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CAPÍTULO 2

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Pasamos toda aquella maravillosa tarde de sonrisas juntos en la piscina. Delante de Raúl no me gustaba dar a entender a las claras que teníamos una relación, a pesar que siempre nos habíamos tenido mucha confianza, pero me daba un poco de miedo la reacción que tendría mi padre si se enteraba por su boca y preferí ser prudente.

Estábamos los seis sentados y hablando cuando vimos a Marisa venir hasta nosotros con unos sándwiches y algo para beber.

–Alejandro, no te he escuchado tocar en toda la tarde, a tu abuelo no le va a parecer bien, ¿qué le voy a decir cuándo llame?

Él estaba sentado a mi lado, la miró y respondió:

–Nada, si nadie se lo cuenta no tiene por qué enterarse, ¿no te parece?

Ella se fue algo disgustada, pero Fran sonrió al ver a su hermano. No podía creerse que por una vez no fuese el chico bueno que obedecía sin rechistar, le dio un bocado a su sándwich y preguntó:

–Bueno ¿qué vamos a hacer esta noche? Tenemos que aprovechar al máximo estos días.

Miriam le contestó en seguida:

–¡Esta noche hay una súper fiesta en la disco, la noche en blanco y negro, todo el mundo estará allí no podemos perdérnosla!

Empezaron a hablar sobre lo que se iban a poner y a quienes llamarían, yo alcé mis ojos y miré a Alex. Estaba serio, aquello no era ni por asomo lo que él tenía pensado para nosotros esa noche. Se levantó de la mesa y al verlo su hermano le preguntó:

–Alejandro, ¿vendrás con nosotros?

–No. Sabes que yo no puedo ir a esos sitios, sobre todo ahora, a tan pocos días del primer concierto.

–Pero, no te importa quedarte solo, ¿verdad?

–Él me miró y sonrió.

–No, ya buscaré algo en qué entretenerme.

Sonreí al escucharlo y escondí mis ojos para que no fuese tan claro lo que sentía.

Alex subió a su habitación y comenzó a tocar de nuevo, mis amigas también se marcharon para empezar a prepararse. Yo esperé a quedarme a solas para hablar con mi hermano, pero de nuevo me acobardé y le conté una pequeña mentira.

–Raúl, me duele un poco la cabeza, estoy pensando que mejor no voy a ir con vosotros esta noche y me quedo descansando –después de decírselo me levanté e intenté entrar en la casa, pero me detuve en seco al escuchar a mi hermano, no me esperaba para nada su reacción, se volvió hacía mí y bastante alterado me contestó:

–¡¿Te crees que soy imbécil?!

–¡Hombre nunca he pensado que fueses muy listo, pero Raúl, ¿a qué viene esto?!

–¡A qué no te vas a quedar aquí sola con este tío!

–¡¿Estás “chalao”?! ¿Pero te estás escuchando? ¿A qué tío te refieres, estás hablando de Alejandro?

–¡Pues claro! ¿Acaso te crees que no me he dado cuenta del royo que tenéis los dos?

–Bueno, y si hay algo, ¿a ti qué te importa?

Alzó la voz bastante más de lo que debía y me gritó:

–¡Qué no te vas a quedar sola con él y no se hable más!

–¡Vete a la mierda! ¡Haré lo que me dé la gana!

Me di la vuelta y quise entrar definitivamente en la casa, pero su voz me detuvo de nuevo:

–Sisí, si insistes en quedarte con él te juro que voy a llamar a papá y se lo voy a contar todo, seguro que no está en absoluto de acuerdo con este rollo.

–¿Serías capaz de hacer eso?

–Prueba y ya verás. Te espero en una hora en la puerta.

Pasó a mi lado dándome un empujón, no podía creer que mi hermano me hiciera eso, no era justo. ¿A él qué le importaba lo que yo hacía o dejaba de hacer? Pero si se lo decía a mi padre, desde luego ya podía despedirme de los pocos días que nos quedaban para estar juntos.

Entré en mi habitación pegando un portazo, escuché cómo Alex dejaba de tocar. Saqué una camiseta negra del cajón y la minifalda, los tiré con todas mis ganas sobre la cama, tenía toda la rabia a flor de piel cuando escuché llamar a la puerta.

–¡¿Qué?!

–¿Puedo pasar?

