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CAPÍTULO 1
LA VIDA CRISTIANA DE MARTÍN LUTERO
ОглавлениеEl pasado es un país lejano; allí las cosas se hacen diferente.
L. P. HARTLEY, THE GO-BETWEEN
Martín Lutero, el hombre que quizás debe asumir mayor responsabilidad por la ruptura de la iglesia occidental en la Reforma, provenía de un entorno relativamente humilde, sin indicios del controversial prestigio que alcanzaría más adelante. Nació el 10 de noviembre de 1483, hijo de Hans y Margaret Lutero, en la ciudad de Eisleben. Irónicamente, aunque este pueblo no fue muy relevante en la vida de Lutero, moriría allí en 1546, poco después de predicar su último sermón en la iglesia local.
Hans Lutero fue un hijo de la tierra, pero de acuerdo con las leyes de herencia medievales, no heredó la granja familiar. En cambio, como el hijo mayor, se esperaba que se abriera su propio camino en el mundo. Esto lo hizo primero como minero y luego como gerente de mina. Debido a la necesidad de trabajo, la familia Lutero tuvo que dejar Eisleben para ir a Mansfeld apenas unas semanas después del nacimiento de Martín, pero a Hans le fue bien finalmente y ascendió al nivel de su posición gerencial.
Como muchos padres que han trabajado duro y disfrutado de la movilidad social, Hans Lutero tenía expectativas más altas para su hijo. Por tanto, decidió que el joven Martín no tendría que trabajar en la ardua labor física que había marcado su propia juventud, sino que iría a la universidad para estudiar una carrera en derecho. Y así fue como en 1501 Martín dejó su hogar y se matriculó en la Universidad de Erfurt.
Los estudios en la universidad eran característicos de las instituciones de fines de la Edad Media. La facultad de leyes era una de las tres facultades superiores, junto con la de medicina y la de teología, y para entrar, el estudiante tenía que pasar primero por el plan general de estudios en artes, lo cual hizo Lutero. Por tanto, él era alguien normal para su época al buscar una educación dentro de lo común. Este comienzo ordinario, sin embargo, habría de ser dramáticamente interrumpido.
Fue en 1505, mientras regresaba a la universidad después de visitar a sus padres, que Lutero se encontró en una situación que cambió su vida para siempre. Atrapado en una tormenta eléctrica, casi muere cuando un rayo cayó a su lado. Hoy, consideramos este tipo de cosas como fenómenos naturales, el resultado de desequilibrios iónicos masivos en la atmósfera creados por la colisión de cristales de hielo a gran altura; sin embargo, en los tiempos de Lutero, tales cosas eran actos sobrenaturales de Dios, indicaciones de juicio divino. En consecuencia, cuando el rayo cayó a tierra junto a él, Lutero se arrojó al suelo y gritó, “¡Sálvame!, Santa Ana, ¡y me convertiré en monje!”. Ya que Santa Ana era la santa patrona de los mineros, muy probablemente fue algo instintivo para Lutero llamar al santo que era presumiblemente central para la devoción de la casa en la cual creció.
Toda la evidencia sugiere que Lutero era un joven bastante serio y profundo. Tal voto a Dios, incluso hecho en el pánico de lo que debió parecerle el momento de su muerte, era para él un asunto muy serio, y a los pocos días se presentó a la puerta del claustro Agustiniano en Erfurt.
La elección de la orden Agustiniana podría parecer significativa en un principio. Dado que lleva el nombre del gran obispo Agustín de Hipona, el gran oponente de Pelagio, ¿es posible que Lutero haya elegido esta orden debido a su perspectiva de la gracia de Dios? Es poco probable. El nombre ciertamente fue tomado de Agustín, pero la orden en sí no estaba particularmente comprometida con un agustinismo puro. De hecho, ya que toda teología medieval era en cierta medida un diálogo con Agustín, uno podría decir que toda la teología medieval podría clasificarse como Agustiniana en el sentido más amplio.
La decisión de Lutero de abandonar una carrera en derecho potencialmente lucrativa y perseguir una vocación monástica resultó extremadamente molesta para Hans, y la relación padre e hijo se vio seriamente deteriorada por algunos años. En estudios modernos sobre Lutero, esta situación ha llevado al psicoanalista y escritor Erik Erikson a argumentar que las luchas teológicas de Lutero fueron realmente una proyección sobre Dios de su disputa con su padre terrenal.4 De este modo, Lutero presuntamente buscaba estar bien con Dios cuando, en realidad, estaba tratando de estar bien con su padre. Los cristianos evangélicos han tendido a descartar la tesis de Erikson como especulativa y reduccionista. En efecto, aunque es indudablemente reduccionista hacer de la teología de Lutero un simple reflejo de sus ansiedades personales sobre su familia, también es cierto que la relación entre un padre y un hijo es a la vez compleja e importante. Por lo tanto, es lógico que la desaprobación de Hans respecto al traslado de su hijo al claustro impactara la vida de Lutero de manera significativa.
Quizá, el momento más crítico en el drama padre-hijo, vino como resultado de otra decisión que tomó Lutero: convertirse en sacerdote. Los monjes eran miembros de órdenes religiosas, pero no necesariamente estaban ordenados para el sacerdocio y, por lo tanto, no tenían los deberes sacramentales y las responsabilidades pastorales del párroco. Lutero, sin embargo, fue ordenado sacerdote en 1507 y ofició su primera misa. El momento fue muy dramático para él: no solo estaba presente su padre, sino que Lutero también sabía que, como sacerdote, estaba de hecho preparando, tocando y sosteniendo el cuerpo y la sangre reales de Cristo en el pan y en la copa. La pregunta que consumió el alma de Lutero durante muchos años se agudizó en este punto: ¿cómo era posible para él, sabiendo lo pecaminoso que era, estar tan cerca de un Dios santo y justo?
Los protestantes que vinieron más tarde a menudo olvidaron que las luchas existenciales de Lutero con la justicia de Dios no pueden separarse de su teología sacramental. La misa dejó una impresión duradera en su alma, no solo por el hecho de que estaba preparando a Dios, sino también porque más tarde llegó a ver la concepción medieval de esta como la pieza central de una justicia por obras, que solo servía para engañar a los individuos llevándolos a creer que estaban haciendo buenas obras. Nunca fue la transubstanciación lo que encontró tan detestable en el sacramento medieval; era la implicación del sacrificio, de ofrecerle algo a Dios, lo que le resultaba tan perturbador.
En 1508, Lutero fue trasladado de Erfurt a la relativamente nueva Universidad de Wittenberg. Fundada en 1502 por Federico el Sabio, el elector de Sajonia, este sería el hogar de Lutero, con breves excepciones, por el resto de sus días. Más tarde en la historia de Lutero, esta universidad fue importante por dos factores particulares. En primer lugar, era una institución nueva y, como tal, su fundador estaba ansioso por que se hiciera famosa. Por eso, no es muy sorprendente que Federico ejerciera su influencia para proteger a su polémico profesor cuando Lutero adquirió una mala reputación en 1517 y en adelante. En ese entonces, igual que ahora, había una sensación de que toda la publicidad podía al menos transformarse en buena publicidad, si era el momento adecuado.
El otro factor significativo fue la ubicación de la institución en el Electorado de Sajonia. Si bien el Sacro Imperio Romano había sido fundado por Carlomagno en el año 800, este había experimentado un desarrollo político considerable durante la Edad Media. Bajo la Bula de Oro de 1356, se estableció que el emperador debería ser nombrado por el voto de un colegio de siete electores, entre los que se contaba el príncipe de Sajonia. Así, cuando Lutero se trasladó a Wittenberg en 1508, quedó bajo la autoridad —y, fundamentalmente, bajo la protección— de un elector imperial. Esta posición efectivamente le dio a Federico el Sabio poder político e influencia más allá de lo que la fuerza económica y militar de su territorio podría haber indicado. Con el transcurso de la historia, también significó que Lutero estaba mucho más seguro allí de lo que podría haber estado en otro lugar.
