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Capítulo I

Tirando la de humo: distracciones

Tanto cuando vamos con un profesional como cuando estamos haciendo autoindagación, o cuando estamos acompañando a alguien a encontrar una respuesta, hay que tener en cuenta un detalle que no es menor: “la cortina o la bomba de humo”.

Engañamos y nos autoengañamos acerca de lo que contamos, acerca de nuestros padecimientos. Siempre mostramos las cáscaras o máscaras de nuestra personalidad, desviando o cubriendo el verdadero origen de nuestros males.

Sin embargo, este disfraz, este humo, porque es como si se pudiera entrever si estamos atentos y disipamos un poco, tiene una razón y esta es evitarnos un supuesto sufrimiento mayor.

Es por esto por lo que, además de no empatizar con la historia, no debemos quedarnos con ella únicamente.

Sea cual sea nuestra posición, acompañando o autoindagándonos, es importante actuar como verdaderos detectives, cuestionando y buscando fisuras, pistas o cabos sueltos que permitan disipar la cortina de humo. Este velo que nos impide ver con total claridad.

Y les garantizo que, cuando más nos acercamos al cambio de percepción, más espesa se hace la cortina y más dramas e imposibilidades aparecen a la orden del día.

Es muy frecuente que cuando se planteen objetivos, metas o cambios le ofrezca al consultante algún ejercicio y la mayoría de las veces, aunque jure y manifieste su real deseo de cambio, al preguntarle si realizó el ejercicio la respuesta es negativa. Es como si el objetivo fuese desear y a la vez desear que el deseo no se cumpla.

Mucho dirán también que, si su situación es tan dramática y complicada, no podrá solucionarse con un simple ejercicio, al ego no le gusta eso. Tiene que ser más complicado, porque si no el protagonista del drama debería haberse dado cuenta de tal simplicidad.

Recuerdo que una consultante me dijo entre lágrimas que no podía creer que después de tantos años y tantas terapias el origen de su sufrimiento fuera tan simple. Se sentía liberada, pero enojada a la vez por no haberse dado cuenta y haber perdido tanto tiempo en la tristeza.

El insólito mecanismo que describo no solo está vinculado con el propio temor a lo desconocido, sino también al plus que me da este drama.

Puede que no estemos viviendo nuestros deseos, pero al menos tenemos salud, diría mi abuela con justa razón y conformismo. Ya que no sé qué pasaría si mis deseos se materializan, no sé qué será de mí, no sé si seguiré siendo yo y si me seguirán amando. Entonces tiro la de humo y mediante explicaciones y quejas me excuso con cuestiones ajenas externas, creyendo que, en definitiva, los sueños son solo sueños, productos de una mente inmadura y aceptando mi realidad como un destino, única alternativa posible en mí.

Cierta vez una paciente vino con un conflicto frecuente: decía que, aunque amaba su trabajo (instructora de gimnasia), al acercarse el horario de sus clases se le cruzaba un pensamiento: “ojalá que no vengan mis alumnas hoy”, “¿y si las llamo y suspendo?”, “les digo que me siento mal”, etc. Pero una vez que la clase comenzaba lo disfrutaba muchísimo, pero le daba mucha bronca sentir y pensar eso, no lo entendía.

A su vez también se le hacía muy difícil publicar su trabajo en redes y venderse.

Le pregunté acerca de la economía de su hogar y me respondió que de eso se encargaba su marido, que lo que ella juntaba alcanzaba para las salidas o algunos regalos. Es más, una vez ella se ofreció a pagar los servicios y él le dijo que no, que guardara para alguna cosita que necesitara. Le pregunté si eso la incomodaba y me dijo que no, pero que a veces la incomodaba tener que informar todo lo que quería comprar.

Entonces le pregunté qué pasaría si publicara más su trabajo, a lo que me contestó que obviamente tendría más alumnas… Y, ¿si tuviera más alumnas?, trabajaría más horas (lo que no sería problema, ya que le gusta lo que hace y a todos nos gusta hacer mucho tiempo aquello de lo que disfrutamos), y, si diera más clases, ¿qué pasaría? Y… tendría más dinero y aquí llegamos…

¿Qué pasaría si tuviera más dinero? Nada… Le pregunto qué haría si tuviera más dinero. “Les compraría cosas a mis hijos” (esta es una repuesta usual de madre desde la culpa). ¿Y después?… Me responde que se compraría ropa y más cosas para mejorar la actividad que realiza. Y le vuelvo a preguntar: “¿Y entonces qué pasaría?”. “Y puede que me vea más atractiva o puede que mi marido se sienta mal”. He aquí el origen del verdadero conflicto. Puede que si tengo más dinero esto afecte a la dinámica de mi pareja, puede que me cuestione otras cosas o puede que él deje de amarme y quizás también me doy cuenta de que no lo amo, no lo sé… Pero suena muy arriesgado, mejor tiremos la de humo y trabajemos en terapia que no soy buena con las redes sociales, que la gente no me llama o no me paga o no tengo ganas de dar clases. Total, cualquier sacrificio es digno, para aquellos que fuimos adoctrinados en el paradigma de la victimización, en nombre de sostener una familia unida y las “buenas costumbres”, vivimos relaciones desde el miedo y la necesidad, privándonos de la experiencia del amor y la libertad.