Era Alex.

–¡Pasa!

–¿Qué te ocurre? ¿A qué ha venido ese portazo?

–¡Es el estúpido de mi hermano, no me deja quedarme contigo en casa! ¡Me ha amenazado con decirle a mi padre que estamos juntos! ¡Este tío es idiota!

–Entonces, ¿qué vas a hacer?

–¡¿A ti qué te parece que puedo hacer?! ¡No tengo más remedio que ir! –Él no dijo nada, dio la vuelta para salir de mi habitación y yo me sentí como una idiota gritando a quien menos culpa tenía, en cuanto me di cuenta bajé mi tono de voz y me acerqué a él– ¡Alex, por favor, no te enfades!

–Sisí, ya eres lo suficiente mayor para saber lo que tienes o no tienes hacer.

No me dejó darle más explicaciones, salió de mi habitación se encerró en la suya y la música comenzó a sonar de un modo atronador.

¡Joder qué mal rollo! No tenía ningunas ganas de ir a aquella fiesta sin él y más sabiendo del chantaje que se había servido mi hermano para salirse con la suya. Pero no podía permitir que se lo contara a mi padre o todo habría acabado antes de empezar.

Antes de una hora, mi hermano estaba llamándome a gritos desde la escalera para que bajara; después de aquel primer momento todo había quedado en calma, Alex dejó de tocar su piano ya hacía rato, el cabreo que debía tener sería casi igual al mío.

Fran ya estaba preparado esperándome junto a Raúl, cuando bajé las escaleras algo preocupada le pregunté:

–Tú hermano no viene, ¿verdad?

–No, sabes que mi abuelo le tiene prohibido ir a esos sitios.

Miré hacia arriba y continué diciéndole:

–Tampoco le he vuelto oír tocar.

–Estará descansando un poco, el viejo lo tiene machacado, estos días le van a venir bien para desconectar, no sabes la caña que le está dando con lo de la gira.

Volví la mirada hacia mi hermano.

–Por favor Raúl, déjame quedarme. No tengo ningunas ganas de ir.

Él sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y me lo enseñó.

–Sisí, te doy dos minutos para salir por esa puerta.

–¡Eres un…!

Terminé de bajar las escaleras, llena de rabia, sabía que no me lo pasaría bien, ¿de dónde le habían salido ahora esas ganas de proteger mi honor? Cuando el estúpido de Carlos me lo hizo, le importó bien poco.

Bajamos hasta Playa Marina en el coche de Fran, mis amigas estaban ya en la puerta esperándonos, las dos se habían puesto de punta en blanco, yo a su lado parecía que iba de compras al supermercado.

–Sisí, ¡¿no te has arreglado?!

–Es que no tenía ganas de venir, me dolía la cabeza y mi hermano me ha obligado.

Miriam se quedó atrás hablando con los chicos, Mónica me cogió del brazo y en voz baja con una pícara sonrisa en sus labios me preguntó:

–¿Seguro que era la cabeza lo que te dolía?

Ella sabía de sobra mis intenciones y yo le contesté llevada por la rabia que sentía:

–¡Es por el idiota de mi hermano, se ha olido que hay algo entre Alex y yo y no me ha dejado quedarme!

–¡Ya me parecía a mí! Perdona que te lo recuerde, pero te dije un montón de veces que se lo contaras.

–Hubiese dado igual, fíjate cómo ha reaccionado. Es un estúpido y punto.

Entramos en la discoteca, el recinto estaba hasta la “campana” de gente, la música sonaba al máximo, comprendí por qué el sitio no podía ser bueno para él. Cualquier otra noche me habría ido a la pista sin pensármelo, pero no tenía ningunas ganas de estar allí, así que fui directa a la barra acompañada de mis inseparables. Nos sirvieron unos chupitos y sin pensarlo me lo bebí de un trago, al verme hacerlo de aquel modo unos chicos jalearon mi modo de beber, enseguida pidieron otra ronda, aquello comenzó a ser un juego y comenzamos a beber, parecía que empezaba a diluirse el cabreo a la misma velocidad en la que el tequila subía. Estaba claro que la solución que le estaba dando a mi problema no era ni por asomo el mejor, pero si tenía que estar allí me lo tendría que pasar lo mejor posible, así que hicimos lo mismo durante tres o cuatro rondas más. Tonteamos con aquellos tipos durante toda la noche, bailamos, bebimos, pero eso sí, todo bajo la atenta mirada de mi hermano. ¿Qué pasaba, le parecía bien con cualquiera menos con él? ¡Con el hombre más perfecto que podía entrar en mi vida! ¿Qué le habría pasado por la cabeza a Raúl para negarse por completo a aceptar mi relación con Alex?

