 cuando la revista Time planteó la pregunta: «¿La verdad está muerta?» en su portada, diseñada de manera tal que reflejaba una portada de la revista de 50 años antes que planteaba una pregunta más fundacional: «¿Dios está muerto?».2 Estas dos portadas, separadas por medio siglo, cuentan una historia importante. Sin Dios como el estándar supremo de la verdad, lo único que tenemos son «verdades» según como las interpretan los individuos. Cada uno con lo suyo. Tú, haz lo tuyo. No es de extrañar que ahora estemos así de confundidos. Elimina a Dios y eliminarás la verdad.

Nuestra enfermedad mental y espiritual

Hace poco hablé con un grupo de estudiantes universitarios y les hice dos preguntas. La primera: «¿Cuántos de ustedes tienen un teléfono inteligente?». Los cuarenta en el aula levantaron las manos. La segunda: «¿Cuántos de ustedes dirían que su teléfono inteligente los ha hecho mejores, más felices y saludables?». Solo tres levantaron las manos.

La generación Z, o iGen, como la ha llamado la psicóloga Jean Twenge, vive la vida a través de los teléfonos; y no es más feliz. La generación iGen está caracterizada por la presencia constante de pantallas, mensajes de texto y redes sociales y, posteriormente, por el aumento en las tasas de depresión, soledad, ansiedad, insomnio e ideas suicidas.

«No es una exageración decir que iGen está al borde de la peor crisis de salud mental en décadas», escribió Twenge,3 quien reunió una amplia variedad de investigaciones para respaldar esta tesis en su libro de 2017 iGen: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy —and Completely Unprepared for Adulthood— and What That Means for the Rest of Us [iGen: Por qué los niños superconectados de hoy están creciendo menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y no están preparados para la adultez, y lo que eso significa para el resto de nosotros]. El título lo dice todo.

Twenge muestra en su libro que el aumento en las tasas de problemas de salud mental en iGen comenzó a producirse en los años posteriores al debut del iPhone en 2007. Las líneas en varios gráficos de enfermedades mentales se volvieron más empinadas cuando se extendió el uso de los teléfonos inteligentes. Seguramente eso no es una coincidencia. Y no es solo esta generación la que está cada vez más enferma por las toxinas de nuestra era digital. Las enfermedades mentales están aumentando en todas partes. Según un informe de Blue Cross Blue Shield de 2018, la cantidad de estadounidenses diagnosticados con depresión severa ha aumentado en un 33 % desde 2013.4 Aunque las tasas están aumentando de forma más rápida entre los adolescentes, se puede ver un aumento en todas las franjas etarias. Y no es solo un problema de Estados Unidos. La depresión es ahora la principal causa de discapacidad, con más de trescientos millones de personas que la padecen en todo el mundo.5

La investigación también muestra que los estadounidenses son cada vez más infelices. Según el «Índice de bienestar» de Gallup-Sharecare, el año 2017 marcó un nuevo pico de infelicidad en Estados Unidos. Un récord de veintiún estados vio disminuir sus puntajes de bienestar en 2017 y, por primera vez en nueve años, ningún estado mejoró su puntuación en un margen estadísticamente significativo con respecto al año anterior.6

Las personas también se sienten cada vez más solas. El «Índice de soledad de EE. UU. de 2018» de Cigna encontró que poco menos de la mitad (46 ٪) de los estadounidenses siempre o algunas veces se sienten solos, con los niveles más altos de soledad en la generación Z y los mileniales. La soledad «tiene el mismo impacto en la mortalidad que fumar quince cigarrillos al día, lo que la hace incluso más peligrosa que la obesidad»7 y cada vez más los gobiernos de todo el mundo la consideran una crisis de salud pública. En 2017, el Reino Unido se convirtió en el primer gobierno en nombrar un «ministro de soledad», acompañado de una «estrategia de soledad» integral de 21,8 millones de libras esterlinas para abordar la crisis.8

Nuestra enfermedad cultural en la era digital es real y va en aumento, y hay indicios de que también está afectando nuestra salud física. Después de aumentar durante la mayor parte de los últimos sesenta años, la esperanza de vida en Estados Unidos comenzó a disminuir después de 2014 y todavía está en descenso, en gran parte debido al incremento en las tasas de suicidio y sobredosis de drogas.9 Sin embargo, las estadísticas, las encuestas nacionales y los índices de bienestar son una cosa. La realidad cotidiana de vivir en este entorno enfermo es otra. De alguna forma u otra, todos nos sentimos infectados.

