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Capítulo II

Días de víctima

“No hay vidas dramáticas, hay personas dramáticas”.

—Pablo Vázquez Kunz

Como decía en el capítulo anterior, siempre nos parece que nuestro drama es el peor, y no solo puedo describirlo desde una mala interpretación de la religión, sino que muchas veces les digo a los consultantes que fuimos educados en una generación de las telenovelas y de eso también queda una impronta importante.

Toda dicha supone un camino costoso, difícil antes para recibir el precio o la satisfacción del final feliz, sin pensar que, si es feliz, no es final… es comienzo.

Cuando ocurre algo de lo catalogado por nuestro juicio como negativo, muy pocas veces a posteriori buscamos nuestra cuota de responsabilidad en ello. La mayor parte del tiempo es mejor justificar, buscar alguna excusa perfecta y es perfecta porque siempre es pertinente, externa y muy conveniente. Una explicación en la que quedamos totalmente eximidos de culpa y cargo.

Les voy a dar un ejemplo: hace muy poco tiempo, me descubrí transitando uno de estos días de víctima. Estaba esperando el colectivo interurbano para ir a uno de mis consultorios. En ese momento, me llega un mensaje de mi esposo contándome que murió uno de sus amigos. El pensamiento que tuve fue: ¡Oh! Cuando vuelva voy a tener que acompañarlo al velorio, y después me olvidé, aunque mi humor se alteró.

Ese día llovió muchísimo y el colectivo llegó media hora tarde, por lo que llegué yo más tarde al consultorio, no conseguí taxi y estaba completamente mojada, empecé a pensar que mi vestido de verano estaba siendo escaso para el cambio de temperatura. Varios pacientes suspendieron debido al mal tiempo y en el anteúltimo turno vino una paciente con un cáncer terminal, por lo que terminé un poco más tarde la atención de los turnos, saliendo nuevamente con lluvia. Mi padre me alcanzó hasta la terminal y me llevó unas medias de fútbol (de Independiente, o sea rojas) para que no tuviera los pies húmedos. Cuando estábamos llegando, el colectivo salió unos minutos antes, por lo que tuve que esperar el siguiente, otra vez lluvia, otra vez frío.

Con mi pelo al estilo Shakira, mi look de vestido y medias de fútbol y el maquillaje con el efecto de la lluvia recibida bajé del bus interurbano y subí al auto de mi esposo, quien frente a tan dramático cuadro me preguntó: ¡¡¡¿Qué te pasó?!!! Y en el camino a mi casa pude contarle mi drama con lujo de detalles y algún que otro estornudo.

Al llegar él me dijo que me bañara con agua cliente, que comeríamos algo y después él iría un rato al velorio de su amigo. Y esas fueron las palabras mágicas. Las que develaron todo el porqué de mi dramático día.

Al día siguiente me levanté como nueva y me dirigí hacia mi consultorio de los jueves muy contenta como siempre…

¿Dónde está la victimización en esta historia? Fácil, pagué un precio muy alto por no decirle a mi esposo en el momento que prefería no acompañarlo al velorio.

Imaginen si me hubiera dicho de ir… lo más probable es que en nombre del amor (mal entendido) lo hubiera acompañado y después hubiese enfermado para que él se sintiera culpable y viera mi sacrificio. Esta fue mi negociación: “no es que no quiera acompañarte, es que tuve un día de mierda”. Es la excusa perfecta. Nos cuesta tanto decir lo que queremos o no queremos hacer, porque le tememos al juicio del otro, tenemos miedo de que nos deje de querer, a que nos cataloguen como malos o egoístas.

¿Cuántas veces usamos el “no puedo”? Imaginen si un día mi esposo en un acto de amor y libertad decide no acompañarme a algún lugar… tendría esta facturita a mi favor. Este es el modo de relacionarnos… negociación, culpas, manipulación…

Es responsabilidad nuestra y un trabajo diario empezar a modificar estas respuestas caducas. ¿Qué precio estás dispuesto a pagar para ser aceptado, para sentirte amado? ¿A cuántos amigos y familiares venís complaciendo para ser bueno? ¿Cuánta deuda les estás generando? ¿Cuánta decepción te vas a bancar cuando ellos no se sacrifiquen por tu amor?

A veces posteo frases vinculadas con la responsabilidad y otras veces con la victimización y es indudable cómo las segundas ganan en likes por goleada. La victimización es la excusa preferida para nuestras supuestas limitaciones. “Yo quisiera, pero no puedo”, la frase de cabecera y la mentira más insostenible que existe.

El no puedo también es una decisión, muchas veces con aval de creencias, muchas otras sin siquiera con el respaldo de algún intento fallido, que en definitiva termina siendo una muestra muy pobre para llegar a la afirmación de la imposibilidad.

El no poder nos quita la responsabilidad del no querer y, como amar y comprender a las víctimas nos hace más “buenas” personas y más amados, si alguien dice “no puedo” recibe nuestro afecto y comprensión, pero si dice “no quiero” o “no lo prefiero” con total honestidad, decimos muchas veces que es egoísta.

Cuando realmente empezamos a considerarnos creadores de todo lo que nos acontece, incluso de aquello que no nos agrada, entramos en el paradigma de la responsabilidad y dejamos de justificarnos con cuestiones externas, como la mala suerte, el gobierno de turno, las cosas que no tengo o que me tocaron en esta vida…, en ese momento la excusa pierde su poder.

Porque, aunque hay cosas muy pertinentes y muy creativas, no se comparan con la felicidad y la paz que se generan al abandonar el miedo y experimentar el amor. El amor sin condiciones, el amor propiamente dicho.

De ahora en más, podés continuar en el camino de la queja, el drama y las excusas, te garantizo que la mayoría son muy convincentes…; o asumir, conocerte, aprender de esos días en que no pudiste escaparle a tu yo dramático y mendigo de amor, eligiendo cada día una construcción más acorde a tus deseos.

En este caso mi aprendizaje fue a aprender a comunicar mis preferencias sin temor al juicio del otro, en definitiva “nos van a querer igual” y si no será la oportunidad de establecer nuevos vínculos desde la libertad y no desde el sometimiento.

La idea es que cada día asumas tu parte de víctima y que trates cada vez menos tiempo de quedarte en ese rol. SOS, creador/a, no víctima. Respetate, perdonate y amá tu proceso.

La excusa perfecta

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