Por el resto de su vida, Lutero tendría el doble papel de profesor de teología y pastor. Como profesor, siguió la carrera profesional estándar de un teólogo a finales del Medioevo, dando conferencias sobre los Cuatro Libros de Sentencias de Pedro Lombardo y luego sobre grandes secciones de las Escrituras. La ignorancia y el esnobismo del protestantismo moderno se burlan de la Edad Media por no haber interactuado con el texto de la Escritura. Si bien es cierto que el texto preferido —de hecho, para la mayoría, el único texto accesible— era la Vulgata Latina, se esperaba que el profesor medieval promedio hubiera realizado más exégesis de las Escrituras—antes de ser considerado remotamente competente como teólogo—que cualquier profesor de seminario en Norteamérica actualmente.
Entre 1510 y 1511, Lutero viajó a Roma por cuestiones de negocios para la Orden de los Agustinos. Como le ha pasado muchos, antes y después, su visita a la Ciudad Eterna5 fue una experiencia profundamente conmovedora y conflictiva. Además de su evidente importancia histórica y teológica, quedó impresionado por las oportunidades de devoción que la ciudad representaba, con su multitud de reliquias y artefactos religiosos. Sin embargo, también fue testigo de primera mano de la corrupción que coexistía en medio de la piedad. Las imágenes de exceso que le presentó la corte papal moldearían sus opiniones posteriores sobre el papado y, de hecho, alimentarían el tipo de retórica que felizmente desplegó contra el mismo.
De vuelta en el aula, Lutero continuó trabajando en la exégesis de los libros de las Escrituras, particularmente los Salmos y la Epístola a los Romanos. Este trabajo rutinario tendría un gran impacto en su teología, ya que condujo a dos cambios importantes en su pensamiento entre 1512 y 1517. Primero, cambió de opinión sobre la naturaleza del pecado y el bautismo. Le habían enseñado que el pecado era un hongo, similar a un pedazo de yesca. La implicación era que el pecado era una debilidad que debía ser tratada a través de los sacramentos. En cierto sentido, tal comprensión del pecado significaba que el bautismo se entendía como una especie de atenuación del problema o una solución temporal. Una vez que el pecado mostraba su fea cara en la vida del sujeto después de haber sido bautizado, entonces era necesario un tratamiento moral adicional en la forma de los otros sacramentos. Lutero, sin embargo, se convenció de que el pecado significaba que los seres humanos estaban moralmente muertos. Exploraremos esto con más detalle en los capítulos posteriores, pero el punto clave para tener en cuenta aquí es que este cambio de pensamiento surgió a través de su lucha con la enseñanza de los Salmos y con el apóstol Pablo. Estas labores de exégesis intensificaron su comprensión de la gravedad del pecado: los pecadores ya no eran altamente defectuosos; estaban muertos. El pecado es un problema de raíz. Define a los seres humanos ante Dios de una manera profunda y radical. Y eso tiene todo tipo de implicaciones sobre cómo deben entenderse la humanidad caída y la salvación.
Una implicación inmediata es que la comprensión del bautismo necesita ser cambiada: el bautismo ya no puede ser simplemente una atenuación de la debilidad y las tendencias pecaminosas. Si el pecador está muerto, entonces necesita más que limpieza o incluso sanación; él necesita ser resucitado. Por lo tanto, Lutero pasó de ver el bautismo como algo que indicaba principalmente un lavado o una limpieza, a algo que representaba la muerte y la resurrección.
Esto apunta al segundo cambio que esta alteración en el bautismo y el pecado requería: una reevaluación crítica del camino de la salvación que Lutero había aprendido de la mano de sus maestros medievales. Lutero fue educado en lo que los eruditos posteriores han llegado a denominar la vía moderna, o “camino moderno”. Esta tradición de teología está estrechamente relacionada con teólogos de fines del Medioevo como Guillermo de Occam (1288-1347) y Gabriel Biel (hacia 1420-1495). Este último fue particularmente importante para Lutero ya que tendría que estudiar y dar conferencias sobre el texto fundamental de Biel: El Canon de la Misa (1488). Básicamente, Biel entendió a Dios como completamente trascendente y soberano, capaz de hacer cualquier cosa que eligiera, con la excepción de contradecirse lógicamente a Sí mismo. Entonces, por ejemplo, Él podría hacer un mundo donde los seres humanos tengan cuatro piernas, pero no podría hacer un mundo donde los triángulos tengan cuatro lados. Esto es lo que los teólogos medievales generalmente llaman el poder absoluto de Dios.
Sin embargo, el mundo es estable, contiene una cantidad finita de objetos y, por lo tanto, es testigo del hecho de que el poder absoluto de Dios no se ejecuta completamente. Por consiguiente, los teólogos medievales postularon que Dios también tiene un poder ordenado, un conjunto finito de posibilidades que Dios realmente ha decidido realizar. Biel aplicó esto al campo de la salvación: Dios puede exigir la perfección a los seres humanos antes de darles gracia, pero, de hecho, ha condescendido por medio de un pactum (o pacto) para dar gracia a “aquel que hace lo que está en sí mismo”, una traducción literal de la primera parte de la frase latina, facienti quod in se est, Deus gratiam non denegat.
Este concepto parece en principio ser muy útil. En respuesta a la pregunta de Lutero, ¿cómo puedo ser recto ante un Dios justo?, uno podría responder: “Haz lo que esté en ti”, es decir, haz tu mejor esfuerzo. También debemos notar que la comprensión subyacente de lo que hace que un ser humano sea justo ante Dios se desplaza en este sistema de ser una cualidad intrínseca en el cristiano (justicia real e intrínseca) a la declaración externa de Dios: estoy bien con Dios no porque mis obras son, en sí mismas, dignas de su favor, sino porque ha decidido considerarlas así. Ese concepto tendría una profunda influencia en Lutero y proporcionaría la base para su posterior comprensión protestante de la justificación.6
El problema pastoral generado por esta idea del pactum, por supuesto, es que saber cómo y cuándo uno ha hecho su mejor esfuerzo se convierte entonces en un asunto altamente subjetivo y, en la experiencia de Lutero en el claustro, uno cada vez más aterrador: cuanto más Lutero se ejercitaba en las buenas obras, más se convencía de que había fallado catastróficamente en cumplir la condición mínima del pactum. Esta situación empeoró mucho, naturalmente, cuando Lutero llegó a identificar el pecado como la muerte. ¿Cómo puede una persona muerta hacer su mejor esfuerzo? Esto llevó al que sería tal vez el paso más importante en el pensamiento de Lutero, que es detectable en sus conferencias sobre Romanos durante 1515-1516: Lutero llegó a identificar la condición del pactum como la humildad, la desesperanza absoluta en uno mismo como una condición para arrojarse por completo y sin reserva a la misericordia de Dios. Esta idea crucial preparó el camino para su posterior comprensión de la condición necesaria como la fe, la confianza en Dios, un concepto muy relacionado con esta comprensión anterior de la humildad.
La controversia de las indulgencias
Mientras Lutero estaba experimentando esta transformación teológica, los eventos en el contexto general europeo conspiraban para llevarlo a un público mucho más grande del que cabía en la sala de conferencias de la Universidad de Wittenberg o la iglesia parroquial. El papa León X (1475-1521) presidía una iglesia romana que había agotado sus finanzas en guerras y luego en el proyecto masivo de construcción de San Pedro y el Vaticano. Después, en las tierras alemanas al norte, un clérigo ambicioso, Alberto de Brandeburgo (1490-1545), buscaba agregar un tercer obispado a su cuenta. Los obispados generaban ingresos y, por lo tanto, eran deseables; pero la ley canónica de la iglesia impedía que alguien sostuviera tres simultáneamente sin una licencia del papa. Por lo tanto, hubo una feliz confluencia de intereses en este punto entre las necesidades financieras del papado y las aspiraciones eclesiásticas de Alberto. En resumen, el papa le concedió permiso a Alberto para tomar el tercer obispado, y Alberto le pagó al papa una buena suma por el privilegio. Para financiar el acuerdo, Alberto tomó prestada una importante cantidad de dinero del banco Fuggers, y el papa permitió a Alberto establecer una indulgencia, la mitad de cuyas ganancias podrían utilizarse para pagar el préstamo, y la otra mitad iría directamente a las arcas papales.
