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Capítulo 3

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Los ojos de Evelina se abrieron de par en par. Le tomó un instante para focalizar la habitación. Ella estaba tumbada en el suelo de madera en la ante sala del Salón Fortuna. Al principio, no recordaba como había llegado hasta ahí. Luego recordó. Aquel frío, la caminata, el calor, luego... Luca. El príncipe había estado en la sala. Vino y escaneó el lugar. Ahora ya no se le podía encontrar en ninguna paarte. De echo, ella estaba sola. ¿Dónde había ido Lulia? ¿Por qué la duquesa la había dejado tumbada en el suelo de una sala de esgrima? ¿Qué debería hacer Evelina?

¿Debería irse y hacer ver que nada había sucedido? Tenía tantas dudas y ninguna respuesta a sus preguntas.

—Ah— dijo Lulia cuando entró a la habitación—. La bella durmiente está preparada para despertarse y hacerse con el mundo que la rodea. ¿Cómo te sientes, mi ratoncita?

—Como si alguien estuviera golpeándome la cabeza con mil minúsculos martillos —susurro con fuerza. Evelina estaba agradecida por que el príncipe se hubiera ido. Odiaba pensar que la pudiera haber visto indispuesta. ¿Qué pensaría de ella? No lograba hacerse a la idea de algo tan comprometido.

—Esto se solucionará —dijo Lulia desdeñosamente—. Levántate por tu propio pie. Tenemos mucho trabajo. Tienes que venir conmigo.

—¿Por qué? —preguntó Evelina. Todo era confusión en ella.

—Tengo que volver a casa.

—No harás tal cosa —dijo Lulia con voz firme—. Vendrás a casa conmigo tal como dije. Te ayudaré con tu pequeño lío que tienes en la cabeza y te vestiré para el baile de Navidad.

—No creo que pueda ir...

Lo último que quería hacer era socializar. La manera en la que todo el mundo la trató la última vez hizo que odiara ir a un lugar como aquel.

—Tonterías —dijo Lulia despachándose con sus palabras—. Sé lo que estás pensando. Susurraran a tus espaldas y te convertirán en una paria. No lo permitiremos. Este baile no es como los otros a los que has asistido. Los invitados serán... familia. Te tratarán con cariño.

Tomó su mano y la colocó sobre su corazón.

—Te lo prometo.

Evelina no quería ir, pero también no quería decepcionar a Lulia. Se mordisqueó su labio inferior y pensó. ¿Qué debería hacer? Su mente empezó a dar vueltas tan fuertemente que le dolía. Había sido mucho más sencillo hacer lo que Lulia quería hacer y eso la hubiera ayudado. Conocía muchos remedios de hierbas que la habían ayudado en el pasado.

—Muy bien, pero si te arrepientes, me deberás una.

—No tienes porque preocuparte por estas cosas. Vayámonos.

Lulia le lanzó el manto rojo oscuro.

—Póntelo y así podremos irnos. Tengo un carruaje esperándonos delante de la tienda de ropa. Tengo que ir a por unas cosas en el piso de arriba antes de partir.

Lulia la dejó sola para que se preparara.

Deslizó la capa colocándosela bien para luego ir a buscar manoplas y colocárselas en su bolsillo. Lulia todavía no había vuelto cuando ella ya estaba preparada. ¿Debería bajar hacia el carruaje sin ella? Se sentía ansiosa e insegura. Por fin tomó la decisión cuando Lulia llegó con una gran caja entre sus manos y se la entregó.

—Lleva esto mientras me pongo el abrigo.

No había empezado a moverse cuando Lulia empezó a irse saludándole con la mano junto a la salida.

—Vamos, chica. El carruaje está esperando.

Sentía ser como la Cenicienta, y no en el mejor sentido de la palabra. Lulia le estaba dando ordenes como la malvada madrastra y haciéndole trabajar. Pero no le importaba. Trabajar le ayudaba a ganarse coraje y energía. Suspiró y bajó la cabeza mientras descendía por las escaleras junto a la tienda de ropa. Un sirviente le abrió la puerta y le ayudó a entrar dentro. Había mantas de lana y calefactores esperándolas. Evelina suspiró y terminó acurrucándose en espera de Lulia.

Después de unos instantes regresó. Entró al carruaje y eligió una de las mantas.

—Por lo menos el viaje no será muy largo. Ahora que lo pienso, siempre he ido a pie. Casarme con Finn me ha convertido en alguien perezoso.

—No lo eres —dijo Evelina consternada.

—Pero no me puedes negar que holgazaneé un poco —sonrió Lulia. Se le podía ver cierto brillo en su mirada.

—No... —no quería decir—. Yo...

Evelina se horrorizó. ¿Cómo podía pedir perdón por tan leve problema?

—No te preocupes— dijo Lulia en un suspiro—. Morirás joven si te preocupas por cosas que no puedes cambiar. Intenta aprovechar la felicidad que hay a tu alrededor.

Quería que fuera más fácil hacer caso a su consejo. Evelina siempre se sentía preocupada. Era parte de su naturaleza.

—Lo intentaré.

El carruaje se detuvo en la casa de Lulia. El sirviente abrió la puerta y ayudó a las dos damas a salir de él. Habían dejado dentro una caja grande y Lulia ordenó que se la llevaran a su habitación.

—Ahora que ya hemos llegado, podemos empezar.

—¿Lo qué exactamente? —Lulia nunca solía hablar de los detalles. Siempre tenía presente sus objetivos y daba por supuesto que tu la seguirías sin preguntar. La mayor parte de las veces funcionaba. Por lo general, nada le preocupaba.

Aunque ahora todo lo que había planeado en su mayor parte no le hacía otra cosa que preocuparla más...

—Tengo tu vestido para esta noche —empezó—. Te bañarás, descansarás, y luego mi sirvienta te peinará. Será divertido.

Aplaudió con las manos.

—Será casi como tener una hija pero sin haber pasado por todos los problemas del parto —dijo mientras sentía un escalofrío— . Eso jamás sucederá...

Si le hacía feliz actuar como su hada madrina, entonces no había ningún problema. Era mucho mejor que convertirse en una malvada anciana... Dejó que Lulia subiera por las escaleras para que empezara la magia. Quizás el baile de Navidad no terminaría siendo tan malo que había pensado...

Amor Y Muérdago

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