La “cogorza” que cogimos las tres fue de campeonato, Fran y Raúl, ya resignados con que les habíamos fastidiado la noche y que ya no tendría arreglo, nos llevaron a cada una a su casa.

Al llegar a la de mi pianista, mi hermano se empeñó en acompañarme hasta la mismísima puerta de mi habitación.

–Raúl, por favor, no soy ninguna cría, ¡ya está bien!

–¿Quieres hacer el favor de bajar la voz? ¡Vas a despertar a todos!

–¡Pues deja de tratarme de este modo! ¡De verdad no sé qué te está pasando!

–¡Solo pretendo protegerte!

Quería haberle gritado, pero me contuve y llena de rabia y bastante más mareada de lo que debía le contesté:

–¿Pero de qué quieres protegerme? ¡Es que no lo comprendo, ese hombre es lo mejor que podía haberme pasado en la vida!

–Ahora no es el momento, ya hablaremos mañana.

Se dio media vuelta y me dejó parada en la puerta con un palmo de narices. ¡Bueno, pues nada, ya me contaría en otro momento sus razones! Tampoco tenía yo la cabeza para muchas discusiones, así que al entrar en mi habitación fui directa hacia la ducha, necesitaba sentir la frialdad del agua para poder despejarme y pensar qué hacer, no quería resignarme, él solamente estaba a dos puertas de mi habitación y aquello me volvía loca, no sabía si seguiría enfadado conmigo. Al terminar me asomé a la ventana, aunque estaba todavía un poco mareada parecía que poco a poco iba reponiéndome y esperé que la brisa de la noche terminara de ayudarme, me senté en el quicio y absorbí el aroma a jazmines y a dama de noche que venían desde el jardín, miré para ver si había luz en la habitación de Alex, todo estaba a oscuras, no sabía qué hacer, tenía muchas ganas de ir pero me daba miedo que mi hermano hubiese acampado en la puerta de mi dormitorio, o que él me rechazara. ¡Por fin me decidí! ¿Qué podría pasarme? ¿Que tuviese que volver a mi habitación toda avergonzada? ¡No más! Así que me armé de valor y muy despacio abrí con cuidado mi puerta, todo parecía despejado. De puntillas y en pijama fui hasta su habitación, él estaba profundamente dormido, me acerqué hasta el filo de su cama, lo miré durante un momento. Esa noche hacía calor, pero la ventana de su balcón estaba abierta y una suave brisa refrescaba el ambiente, dormía solamente con un pantalón de deporte y solo cubierto en parte por su sabana. ¡Es que me lo hubiese comido allí mismo!

–Alex, ¿estás dormido? –No me contestó–. ¡Alex!

Con la voz totalmente apagada por el sueño me respondió:

–¡Síí!

–Ya he vuelto.

Él seguía con los ojos cerrados.

–Ya te oigo.

–¡Alex!

–¡Quééé!

–¿Puedo dormir contigo?

Se volvió hacia el otro lado.

–¡Haz lo que quieras!

Me acosté en el hueco que dejó, me había dado la espalda y siguió durmiendo en dirección opuesta a la mía. ¡Qué decepción! No es que esperara que me estuviera esperando con la cama llena de flores, pero qué poquito entusiasmo, ¡tan poco era tan tarde, solo las tres de la mañana! Bueno, a lo mejor para él, que llevaría durmiendo desde las once, sí era bastante tarde. Noté que se volvió y apoyó su brazo en mi cintura, una risita tonta se me escapó de entre los labios y me pegué todo lo que pude a su cuerpo, pero sus palabras me quitaron toda esperanza que surgiera algo de aquel momento.

–Duérmete, no pienso hacer nada con una borrachuela, para que te quedes dormida mientras estamos en ello.

Sabía por su tono que era broma, pero era verdad que estaba todavía algo mareada. Apreté su mano con la mía. Él me dio un beso en mi cabeza, y como una estúpida me quedé dormida con una sonrisa de oreja a oreja.