Las indulgencias eran certificados vendidos por la iglesia que garantizaban al comprador, o al beneficiario designado, el alivio de un determinado período de tiempo en el purgatorio. En la escatología católica medieval, cuando las personas morían, se iban al infierno, al cielo, o más probablemente, al purgatorio, un lugar donde los piadosos podían ser purgados de las impurezas que les quedaban antes de ser trasladados al paraíso. El concepto del purgatorio tuvo origen en los libros apócrifos y estuvo presente en la obra de numerosos padres de la iglesia primitiva, incluido Agustín. En la iglesia primitiva, esa doctrina había funcionado simplemente como parte de la escatología individual; sin embargo, para finales de la Edad Media se había conectado al sistema penitencial de la iglesia. Hay dos bulas papales en particular que son relevantes en este punto: Unigenitus (1343) y Salvator Noster (1476). La primera estableció el dogma del tesoro de los méritos, que consiste en los méritos de Cristo, la Virgen María y todos los grandes santos de la iglesia, que podían ser distribuidos por el papa. La última conectó el tesoro de los méritos con las donaciones financieras a la iglesia, de modo que los que daban cierta cantidad de dinero podrían disfrutar de beneficios escatológicos en forma de tiempo reducido en el purgatorio. De ese modo se estableció la base dogmática para las indulgencias.
La venta de la indulgencia de Alberto fue confiada a un fraile dominico, Johann Tetzel (1465-1519). Era un hombre profano pero un vendedor brillante, que usaba estribillos (según las Noventa y Cinco Tesis de Lutero) como la joya: “Tan pronto como una moneda en el cofre cae, una turbada alma del purgatorio sale”, y afirmaba que incluso si uno hubiera violado a la mismísima Virgen María, una de sus indulgencias sería suficiente para cubrir tal pecado.
Si bien a Tetzel no se le permitió vender sus indulgencias en el Electorado de Sajonia (el elector tenía su propia colección de reliquias sagradas, que no quería ver eclipsadas por algún objeto rival de piedad), el tema era de cierta urgencia pastoral para Lutero. Habiendo concluido que la gracia de Dios era tan costosa que solo la muerte y resurrección del Hijo de Dios podía lidiar con el dilema humano de la muerte en pecado, y solo la desesperanza total en uno mismo y la consiguiente humildad ante Dios eran suficientes para cumplir con las condiciones del pactum, Lutero inevitablemente vio las transacciones en efectivo de Tetzel como una gracia devaluada. Más que eso, Tetzel estaba vendiendo seguridad falsa a la gente; y mientras los feligreses de Lutero cruzaban el río hacia el territorio vecino del Ducado de Sajonia, donde el vendedor dominicano ejercía su oficio, Lutero inevitablemente tendría que tomar una postura al respecto.
Lutero predicó sobre las indulgencias en la pascua de 1517 y luego guardó un extraño silencio al respecto. En septiembre de 1517, pronunció su Disputa contra la Teología Escolástica, que, de todos los escritos del año, fue el más radical en su ataque total contra el método teológico de fines del Medioevo; pero no estaba directamente dirigido a la cuestión de la indulgencia, y no suscitó una controversia significativa. Luego, el 31 de octubre de 1517, de conformidad con el protocolo académico estándar para anunciar un debate, clavó en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittenberg noventa y cinco tesis contra la práctica de la venta de indulgencias.
En la historia de la Reforma, este documento ha adquirido un estatus casi mítico como la obra que desencadenó toda la crisis. En efecto, mientras algunas de las tesis brillan con la retórica que se convertiría en el sello distintivo del Lutero posterior, algunas son más oscuras. De hecho, a menos que el lector moderno del escrito tenga un buen conocimiento práctico de la teología y piedad medievales, varias de sus tesis serán incomprensibles. Además, el propio enfoque de Lutero en este punto era bastante cauteloso: estaba atacando lo que percibía como el abuso de las indulgencias para arrebatar el dinero a la congregación y vender la gracia de Dios por efectivo; si las indulgencias podían tener un uso legítimo era una pregunta sobre la cual estaba indeciso y confuso.
En cierto sentido, los detalles ya no son importantes: los problemas y las prácticas precisas a los que reaccionó Lutero desaparecieron hace tiempo. Lo importante es la teología sobre la que se construyeron las tesis: la teología de la humildad y el alto costo de la gracia. Aunque Lutero probablemente no se dio cuenta en ese momento, estas ideas golpearon el corazón del sistema sacramental medieval y, por lo tanto, la autoridad de la iglesia. Al criticar las indulgencias, Lutero hizo también algo que siempre garantiza una reacción precipitada: golpeó a la iglesia donde más duele, en su departamento de ingresos.
De Heidelberg a la muerte de Maximiliano
Mientras que las Noventa y Cinco Tesis se convirtieron rápidamente en un popular tratado y un punto movilizador para la protesta, la iglesia tardó en actuar. De hecho, en abril de 1518, Lutero viajó a la ciudad de Heidelberg para una reunión capitular ordinaria de la Orden de los Agustinos. Fue allí donde presidió lo que hoy se conoce como la famosa Disputa de Heidelberg, donde el fraile agustino Leonhard Beier presentó un conjunto de tesis sobre filosofía y teología que Lutero había preparado. Estas las examinaremos en detalle en el capítulo dos. Aquí simplemente vale la pena señalar que estas tesis representaron un retorno a, y una radicalización de, la teología de su Disputa contra la Teología Escolástica de 1517. Mientras que las Noventa y Cinco Tesis estaban haciendo a Lutero una figura pública importante, su verdadera agenda teológica era mucho más radical que cualquier cosa que el tratado hubiera sugerido.
En el verano de 1518, la controversia se estaba extendiendo más allá de las fronteras del Electorado de Sajonia, y era claro que la iglesia tendría que actuar. Por esos días, hubo un extraño incidente en un monasterio en Dresde. Lutero fue invitado a una fiesta allí, bebió demasiado y habló elocuentemente sobre Tomás de Aquino y el uso de Aristóteles en teología. Detrás de una cortina que había en la habitación estaba sentado un fraile dominico, tomando notas sobre lo que decía el agustino cada vez más locuaz. Estas notas se hicieron públicas después y promovieron aún más la reputación de Lutero de tener una heterodoxia peligrosa.
Al mismo tiempo que los dominicos estaban usando jugadas sucias contra Lutero, la iglesia estaba comenzando un proceso más formal. En agosto, Lutero fue citado para presentarse en Roma. Es casi seguro que este fuera un procedimiento automático, desencadenado por la denuncia de Alberto contra Lutero el diciembre anterior. El papa también encargó a Silvestre Mazzolini, más conocido como Prierias, formular una opinión teológica sobre Lutero. Esto fue publicado bajo el título Diálogo Contra las Presuntuosas Conclusiones de Martín Lutero. Allí, Prierias se jactaba de que Lutero era un teólogo tan incompetente que él, Prierias, había escrito la refutación en solo tres días. La respuesta de Lutero fue brillante y demostró una comprensión instintiva de la naturaleza del medio impreso. En lugar de hacer quemar el libro—la estrategia típica de la iglesia de la época—lo hizo reimprimir con su propia respuesta, que, declaró, había escrito en solo dos días. Juego, set y partido para el ingenioso hombre de Wittenberg.