Náuseas, adicciones y otras dolencias

Yo siento la enfermedad de manera constante. Cuando abro Twitter y veo el último surtido de insultos despreciables, los comentarios moralistas y el postureo ético, me vuelvo aprensivo. Cuando me encuentro deambulando por mi teléfono, dando vueltas por Instagram, haciendo clic en enlaces aleatorios, comprobando resultados deportivos o lo que sea, a menudo siento que me alejo de mi cuerpo, que estoy perdido en una madriguera digital. Incluso mientras escribo este capítulo, el teléfono en mi escritorio me ha atraído a su red probablemente una docena de veces. ¿Por qué? ¿Cómo detengo esto? ¿Cómo puedo resistirme a revisar mi teléfono a primera hora de la mañana, a última hora de la noche y varias veces entre cada hora? Estas preguntas me preocupan, como probablemente te preocupan a ti.

La enfermedad que siento, que tanta gente siente, es parecida a la del adicto a las máquinas tragamonedas. Hemos sido condicionados al estilo pavloviano para seguir poniendo monedas proverbiales en la máquina. Los sonidos y los destellos de nuestras notificaciones automáticas nos dan golpes de dopamina que nos mantienen enganchados, porque así fueron diseñados. Queremos ver quién nos etiquetó, lo que la gente dice sobre nuestras fotos y lo que hoy está exasperando a las masas. Para nosotros, es terrible, y lo sabemos, pero es adictivo al igual que otros vicios, como, por ejemplo, el alcohol, el tabaco, el azúcar.

Hay otros síntomas que experimento. En ocasiones, me encuentro hojeando un libro, o leyendo algunas páginas de un libro, luego algo en Wikipedia, luego algunas páginas más del libro, luego Twitter, y así sucesivamente. Luego aparecen la ansiedad y el dolor de cabeza provocados por las notificaciones que exigen una respuesta: los interminables mensajes de texto, los mensajes de Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp, Slack, Voxer, MarcoPolo, Asana, LinkedIn, el correo electrónico y otros. Es la sensación de nadar contra la corriente y no avanzar nunca.

Estas y otras dolencias me impulsaron a escribir este libro. Habiendo experimentado la enfermedad en mí mismo y viéndola en otros, quiero abogar por una manera mejor, una manera para estar centrado, ser sensato y virtuoso en este mundo loco. Quiero que seamos perspicaces en una era de distracción; pero antes de ir a la medicina, primero debemos comprender las causas de la enfermedad.

Tres hábitos que nos enferman

Debemos examinar nuestra dieta diaria de ingesta de conocimientos. Puede ser nutritiva, lo que nos hace sabios y astutos, y nos capacita para prevenir infecciones intelectuales y aflicciones espirituales; pero también puede ser tóxica, lo que nos hace insensatos y más susceptibles a las mentiras y a las trampas de nuestro tiempo.

A continuación, se presentan tres malos hábitos de «alimentación» informativa que son particularmente frecuentes en el mundo de hoy, hábitos que contribuyen a nuestra enfermedad. Los próximos tres capítulos examinarán cada uno de estos malos hábitos con mayor profundidad, pero aquí están de forma resumida.

1. Comer demasiado

Así como comer demasiado de cualquier cosa nos enferma, nos causa dolor de estómago, indigestión o algo peor, demasiada información también nos enferma. Y nada caracteriza mejor a la era de Internet como el «exceso de información».

¿Tienes alguna pregunta sobre la Biblia? Búscala en Google y obtendrás cientos de respuestas. ¿Necesitas un video tutorial sobre cómo instalar cortinas? Hay toneladas de ellos en YouTube. (Créeme, he visto por lo menos cinco de ellos). ¿Buscas el mejor cruasán de París? Intenta buscar en Yelp, TripAdvisor o en muchos otros sitios web que tengan una opinión.

