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Autopsicografía

El poeta es un fingidor.

Finge tan completamente

Que hasta finge que es dolor

El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,

Sienten, en el dolor leído

No los dos que él poeta vive

Sino aquel que no han tenido.

Y así va por su camino,

Distrayendo a la razón,

Ese tren sin real destino

Que se llama el corazón.

Fernando Pessoa

Versión de Santiago Kovadloff

Fernando Pessoa: El poeta es un fingidor

“Autopsicografía” es uno de los poemas más intensos de Pessoa. En él revela la verdadera naturaleza de su yo poético múltiple y versátil y sus egos imaginarios, verdaderos y desnudos. También, la verdadera fuerza de su creación. El escritor es un ser que se siente atrapado en su Yo o en su identidad: su nombre, su idioma, su nacionalidad, su lugar de nacimiento, su memoria, sus manías, sus defectos, sus vicios, sus talentos, su historia personal familiar y cultural. Este encerramiento claustrofóbico de la identidad está en el origen de la ficción de Borges, Cortázar, Poe, Pessoa, en los ensayos de Michel de Montaigne, y acaso en el origen de toda la ficción y de toda la literatura. El escritor de ficción es el ser que pretende ponerse en el lugar del Otro y narrar como el Otro y desde la desencantada o encantada orilla del Otro. Puede ponerse en el lugar del asesino, como Edgar Allan Poe o Robert Louis Stevenson, o en el lugar del loco, como Nicolai Gógol, o en el de un borracho fracasado, como Cortázar, en el de un joven o un viejo, en el de un niño o un adolescente, en el de un soldado o un cura, de un médico o de una prostituta, o simplemente ser un impostor. Se pone en el lugar del Otro sin juzgarlo o condenarlo y sin asumir ninguna culpa. No se confiesa ante Dios sino ante sí mismo. “El poeta es un fingidor”. Este fingimiento, no obstante, no es un acto deliberado o racional de enmascaramiento, sino algo que se impone desde algún lugar profundo de su psique. El poeta es un fingidor, no un impostor. “Y así va por su camino / Distrayendo a la razón / Ese tren sin real destino / Que se llama corazón”. Así, paradójicamente, el fingidor tiene la necesidad de fingir, pero no sabe por qué. Muchas veces finge y no se da cuenta. Describe la vida como el fingidor cree que fue o pudo haber sido. Puede amar o tal vez odiar al personaje creado, pero en general se nota la empatía hasta a sus más detestables personajes. En otras palabras, el fingidor asume verdaderamente la visión del mundo del Otro.

En el cerebro existen “neuronas en espejo” que se activan con los movimientos corporales del otro y previsiblemente nos permiten conocer, a través de las expresiones faciales, los sentimientos y deseos y acaso hasta los pensamientos del otro. Se supone que es la base biológica de la empatía.

Además, es necesario esforzarse para comprender por qué el escritor se siente atrapado en su yo o en su identidad. Una posibilidad terrible es el aburrimiento; este es un estado de conciencia probablemente único del hombre, aunque puede existir en otros monos. Según Heidegger, es el estado en que el hombre se da cuenta de su verdadero ser: no puede hacer nada y nada le interesa o quiere hacer. Está enfrentado con su propia nada.

Otra posibilidad es quererse liberar de la esclavitud del yo. Al haber escogido algo ya no puede escoger otra cosa. Al haber escogido una profesión, una mujer, un camino, un destino, ya no puede escoger otro. Aburrirse es no querer estar dentro de uno mismo, no querer estar en el mismo lugar o en la misma situación, o no seguir haciendo lo mismo que siempre se hace. Pessoa era un hombre completamente rutinario.