La citación, sin embargo, sacudió a Lutero, quien escribió inmediatamente a Jorge Espalatino, secretario de Federico el Sabio, para manifestarle que el honor de Wittenberg estaba en juego y que cualquier procedimiento que se llevara a cabo debía ocurrir en suelo alemán.7 Dada la posición de Federico como elector, junto con la necesidad que tenía el emperador de apoyo en su lucha contra los turcos, que tenían el flanco oriental del imperio bajo presión, los de Wittenberg lograron persuadir a la iglesia y al imperio de que el lugar para tratar con Lutero sería la Dieta Imperial de Augsburgo en octubre de 1518.8
Por tanto, Lutero viajó a Augsburgo en octubre y allí fue interrogado por el cardenal Cayetano, uno de los grandes intelectos del Renacimiento y quizás el intérprete más influyente de Tomás de Aquino en la historia de la iglesia. Le encargaron detener a Lutero, pero tras no obtener una retractación del agustiniano problemático, descubrió que Federico el Sabio no entregaría a Lutero bajo su custodia pues los sajones no lo consideraban hereje. Este fue un momento importante: reveló dónde residiría probablemente la lealtad de Federico en el futuro; y cristalizó la noción de Lutero como un héroe sajón.
Así, Lutero regresó a salvo a casa. Fue entonces cuando el destino sorteó las cartas a favor de los de Wittenberg: en enero de 1519, murió el emperador Maximiliano. Esto tuvo un efecto doble: detuvo toda acción imperial en el caso de Lutero hasta que se pudiera nombrar a un nuevo emperador; e hizo que Federico el Sabio, como uno de los siete electores del imperio, fuera una persona peculiarmente importante y poderosa, al menos por un tiempo.
Reformas en Wittenberg
Al mismo tiempo que el drama de Lutero se desarrollaba en el escenario principal de la política eclesiástica e imperial, en Wittenberg la Reforma comenzó a tomar forma institucional. En 1518, siguiendo el consejo de Lutero, la universidad suspendió las clases de física y lógica que seguían las enseñanzas de Tomás de Aquino. Luego, se lanzaron campañas para llenar las sillas en las clases de hebreo y griego. Esto no fue simplemente una medida pedagógica: cuando Lutero y sus colegas se convencieron de que las Escrituras en los idiomas originales eran la revelación de Dios, se hizo necesario capitalizar la creciente popularidad de los estudios lingüísticos e incorporarlos al currículo teológico. La cátedra de hebreo sería ocupada por Matthaeus Goldhahn, un hebraísta competente pero poco inspirador. La cátedra de griego, sin embargo, fue ocupada por Felipe Melanchthon, un prodigio de veintiún años que se convertiría en la mano derecha de Lutero y cuya teología eventualmente dividiría el luteranismo después de la muerte de su fundador en 1546.
El debate de Leipzig
Después de la Disputa de Heidelberg, la próxima transmisión pública más importante de la teología de Lutero tuvo lugar en 1519 en el llamado Debate de Leipzig. John Eck, un importante teólogo dominicano, había sido un amigable conocido de Lutero antes de la controversia sobre las indulgencias. Desde ese momento, sin embargo, había estado buscando formas de atacar a los de Wittenberg. En 1518, publicó una obra contra la teología de Wittenberg, Obelisci, a la que Lutero había respondido con un libro de circulación privada, Asteriscis. Sin embargo, el trabajo de Eck había molestado verdaderamente a uno de los colegas de Lutero, Andreas Bodenstein von Karlstadt, que había respondido publicando 380 tesis contra Eck. Incluso para los estándares de la época, eso era bastante excesivo.
En respuesta, Eck desafió a los de Wittenberg a un duelo intelectual, un debate que tendría lugar en la Universidad de Leipzig. Esto ocurrió en junio en medio de circunstancias dramáticas pues Lutero y Karlstadt llegaron a la ciudad rodeados por un cortejo armado de estudiantes de Wittenberg. Si existía alguna amenaza real para su seguridad no viene al caso: esto era un debate teológico hecho entretenimiento público y propaganda.
Si bien el debate en sí no tuvo un vencedor, representó un desarrollo crucial en el pensamiento de Lutero. Hasta ese punto, la controversia que le rodeaba se había centrado en cuestiones ocasionales de la práctica. Detrás de estas, sin embargo, se encontraba una crítica implícita a la naturaleza y la autoridad de la iglesia tal como se entendían en ese entonces. Fue solo en Leipzig que este punto se volvió explícito, en parte por el ataque incisivo de Eck, que forzó las suposiciones de Lutero a la superficie. Algunos indicios de esto aparecieron en el sermón previo al debate que predicó Lutero sobre Mateo 16:13-19. Originalmente programado para la Iglesia del Castillo, tuvo que ser trasladado a la sala de conferencias de la universidad debido a la cantidad de personas que deseaban asistir. Allí, con el auditorio lleno, Lutero expuso la idea de que Dios sería misericordioso con todos los que se humillaban ante Él, y que las llaves de las que habló Cristo fueron dadas a todos los cristianos y no simplemente a la jerarquía sacerdotal.
Eck escuchó el sermón y salió de la sala con la ominosa declaración de que lo que acababa de escuchar era “completamente bohemio”. Con esto, Eck estaba llamando la atención sobre la conexión entre la interpretación de Lutero de la iglesia y aquella propuesta por Juan Huss, el Líder de la iglesia de Bohemia un siglo antes. La comprensión de Huss de la iglesia enfatizaba la importancia de la predestinación y por lo tanto socavó la autoridad de las estructuras visibles. Básicamente, las ideas de Huss habían sido condenadas como herejía, y había sido quemado en la hoguera en el Concilio de Constanza en 1415. Si Lutero estaba enseñando la doctrina de Huss, entonces era claramente un hereje y estaba sujeto a lo ya establecido como precedente.
Este fue la estrategia que Eck adoptó en el debate, presionar a Lutero acerca de dónde veía reposar la autoridad en la iglesia. Cuando declaró que Lutero estaba enseñando asuntos que habían sido condenados en Constanza, Lutero cayó en la trampa y respondió que Constanza había condenado muchos artículos que simplemente eran enseñanzas sólidas del catolicismo. También agregó que la supremacía papal era una innovación relativamente reciente.
Podría decirse que este es el momento en que la Reforma realmente comenzó con seriedad, ya que fue entonces cuando las implicaciones de los ataques fragmentarios que Lutero había hecho sobre las indulgencias y el método teológico se hicieron evidentes. Si Lutero tenía razón, si la humildad era la clave de la salvación, entonces todo el sistema medieval debía ser rechazado, y el papado estaba equivocado. Leipzig dejó esto en claro, junto con el hecho de que no había una postura intermedia.
Si bien el resultado del debate en Leipzig fue algo dudoso, Lutero regresó a Wittenberg como el claro campeón del nuevo movimiento de la Reforma.
1520: El año de los sueños
En muchos sentidos, Lutero nunca tuvo un año teológico más glorioso que 1520. Es cierto que el año comenzó de una manera preocupante. Carlos V había sido elegido emperador a fines del verano de 1519, y así los procedimientos formales contra Lutero dentro de la iglesia y el imperio podían comenzar de nuevo. Esto sucedió en enero de 1520, cuando una asamblea de cardenales y diplomáticos en Roma exigió que el papa procediera contra el reformador. Más tarde en la primavera, Eck llegó para informar de primera mano sobre el Debate de Leipzig y para unirse a un comité encargado de preparar los cargos en contra de Lutero.
Todo esto sirvió para indicar que las posibilidades de una resolución pacífica a la crisis de Lutero habían desaparecido. En este contexto, Lutero se embarcó en la elaboración de su manifiesto sobre cómo debería ser una iglesia reformada en los tres grandes tratados de 1520: La Cautividad Babilónica de la Iglesia, La Libertad Cristiana y Un Llamado a la Nobleza Alemana. Los tres tratados se discutirán con detalle en capítulos posteriores, pero es útil conocer desde una perspectiva biográfica qué temas abarcaron.