En teoría, el vasto depósito de información que tenemos a nuestra disposición es algo maravilloso. En la práctica, suele ser paralizante. Aun cuando el algoritmo de Google clasifica los resultados de la búsqueda, es abrumador tener que examinar tanta información. Por ejemplo, cada bloguero y gurú de bebés tiene una recomendación diferente para el entrenamiento del sueño. ¿En quién confías? ¿Qué método funciona realmente? El atractivo de que Internet todo lo sabe promete claridad, pero a menudo solo complica.

Es el problema del espacio ilimitado. Mientras que las tiendas físicas y las comunidades están sujetas a limitaciones: un supermercado solo puede almacenar cierta cantidad de marcas de café y una familia solo tiene cierta cantidad de opiniones sobre qué cocinar para el Día de Acción de Gracias; Internet no tiene ninguna de esas limitaciones. Para café, recetas de Acción de Gracias y cualquier otra cosa, las opciones son variadas. Nuevamente, en teoría, ¡esto es liberador! En la práctica, es frustrante. ¿Cómo puedes elegir la mejor opción entre tantas que no se diferencian, no están probadas y, más allá de las reseñas que envían los usuarios, no se han sometido a investigación?

La naturaleza del «espacio ilimitado» de los medios en línea también ha creado una situación en la que los canales de «noticias» deben encontrar contenido para llenar las 24 horas del día, los siete días de la semana, lo que tiene como resultado una disminución de lo que califica como «noticias de interés» (por ejemplo, ocupar una hora con persecuciones de autos en vivo). En la web, no solo se espera un contenido diario, fresco y «de último momento», sino que también existe una competencia feroz por los clics. Desesperados por sobresalir, los sitios web se ven motivados a utilizar titulares escandalosos y otros trucos para conseguir por cualquier medio necesario los codiciados clics. El resultado es contenido que suele ser apresurado (una versión polémica de la controversia de ayer), aleatorio, imprudente o incluso distorsionado para suscitar una controversia a corto plazo en lugar de sabiduría a largo plazo.

En el panorama competitivo de la era digital, el «alimento» de la información no se está volviendo más nutritivo, sino que se está convirtiendo en comida chatarra. Los Doritos y los Rocklets siempre obtendrán más clics que la espinaca. Y así recorremos las mesas de bocadillos de las redes sociales y la comida chatarra en línea, atiborrándonos diariamente hasta el punto de la glotonería. No es de extrañar que esto nos esté enfermando.

2. Comer demasiado rápido

Cuando ingieres comida con prisa, a menudo pagas por ello más tarde. Por más conveniente que sea, la comida «rápida» no suele ser la más nutritiva. La mayor parte de la mejor comida, tanto en valor nutricional como en sabor general, se prepara y se come lentamente. Al igual que con la comida, lo mismo ocurre con la información.

Vivimos en una época de mucho ajetreo. Los acontecimientos que dominaron los titulares una semana son olvidados a la siguiente. Las redes sociales favorecen la #tendencia del momento, pero no tienen ningún incentivo para volver al problema social del mes pasado, y mucho menos al del año pasado. Internet es un medio del ahora. Su memoria es corta; su forma siempre cambia. Navegar por la vida en línea es tener que ponerse siempre al día: leer el artículo que todos comparten en Facebook, seguir la historia de Instagram de alguien antes de que desaparezca. Si no respondes el mensaje de texto de tu amigo en 20 minutos, podrías poner en peligro la amistad. Si eres un «líder de opinión» y no opinas sobre el escándalo del día en las redes sociales, es posible que pierdas tu estatus de líder de opinión. Ya sea en un ciberanzuelo de algún tema polémico o en los hilos oportunos de Twitter, en Internet, la suerte favorece al más rápido; no promueve la sabiduría.