La mañana llegó en un suspiro, me desperté sobresaltada sin saber bien dónde me encontraba, miré su lado de la cama y no estaba, me estiré, cogí su almohada, olía a él, me abracé a ella y quise seguir durmiendo… ¡Hasta que me di cuenta que era su dormitorio! ¡Si Marisa subía me iba a pillar acostada en su cama!

Abrí la puerta, el pasillo estaba libre, estaba llegando a mi habitación cuando escuché unos pasos subiendo las escaleras, los nervios apenas me permitían abrirla, cada vez los escuchaba más cerca, y yo no atinaba, ¡al fin lo logré! me metí en mi habitación a toda prisa. ¡Uf! Quedé apoyada sobre la puerta intentando escuchar hacia dónde se dirigían las pisadas, pero dentro una voz me sobresaltó de una forma inesperada:

–¡Hola Sisí! ¿Dónde estabas?

¡Mierda! Marisa estaba dentro, limpiando y recogiendo mi cuarto.

–Buenos días Marisa, había bajado a tomar algo.

–¡Ah, bien! Pero cariño, no hace falta que hagas la cama, a mí no me cuesta ningún trabajo.

Miré hacia mi cama que estaba totalmente hecha, evidentemente porque no había dormido en ella, pero rápida le contesté:

–¿Cómo voy a dejar que tu hagas mi cama? De eso nada.

Ella seguía quitando el polvo de los muebles y me contestó:

–Bueno querida, haz lo que quieras. Tú hermano me dijo que se iba a terminar unos jardines con Fran, volverán un poco más tarde.

–¡Oh bien! Así podré dormir un poco más.

–¿Otra vez te vas a acostar?

¡Qué bocaza tenía, me iba a pillar de un modo u otro!

–¡No mujer, me refería abajo en la piscina! Si tú no me necesitas, por supuesto.

Ella sonrió.

–No querida, todo está controlado.

Escuché el piano de Alex sonando. ¡Joder, si me hubiese quedado allí, era él quien subía! ¡Es que no me salía ni una bien!

Sabía que mientras siguiese practicando no debía molestarlo y menos estando allí Marisa, así que me cambié y bajé a la piscina, cogí uno de mis libros súper románticos y me tumbé a soñar un ratito, la música de Alex sonaba suave aquella mañana, era el marco perfecto, un libro perfecto y un lugar perfecto, solamente faltaba a mi lado el hombre perfecto, que parecía ser más inalcanzable por momentos.

Al cabo de una hora, vi cómo Marisa salía hacía la compra. ¡Por fin estábamos solos! La música se había detenido, miré hacia su balcón, él estaba asomado, dio un silbido y me indicó con la mano para que subiese a la casa, cogí mi pareo y crucé el jardín en dos saltos, pero llegando a la puerta de la entrada, el motor de la furgoneta de mi padre sonaba justo a mis espaldas. ¡Oh no, mi hermano y Fran ya estaban de vuelta! Miré hacía el balcón, Alex no dejaba de reír mientras levantaba sus manos hacia el cielo y yo di un suspiro que se me escapó directamente desde el corazón. Ni en mis peores pesadillas podía imaginar un cúmulo de tanta mala suerte. ¿Sería nuestro destino no llegar a estar juntos?

Después del mediodía, mis inseparables estaban en la puerta tocando el claxon del coche, me esperaban para ir juntas a la playa.

Nosotros estábamos terminando de comer cuando las escuché, cogí una de las manzanas del frutero y le pregunté a los chicos:

–¿Vais a bajar a la playa?

Fran y Raúl dijeron que algo más tarde, pero a mí quien me interesaba era otro. Lo miré esperando su respuesta.

–No, yo no voy a poder, estoy terminando una pieza nueva y no puedo entretenerme.

Mi decepción era palpable, pero bueno, realmente lo importante para él en ese momento era su trabajo.

Y como tres lagartos nada más llegar nos tumbamos al sol. Miriam no podía aguantar su curiosidad y solo pasó un suspiro cuando se incorporó y con la voz algo más subidita de lo debido, me preguntó:

–¡¿Bueno, es que no vas a contar nada?!

Sin mirarla y con los ojos cerrados sonreí al escucharla, sabía que la curiosidad podía con ella.