La Cautividad Babilónica fue el manifiesto sacramental de Lutero, en el cual no solo redujo el número de sacramentos de siete (bautismo, confirmación, orden sacerdotal, matrimonio, penitencia, la misa y unción final) a tres, o posiblemente dos (bautismo, la misa, y tal vez penitencia), sino que también reestructuró su pensamiento sacramental en torno a la promesa y la fe. Las implicaciones de su nueva soteriología, tan hábilmente expuesta por Eck en Leipzig, ahora podían redefinir el corazón mismo de la devoción medieval: los sacramentos.
La Libertad Cristiana fue la aplicación de Lutero de sus ideas sobre la justificación al ámbito de la ética. A diferencia del sistema medieval, donde el motivo de las buenas obras no era el conocimiento de estar en un estado de gracia, sino más bien un medio para avanzar o mantener un estado de gracia, el enfoque de Lutero lo puso todo de cabeza. Argumentó que, por haber sido justificado sin obras, entonces uno es libre de hacer buenas obras para el prójimo, de manera análoga a la de Adán antes de la caída.
Finalmente, al darse cuenta de que la iglesia no iba a reformarse, Lutero se volvió hacia el magistrado civil como medio para lograrlo en Un Llamado a la Nobleza Alemana. Dado que veía mucha confusión en la época como resultado de la incursión de la iglesia en áreas que pertenecen propiamente al magistrado civil, Lutero argumentó que los magistrados necesitaban recuperar lo que propiamente les pertenecía, despejando así el camino para que la iglesia fuera una vez más una entidad verdaderamente espiritual.
Estas tres obras, tomadas en conjunto, representan tal vez la visión más continua y positiva de Lutero de lo que debería ser la reforma. Es posible argumentar que nunca volvió a presentar una visión tan completa del cristianismo de una manera tan positiva. Sin embargo, mientras Lutero estaba comprometido con esta construcción positiva, la iglesia emitió su muy esperada condena al pensamiento del reformador. La bula papal Exsurge Domine fue proclamada en julio de 1520 y luego comenzó su largo viaje hacia Wittenberg, llevada allí por, entre otros, John Eck.
Finalmente, el documento llegó a Wittenberg el 10 de octubre, cuando fue presentado al rector de la universidad, Peter Burckhard. Curiosamente, no fue Eck quien lo presentó. De manera prudente se quedó fuera del Electorado de Sajonia, presuntamente sabiendo que no habría sido un lugar seguro para él. De hecho, fue la milicia de Leipzig la que entregó la bula, otra señal de la hostilidad que había entre las dos ciudades desde el debate de 1519.
Lutero debe haberse enterado de la llegada de la bula casi de inmediato. Wittenberg era—y sigue siendo—una ciudad muy pequeña donde nada con consecuencias importantes podría suceder en secreto. Además, sabemos que él escribió a Espalatino el 11 de octubre, informándole sobre la llegada de la bula a la universidad. En los próximos meses, Lutero escribió una explicación de los artículos condenados por la bula y reiteró su llamado para que un concilio alemán en suelo alemán resolviera lo que, según él, era un problema alemán. Estaba muy dispuesto a jugar la carta étnica como un medio para mantenerse fuera de las manos del papado.
Después, el 10 de diciembre de 1520, Lutero dirigió una procesión a la plaza del pueblo en Wittenberg y quemó públicamente tanto la bula papal como los libros de la ley canónica. Ya no había vuelta atrás.
La Dieta de Worms
Ahora la iglesia había agotado sus opciones para encargarse de Lutero. La excomunión fue la sanción final, y, sin embargo, todavía era libre de escribir y predicar con impunidad en Wittenberg. Como resultado, fue necesario idear una nueva estrategia. Carlos V estaba convocando una dieta imperial en la ciudad de Worms en abril de 1521, y se decidió citar a Lutero para que se presentara allí. Esta fue una decisión controvertida. En primer lugar, la excomunión de Lutero significaba que era una nopersona9, y la cuestión técnica de cómo se emite una citación a una nopersona era un problema. Segundo, la creciente popularidad de Lutero como el campeón del pueblo contra una iglesia corrupta y moribunda significaba que tal jugada era potencialmente peligrosa. En última instancia, sin embargo, la necesidad pragmática de lidiar con Lutero anuló estas preocupaciones y fue convocado. Por tanto, en abril de 1521, Lutero llegó a la ciudad para enfrentar su mayor desafío hasta el momento.
La audiencia en sí fue un asunto impresionante. En el frente se sentaba el joven emperador Carlos V, encontrándose cara a cara con el monje revoltoso cuyas innovaciones religiosas arruinarían su gobierno y finalmente lo llevarían a la abdicación. Cerca del pasillo estaban los políticos más poderosos de la época. En una mesa frente al emperador estaban todos los libros de Lutero. Y allí estaba el mismo Lutero, aparentemente rodeado por sus enemigos y peligrosamente desprotegido.
El hombre que dirigió el interrogatorio de Lutero fue John Eck, aunque no el famoso John Eck de Leipzig. Este John Eck era un empleado de la casa del arzobispo de Trier. Al comienzo de los procedimientos el 17 de abril, Eck hizo dos preguntas simples: si los libros exhibidos eran de Lutero, y si se retractaría de su contenido. Estas eran preguntas obvias que Lutero debió haber esperado. La respuesta, sin embargo, fue todo menos lo que uno podría haber anticipado: declaró que, debido a que los asuntos se referían a la salvación, necesitaba tiempo para pensar en su contestación.
Nadie sabe por qué dio esta respuesta. Quizás fue parte de una estrategia que el equipo del Electorado de Sajonia había diseñado para sorprender a sus oponentes. Una explicación más prosaica puede ser que Lutero simplemente estaba asustado por lo que debe haber sido un momento de intensa presión personal. Nunca lo sabremos. En cualquier caso, la asamblea suspendió la sesión y se volvió a convocar para el día siguiente. Luego, frente a las mismas preguntas, Lutero ofreció una respuesta incisiva: algunas de las obras trataban sobre cuestiones de piedad y moralidad que incluso a sus oponentes les habían gustado, y por lo tanto no debería ser el único en retractarse de sus contenidos; algunas criticaban al papado, pero el papado era notoriamente corrupto y destruía muchas almas, por lo que no podía retractarse de ellas; y algunas atacaban a individuos que defendían la tiranía romana pero, si bien ocasionalmente eran excesivas en el uso del lenguaje, eran fundamentalmente acertadas y no podía retractarse.
Eck se negó a aceptar estos argumentos. Luego, al final de un intercambio vigoroso, Lutero pronunció su famoso discurso (que probablemente no terminó con la afirmación “¡Esta es mi posición! no puedo hacer otra cosa.”):
A menos que sea convencido por el testimonio de las Escrituras o por razones claras (ya que no confío ni en el papa ni en los concilios, dado que es bien sabido que a menudo se han equivocado y se han contradicho), estoy obligado por las Escrituras que he citado y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo y no me retractaré de nada, ya que no es seguro ni correcto ir en contra de la conciencia.10
Después de esta dramática presentación, Lutero fue conducido afuera del salón al tiempo que la delegación española gritaba que debía ser quemado en la hoguera. Sin embargo, no sería ese el caso. Cuando salía de Worms para regresar a Wittenberg, fue rodeado por un grupo de hombres armados y secuestrado. Después de casi cuatro años siendo el centro de atención tanto de la iglesia como del imperio, Lutero desaparecería de la vista pública por más de medio año.
Sir George, Caballero residente del Wartburg
Lutero pasó el resto del 1521 de incógnito en Wartburg, el castillo medieval en la cima de la montaña sobre la ciudad de Eisenach. Dejándose crecer la barba y vestido de caballero, disfrutó de un breve tiempo relativamente pacífico, aunque fue allí donde desarrolló estreñimiento crónico, lo cual se convertiría en una especie de obsesión.