Ni los viajes ni el cambio de profesión ni de pareja liberan al hombre del aburrimiento. Sólo la imaginación nos permite ejercer esta liberación del aquí y ahora, del hic et nunc del que hablaron los latinos. Así, el imaginar que uno puede ser otro u otros se convierte en un acto de libertad. El escritor de ficción y el poeta juegan a que son otros, aunque ellos saben íntimamente que siguen atados a su identidad. La psicosis delirante crónica es la ruptura real de la identidad y el asumir que en realidad somos otro o que las personas que nos rodean son otros. Así aparece el delirio erotomaniaco de creer que una persona importante está enamorada del sujeto, el síndrome de Capgras de creer que la persona querida ha sido sustituida por un impostor idéntico o que se le parece mucho, o que la persona querida se encuentra escondida adentro de diversas personas (síndrome de Fregoli) y otros diversos tipos de psicosis delirantes antes llamados delirios monomaniacos. Los psiquiatras hablan ahora del trastorno disociativo de la identidad, que viene a sustituir el diagnóstico de trastorno múltiple de la personalidad. Esta patografía delirante ha sido aplicada, absurdamente, al genio heterodoxo y multiforme de Fernando Pessoa. Implica reducir y querer explicar su actividad creadora a una personalidad anormal. ¿En ese caso, si todos somos anormales, por qué no todos producimos una obra de genio? En un poeta o narrador sólo se puede juzgar la obra. La manera como realizó la obra siempre será un misterio. Es un misterio para el mismo creador. Los poetas no tienen biografía, dijo Octavio Paz en su ensayo “Pessoa (El desconocido de sí mismo)” en Cuadrivio. Fernando Pessoa casi no tuvo biografía (todos los días de su vida hizo la misma rutina), su obra es su biografía. Una biografía imaginaria. No tenía más destino que el de seguir escribiendo. Una precisión: Pessoa fue, más que un desconocido de sí mismo (que también lo fue), un prisionero de sí mismo. Nadie puede huir o escapar de su propio yo.

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El hombre es un animal histérico.

“Genio y locura”, Fernando Pessoa

Pessoa quiere decir persona en portugués. Persona es la máscara de los agonistas y antagonistas del teatro griego. Pessoa no quiso ser un actor interpretando diversos personajes. Quiso inventar múltiples personajes distintos de él mismo, salirse completamente de sí. No sabemos cómo llegó a pensar, a sentir y a desarrollar este delirante proyecto. La soledad fue uno de los destinos que eligió Fernando Pessoa. Vivió solo, trabajando como traductor al inglés y al francés, no de textos literarios sino de cartas comerciales para los negocios que traficaban con los barcos que llegaban al puerto de Lisboa. En vida casi no publicó. Su libro poético Mensagem es el único que firmó con su verdadero nombre. El hecho es que también sus heterónimos eran verdaderos. Individuos coherentes y con una visión particular y precisa del mundo. Hombres con profesiones intelectuales que en su tiempo libre eran poetas. También el hombre que escribió el Libro del desasosiego era un filósofo de pensamiento agudo y coherente a pesar de su desesperación. Dejó ensayos filosóficos, literarios y poemarios que apenas se están rescatando. Yo visité su departamento en Lisboa con mi amigo, el filósofo, diplomático y narrador, José María Pérez Gay. Vi un estante con un centenar de libros en inglés. Lamento no haber apuntado o fotografiado sus títulos. Me senté en el restaurante bar donde solía comer y tomar unos tragos después de trabajar hasta la una o dos de la tarde. El restaurante se llama A Brasileira (La Brasileña) y en las mesas que se encuentran en una explanada, enfrente del restaurante, hay una estatua de hierro forjado que conmemora su paso ineludible, a mediodía, por este lugar. Al lado derecho de A Brasileira se encuentra el Hotel Borges. Demasiadas coincidencias no me hacen supersticioso, pero sí me causan cierta perplejidad. Lisboa, con su anchísimo río, el Tajo, fue la ciudad de Pessoa. Esto es una exageración porque Pessoa muy probablemente pasó sus días y sus noches en su pequeño departamento, inclinado sobre cuadernos en los que ejercía su insaciable grafomanía. Los psicopatólogos modernos lo ven como un caso de trastorno de personalidad múltiple, pero a Pessoa este diagnóstico no le hubiese molestado. Su convicción de querer ser varios hombres nunca lo abandonó y su prematura muerte y su aislamiento quizá le impidieron un reconocimiento en vida. Él no buscó la gloria sino la posibilidad de ser muchos hombres: creadores, filósofos y poetas. No luchó por ver su obra publicada, ni siquiera la mostró a sus amigos. No tuvo alumnos y era tímido e introvertido. Todos sus heterónimos son grandes poetas sin ilusiones. Acaso su autopsicografía nos diga un poco, muy poco, sobre el misterio de su personalidad. El poeta es un fingidor, aunque muchas veces no se dé cuenta.

El teatro de la mente

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