Ese tipo de ritmo no tiene tiempo para el pensamiento crítico. Cuando estamos condicionados a pasar rápidamente de un tuit a otro, de un tema polémico a otro, lo único que podemos hacer es hojearlo, no podemos leerlo con un pensamiento crítico y cuidadoso. Los estudiosos han descubierto que la naturaleza de la «comida chatarra» del consumo de información en línea está reconfigurando nuestros cerebros, de tal forma que está erosionando nuestras capacidades cognitivas para pensar de manera cuidadosa y crítica. Maryanne Wolf, defensora de la alfabetización, escribe: «En una cultura que premia la inmediatez, la facilidad y la eficiencia, el tiempo y el esfuerzo que se requieren para desarrollar todos los aspectos del pensamiento crítico lo convierten en una entidad cada vez más asediada».10

Por eso, las «noticias falsas», la desinformación viral y las teorías conspirativas son problemas cada vez más frecuentes. La velocidad a menudo conduce a errores. Nos hace susceptibles de caer en informes falsos y desinformar. Y no solo los blogueros aficionados y los que publican en Facebook son propensos a esto. Incluso los expertos más estimados de la sociedad y las instituciones más sagradas son vulnerables a cometer los errores que surgen al comentar o informar algo más rápido de lo que se puede llegar a entender. Si el New York Times puede caer en la trampa de la velocidad de Internet de los reportajes demasiado apresurados e incorrectos, ¿en quién se puede confiar? Si los centros para el control de enfermedades no brindan información confiable sobre la dinámica de un contagio y la mejor manera de contenerlo, ¿quién lo hace? Con el tiempo, nuestro escepticismo con respecto a todas las fuentes nos lleva a volvernos hacia adentro, a confiar solo en nosotros mismos, lo que nos lleva a nuestro tercer mal hábito alimentario.

3. Comer solo lo que me gusta

Si solo hubiéramos comido nuestros alimentos favoritos, la mayoría de nosotros estaríamos enfermos o muertos. Me encantan los cruasanes de almendras y las galletas con chispas de chocolate (¡especialmente con una taza de café negro!), pero una dieta de solo esto me llevaría al hospital. Así ocurre con nuestra dieta de información. Podríamos sentirnos tentados a consumir solo el material que nos gusta y nos place, pero eso nos dejará enfermizos. Por desgracia, esto es exactamente lo que muchos de nosotros hacemos en el mundo hiperindividualista de hoy, en el que cada uno elige su propia aventura.

Internet se construye a tu alrededor. Las búsquedas de Google, los algoritmos de las redes sociales, las recomendaciones de Siri, Alexa, Netflix y Spotify; e incluso la espeluznante inteligencia artificial que ahora termina tus oraciones cuando escribes un correo electrónico: todo está hecho a tu medida. En teoría, ¡esto es increíble! ¿Qué hay de malo con un mundo que gira en torno a ti y tus preferencias e inclinaciones particulares? Unas cuantas cosas.

En primer lugar, cuando todo gira en torno a ti y a tus gustos, solo será genial si sabes exactamente lo que es bueno para ti. Y por lo general, no lo sabemos. Piensa en la tendencia de los restaurantes «arma tu propia pizza». Vas por la fila y eliges exactamente lo que quieres en tu pizza: salsa marinara picante, salchichas, pepperoni, aceitunas, cebollas rojas, ajo, ricota, mozzarella, tal vez un poco de pesto por encima. Lo que se adapte a tu gusto. Sin embargo, en mi experiencia (y tal vez soy muy malo armando pizzas), la «pizza perfecta para mí» casi siempre termina siendo una decepción. En general, habría sido mejor simplemente confiar en el conocimiento especializado del chef, permitir que alguien con verdadera sabiduría culinaria cree una pizza que seguramente disfrutaría. Además, si siempre depende de mí armar mi propia pizza, es probable que solo me quede con los sabores que conozco y me gustan, y nunca me aventuraría en un nuevo territorio culinario ni expandiría mi paladar.

El segundo problema es que cuando cada individuo vive una vida centrada en el «yo» totalmente única, personalizada y perfectamente curada, es más difícil encontrar elementos en común con los demás. Empezamos a perder la capacidad de ser empáticos y no podemos conectarnos con las personas porque su experiencia del mundo, las noticias que consumen, lo que aparece en sus redes sociales y demás, es diferente a la nuestra en formas que ni siquiera podemos saber. Todos vivimos en nuestras propias burbujas mediáticas, y no hay dos iguales. Parte de la razón por la que la sociedad es cada vez más divisiva es que no podemos tener conversaciones productivas cuando todos llegan con su propio conjunto de «hechos», «expertos» y sesgos de fondo, habiendo sido moldeados por una dieta de información completamente diferente a la de cualquiera de los demás. Y cuando no podemos relacionarnos con los demás, nos retiramos aún más a nuestras burbujas individualistas y autorreferenciales, que no son un entorno donde la sabiduría pueda crecer.