Mientras estaba en Wartburg, Lutero se dedicó a producir numerosos escritos teológicos que indicaban el camino que estaba recorriendo su mente. Allí abordó el tema de los votos religiosos y respondió a las fuertes críticas del teólogo católico Latomus. El primer tema fue provocado por el hecho de que, en mayo de 1521, los sacerdotes comenzaron a casarse, lo cual requería que los líderes de la Reforma aclararan su posición al respecto. Lutero también escribió una defensa de la confesión oral en ese momento. La necesidad de equilibrar las prácticas establecidas con el nuevo contenido de la Reforma era apremiante.
Sin embargo, quizás lo más importante fue su traducción del Nuevo Testamento al alemán. A medida que su teología de la Reforma se desarrollaba y ponía un énfasis creciente sobre la Palabra objetiva de Dios, en el sermón y el sacramento, como el medio de la salvación, la necesidad de la Escritura en la lengua vernácula se hizo urgente. Al igual que con la versión King James en inglés y la Institución de Calvino en francés, la Biblia de Lutero resultaría fundamental en el desarrollo del idioma alemán moderno.
Mientras tanto, en Wittenberg, el liderazgo de la Reforma pasó a manos de Karlstadt, Melanchthon y Konrad Zwilling. Bajo estos hombres, las cosas tomaron un giro más radical. Karlstadt comenzó a desarrollar nuevas ideas sobre la eucaristía, enfatizando la naturaleza simbólica de las palabras de la institución. Hacia el final del año, también desfilaba alrededor de Wittenberg vestido como campesino y oficiando en la misa con una túnica sencilla. Además, los líderes en Wittenberg se volvieron en contra de las imágenes, lo cual resultó en disturbios iconoclastas. Luego vino la gota que derramó el vaso: tres hombres de Zwickau, los llamados Profetas de Zwickau, llegaron a Wittenberg. Encabezados por un tal Nicholas Storch, estos hombres combinaban visiones apocalípticas y afirmaciones sobre ser guiados directamente por el Espíritu con radicalismo político y social. Karlstadt y Zwilling estaban enamorados de los tres; el gentil Melanchthon, abrumado, no tuvo otra opción que pedirle a Federico el Sabio que llamara a Lutero de Wartburg para reafirmar el control sobre la Reforma de Wittenberg y llevar las cosas a un camino más moderado. Federico no tardó mucho en ser persuadido ya que no quería que el emperador se interesara demasiado en los asuntos internos de su territorio, algo que sin duda habría pasado de haber triunfado la anarquía.
Lutero había visitado Wittenberg encubierto en diciembre de 1521 para observar de primera mano el radicalismo emergente. Ahora, en enero de 1522, regresaba para recuperar el liderazgo. Este es probablemente el punto en que estuvo más vulnerable, ya que el éxito dependía de si podía predicar a la gente a fin de que se apartara de la revolución social y volviera a una reforma adecuada. Esto lo hizo durante los siguientes meses, en una muestra asombrosa de lo que la presencia personal puede hacer. Los Profetas de Zwickau fueron forzados a huir, y Karlstadt y Zwilling, derrocados de sus posiciones de liderazgo, abandonaron la ciudad poco después.
Junto con el Debate de Leipzig y la Disputa de Heidelberg, el conflicto de 1522 es quizá el momento más importante de la carrera temprana de la Reforma de Lutero. En su mente quedó fija la conexión entre los puntos de vista simbólicos de la Cena del Señor y la revolución social, una conexión que ayuda a explicar la pasión de su conflicto con Zwinglio. También lo dejó con un odio duradero hacia cualquiera que hablara sobre el Espíritu en lugar de la Palabra. Para Lutero, el Espíritu solo trabaja en y a través de la Palabra. Admitir otra cosa es abrir una caja de Pandora de subjetividad que conduce al tipo de disturbios y caos que él presenció en Wittenberg a principios de 1522.
1525: Año de esplendor, alegría y odio
Después de 1522, la posición de Lutero en Wittenberg fue relativamente segura. Además, luego de la exuberancia de sus primeros avances teológicos, se habituó a una rutina de enseñanza, predicación y pastoreo que, salvo algunas excepciones, significaba que su vida nunca volvería a tener el mismo grado de drama otra vez. Sin embargo, el año 1525 fue, a su manera, tan importante para su teología y su reputación como los años 1520-1521. De hecho, estuvo marcado por tres eventos destacados: su enfrentamiento con Erasmo; su matrimonio con Katie; y su desventurada intervención en la Guerra de los Campesinos.
En retrospectiva, el enfrentamiento con Erasmo era inevitable—si no en 1525, en algún momento. Erasmo era el hombre que había producido un Nuevo Testamento en griego y, por tanto, había sentado los cimientos textuales para la Reforma. También era el hombre cuya deslumbrante erudición e ingenio lo habían convertido en un crítico implacable de la iglesia renacentista. Sin embargo, su personalidad era la del satírico arrogante que criticaría y se burlaría de la iglesia, pero, en última instancia, permanecería dentro de sus límites. Erasmo no tenía la intención de arriesgar la vida o ni siquiera la carrera por la causa de la Reforma.
En un momento de la Reforma luterana inicial, Federico el Sabio le había preguntado a Erasmo su opinión sobre el problemático monje. Su respuesta fue que Lutero había cometido dos pecados: había criticado el poder del papa y las barrigas de los monjes. Estos comentarios, hechos confidencialmente a Federico, se habían filtrado al público, y desde entonces, Erasmo había estado bajo presión para declarar su posición con respecto a la Reforma de Wittenberg. Finalmente, en 1524 lo hizo en su Diatriba Sobre el Libre Albedrío, donde defendió la opacidad básica de las Escrituras sobre la cuestión del papel de la voluntad humana en la salvación. Ya sea que uno caracterice su posición de agnóstico, semipelagiano o semi-agustiniano depende de cuán caritativo uno desee ser; lo cierto es que Erasmo había tocado los fundamentos conceptuales de toda la teología de Lutero: la claridad básica de la Escritura y la necesidad de que la salvación sea toda de Dios.
Cuando el libro llegó a Wittenberg, Melanchthon lo recibió con entusiasmo. Sin embargo, cuando Lutero lo leyó, su corazón se desmoronó: no solo vio las devastadoras implicaciones de negar la claridad de las Escrituras y la esclavitud de la voluntad; también sabía que Erasmo era un crítico demasiado grande como para ignorarlo. El resultado fue La Voluntad Determinada11, un libro absolutamente contundente, que contiene la defensa más brillante por parte de Lutero de sus doctrinas de la Escritura, de la voluntad humana y de la iniciativa divina en la salvación. Junto con sus catecismos, era uno de sus pocos libros que él mismo consideraba digno de sobrevivirle.
El segundo gran acontecimiento de 1525 fue su matrimonio con Katharina von Bora, también conocida como “mi lord Katie” y “la cadena”. Ella pertenecía a un grupo de monjas cistercienses que escaparon del claustro de Nimbschen en 1523 y llegaron a Wittenberg en abril de ese año. Lutero arregló el matrimonio de la mayoría de las monjas, pero Katie resultó ser un problema. Inicialmente la habían colocado en la casa del artista Lucas Cranach. Después de varios intentos fallidos de casarla, Katie expresó su deseo de casarse con Lutero o uno de sus colegas, Nicholas von Amsdorf. Habiendo tenido la idea del matrimonio en mente por influencia de la temible reformadora Argula von Grumbach, Lutero finalmente accedió en 1525 y, el 13 de junio de ese año, se casó con Katie. Veremos el matrimonio con más detalle en el capítulo ocho. Por ahora, basta decir que parece haber sido fructífero y feliz.
