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CUANDO SE OBSERVA DESDE AFUERA, o tal vez desde la perspectiva de un seminarista afligido, o desde el punto de vista de un fervoroso plantador de iglesias, la iglesia es como un sueño. Es el sueño que cumple los más profundos anhelos para una comunidad. Dirigir un sueño como ese es igual que navegar un bote en un lago alpino. Esta iglesia de ensueño flota alegremente por todas partes, como una mariposa, y pica al reino de las tinieblas como una abeja. El pastor joven, que está listo para tomar su cargo, se lanza de manera soñadora a la aventura de dirigir la iglesia, cantando: “El Señor es Mi pastor, nada me faltará”

Nos imaginamos a la iglesia como un organismo de otro mundo que prospera, crece, y se multiplica sin hacer demasiado esfuerzo. Y, en un principio, eso parece una realidad. Muchos pastores han comenzado a predicar la Palabra con mucho entusiasmo, atrayendo a un grupo de personas tan grande que podría hacer temblar a los valientes de David. Y a medida que la iglesia sigue creciendo, se nombran ancianos y diáconos que son escogidos de acuerdo con el modelo establecido por Pablo; se levantan misioneros con el nombre de Adoniram y son enviados al exterior; y se les brinda atención y cuidado a los pobres.

Pero después la realidad nos hace despertar del sueño, cuando nos enfrentamos a problemas con el edificio de la iglesia, con los gastos y los presupuestos, y con los congregantes. La asistencia de la gente empieza a fluctuar, los ingresos de la iglesia caen en picada; los gastos se aumentan; los ancianos se ponen irritables; los misioneros se desilusionan; y los miembros dejan de hablar entre ellos. De manera que el sueño pronto se desvanece a la luz de la cruda realidad en la que vivimos en este mundo caído. Y aunque al principio el pastor hubiera comenzado cantando acerca de su confianza en Dios, ahora su gran sueño ha encallado, y se ha estrellado contra las rocas de la realidad.

La iglesia de ensueño sólo existe en el terreno de lo abstracto y es promocionada en conferencias a lo largo del país. Para cada pastor, llega un día en que el sueño termina, se despierta, y se da cuenta de que su iglesia orgánica necesita un poco de organización. Es necesario que la iglesia tenga los elementos de una institución, y eso es algo bueno. Lamentablemente, algunos pastores se desilusionan en este punto y abandonan su iglesia para perseguir su sueño de la iglesia “pura”. Otros evitan las dificultades de la administración y la delegación diciendo: “Yo no soy esa clase de líder”.

Así que, no deberíamos sorprendernos si, a causa de eso, la iglesia se derrumba por completo. Es verdad que la iglesia tiene un potencial extraordinario para ser profética y poderosa, pero también tiene potencial para llegar a ser lamentable y patética. Sólo basta con leer a lo largo de los evangelios y mirar de cerca a Jesús y a Sus discípulos. En Lucas 10, los discípulos se desplazan por toda la región de Galilea como grandes evangelistas, echando fuera demonios y proclamando el reino de Dios. Después regresan a Jesús, jactándose de sus “poderes,” y Jesús tiene que hacerlos recobrar la sobriedad diciéndoles que lo que deben celebrar es su nueva vida con Dios, no el éxito de sus ministerios. Hacemos planes, damos presentaciones y hacemos reuniones de oración que nos llevan a la cima de la montaña, para que finalmente las personas abandonen la iglesia, enviando correos electrónicos en los que expresan su enojo debido al gluten del pan de la Santa Cena, o porque alguien en la iglesia no tuvo cuidado de las alergias de su hijo y le dio a comer maní.

Las estadísticas demuestran que cuatro de cada cinco aspirantes a pastor no soportan los primeros cinco años de su entrenamiento para el ministerio. Y por si eso no fuera lo suficientemente sombrío, también demuestran que uno de cada diez abandona por completo el ministerio.1 Estas cifras se traducen en miles de sueños frustrados. En el 2010, El New York Times reportó que, dentro de todas las denominaciones, los pastores presentaban tasas más altas de obesidad, hipertensión, depresión y uso de antidepresivos que la mayoría de los demás estadounidenses. Además, tienen una esperanza de vida cada vez menor.2 En pocas palabras, la cruda realidad es que los pastores de la actualidad no duran mucho tiempo.

Pero yo creo que un gran número de historias detrás de estas estadísticas podrían ser reescritas si se les añadiera la sabiduría bíblica unida a las realidades necesarias de la administración y la delegación. Un pastor se inscribe con entusiasmo en el seminario para aprender, estudiar y memorizar la historia, la teología y las Escrituras, y sin embargo se tambalea cuando tiene que enfrentarse a las funciones, la gestión y la construcción de sistemas sostenibles. Eso da como resultado fatiga extrema, estrés, y fracaso.

El libro que tienes en las manos no es una guía turística de ensueño para la vida de la iglesia; es un breve y honesto recordatorio de cómo se supone que debe funcionar la iglesia. La primera sección de Cuidar al Pueblo de Dios nos ayuda a dejar de perseguir ideales espectaculares en el ministerio y a ver de manera bíblica la sobriedad del llamado al ministerio. Brian Croft y Bryce Butler llevan al lector a lo largo de las Escrituras, explicándole y aplicando los imperativos bíblicos que nos impulsan a apacentar a la grey. La sección que aborda las cuestiones administrativas nos ayuda a tener claridad en la manera en la que debemos poner en práctica estos imperativos, resistiendo a la tentación de adoptar las inconsistentes prácticas del mundo de los negocios. La última sección contiene más detalles concernientes a las necesidades prácticas que nos ayudan a apacentar al pueblo de Dios, alejándonos del fantasioso glamur del pastoreo moderno, y llevándonos hacia las prácticas bíblicas del pastoreo verdadero. En ese sentido, Croft y Butler lograron fusionar la verdad pastoral (de las Escrituras) con las realidades prácticas (de su experiencia).

He tenido la oportunidad de trabajar con cientos de jóvenes pastores en los últimos quince años, y he convivido con ellos a lo largo del proceso de entrenamiento, desarrollo, y plantación de iglesias. Por esa razón estoy consciente de que los sueños idealistas siempre tendrán que enfrentarse a la realidad de la iglesia, incluso en las vidas de los pastores y plantadores de iglesias más sensatos. Lo que necesitamos son pastores sabios que entiendan cómo dirigir el rebaño por medio de la administración y la delegación. Brian Croft y Bryce Butler son hermanos y amigos confiables. Por eso no puedo hacer más que recomendar sinceramente este libro. Espero que te ayude a cambiar tus sueños de fantasía eclesiástica y te ayude a entender sobriamente el valioso llamado de apacentar a la verdadera iglesia de Jesucristo.

Daniel Montgomery, pastor principal y fundador de Sojourn Community Church, Louisville, Kentucky

Cuidar al pueblo de Dios

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