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Un demonio innombrable: la auditoría tecnológica

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La inmensa mayoría de las empresas y universidades se caracterizan por tener una doble moral. Mientras que de un lado pretenden políticas de armonía e integración, de otra parte son verdaderos mecanismos de control y manipulación. Con seguridad, el mejor ejemplo es la auditoría tecnológica.

La auditoría tecnológica consiste en el hecho de que todas las comunicaciones, particularmente de internet, están siendo monitoreadas o pueden serlo en cualquier instante, siempre que se use la red de la compañía o la universidad de que se trate. Cualquier correo electrónico, cualquier consulta de páginas web, entrante o saliente, es objeto de supervisión y control. Control moral, control político, control ideológico. En muchas ocasiones, cuando existen planes corporativos de telefonía móvil, lo mismo puede estar sucediendo. Y los trabajadores, los empleados o como eufemísticamente se dice “los colaboradores”, pueden no saberlo.

La auditoría tecnológica es una práctica común y ya de larga data en muchos lugares. Pero se trata de un secreto a voces. Secreto porque propiamente dicho es un acto ilegal. Vila el derecho a la intimidad, el derecho a la libre opinión, en fin, el derecho mismo a la libertad (de opinión, de creencia política, sexual y otras). La dificultad enorme es que de una parte la inmensa mayoría de los empleados de una empresa semejante no lo saben, o lo saben y no pueden hacer nada. Mucha gente prefiere la vigilancia y el control con tal de tener un empleo permanente, o casi.

Y de otra parte, peor aún, es porque no existe ninguna legislación que prohíba esa clase de prácticas y políticas de intromisión y violación del derecho a la información. Sin la menor duda, el más básico de los derechos en los contextos de la sociedad de la información o de la sociedad del conocimiento.

Se habla mucho del control que ejercen Facebook y Google, notablemente, no sin acierto, se afirma que estas empresas fueron declaradas como de interés nacional estratégico por parte de los Estados Unidos. Pero poco y nada se sabe ni se discute a nivel local, particularmente en el caso de las medianas y grandes empresas. Eso que la oficina de impuestos nacional declara como “grandes contribuyentes”.

Es fundamental que diversas instancias se apersonen del problema: los sindicatos, allí donde existan, y las diversas organizaciones de trabajadores (desde los Fondos de Empleados a las Cooperativas y otros). Si en un plano la ignorancia de la ley no justifica la violación de la misma, en otro plano la ignorancia de la violación a los más elementales derechos no justifica la denuncia y la crítica. Todas las cuales conducen a la acción: acción colectiva.

De este modo, muchas empresas tienen oficinas no públicas ni declaradas de espionaje de los correos y consultas en la web que llevan a cabo los trabajadores. Se trata, literalmente, de red de cooperantes, red de colaboradores, redes de denuncia y persecución. Persecución por motivos morales, ideológicos o políticos, principalmente. En el momento en que un trabajador es objeto de movimientos sospechosos en materias de información, consultas y correos, se procede con prácticas habituales como acoso laboral hasta aburrirlo para despedirlo; o bien, incluso el despido sin justa causa. Empresas panópticas, monstruos de control y manipulación.

Solo que en el caso de las universidades, se trata del control no solamente de los trabajadores (académicos y administrativos), sino también de los estudiantes. De cualquier usuario, incluso visitantes de la red local operante.

El descaro llega hasta el punto que en ocasiones, por ejemplo, en la base de los correos electrónicos se dice explícitamente: “Los mensajes entrantes o salientes pueden ser objeto de supervisión, etc.”. Basta con echar una mirada cuidadosa a la letra pequeña de las páginas web, de las de tecnología u otras semejantes.

Pues bien, debe ser posible desarrollar normas de protección a los usuarios de la red, así se trate de redes privadas. Al fin y al cabo, la red podrá ser privada, pero el derecho a la información es un servicio público y un derecho fundamental. La dificultad estriba en el hecho de que numerosas empresas y en muchos países no existe una legislación que proteja a los ciudadanos y a los empleados y usuarios de prácticas nocivas, peligrosas o nefastas semejantes.

Como se aprecia, la doble moral es evidente. Como en política, se puede decir lo que se quiera, pero lo verdaderamente importante es lo que se hace. Una disociación total de la personalidad. En el mismo sentido, muchas empresas parecen preocuparse por el clima laboral, el prestigio institucional, en fin, el cuidado de la marca y el top of mind. Pero lo real es lo que hacen: en este caso, los sistemas de control, espionaje y la violencia subsiguiente conducente a la persecución y la amenaza del desempleo.

En los planos de la administración, la política, las ciencias sociales y humanas, e incluso en materia de salud al interior de las empresas, es fundamental atender a este comportamiento esquizoide o psicótico. Hay que dejar de creer en los discursos y atender mejor a las prácticas y los ejercicios, a las decisiones reales y a las acciones. Es, por lo demás, un tema básico de cultura científica, a saber: lograr distinguir entre las palabras y las cosas, o bien, entre los discursos y los hechos o los datos. Y la verdad es que el dato es el control y el espionaje de la información. Los discursos, la empresa familiar, la responsabilidad social empresarial, la cultura y el clima organizacional, por ejemplo.

Una empresa, cualquiera que sea su frente de actividad, que lleva a cabo prácticas disociativas semejantes, enferma literalmente a sus empleados, miembros y usuarios. Que es lo que sucede en muchas ocasiones en el marco de las políticas de gobierno y estado: a qué creer, a las palabras o a los hechos. El mejor representante de eso que se llama “posmodernidad” son las empresas mismas. Es decir, desde el imperio del discurso, la disociación con los hechos y la imposición de posverdades. Es cuando se hacen cosas con palabras y se termina confundiendo a los hechos mismos con palabras.

Empresas enfermizas, un mundo enfermizo.

Turbulencias y otras complejidades, tomo I

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