En ese momento, sin embargo, fue un desastre en términos de relaciones públicas. Esto no fue porque Lutero como monje se casara. Esa cuestión se había resuelto hacía ya mucho tiempo en Wittenberg. Fue porque las nupcias ocurrieron durante la Guerra de los Campesinos, una gran ola de rebelión en los territorios alemanes del Sacro Imperio Romano. Los rebeldes estaban unidos por un conjunto de agravios económicos, muchos de los cuales se centraban en la corrupción de la iglesia. Por lo tanto, era natural que utilizaran la retórica de libertad al estilo luterano y que muchos de ellos (aunque no todos) esperaran que Lutero hablara por ellos. Después de la simpatía inicial por su causa, Lutero, siempre temeroso del caos y la anarquía y molesto porque los campesinos, contra su consejo, recurrieron a la violencia, se enfrentó duramente a ellos y publicó uno de sus tratados más notorios, Una Amonestación a la Paz, Contra las Hordas de Campesinos Rapaces y Asesinos, que era un llamado a los nobles a reprimir la rebelión de la forma más despiadada posible. Esta obra empañó la reputación de Lutero de una manera comparable solo con sus posteriores ataques contra los judíos. Los campesinos fueron finalmente aplastados en la Batalla de Frankenhausen, y sus líderes, como Thomas Müntzer, fueron ejecutados. Que Lutero estuviera celebrando su matrimonio al tiempo que la Guerra de los Campesinos llegaba a una sangrienta conclusión, fue considerado profundamente insensible.
El conflicto con Zwinglio
Al mismo tiempo que Lutero consolidaba la Reforma en Sajonia después de 1522, otras reformas empezaron a desarrollarse en otras partes de Europa. Lo más relevante desde la perspectiva luterana fue el ascenso de Huldrych Zwinglio en Zúrich. Zwinglio tenía un trasfondo muy diferente al de Lutero, ya que su educación fue modelada por el humanismo de Erasmo, a quien admiraba en gran manera. La Reforma en Zúrich también era de un tinte diferente al de Wittenberg. Zúrich era una ciudad moderna en ascenso gobernada por un concejo municipal y con una economía basada cada vez más en la mano de obra calificada, no un contexto feudal medieval como el Electorado de Sajonia. Mientras la Reforma de Wittenberg había comenzado con un llamado a un debate universitario medieval, su contraparte de Zúrich comenzó con la ruptura del ayuno de cuaresma por parte de los trabajadores de la industria moderna más temprana, la imprenta. Zwinglio trabajó estrechamente con el concejo municipal en la implementación de una reforma más radical que su contraparte en Wittenberg (declararon ilegales las imágenes e incluso prohibieron la música y el canto en los servicios de adoración).
Sin embargo, lo que causó que Lutero y Zwinglio chocaran fue la creencia de este último de que la palabra “es” en “Esto es mi cuerpo”, las palabras de la institución eucarística, significaba “simboliza”, una visión que Zwinglio aparentemente obtuvo de una carta escrita por el erudito humanista Cornelius Hön en 1524. Para los ciudadanos de Zúrich, la Cena del Señor era simbólica; era principalmente una declaración horizontal de lealtad entre cristianos, similar a un juramento militar (que era el significado de la palabra latina sacramentum). Si Cristo estaba presente, entonces solo se podía pensar que estaba presente espiritualmente.
Para Lutero, esta enseñanza era tóxica. Era una reminiscencia del enfoque espiritual de Karlstadt y, por lo tanto, le parecía indicativo de una actitud revolucionaria. Además, al quitar la presencia real de Cristo del pan y del vino, Zwinglio eliminaba el evangelio. El pan y el vino ya no se convertían en el medio para que Dios alimentara a Su pueblo con Cristo, sino en algo que se hace para Dios o para los demás. Para usar la terminología luterana, Zwinglio tomó el evangelio y lo convirtió en ley.
A partir de 1527, Lutero y Zwinglio se enfrascaron en una amarga guerra de panfletos. Sin embargo, la división en las filas protestantes no era deseable, y la posibilidad de una alianza entre los príncipes luteranos en el norte y las ciudades suizas reformadas en el sur era muy atractiva. En consecuencia, en 1529, Felipe I de Hesse persuadió a las dos facciones de reunirse en el castillo de la ciudad de Marburg para debatir sobre teología con el fin de producir una declaración de fe común que luego podría proporcionar la base para una alianza política-militar.
El elenco de personajes en el Coloquio de Marburg fue impresionante, incluyendo a Zwinglio; Ecolampadio, el brillante erudito patrístico; Bucer, el apasionado ecumenista de la Reforma; Melanchthon; y, por supuesto, el propio Lutero. Si bien se llegó a un acuerdo sobre catorce y medio de quince puntos, el medio punto restante—el de la naturaleza de la presencia de Cristo en la Cena—era el punto crucial. No fue posible una alianza significativa, y Lutero declaró dramáticamente que Zwinglio era de un espíritu diferente, es decir, que no era un verdadero creyente. La brecha en Marburg fue el punto en el cual el protestantismo se dividió en luterano y reformado, una brecha que continúa hasta nuestros días.
Cuando Zwinglio murió en el campo de batalla en Kappel en 1531 y las noticias llegaron a Lutero, su comentario fue simple y al grano: “Aquellos que viven de la espada morirán a espada”. Hasta el día de su muerte, Lutero consideró a Zwinglio como el epítome del fanatismo malvado.
Otra razón para no lograr el acuerdo en Marburg fue el hecho de que los príncipes luteranos alemanes estaban comenzando lentamente a avanzar hacia una alianza militar propia, y esto inevitablemente redujo la presión para formar una alianza con los suizos. Después de la Dieta Imperial de Augsburgo en 1530, esta alianza alemana tomó la forma de la Liga de Esmalcalda.
Carlos V había pedido a los príncipes luteranos que le proporcionaran una declaración de sus creencias. Esta fue elaborada por Melanchthon, y fue conocida como la Confesión de Augsburgo o Augustana. La confesión fue presentada a Carlos V en la dieta, aunque Lutero estaba ausente, aislado en un castillo cercano en Coburgo. Después de todo, era oficialmente un proscrito del imperio, y su presencia en Augsburgo habría sido tanto una afrenta al emperador como, muy probablemente, una sentencia de muerte para él. En la dieta, el emperador se negó a suscribir a la confesión, pero fue adoptada por los príncipes y ciudades luteranas. Esto formó parte de la base para la alianza militar que Felipe de Hesse estableció en 1531, la Liga de Esmalcalda, que garantizó la seguridad del luteranismo (y por tanto de Lutero) dentro de los territorios luteranos hasta la muerte del reformador en 1546.
Últimos años
Los últimos quince años de la vida de Lutero fueron, en varios sentidos, mucho menos emocionantes que el período de 1517-1531. Con el luteranismo al menos temporalmente seguro, gracias a la liga, Lutero fue libre de continuar su Reforma con un gran nivel de protección. Las preocupaciones financieras continuaron persiguiendo a la familia Lutero. Él y Katie recibían estudiantes como inquilinos y también trabajaban a veces como jardineros en la ciudad. Quizás sea bueno recordar que ser reformador no era necesariamente una movida profesional lucrativa, y que Lutero no era inmune a las dificultades económicas típicas que afligen a la mayoría de los ministros en diversos momentos.
Tal vez lo más triste de este período son las notas de amargura que se infiltraron en las obras de Lutero. Él, por supuesto, había tenido grandes esperanzas para la Reforma en sus inicios. Situado en la tradición medieval tardía de la expectativa escatológica, había asumido que la Reforma era parte del gran avivamiento que tendría lugar al final de los tiempos y precedería la segunda venida de Cristo. En la década de 1530, sin embargo, estas esperanzas estaban muriendo. Roma no había caído, y de hecho el catolicismo romano estaba comenzando a mostrar los primeros signos del resurgimiento que marcaría el siglo desde la década de 1540 en adelante. Los protestantes estaban divididos entre ellos, no solo luteranos versus reformados, sino también con elementos sectarios en crecimiento como los espiritistas y los anabaptistas. Ya no era el contexto de posibilidades impresionantes y maravillosas que Lutero vio ante él en 1520; era la fría y dura realidad de la vida en un mundo caído que estaba ejerciendo presión sobre él, a la vez que lo hacía su propia mortalidad.
