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PLACIDO 1
II

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Como debia suceder, desde los más floridos años del poeta, los periódicos se disputaban el honor de publicar sus poesías, «flores de un genio inculto, como las definia él mismo, semejantes á las de los campos de mi patria, sin perfumes ni colores.» Quizás ningun otro en Cuba, incluso el mismo Heredia, haya obtenido en vida igual popularidad: las composiciones que rechazaba la censura, se multiplicaban por medio de copias manuscritas, y puede decirse que se publicaban sin imprimirse: ¿qué cubano de su época no se sabia de memoria los sonetos A Celia, A la Fatalidad, A Holofernes? Su nombre ha sido despues uno de los pocos que traspasando los límites de Cuba han ido á resonar con honra en el estrangero, gracias á repetidas traducciones; y quizá no ha habido escritor alguno que se haya ocupado de Cuba y sus letras, que no haya destinado una página de honor á Plácido, y no haya consagrado un lamento al triste fin de su sangrienta historia. Salas y Quiroga dice en su obra Viages «es un hombre de genio por cuyas venas corre sangre europea y sangre africana, un hombre humillado que en sus cantos medio salvages tiene los destellos más sublimes y generosos que hombre ninguno puede comprender; al través de su incorreccion, hay chispas que deslumbran y no conozco poeta ninguno americano que le aventaje en ingenio, en inspiracion, en hidalguía y en dignidad.»

Salas y Quiroga, llevado del entusiasmo exageró algo; pero no hay duda que la entonacion homérica de Plácido, la sostenida nobleza de conceptos que no alcanzan á afear las frecuentes incorrecciones del lenguage, la no preparada flexibilidad de su genio, todo se alcanzó á ver desde aquella primera coleccion que en solo veinte y seis piezas ofrece apólogos que La Fontaine hubiera prohijado, sonetos que hubieran satisfecho al descontentadizo Boileau, é idilios que rivalizan en gracia y frescura con los más bellos trozos de Anacreonte.

En el año de 1839 se casó Plácido con la Fela (Rafaela) cantada en sus versos: nunca tuvo hijos. Tres dias ántes de su boda escribe á un amigo una carta que se ha conservado inédita6 pidiéndole recursos, porque se hallaba sin blanca y no podia convertir los sonetos y décimas en sustancia alimenticia. Mas en el año 44 y cuando tal vez, gracias á su talento, iban á brillar para el pobre mulato dias más serenos, fué preso y traido á juicio por la comision militar. Se le supuso cómplice, y aun gefe, en la conspiracion de los de color que debia estallar el 4 de Abril de aquel año y que se llamó de la Escalera.

¡La conspiracion de la Escalera! Sin duda el lector se ha estremecido de horror al leer ese nombre; quizá creyó que íbamos á detener la mirada en esa nefanda série de dolores ocultos, de quejidos ahogados, de misteriosos crímenes: mas, ¿para qué? La historia de las desgracias instruye, pero las escenas de oprobio y perversidad no pueden sino causar horror. No tratamos de arrojar baldon sobre nadie, sino sobre la época: casi todos los fiscales de la Comision eran antiguos en el pais: estaban habituados á ver el sufrimiento de la raza negra: estaban endurecidos sus corazones. Ensalcemos á la época actual que reprueba aquellos horrores y quiere alzar del polvo al oprimido. Hoy que alhaga nuestros corazones la esperanza de mejores dias, hoy que nos alienta el deseo de reformar, de aniquilar una institucion inícua, causa única de tantos males, olvidemos aquellos dias de infamias, no corramos el tupido velo que cubre ese sangriento cuadro, el más sombrío, el más monstruoso que pueda presentar el pasado despotismo á la execracion de las edades futuras. Pocos de sus episodios han sido escritos, pero esa tragedia es de la actual generacion. Muchos hay que la recuerdan, que se preguntan con espanto ¿fué la ambicion, fué la cobardía, el miedo á fantasmas imaginarias lo que suscitó hombres tan feroces y escenas tan repugnantes?

Reinaba en Cuba el proconsul O’Donnell, hombre de alguna ilustracion, pero que, víctima de las prácticas administrativas de entónces, tiranizó por mandato, fué déspota por órden superior, y dejó en esta Antilla recuerdos tan indelebles como el inmortal Tacon. Aunque hubiera algo cierto en el fondo7 los trámites de aquel procedimiento inquisitorial fueron abominables; la imaginacion se confunde y duda de la escelencia humana al recordar aquellos caníbales ó fiscales, sedientos de sangre africana, aquellas falsas delaciones arrancadas por el restallante látigo de puntas aceradas, á los que no tenian el ánimo de morir bajo el tormento; aquellas víctimas, quizás porque poseian, acaso por venganzas personales, arrebatadas de sus pacíficos hogares y llevadas inocentes al sacrificio! Dias de ignominia! al mirar ese cuadro la imaginacion del Dante parece deficiente en los horrores de su infierno; Torquemada palidece; Neron se rehabilita.