–¿Y qué quieres que te cuente?

–¡Pues qué va a ser! Si llegó a pasar algo anoche.

Seguía tumbada en la arena.

–Sí claro, a las tres de la mañana y con una cogorza como su piano de grande, estaba la cosa como para mucho romanticismo.

Mónica seguía acostada con los ojos cerrados, se reía al escuchar mi respuesta.

–Pues yo no voy a ponértela mucho mejor para hoy tampoco.

Me incorporé y la miré.

–¿Por?

Se apoyó sobre sus brazos, incorporando un poco el cuerpo.

–Te iba a pedir si podía quedarme contigo esta noche, ha venido mi abuela y mis tíos con las dos gemelas, llevan todo el día llorando y me va a tocar dormir en el suelo con las niñas. ¡Anda, porfa, mañana se van, solo será esta noche!

–No lo sé, tendremos que preguntárselo a los chicos yo no soy quién para decirte si puedes o no, pero ¿por qué no vas a casa de Miriam? –Le dije pensando que de ese modo desaparecía de nuevo cualquier oportunidad que pudiese surgir.

–¡Sí claro, la última vez sus hermanos intentaron quemarme y cortarme el pelo, de eso nada, prefiero dormir en el suelo con las gemelas!

Vamos, no es que me hiciera ninguna gracia, tenía pensado intentar una nueva escapadilla aquella noche, pero con ella en mi habitación era demasiado hasta para mí y al final accedí:

–De acuerdo, luego se lo preguntaré a Fran cuando venga.

Por su puesto que nada más decírselo el muchacho aceptó, estaba loquito por Mónica. ¡Pero, que yo no tenía ningunas ganas, debía de “constar en acta” o por lo menos que alguien lo supiese!

Llegamos a la casa bien entrada la tarde, Marisa había preparado la mesa para la cena en el jardín, todo estaba precioso, ojalá en esa mesa no hubiese más que dos cubiertos, pero no, estaba puesta para todos, incluso para mis amigas, disimuladamente le pregunté por Alex, pero me respondió que él estaba en el gimnasio. ¡Otro día que se escapaba y nosotros no encontrábamos el momento!

Menos mal que cuando volvió por lo menos cenamos juntos, se me hacía insoportable el tiempo que pasaba sin verlo o por lo menos escuchándolo, su música se estaba metiendo en mi sangre, y era un modo de sentirlo conmigo. Los chicos sacaron unos juegos de mesa y él participó con nosotros, nos reímos e incluso un par de veces que mi hermano se despistó pudimos hasta besarnos.

Pasada la una decidimos acostarnos, aproveché un segundo que mi amiga entraba en el baño para asomarme a la ventana. Él estaba en su balcón fumando un cigarro, gesto que me llamó mucho la atención.

–¡No me lo puedo creer! ¡El intachable Alejandro Grajal fumando! Si uno que yo sé llegara a enterarse, se te caía el pelo.

Sonrió y expulsó el humo de su boca. Me miró y sin alzar la voz me dijo:

–No te sientes en el filo de la ventana puedes caerte.

–¿Y? ¿Vendrías entonces a salvarme?

Tomó otra calada de su cigarro y sin querer mirarme me dijo:

–Sisí déjate de bromas, no saques tanto el cuerpo.

Hice la tonta un poco como si fuese a caerme, él dio un saltó alargando sus brazos. Pero la distancia era mucha, no podía alcanzarme, aunque hubiese querido. Entonces, algo apenada, le dije:

–Así de lejos me siento de ti. Es como si casi pudiera tocarte, pero sé que no lo voy a lograr nunca.

–No digas eso, tarde o temprano lo conseguiremos, además tenemos toda la vida para estar juntos.

–¡Toda la vida! –Le contesté– Te vas en un par de semanas y seguramente no volveremos a vernos más si tu carrera despega, tal y como quiere tu abuelo, no creo que vuelvas por aquí nunca más.

–No te anticipes, ya verás cómo encontramos una solución.

Metiéndome dentro de la habitación le contesté:

–No sé qué solución ves tú, yo no veo ninguna.

–Hasta mañana, mujer de poca fe.

Sonreí al escucharlo, me asomé de nuevo y le lancé un beso desde la ventana.

