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Capítulo 1

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El abrupto aire frío casi le congeló el aliento mientras caminaba hacia el Salón de Fortuna. Lady Evelina Davenport se detuvo y frunció el ceño. El hielo en el camino haría casi imposible cruzar. ¿En qué había pensado? Esta fue una de las peores ideas que había tenido. No tendría que haber permitido que la duquesa de Clare la hubiera obligado a tomar clases de esgrima. La ex princesa gitana tenía arte en obtener lo que quería de alguien, y Evelina no era diferente a cualquier otra persona. Ella no podría decir que no, incluso queriendo. Realmente no quería...

Le cayó muy bien Lulia, la duquesa de Clare. Ella era amable, valiente y tenaz. Todo lo que Evelina quería llegar a parecerse. Odiaba ser un florero al que nadie hacía caso. No importaba que fuera la hija del duque de Livingstone. Su dote y linaje no había sido suficiente para atraer a caballeros para que la cortejaran. También había permanecido invisible a la atención de todos durante dos temporadas, y en la tercera... la peor de todas... a veces la atención no valía la pena.

Ahora a los veintiún años estaba apunto de dejarlo estar. El ser una solterona empezaba a sonarle cada vez algo más atractivo con el paso de los días. La primavera sería el inicio de su cuarta temporada sin la posibilidad de que alguien le pidiera para bailar.

Nadie sería capaz de convencerla que Luca Dragomir, el príncipe heredero de Dacia deseaba invitarla a un vals. Fue bonito mientras duró. Él era, por cierto, muy atractivo con su pelo oscuro y ondulado y unos ojos verde mar.

Su piel bronceada añadió un plus a su gusto. Todas las damas susurraban sobre él, pero este no les hacía mucho caso. Siempre se comportaba educadamente, manteniendo las distancias. La única dama a su lado con la cual bailó un vals fue la duquesa de Ashley. Pero ya no estaba disponible. Evelina se preguntó si había tenido que regresar a su casa al no gozar más de su atención.

Después del vals... todas las damas parecían estar afligidas por ella y la atacaron verbalmente sin decirle nada. Solamente con susurros crueles hacia su persona. Muchos cuestionaron su origen. Empezaron a preguntarse si realmente era la hija de un duque o si su madre había tenido un affaire. Eran damas desagradables y miserables, y Evelina las odiaba. Sus celos las habían convertido en arpías.

Fue entonces cuando Lulia le ayudó. Parecía que le gustaba ayudar a que mujeres tímidas se convirtieran en leonas fieras. Evelina necesitaba un pequeño empujón para poder soportar todos aquellos insultos. Su vía había tomado cierto rumbo y no podía encontrar la manera de solucionarlo. Se ahogaba con cualquier cosa hasta niveles de caer en lo más profundo. Lulia fue su salvadora. Evelina no la decepcionaría.

Llegó a ese juego infernal y tomó aire. Parecía que hiciera más frío de lo habitual. No encontraba el momento de entrar dentro y descongelar sus extremidades congeladas. Evelina llegó y abrió la puerta trasera, subiendo a toda prisa las escaleras. Una vez dentro, se arrimó a la pared y tomó pausadamente el aire. Parecía como si la garganta se le quemara con cada respiración. La temperatura era muy diferente a la exterior.

—Ah, ya estás aquí —dijo Lulia—. Pensaba que ya no vendrías.

—Nunca me perdería una de nuestras clases —dijo sacándose sus manos de sus manoplas metiéndolas en el bolsillo del abrigo—. Tan solo necesito un instante para recuperarme antes de empezar.

—¿Estás segura que necesitas solo un instante? —su acento era tosco a medida que hablaba. Su pelo oscuro estaba arreglado con una trenza y caía por su espalda en una larga mata de pelo, y sus ojos azules casi brillaron con tal escena.

—Seguro —levantó su rostro desafiante—. Tras unas pocas exhalaciones menguó aquel calor. Evelina se puso en pie y caminó dirección a la sala de esgrima.

Ha recorrido un largo trayecto en los últimos meses. Dudaba que fuera tan buena como lo era Lulia o la prima de la duquesa, Diana, condesa de Northest, pero Evelina estaba orgullosa de sus logros.

Una vez en la pre-sala, se quitó el abrigo y lo colgó de un perchero, para prepararse para la clase. Primero, se colocó sus protectores y sacó su florete. Hubiera querido aprender a usar una espada ropera, pero Lulia no creía que estuviera preparada para una espada con hilo cortante. Se dirigió a Lulia diciéndole —estoy lista.

—Ya lo veo —dijo Lulia—. Su voz mostraba cierta diversión—. Muy bien, ratoncita, empecemos. En guardia.

Levantó su florete y espero a que Evelina hiciera su movimiento

¿Qué podría hacer para que su instructora bajara la guardia? Probablemente nada. Lulia era toda una maestra del esgrima. Jamás se había detenido para fijarse en lo que hacía la otra persona. No había nada más que la clase. Evelina se lanzó hacia Lulia y esta se separó de su línea. Bloqueó al florete sin gran esfuerzo y embistió a Evelina. Su florete tocó su chaleco de protección.

—Punto —dijo Lulia—. Set otra vez.

Evelina estaba sudando por su frente. Estuvieron entrenando durante una hora y todavía tenía que hacer un punto. Dio un giro sobre el eje de Lulia. Levantó su florete e intentó empujar golpeando el centro de la espalda de Lulia. Por fin.

—Punto— dijo con regocijo.

Un tímido aplauso resonó por toda la sala. Tanto Lulia como Evelina se reunieron para comprobar como el verde mar las estaba observando. La bella cara de Luca Dragomir la felicitó y la deslumbró a la vez. Las había estado mirando sin que se dieran cuenta. Gracias a Dios... sus mejillas se sonrojaron al pensar en que lo habían tenido tan cerca, observándolas...

—Buena pelea, chicas...

No oyó otra palabra. La sala pareció dar giros, y notó tal velocidad. No cayó al suelo, pues algo hizo de cojín para parar su caída... y la oscuridad la envolvió por completo.

Amor Y Muérdago

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