Una dieta más saludable

Entonces, ¿qué hacemos con estos malos hábitos alimentarios que están envenenando nuestras almas? ¿No deberían los cristianos, como seguidores del hombre que se llamó a sí mismo «la verdad» (Juan 14:6) y dijo «la verdad os hará libres» (Juan 8:32), estar al frente de la tarea de recuperar la verdad y ser ejemplos de sabiduría en la era de la posverdad?

Algunos cristianos han sugerido que la situación cultural es tan terrible, y el impulso de deformación de la era digital tan imparable, que la mejor estrategia es retirarse. Para evitar la infección por los contagios de la era digital deberíamos desconectarnos y formar comunidades alternativas en alguna otra parte, como los monjes en la Edad Media. Si queremos seguir siendo sal y luz para las generaciones futuras y ser portadores de la sabiduría cristiana más allá de esta era inquietante, debemos agacharnos y esperar, no sea que nos perdamos en el ataque.

Esa parece ser la lógica y tiene algo de sentido. En mis momentos más cínicos, cuando veo las tendencias perturbadoras en mis propios hábitos de ingesta de conocimiento y me preocupo por cómo les irá a mis hijos en un ambiente así, yo también me siento tentado a arrojar mi teléfono a la basura y tirar mi computadora por el techo. A veces, sueño con construir una institución de conocimiento, al estilo de L’Abri, en un hermoso paisaje desértico o montañoso llena de libros y sin teléfonos.

Pero luego recuerdo que, a lo largo de la historia cristiana, los seguidores de Jesús no han huido de los enfermos por miedo a contagiarse, sino que se han quedado con los enfermos y han tratado de ayudarlos. Desde los cristianos que cuidaban de sus vecinos paganos que sufrían las devastadoras plagas del Imperio romano primitivo hasta los médicos misioneros Nancy Writebol y el doctor Kent Brantly (que en 2014 contrajo el ébola mientras trataba a víctimas de la enfermedad en África occidental),11 los seguidores de Jesús han hecho lo que Jesús hacía. En vez de evitar al leproso, a la prostituta, al adicto a los opioides y al esquizofrénico sin hogar, los cristianos se han acercado a ellos. En vez de escapar para salvarse, sacrificaron su seguridad en el servicio.

Esto es lo que debemos hacer en esta era de enfermedad epistemológica. Sí, permanecer en este ambiente de información tóxica es correr el riesgo de infectarnos más por las dolencias que ya nos acosan. No obstante, retirarse es abandonar a los perdidos y dejarlos en una perdición aún más oscura.

El mundo necesita desesperadamente sabiduría, una verdad inquebrantable y unos cimientos sólidos. Solo el cristianismo brinda este tipo de sabiduría, y es exactamente la medicina que necesita nuestra cultura enferma. Para llevar la luz de la sabiduría cristiana a las tinieblas de nuestra era insensata; sin embargo, los cristianos deben recuperar hábitos de sabiduría en sus propias vidas. Necesitamos una dieta basada en la ingesta de conocimientos que realmente cultivan la sabiduría. Necesitamos para nuestra salud mental y espiritual lo que fue la pirámide nutricional para nuestra salud física: una guía para saber qué comer y qué no comer y en qué proporciones para que podamos volvernos más saludables y fuertes.

De esto se trata La pirámide de la sabiduría. Es un plan para estabilizar una sociedad enferma al hacer que los cristianos sean más sabios: temerosos de Dios, honestos y confiables y que viven la verdad. Sal y luz. Eso es lo que somos llamados a ser. Esto es lo que el mundo necesita desesperadamente que seamos.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Por qué parece que hay una correlación inversa entre la información y la sabiduría? («Nuestro mundo tiene cada vez más información, pero cada vez menos sabiduría», pág. 9).

2. ¿De qué manera has sentido de forma personal la enfermedad mental y espiritual de la era digital?

3. De los tres malos hábitos de «alimentación» informativa, comer demasiado, comer demasiado rápido y comer solo lo que me gusta, ¿con cuál tienes más dificultad?

La Pirámide de la Sabiduría

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