Él me dijo en voz baja:

–Ven y dámelo en persona.

Escuchamos a mi amiga hablando, salía del baño y seguía con la conversación que había dejado suspendida cuando entró.

Muy bajito le contesté:

–¡Ojalá!

No sé a qué hora pude quedarme dormida, Mónica no dejaba de hablar sobre quién le gustaba más si Fran o mi hermano y ciento de cosas más, pero mi mente estaba muy lejos de allí como para hacerle caso. Tan lejos como dos puertas contiguas a la mía.

Serían las nueve de la mañana cuando bajé a la cocina para tomar un poco de café, Alex estaba ya desayunando, nada más verlo miré a un lado y a otro, al ver que no había nadie fui directa hasta él y le planté un besazo en toda la boca, él me abrazó por la cintura y me preguntó:

–Buenos días cielo, ¿has dormido bien?

–Regular, he pasado toda la noche pensando en ti.

Volvió a besarme, pero escuchamos un ruido y enseguida nos separamos. Me puse un poco de café en mi taza mientras él siguió untándose mermelada en su tostada.

–¿La pesada de tu amiga todavía está durmiendo?

–No, se ha ido con los chicos, esta mañana iban a recoger a Miriam para ir a Marbella, la última casa donde van esta mañana está ahora vacía y comerán allí los cuatro –mientras seguíamos desayunando le pregunté: ¿Y Marisa?, ¿qué raro que no ande por aquí, ya está arreglando las habitaciones de arriba?

Él sin levantar los ojos de su café me contestó:

–No, ha ido a Málaga, tenían que hacerle unas pruebas a su sobrina y seguramente estará todo el día en el hospital.

Ambos nos quedamos en silencio, levantamos los ojos de nuestros desayunos y nos miramos y como si lo hubiésemos ensayado, dijimos los dos a la vez:

–¡Estamos solos!

Con la voz algo excitada Alex me dijo:

–¡Tenemos toda la mañana, para nosotros!

Y como si nuestros cuerpos fueran atraídos por un imán, corrimos a abrazarnos y besarnos, él sacó la camiseta de mi pijama por mi cabeza y yo hice lo mismo con la suya. Con torpes movimientos sin dejar de besarnos y sin dejar de abrazarnos y tocarnos me subió sobre la encimera, a través de nuestros pantalones podíamos sentir nuestros sexos. Como pude, sin separar mis labios de los suyos, le pedí:

–¡Por favor vamos arriba, aquí no!

Tardamos una eternidad en llegar a la planta de arriba, nos besamos en cada escalón de la escalera, nos estrellamos contra la pared del fondo del pasillo, atinamos a quitarnos los pantalones al llegar a la parte alta de la escalera, me cogió en brazos y casi en una carrera me llevó hasta su habitación.

–Alex, ahora sin prisas, quiero recordar hasta el último segundo.

Sonrió y cubrió mi cuerpo con el suyo.

–Te quiero Sisí y no vas a tener que recordarlo, porque esto va a ser así para siempre, llevo enamorado de ti desde que era un niño. –Volvió a besarme–. Has sido todos mis sueños de adolescente, no puedo creerme que hoy estés aquí, en mi cama y que se vayan a hacer realidad todas mis fantasías.

Acaricié su pelo, no podía dejar de sonreír, todo me parecía un sueño, él me confesaba que me había amado desde siempre, igual que me había sucedido a mí.

–Creía que no me hablabas porque no te gustaba, pensé que por tu dinero te creías superior a mí.

–Nada más lejos de la realidad, no me atrevía a hablarte porque pensaba que jamás te fijarías en mí, eras el ser más bonito que había visto en mi vida y esto era algo impensable, pero soñaba con pasar los veranos aquí solo con la esperanza de volver a verte, solamente con eso me conformaba. Y ahora estas aquí, entre mis brazos, me dices que no corra, no te preocupes tengo que paladear cada uno de estos instantes, llevo imaginándomelos toda la vida.

Sus manos acariciaban mi cuerpo, sus labios saboreaban los míos, le entregué mi alma y él a mí la suya. No sabía qué ocurriría en una semana cuando se fuese de mi vida, pero no podía ignorar lo que sentía en ese momento; necesitaba amarlo y sentirlo en mí, era mi despertar al amor y aquella vez lo iba a hacer a lo grande, con un hombre al que adoraba.

