Читать книгу La venganza de la historia - Bruno Tertrais - Страница 6
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеTodos los males del siglo provienen de dos causas; la gente [...] lleva dos heridas en el corazón. Todo aquello que fue ya no es; todo lo que será aún no es. No busquéis en otra parte el secreto de nuestros problemas.
ALFRED DE MUSSET,
La confesión de un hijo del siglo, 1836
Sería inútil alejarse del pasado para pensar solo en el futuro. [...] De todas las necesidades del alma humana, ninguna es más vital que el pasado.
SIMONE WEIL,
Echar raíces, 1949
La búsqueda de un pasado que sea un medio para controlar el futuro es inseparable de la naturaleza humana.
JOHN LEWIS GADDIS,
El paisaje de la historia, 2002
Antes solía pensar que la historia, a diferencia de otras disciplinas, como por ejemplo la física nuclear, no le hacía daño a nadie. Ahora sé que puede hacerlo y que existe la posibilidad de que nuestros estudios se conviertan en fábricas clandestinas de bombas, como los talleres en los que el IRA ha aprendido a transformar los abonos químicos en explosivos.
ERIC HOBSBAWM,
Sobre la historia, 1997
Pocas veces el pasado ha estado tan presente.
Nunca, en época moderna, ha tenido esta importancia en las relaciones internacionales y en la escena geopolítica. En un mundo que se pretende sin memoria, la Historia ha irrumpido por todos lados. Dáesh quiere restaurar el Califato y eliminar las fronteras coloniales. Turquía e Irán se inspiran en su pasado imperial. China justifica sus derechos sobre las islas adyacentes a su territorio sacando a relucir mapas antiguos. Rusia se anexiona el lugar de su pretendido bautismo. Hungría entrega pasaportes a los antiguos miembros del Imperio austrohúngaro. En Europa, los inmigrantes son considerados los nuevos bárbaros.
No es El shock del futuro, es el vértigo del pasado.1 ¡Sarajevo! ¡Sykes-Picot! «Vivimos en el planeta 1914».2 ¿Kulikovo, Borodinó? Eso era ayer.* Al Este, los fantasmas de los imperios: Roma contra Bizancio, los austrohúngaros contra los otomanos, el zar contra el sultán. En Europa, es el recuerdo de los tiempos heroicos de la Edad Media: Carlos Martel, las cruzadas, Juana de Arco, la Reconquista. En Oriente Próximo es la imagen de las revoluciones de 1848 y la Guerra de los Treinta Años.*
El pasado está por todas partes. En la era del retorno de la nación y de la yihad global, el pasado aparece exhumado, reconstruido, reinventado, mitificado para servir de inspiración o de revulsivo, de justificación a las reivindicaciones, de guía para la acción, de referencia para la interpretación de las situaciones. «El pasado está más vivo que nunca», dice el escritor británico Aatish Taseer.3 Se exaltan las grandes victorias de la nación o se conmemoran las derrotas. Se legisla o se reforman las constituciones para ajustarlas a la Historia. Se restaura, se realizan excavaciones arqueológicas, se exige la repatriación de los objetos antiguos. Se abren museos y memoriales o, a la inversa, se destruyen los símbolos del pasado. Se reescriben los manuales de Historia, se graban películas y videoclips de propaganda, se renombran ciudades y provincias.
Se han reactivado los enfrentamientos ideológicos y cada vez es menos cierto el carácter inevitable del triunfo final de la democracia liberal. Es la venganza del pasado: contra las promesas de un futuro radiante encarnadas por el liberalismo y el socialismo, y contra la tendencia a diluir las identidades y disolver las raíces en el gran caldero de la globalización, el nacionalismo y el islamismo proponen remedios fundados sobre la tradición, incluso sobre el retorno a una supuesta Edad de Oro. El fenómeno adquiere gran amplitud en la medida en que, al mismo tiempo, la proliferación de Estados y la aparición de nuevas potencias suscitan una necesidad de anclaje en un pasado real o imaginario. Ambos fenómenos están ligados entre sí: cuando la Historia recomienza, el pasado resurge. Y la venganza de la Historia, puede ser, in fine, la extinción del progresismo (capítulos 1 y 2).
Porque la Historia es pasional. Si únicamente nos fijáramos en los intereses estratégicos, los problemas económicos y los condicionantes geográficos desplegados sobre la escena internacional, dejaríamos de lado la dimensión emocional, a menudo pasional, de las relaciones entre Estados y entre pueblos, sobre la que se asienta hoy la Historia. Nuestra época es sin duda la de la «venganza de las pasiones» descrita por Pierre Hassner.4 Es por tanto una cuestión política: la Historia «tiene consecuencias» (capítulo 3).*
«Hemos entrado en un mundo en el que la función esencial de la memoria colectiva consiste en legitimar una determinada visión del mundo, un proyecto político y social, y en deslegitimar a los oponentes políticos», afirma David Rieff.5 No es nada nuevo.
En efecto, no es nada nuevo que las ideologías dominantes sean hoy en día el nacionalismo y el islamismo, que son las más ancladas en el pasado.
Lo que en cambio sí es nuevo es que los grandes retos estratégicos del mundo contemporáneo se fundamentan en profundas reivindicaciones históricas. El desafío ruso se basa en la movilización de un pasado reinventado. El desafío chino apela a los textos antiguos para justificar sus reivindicaciones territoriales. El desafío del Califato se basa en su ambición de regresar a los tiempos del Profeta. El desafío iraní, en principio apoyado en el anticolonialismo y el antiamericanismo, busca como referente las glorias pasadas del Imperio persa. El desafío turco resucita el orgullo otomano e invoca la memoria del Imperio.
Lo que es nuevo asimismo es que todas las grandes regiones del mundo (Europa, Rusia, Oriente Próximo, Asia, Estados Unidos) se ven afectadas, cada una a su manera, por este fenómeno (capítulo 4).
La Historia se entiende aquí en los términos que la definen como la gran historia, la de la sucesión de acontecimientos políticos, diplomáticos y militares, generalmente trágicos y a menudo sangrientos. La Historia de los litigios fronterizos, de las invasiones, de las batallas y los bombardeos; del terrorismo, de la barbarie y de los genocidios; de los golpes de Estado y de las revoluciones; del desmoronamiento de los Estados y la disolución de las instituciones; de los sueños imperiales y las pesadillas totalitarias, de la movilización de las pasiones políticas y las creencias religiosas; de los sacrificios en nombre de la nación y de los mártires de Dios; de los relatos escatológicos y las promesas apocalípticas. La Historia escrita con H mayúscula y, para decirlo al modo de Georges Perec, «con su gran hacha».6 *
¿Venganza de la Historia? Algunos lo han pensado así en relación con algún aspecto de la escena internacional;7 otros han evocado la venganza de la geopolítica o de la geografía.8 Pero la Historia es infinitamente más pasional que todo esto. Y, por tanto, más peligrosa. ¿Cómo, a estas alturas, podemos hacer un mejor uso del pasado sin sucumbir al exceso de la pasión política? (capítulo 5).