Читать книгу Cuidar al pueblo de Dios - Brian Croft - Страница 12
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UNA VEZ TUVE el privilegio de servir junto a un experimentado pastor en una ceremonia de boda. Debo confesar que me encanta trabajar con pastores mayores que yo. Siempre disfruto de sentarme a sus pies para aprender y crecer, así que, le hice varias preguntas a este hombre mientras pasábamos el fin de semana juntos. Él llevaba más de 40 años pastoreando la misma congregación, y fue muy amable y paciente para responder mis preguntas, incluyendo una pregunta acerca de su horario semanal y de la manera en la que él pasa sus domingos.
Él era el pastor de una iglesia bastante grande, y me sorprendió escuchar que durante cuatro décadas siempre fue el primero en llegar a la iglesia para abrir las puertas y el último en irse, y que siempre asumió la responsabilidad de apagar las luces y cerrar las puertas. A medida que sus hijos crecían, iban con él para hacer esto, y con los años se convirtió en un asunto familiar. Cuando le pregunté por qué asumió la responsabilidad de realizar esta tarea que podía haber sido realizada por otras personas de la iglesia, él dijo: “Bueno, era algo que la gente esperaba que hiciera como pastor. Pero estaba bien, porque así me enteraba de las cosas que se hacían y me aseguraba de que se hicieran bien.”
La respuesta de este fiel pastor refleja la razón por la que tantos pastores llevan tanta carga por su iglesia. Las iglesias implícitamente y sin saberlo ponen expectativas sobre sus pastores, una expectativa que se sobreentiende, y que lleva al pastor a sentir que al final del día tiene que hacer lo que sea necesario para cumplirla. Y aunque la iglesia no le transmita ese tipo de exigencia al pastor, algunos pastores tienden a controlar diferentes asuntos, y están convencidos de que haciendo todo por sí mismos asegurarán que todo esté bien hecho. Todos sabemos que una sola persona no puede hacer que la iglesia funcione correcta, eficiente, y fielmente, sin importar cuántos dones tenga. Sin embargo, es muy común que los pastores ignoren esta verdad y que no les deleguen responsabilidades a otros, lo cual los lleva a vivir sin gozo y tarde o temprano eso es algo que consume su ministerio.
El designio de Dios nunca fue que el pastor se hiciera cargo de toda la responsabilidad administrativa. Desde el principio, Dios quiso que las tareas y responsabilidades del ministerio requirieran de un esfuerzo en conjunto. Y podemos ver eso desde el libro del Éxodo, cuando Moisés guiaba al pueblo de Israel a través del desierto. Moisés estaba tratando de hacer todo, hasta que llegó su suegro, Jetro, y observó la manera en la que Moisés estaba llevando sobre sus hombros todo el peso de los problemas del pueblo:
Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?
Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes.
Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar.
Éxodo 18:13–23
Jetro le da un sabio consejo a Moisés para que se encargue de lo que debe atender como líder elegido por Dios, delegándole el resto a hombres capaces y dignos de confianza. Vemos ejemplos similares reflejados en el liderazgo de Nehemías con los israelitas mientras reconstruían los muros de Jerusalén (Nehemías 4). La carga de construir el muro y proteger al pueblo de su enemigo se le delegó a muchos y se repartió entre el pueblo (Nehemías 4:15-20). Por su parte, los levitas nos dan una muestra de esta delegación intencional, en lo que respecta a la manera en la que llevaban a cabo sus labores sacerdotales en el templo (1 Crónicas 24:1–5).
Dios nos demuestra varios ejemplos de la delegación como una actividad fructífera entre el pueblo de Dios, Israel; sin embargo, el mejor ejemplo que podemos aplicar a los pastores se encuentra registrado en el libro de los Hechos, en donde vemos la manera en la que los apóstoles edificaron y establecieron la iglesia primitiva. A lo largo de ese proceso, la necesidad de organizar, administrar, y delegar responsabilidades para resolver todos los asuntos que se les presentaban, era una necesidad que continuó creciendo. En una ocasión, las viudas estaban siendo descuidadas. Y esta fue la solución que los apóstoles propusieron:
En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.
Hechos 6:1-7
Aquí podemos ver un prototipo de lo que más tarde se convertiría en los dos oficios eclesiásticos del Nuevo Testamento, es decir, los oficios de pastor y diácono (1 Timoteo 3:1-13). Esta historia nos muestra la funcionalidad de la iglesia primitiva y la manera en la que fue capaz de delegar eficazmente responsabilidades y tareas para satisfacer sus necesidades y cuidar del pueblo de Dios. Los apóstoles nunca trataron de evadir su responsabilidad diciendo: “Bueno, suponemos que vamos a tener que orar menos y recortar el tiempo de nuestro ministerio de la Palabra, para poder atender esta necesidad.” Tampoco dijeron: “Bueno, pues ya que la oración es mucho más importante, y debido a que eso es en lo que debemos ocupar la mayor parte de nuestro tiempo, por lo tanto, suponemos que será necesario mantenernos en oración por estas viudas que han sido descuidadas, con la esperanza de que el gobierno se encargue de ellas.”
En un momento de providencia divina, los apóstoles se dieron cuenta de que su llamado no era el de ir para cubrir esa necesidad, sino que su llamado era asegurarse de que esa necesidad fuera cubierta. Así que se organizaron para realizar el nombramiento de hombres fieles y piadosos que se harían cargo de eso. Y no se trataba de un grupo de hombres al azar, sino de siete hombres en particular, los cuales tenían que ser “varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hechos 6:3), así que, ellos eran hombres llamados al ministerio de cuidar a las viudas, de la misma manera en la que los apóstoles eran llamados al ministerio de la Palabra y la oración. Y a medida que la narrativa se desarrolla, podemos ver los resultados de esta inteligente y sabia estructura: “Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.” (6:7).
Éste es sólo uno de los muchos ejemplos que muestran lo esencial que es delegar responsabilidades y tareas en la iglesia local a personas dotadas y calificadas. Cabe señalar que, estas decisiones fueron tomadas por el bien del pastoreo del pueblo de Dios en medio de la necesidad. La delegación sabia y perspicaz permite a los líderes de la iglesia satisfacer estas necesidades de la manera más efectiva. Sin embargo, eso hace que surja una pregunta importante: “¿Cómo sabe un pastor a quién debe delegar?” La mejor respuesta es muy simple: A aquellos a los que entrena y prepara para esa tarea.