En su equipo de música sonaba una suave pieza al piano, la brisa de la mañana mecía las cortinas de su balcón y su agradable olor a jabón hacía el marco perfecto para recordar ese momento por el resto de todos los días de mi vida.

Sentía cómo su piel rozaba la mía, cómo sus manos atrapaban con suavidad mis pechos y cómo en cada uno de nuestros movimientos su sexo acariciaba el mío, la excitación crecía por segundos y no podíamos separar nuestros labios ni un solo momento. Me miró a los ojos y con su aterciopelada voz me dijo:

–¿Estás preparada para mí?

Nunca había estado más preparada para nada en el mundo y simplemente le sonreí. Desgarró el pequeño sobrecito del preservativo, erguido delante de mí, se lo colocó; me avergoncé al verlo, aunque me había criado entre hombres, nunca había visto un pene tan en “vivo y directo”, totalmente erecto me tomó entre sus brazos y fui sintiendo cada centímetro de su piel dentro de mí. Los ojos se me entornaban hasta llegar a cerrarse al sentirlo totalmente mío, su voz era suave, muy cerca de mi oído me musitaba palabras de amor. Con fuerza agarró mi muslo para poder estar aún más en mí. Agarrada a su espalda bajé mis manos hasta sus caderas, sus movimientos eran rápidos, pero sin ansias, ambos queríamos disfrutar el momento hasta que nuestro deseo fue tanto, que necesitamos liberarnos. Ahora era yo la que se movía con fuerza, deseaba sentir el éxtasis que me producía su cuerpo, cuando llegamos al clímax necesité gritar su nombre.

Cayó a un lado de la cama, totalmente exhausto, apenas podíamos hablar, nos abrazamos intentando recuperar nuestras fuerzas antes de seguir amándonos. Tras unos momentos en silencio, él paseaba su mano por mi hombro, teníamos nuestra otra mano unida con los dedos entrelazados. Sus manos se veían tan grandes al lado de las mías. Estaba sumida en mis pensamientos cuando escuché su voz:

–Vas a ser una gran cirujana, tienes las manos pequeñas pero tus dedos son finos y ágiles. ¿En qué te gustaría especializarte?

Sonreía mientras lo escuchaba y miraba nuestras manos unidas.

–Voy a ser traumatóloga. –Soltó una carcajada, me sorprendió mucho su reacción–. ¡Oye! ¿Por qué te ríes? ¿No crees que pueda ser un buen médico?

–Eso ni lo dudo, pero te veo tan frágil que no creo que tengas la fuerza suficiente que debe tener un traumatólogo.

Apreté su mano con fuerza, queriendo demostrarle que no era ninguna debilucha, él se lamentó al sentir mi presión sobre sus dedos:

–¡Ah, ah, ah! ¡Ten cuidado, mi mano!

–Soy delgada pero muy fuerte, además esto no consiste en cuanta fuerza tengas, sino en cómo la utilizas.

En un rápido movimiento, se subió sobre mí y yo grité sin dejar de reír, inmovilizó mis manos.

–¡A ver si ahora eres tan fuerte! –Me besó, sin dejar que pudiera moverme.

Pero yo llevaba haciendo peleas con mi hermano desde que era muy pequeña y sabía bastantes trucos de defensa. Con un rápido movimiento, fui capaz de ponerme sobre él.

–¿Y ahora qué?

Ahora era él quien no podía dejar de reír, seguramente por ese motivo pude ganarle, pero en ese momento era yo quien tenía sus manos inmovilizadas y totalmente a mi merced. Me pareció tan guapo y atractivo, tan libre y tan feliz en ese momento, que deseé grabarlo en mi mente, no quería pensarlo, pero no creí que muchos momentos en mi vida podrían hacerme sentir tan inmensamente feliz.

Lo besé con pasión, me fundí en sus labios, seguí bajando por su cuello hasta su pecho, lo deseaba de nuevo, necesitaba sentirlo en mí otra vez, era como si supiese que aquello tenía final y necesitaba aprovechar cada uno de los segundos que estuviésemos juntos.

Yo misma lo guie hasta mí, y nuestra danza de amor empezó de nuevo, una y mil veces, aquella mañana era nuestra, solo nuestra.

Mis suspiros llevan tu nombre

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