¿Y qué haciamos los insulares y peninsulares, mientras se desenvolvia á nuestros ojos ese drama cruento que deshonraba á España y escarnecia á Cuba?.. ¡callábamos! El déspota tenia asida á la desgraciada colonia con una mano de hierro y solo papeles de la vecina república, demostró alguno su desaprobacion.

Lo demás todo fué misterios, tinieblas…

Pero sigamos la historia del poeta mártir.


6

Posteriormente la hemos visto impresa en el Mundo Nuevo de Nueva York, en una bella biografía de Plácido por E. Guiteras: tambien inserta el autor nota de su entrada en la Casa Cuna.

7

Muchos han negado que existiera el más leve indicio de conspiracion y han temido que la vindicta divina viniera á pedir cuenta de ese crímen social: entre estos, La Luz, á quien tocó de cerca, siempre sostuvo que en la conspiracion de la Escalera no hubo negros criminales sino negros poseedores, ó amos que tendrian que rescatarlos. Dos delaciones, siempre arrancadas por el tormento, bastaban para caer en las garras de la despiadada Comision, y numerosos fueron los casos de personas libres que al saberse solicitadas, se suicidaron ántes que entregarse: sabian que la inocencia no los garantizaba y que una vez en manos del horrible tribunal, serian llevados á la escalera donde el látigo funcionaria hasta arrancarles algunos nombres. En Güines se dió el tristísimo caso de un hijo, forzado por el dolor, delatando á su padre, sastre honrado y director de orquesta, que murió bajo el tormento sin hablar palabra: todavía se recuerda allí con dolor al Maestro Pepé. En Matanzas, una muger que á parte de ser mulata cubana era señorita, delató, inducida por el terror, á sus dos hermanos; fué despues concubina de uno de los fiscales y murió demente en San Dionisio, mucho ántes de la traslacion del hospicio á Mazorra; algun dia con más datos escribirá alguno la triste historia de Hortensia Lopez la Matancera. Cuenta un autor peninsular que cuando la prision de Plácido ya se habian dictado 3000 sentencias sin pruebas: necesitaríamos un volúmen para narrar los tenebrosos episodios que no han sido escritos. Jamás en Inglaterra contra católicos, ni en Francia contra hugonotes, ni en España contra moros ó judíos se desplegó una saña tan friamente cruel como la que esterminó á esa raza indefensa. «Más de mil negros, dice la Revista de Boston. (North American Review, tomo 68, 1849) murieron bajo el látigo.» El comisionado británico Kennedy testigo presencial, dice que pasaron de tres mil, á más de centenares muertos por las balas ó de hambre en los bosques en que se escondieron. La confiscacion de bienes era consecuencia inmediata de la prision, y las hijas en la miseria, se vieron como Hortensia la Matancera, forzadas á la prostitucion.» Otro autor peninsular cuya moderacion es notoria dice: «De que no hubo la legalidad é imparcialidad que exige un pueblo culto son pruebas manifiestas los castigos que tuvo que dictar la primera autoridad contra muchos fiscales por su venalidad y sus escesos; el suicidio de dos de ellos y la fuga de otro al ver descubiertas sus infamias.» El lector sabe además, pues es voz comun en Cuba, que el fiscal de Plácido, murió arrepentido gritando en su postrera agonía. «Plácido, perdóname.» El mismo Salazar, delator gratuito de La Luz, de Delmonte y tambien de Martinez Serrano y de José Noy que murieron en bartolina, fué condenado á presidio y conducido al de Ceuta, de donde le sacó el mismo La Luz, como se verá en la biografía de éste señor. Las personas que Plácido citó ante el tribunal divino se dice que fueron Francisco H. M. y Ramon Gonzalez. Se le comparaba con el mulato Ogé, primera víctima de las turbulencias en Haity, de los de color contra blancos «pero la criminalidad de aquel agrega alguno fué manifiesta, y la de Plácido aparece solamente en una sentencia de fundamentos no esplicados.» Nosotros añadirémos que Ogé fué un hombre erudito y murió en el tormento de la rueda sin denunciar á nadie. Su muerte, culpa de la época más que de los hombres responde á la de Plácido, como el suplicio de la princesa Anacaona por Ovando responde al de Atuey por Velazquez.

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