La idea es empezar a estar atentos, indagar en profundidad nuestros deseos y nuestra supuesta limitación, entendiendo que si hoy no estamos materializando lo que queremos es meramente por culpa y por ende por miedo, ya que toda culpa tiene por efecto un castigo desde esta lógica y por no creernos merecedores de la felicidad.

Y aquí es donde les damos lugar a todas las ideas de sacrificio en nombre de un amor mal entendido. No nos olvidemos que la mayoría fuimos educados con las doctrinas religiosas o nos anoticiamos de ellas de algún modo. Y estas sostienen la idea de un dios castigador: “Bienaventurados los que sufren, porque ellos entrarán al reino de los cielos”, y en una interpretación descontextualizada y superficial todos creemos que nos gustaría a la hora de partir de este mundo ir para dicho reino.

Empecemos a entender que cada día, cada momento, podemos aprovechar para correr el velo, disipar el humo y animarnos a experimentar la dicha. No les demos lugar a las excusas, empecemos a hacernos cargo de nuestro deseo.

Como dice Un curso de milagros: “el único pecado es no ser feliz”.

Empezar con una pregunta simple: ¿Qué pasaría si…? Y empezar a sustituir tus predicciones apocalípticas por formas de ver la realidad más multipotencial, flexible y a tu favor.

Los hechos son neutros en sí, somos nosotros quienes les adjudicamos un significado, una emoción, a partir de los juicios y las creencias que sostenemos y defendemos… aunque muchas veces estas sean el origen de nuestras supuestas limitaciones.

Romantizamos los deseos, regodeándonos con la imaginación de que se cumplen, pero con la certeza de que son solo sueños y pertenecen solo al mundo de la fantasía.

Es como si a las personas les gustaran los sueños incumplidos, porque como esos sueños siempre tienen que ver con el exterior (si tal me amara, si tuviera dinero, si me comprara aquello, etc.), una vez cumplido, la plenitud es efímera y el vacío insoportable.

Cuando nos volvemos responsables, podemos desear, o mejor dicho querer cosas externas y efímeras, pero desde la paz y el desapego, entendiendo que aquello que queremos en nuestra vida no es condición para definir quién soy o mi felicidad.

Ser responsables implica poder transitar, elegir mis deseos libres de humo sin juzgarme, poder expresar ¿qué quiero? Y analizar ¿para qué lo quiero? ¿Y qué me impide supuestamente hoy vivir esa experiencia?

Recuerdo que una consultante venía con la cuestión de sentarse a preparar los exámenes de su carrera y siempre encontraba alguna distracción que le impedía lograr la concentración. Algo supuestamente urgente o simplemente un pajarito que volaba. Le pregunté qué pasaría si pudiera dedicarle el tiempo que ella creía necesario para la preparación de sus exámenes. Me dijo que obviamente terminaría pronto su carrera… Y entonces ¿qué pasaría? Nada, podría empezar a ejercerla… ¿Nada? Le dije, nada más y nada menos.

Ella trabajaba en la atención al público de una empresa familiar, al recibirse y empezar a ejercer ya no tendría que hacerlo y esto iba en contra del plan familiar…

Cuando llegamos a este pensamiento, ella me dijo que no era así, porque siempre se sintió apoyada por su familia, incluso las veces en que no le había ido bien… Sobre todo, las veces en que no le había ido bien.

Todo tenía una coherencia perfecta: ella preparaba sus materias, siempre con esto de no estudiar lo suficiente, de no lograr la atención necesaria, mientras seguía trabajando en el negocio familiar, rendía mal y recibía palabras de apoyo y aliento…

La de humo en este caso es “yo quiero rendir y recibirme, pero tengo problemas para estudiar bien”, la libre de humo: “yo quiero rendir, recibirme, pero tengo miedo de quedarme sola, y de que cuando ya no trabaje en el negocio familiar me dejen de querer”.

No vivimos para satisfacer a los demás, y viviendo lo que realmente queremos, sin miedo, vamos a tener relaciones en las que no tengamos que abandonarnos para que el otro nos quiera. Sería una experiencia más plena, llena de paz y sin frustraciones.

Porque la contracara de esta historia se da cuando el sacrifico realizado no es reconocido. Se siente frustración, dolor y se pasa factura, cuando se es el único responsable de los hechos.

Te invito a vivenciar más historias libres de humo…

La excusa perfecta

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