En los últimos años de Lutero, dos eventos empañaron su reputación. El primero tiene una dimensión casi cómica. Felipe I de Hesse fue un actor constante en la historia de Lutero. Él era el hombre de las ideas detrás del Coloquio de Marburg y la fuerza impulsora en la formación de la Liga de Esmalcalda. También era un hombre con lo que hoy en día los estadounidenses llamarían eufemísticamente “inconvenientes”. Tal vez hubo indicios de esto en su primer encuentro con Lutero en la Dieta de Worms. Cuando Lutero llegó a Worms, uno de los primeros personajes distinguidos en buscarlo fue Felipe, que en ese momento no había recurrido a la Reforma. Estaba intrigado por un comentario que Lutero había hecho en La Cautividad Babilónica en cuanto a que una mujer casada con un marido impotente podía volver a casarse.
Los acontecimientos de 1539 sugieren que esta pregunta tal vez presagió posteriores “inconvenientes”. Felipe había estado casado con Christina de Sajonia desde 1523. El matrimonio produjo siete hijos, pero era infeliz en todo caso, y Felipe era un adúltero en serie. Estas aventuras amorosas le habían dado sífilis, pero también habían afectado su conciencia, y rara vez iba a la comunión. Luego, en 1539, se enamoró de Margaret von der Sale, la hija de diecisiete años de un noble sajón. Entonces apeló a Bucer, Melanchthon y Lutero en busca de consejo y ayuda. Finalmente, Melanchthon formuló una opinión con la que los otros dos estuvieron de acuerdo, que Felipe debería simplemente casarse con la chica en secreto bajo el sello del confesionario. En pocas palabras, en lo que los reformadores consideraron como circunstancias extraordinarias, aprobaron la bigamia. El matrimonio tuvo lugar en marzo de 1540, con Melanchthon y Bucer entre los testigos.
Por supuesto, es una verdad universalmente aceptada que tres hombres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos. Esta era una historia demasiado buena para guardar en silencio, y se corrió la voz en la esfera pública a través de la hermana de Felipe, la duquesa de Rochlitz. El resultado fue un escándalo violento e incontrolable en el que parecía que la típica propaganda romana sobre la Reforma—que estaba motivada por un deseo de desatar la liberación sexual en la sociedad—era cierta. Aunque Melanchthon fue el único de Wittenberg profundamente involucrado en el desastre, la reputación de Lutero fue la que sufrió los golpes más duros.
El segundo inconveniente, que todavía afecta (con razón) la reputación de Lutero fue su creciente animosidad hacia los judíos. En 1523, él había escrito lo que fue, para el momento, un tratado muy progresista: Que Jesucristo Nació Judío. En este trabajo, Lutero rompió con las actitudes dominantes de la época y alentó a los cristianos a ser buenos y amables prójimos de los judíos, a fin de construir puentes para el evangelio.
A principios de la década de 1540, sin embargo, los judíos se estaban convirtiendo en una constante y amarga obsesión para Lutero. De manera notoria, escribió otro tratado importante acerca de ellos, Sobre los Judíos y sus Mentiras, que representaba un repudio a su trabajo anterior y un retorno a los estándares de la época, solo que de una manera aún más violenta y odiosa de lo que era usual. Este último trabajo defendía el asesinato y tuvo luego una destacada carrera, particularmente como elemento básico de la propaganda nazi en los años 1930 y 40, y como un elemento común en los sitios web antisemitas actuales. No puede haber ninguna duda de que representaba la opinión madura de Lutero: su sermón final en Eisleben en 1546 incluía un apéndice antijudío.
No hay espacio aquí para abordar el tema de Lutero y los judíos. Mis propios puntos de vista sobre el asunto se pueden encontrar en Historias y Falacias.12 Basta decir dos cosas aquí. Primero, la actitud posterior de Lutero hacia los judíos muestra que incluso los hombres más grandes pueden tener una catastrófica ceguera moral sobre ciertos asuntos. En segundo lugar, al evaluar la vida de una figura histórica, no debemos ignorar o excluir los problemas con el interés de presentar una imagen inspiradora. Lutero creía que, fuera de Cristo, estaba muerto en sus delitos y pecados y era tremendamente malvado. Su actitud hacia los judíos confirma su propia opinión de sí mismo.
La muerte de Lutero
En enero de 1546, para gran consternación de Katie, que se preocupaba por su salud—y con razón como se vería después—, Lutero viajó a su lugar de nacimiento para mediar en una disputa entre los condes locales. Mientras estuvo en Eisleben predicó cuatro veces, la última el 14 (cuando también ordenó a dos sacerdotes) o 15 de febrero. El asistente que lo acompañaba, John Aurifaber, copió un papel el 16 de febrero que contenía la última declaración escrita de Lutero, que termina con la famosa frase “Somos mendigos: esto es verdad”. La primera oración estaba en alemán, la segunda en latín. El 17 de febrero, se sentía mal e incapaz de encargarse de cualquier asunto ese día. Moriría al día siguiente, en presencia de varios amigos. Habiendo reafirmado su confianza en el evangelio, pronunció sus últimas palabras, una triple repetición del Salmo 31:5:
En tu mano encomiendo mi espíritu;
Tú me has redimido, oh Señor, Dios de verdad.
Era un final protestante por excelencia: fe en la Palabra—sin unción final, últimos ritos o comunión final. Lutero había recibido la Cena del Señor el domingo anterior, y eso era suficiente. Ciertamente, su propia forma de morir ejemplificó la manera en que él mismo había transformado el cuidado pastoral y, de hecho, la piedad de la muerte.
Sin embargo, como último epílogo triste, el mayor trofeo personal de su protestantismo, la amada mujer por la que había roto sus votos monásticos para casarse, no pudo estar allí. Katie se sintió destrozada cuando recibió la noticia, angustiada por no haber podido consolarlo en sus momentos finales. Sin embargo, él murió, al igual que ella lo haría, a salvo, sabiendo que estaban unidos en Cristo y se reunirían en el más allá, cuando asistieran a unas bodas mayores que lo que las suyas habían sido tantos años atrás.
Reflexiones finales
Con una figura como Martín Lutero, la tendencia siempre será a hacer de él un héroe o un villano. Es tanto lo que está en juego en el debate de la Reforma, y las identidades protestante y católica romana tan atadas a sus respuestas a él, que la tentación de un enfoque en blanco y negro, moral y teológicamente directo, es grande. Sin embargo, incluso esta breve descripción de su vida revela no solo las conexiones entre su biografía y su teología, sino también las contradicciones y fallas humanas que fueron parte de lo que era y lo que hacía. Su firme postura en Worms es magnífica; sus últimos escritos contra los judíos, nauseabundos. ¿Qué vamos a hacer con él?
La respuesta, en mi opinión, es muy simple: debemos verlo como uno de nosotros. Uno puede notar que, al igual que el resto de la raza humana, sus fortalezas eran sus debilidades. La testaruda terquedad y la convicción de que tenía razón—que significaba que podía enfrentar al poder combinado de la iglesia y el imperio en Worms en 1521 y poner en fuga a los radicales de Wittenberg en 1522—era el mismo rasgo de carácter que configuraba sus arrogantes ataques contra los judíos. Todos podemos aprender al ver cómo la fortaleza en un área puede ser una dramática debilidad en otra.
Pero a un nivel teológico más profundo, deberíamos ver a Lutero como uno de nosotros en la forma en que luchó con las preguntas eternas más profundas de la existencia humana y cristiana. ¿Cómo puedo encontrar a un Dios misericordioso? ¿Qué es y dónde está la gracia? ¿En qué consiste la verdadera felicidad? ¿Cómo puedo conectar las realidades mundanas y muchas veces tediosas de la vida diaria con mi fe? ¿Cómo puedo enfrentar la muerte de seres queridos, y finalmente mi propia muerte, sin volverme completamente loco de aflicción? La vida de Lutero estaba llena de estas preguntas. Y su teología es una larga reflexión sobre ellas. Estos son los asuntos que trataremos ahora.